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¿Hasta cuándo?
Una nación que ha pasado la historia luchando por su unidad y, después, luchando por mantenerla, ¿puede sentirse tentada por la idea de división que llevan dentro todos los partidos?
¿Qué tiene España y qué tienen los
partidos políticos, que tan mal combinan? Lo fácil es echar
toda la culpa a los partidos - como hace el pueblo - o toda la
culpa a España, como hacen los partidos. Incluso oí, hace
años, a un pobrecillo senador que, sin darse cuenta de que
desautorizaba el sistema como "soberanía del pueblo",
afirmaba en la radio que España debía acostumbrarse a las
nuevas instituciones, hacerse a ellos, pues le eran desconocidas.
No he vuelto a escuchar una descalificación mejor de semejantes
instituciones: que son artificiales. Como los partidos. Así
pues, lo único auténtico que nos queda es España, y España
queda del lado de la realidad mientras que los partidos, y las
instituciones que se han inventado (improvisando) para gobernar
el Estado, quedan del lado de lo imposible.
Me da la sensación de que los partidos tienen una fórmula:
«esto es así y esto, asao», y la aplican sin más, sin
averiguar dónde lo hacen ni sobre quién. Es elemental sospechar
que el socialismo alemán no puede ser, a la vez, socialismo
español, porque se ve obligado a actuar sobre una realidad bien
diferente. Lo mismo pasa con el liberalismo estadounidense,
inglés o con cualquier otra fórmula.
La España sobre la que dicen actuar los partidos no existe, es
una entelequia, cuanto más, una aproximación sobre el papel;
cuanto menos, una burda mentira, como todo ese coro que canta que
la ETA es fascista mientras le ETA se insiste comunista, marxista
leninista: no querer definir el problema es no querer resolverlo.
Y, claro, aquí los partidos no pasan de ser un esquema, sin
carne y sin sangre españolas, sin militancias dignas de ser
tenidas en cuenta por su número y, por lo tanto, sin razón de
ser, aunque ellos lo oculten.
¿Y España? ¿Por qué no acepta a los partidos políticos? Una
nación que ha pasado la historia luchando por su unidad y,
después, luchando por mantenerla, ¿puede sentirse tentada por
la idea de división que llevan dentro todos los partidos? Parece
que no, y, aunque sé que las cosas no se plantean así en la
calle, sé también que es el fantasma de la división de «la
partición» el que aleja de ellos a los españoles.
Aquí, desde hace muchísimos siglos, el único partido con
suficiente mayoría es España, incluso ahora que tanto se gasta
para que pensemos que somos iguales que nuestros «hermanos»
europeos. Nadie se cree, porque somos absolutos, que pueda haber
varias soluciones para el mismo problema, según sean ucedeos,
socialistas o pepistas los que gobiernen, porque sabemos, en
cuestión de soluciones, que si hay una buena, todas las demás
son malas en tanto que distintas.
¿Quiere un partido tener militantes? Que deje de ser partido en
primer lugar, y luego, con calma, que averigüe cómo es España
y en qué sueña. Que aprenda el idioma de la gente y los
misterios que atrapan el alma de la gente y, en lugar de
prometernos cosas y maravillas, nos proponga algo que podamos
creer, es decir algo que no niegue nuestra forma de ser, que no
aspire a cambiar nada sino a reforzar todo.
Pero ningún político partidista podrá entender algo tan
sencillo. Viven en otro mundo, en el ideal, en el de las
estadísticas, porcentajes y logias. En otro mundo que, desde
luego, no es España.
A. Robsy.
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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