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Pensamiento, imaginación y lenguaje.
Es de suma importancia, para entender en lo posible las cosas espirituales o sobrenaturales, comprender las relaciones entre pensamiento, imaginación y lenguaje. Pensar es una cosa, imaginar es otra
Lo que pensamos y decimos puede ser, y a
menudo es, totalmente distinto de lo que imaginamos o de la
representación mental que lo acompaña.
Lo que indicamos puede ser verdadero mientras que la pintura
imaginativa es completamente falsa, y lo sabemos. La imagen
mental no sólo es diferente a la realidad, sino que es
reconocida como inadecuada, al menos después de alguna
reflexión.
Cuando digo "se me parte el corazón cuando te veo
llorar", ni yo ni nadie piensa que se me está partiendo
físicamente esa víscera que tenemos entre pecho y espalda.
Si me nombran Madrid, sin más, automáticamente me represento
sencillamente el Museo del Prado, la Puerta de Alcalá o el paseo
de Castellana invadida por innumerables coches dispuestos a
atropellarme. Pero yo sé que Madrid no es eso. Pero es la imagen
que acompaña y facilita mi pensamiento. Y sé que Madrid es
mucho más que lo representado.
Cuenta C.S. Lewis (en Los milagros) que en cierta ocasión una
madre dijo a su hija pequeña que si tomaba unas tabletas de
aspirina se moriría.
-¿Por qué? No es veneno. -¿Cómo sabes que no es veneno?
-Porque cuando partes las aspirinas no salen aquellas horribles
cosas rojas La niña, cuando pensaba en veneno, pensaba en una
terribles cosas rojas, porque seguramente la primera vez que su
madre le habló del veneno que mata se refirió a alguna cosa de
color rojo.
La niña asociaba veneno a cierta cosa roja y no distinguía lo
pensado de la imagen. La diferencia con mi caso (la imagen del
madrileño paseo de la Castellana como amenaza de mis seguridad
vital), está en que mi imagen no es adecuada y lo sé; en
cambio, la niña no sabía que el veneno y la imagen de
"cosa roja" no se corresponden necesariamente.
Pero no es que fuera falso o sin sentido todo lo que pensaba o
dijera la niña sobre el veneno. Conocía muy bien que todo lo
que era veneno podía matar o causar una grave enfermedad.
Si la niña advirtiera a una visita: no beba esto, porque mamá
dice que es veneno, y la visita se riera porque "esa niña
tiene una idea primitiva del veneno, que mi conocimiento
científico ha superado (¡el veneno no es una cosa roja!)",
el que cometería un grave error no sería la niña sino el
visitante.
Por tanto:
1. Nuestro pensamiento puede ser correcto aunque la imagen que la
acompaña sea inconscientemente falsa.
2. El pensamiento puede ser correcto en ciertos aspectos, a la
vez que la imagen que lo acompaña no sólo sea falsa, sino
tenida erróneamente como verdadera.
Pensamiento y
lenguaje: las metáforas
Siempre que pensamos en cosas que no se pueden ver, oír, tocar,
en una palabra, percibir (sensorialmente), no podemos evitar
hablar de ellas como si pudieran verse, oírse o percibirse de
algún modo. Lo cual nos sucede muy a menudo. Por ejemplo, cuando
hablamos del "corazón" como sede de nuestros afectos.
Todos hemos visto unas pegatinas que ponen "Yo (el dibujo
esquemático de un corazón) Valladolid".
La Sagrada Escritura utiliza la palabra corazón para expresar la
sede de los de los afectos, decisiones, buenos y malos
pensamientos, etc. El corazón suele indicar la persona. Todos
sabemos que el corazón es una víscera musculosa, que no puede
hacer nada de eso. Sin embargo lo utilizamos como imagen que nos
facilita expresar lo más profundo de nuestra personalidad. Se
trata de una metáfora.
Otro ejemplo, para referirnos a nuestra actividad mental:
-"Ya he cogido la fuerza de tu razonamiento". El verbo
coger aquí es metafórico. Los razonamientos no se
"cogen" como las cerezas o una pistola. Se coge lo que
sea con las manos. Sin embargo en ningún momento hemos pensado
que el razonamiento pueda empuñarse como una pistola ni que
nuestra inteligencia tenga manos .
Para evitar el verbo coger, podemos utilizar en verbo
"ver", o "seguir el razonamiento". Pero no
nos imaginamos que vamos andamos detrás del interlocutor a lo
largo de un camino. A estos procedimientos lingüísticos tan
familiares, los gramáticos los llaman metáforas. Lo utilizan
con profusión los poetas y oradores. Pero sería un grave error
pensar que son un mero elemento decorativo del que se pueda
prescindir fuera de la poesía y de la retórica. Si hablamos de
cosas no perceptibles por los sentidos, forzosamente debemos
emplear metáforas. Los libros sobre psicología, economía o
política están llenos de metáforas. Cualquier filólogo está
convencido de que no hay otra manera de expresarse.
C. S. Lewis deduce tres principios orientadores:
1) El pensamiento siempre va acompañado de imágenes.
2) No es lo mismo el pensamiento que la imagen que lo acompaña
3) El pensamiento puede ser correcto en lo fundamental, aún
cuando las imágenes que lo acompañan sean tomadas como
verdaderas por el sujeto pensante (lo sean o no).
4. Todo aquel que quiera hablar de cosas que no pueden ser
percibidas por los sentidos (vistas, oídas, tocadas),
inevitablemente tiene que hablar como si de hecho pudieran ser
vistas, oídas o tocadas.
5. La mera presencia de imágenes mentales, por sí misma, no
dice nada sobre lo razonable o absurdo de los pensamientos que
los acompañan. (Si las imágenes absurdas supusieran
pensamientos absurdos, todos estaríamos pensando insensateces de
continuo)
6. Las imágenes no deben ser identificadas con aquello que se
piensa.
7. Por tanto tampoco deben ser identificadas sin más, con
aquello que se cree.
Todo esto es preciso tenerlo en cuenta cuando se habla de las
cosas de Dios, que nos enseña la Sagrada Escritura, la
Tradición, el Magisterio de la Iglesia.
Se puede representar a Dios Padre como un anciano con largas
barbas blancas, para significar la eternidad. Pero es una imagen
absolutamente falsa. Sin embargo, el pensamiento de que Dios es
anterior al universo es verdadera. San Agustín dice que Dios es
el más joven de todos.
Que Jesucristo está sentado a la derecha del Padre es una imagen
que acompaña nuestra idea del poder que comparte el Hijo con el
Padre. Es una imagen falsa, porque el Padre es puro espíritu, no
tiene brazos ni manos, ni derecha ni izquierda.
No se puede identificar la fe, ni juzgarla sobre la base de las
imágenes que utilizamos para utilizar lo que no se ve ni se
percibe. C.S. Lewis se pregunta: ¿No sería mejor cortar por lo
sano de una vez todas esas imágenes mentales y el lenguaje que
las fomenta? Y responde que esto no es posible. Quienes lo
pretenden no advierten que cuanto intentan evitar esas imágenes
humanizadas de Dios (antropomórficas), lo único que logran es
sustituirlas por imágenes de otro género.
"Bajar a la tierra", "subir al cielo", son
imágenes de movimiento vertical, pueden tener un sentido
metafórico. Pero sería ridículo sustituirlas con imágenes de
movimiento horizontal. «Podríamos hacer nuestro lenguaje más
aburrido, pero no más literal» (Lewis).
En la Sagrada Escritura encontramos a Dios como viviendo en las
alturas «en el excelso y santo lugar»; aparece como habitando
localmente en el cielo, pero a la vez nos dice que Él «lo
hizo» (Gen 1,1).
Dios aparece «en la semejanza y como la apariencia de un
hombre» (Ez 1, 26). Y también nos encontramos la advertencia:
«tened mucho cuidado de vosotros mismos; puesto que no visteis
figura alguna el día que Yahawé os habló en el Horeb de en
medio del fuego, no vayáis a prevaricar y os hagáis alguna
escultura de cualquier representación que sea» (Deut 4, 15-16).
"Yo no creo en un Dios personal", dicen algunos. Esto
es un antropomorfismo, una proyección en Dios de lo que yo soy;
pero Dios es totalmente distinto de mí. Yo creo en una gran
fuerza espiritual. Ya han introducido una imagen de vientos,
oleajes, electricidad, gravitación, etc. "Yo creo que todos
somos partes de un gran Ser que actúa y trabaja a través de
todos nosotros". Éste se ha limitado a cambiar al imagen de
un hombre paternal y majestuoso por la imagen de un gas o fluido
que se extiende indefinidamente. "Yo creo que Dios es la
sustancia perfecta". Pero alguno se imaginaba la sustancia
perfecta como un inmenso pastel de tapioca. Y para mayor inri,
aborrecía la tapioca.
Las imágenes que utilizadas por la Sagrada Escritura a más de
uno pueden parecer absurdas, pero más absurdas son las que
utiliza el panteísmo, o el materialismo cuando imagina la
materia como un gran animal viviente en evolución. Las imágenes
de nieblas informes y fuerzas irracionales que cautivan la mente
cuando se piensa que nos estamos elevando a la concepción de un
Ser absoluto e impersonal son mucho más falsas.
El antropomorfismo es mucho más acertado que el impersonalismo.
Al fin y al cabo el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de
Dios. Y aunque sabemos que Dios es más desemejante a nosotros
que semejante, alguna semejanza existe entre Dios y el hombre. Y
por eso el Verbo pudo hacerse hombre y no cualquier otra criatura
de este mundo.
Lewis considera demostrado que las palabras no comenzaron por
referencia a objetos físicos y después se extendieron
metafóricamente a emociones, estados de la mente y cosas
semejantes. Por el contrario, los que llamamos ahora significados
«literal y metafórico», se han desgajado ambos de una antigua
unidad de significado que no correspondía a ninguno de los dos.
Por eso es un error pensar que el hombre comenzó pensando en un
Dios o un cielo material y gradualmente los espiritualizó. No
pudo haber comenzado por algo "material", porque esto
"material", tal como nosotros lo entendemos, llega a
concebirse sólo por contraste con lo "inmaterial", y
ambos lados del contraste avanzaron a la misma velocidad. Se
comenzó por algo que no era ninguno de los dos, y que era los
dos al mismo tiempo.
El sentido
metafórico
Muchos, cuando se dice que una cosa tiene sentido metafórico»,
concluyen que en realidad no tiene en absoluto el sentido
expresado. "El que quiera venir en pos de mí, cargue con su
cruz y sígame". La "cruz" aquí tiene sentido
metafórico, lo cual no quiere decir que signifique simplemente
llevar una vida honrada y suscribirse con aportación moderada a
alguna obra de caridad.
El "fuego del infierno" es metafórico. Cierto. Pero
sería un error pensar que el infierno se reduce a
"remordimiento", a la nada, o cualquier cosa menos
horrible que el fuego.
Lo que decimos del Ser de Dios es siempre metafórico. En cambio,
cuando hablamos de acontecimientos históricos, que se vieron o
tocaron, estamos hablado en sentido literal: Jesús convirtió el
agua en vino; Cristo, el Hijo de Dios, murió en la cruz.
Resucitó. Todo esto tiene sentido literal, se vio y se tocó,
como dice San Juan. Son afirmaciones de algo que ocurrió a la
vista de muchos.
"Decimos que Dios es «infinito», en el sentido de que su
conocimiento y su poder se extiende no a algunas cosas sino a
todo; más aún, que no hay perfección que no se encuentre en
Dios, en grado sumo, de tal modo que hay y siempre habrá una
diferencia "infinita" entre las perfecciones (o, mejor
dicho aún, «la» perfección de Dios) y las perfecciones de las
criaturas. «Pero si por usar la palabra infinito nos lanzáramos
a pensar en Él como un conjunto informe de todas las cosas,
sobre el que nada en particular y todo en general es verdad,
entonces sería mejor abandonar esta palabra por completo"
(Lewis, Los Mil. 143)
Dios es «el» Ser absoluto, en el sentido de que sólo Él
existe por sí mismo y no depende en su ser y en su obrar de nada
que no sea Él mismo. Pero esto no quiere decir que sólo Dios
sea. Ciertamente todo lo que es, es creado por Dios, y Dios no se
identifica con la criatura. Por tanto, Dios no es ninguna de las
criaturas ni parte alguna de ellas. «Yo soy el que soy» = «Yo
soy el Yo soy». Porque sólo Él es por sí mismo. Todo lo
demás - desde las partículas más pequeñas de materia hasta
los arcángeles, son gracias a Él. Las criaturas no tienen el
ser por sí mismas; por eso, cabe decir que comparadas con Dios a
duras penas se puede decir que «son» porque no tienen en sí
mismas el principio de su existencia.
Pero esto no quiere decir que sea un ser indefinido, el "ser
en general". Un ser indefinido es una abstracción. Lo que
existe es concreto y singular, con una precisa
"definición", aunque en muchas casos nosotros no
sepamos formularla. No es un ente abstracto ni una
generalización sin rasgos característicos que no se puedan
nombrar. Es lo más concreto e individual que existe.
Si no podemos dar una definición de Dios no es porque no sea
definible, sino porque lo es demasiado para nosotros; por ser
demasiado definido para la inevitable vaguedad de nuestro
lenguaje.
Las palabras "incorporal" e "inconmensurable"
son equívocas, porque sugieren que Dios carece de algo que
nosotros poseemos. Sería más seguro llamarle
"transcorporal" o "transmensurable".
"Inmaterial" nos suele sugerir una imagen vaga,
etérea, de cosa inconsistente. Sin embargo el ser espiritual es
mucho más consiste que el material. Las representaciones
materiales de Dios son falsas no por ser demasiado consistentes,
sino por serlo demasiado poco.
Las cosas que decimos de Dios son gramaticalmente metafóricas,
pero en un sentido más profundo dice Lewis, lo que son pobres
metáforas de la Vida divina son nuestras energías físicas y
psíquicas.
Los truenos y relámpagos con que Dios se manifiesta en el Sinaí
--que nos transmiten la idea de vida poderosísima- no
deberíamos abandonarlas por ser demasiado fuertes, sino, acaso,
por ser demasiado débiles. Si rechazamos la viejas imágenes
para hacer más justicia a los atributos morales de Dios, hemos
de andar con sumo cuidado, para no interpretar los atributos
morales de Dios en términos abstractos. Si predicamos de Dios,
las perfecciones puras que vemos en las criaturas, siempre hemos
de entenderlas en concreto. Sabiendo que son más concretas en
Él que en nosotros. Incluso, dice Lewis, nuestra sexualidad
debería considerarse como una transposición en clave menor del
gozo creativo que en Dios es incesante.
Dios es, por ejemplo, "el Señor", es Creador, es
omnipotente, etc. Y por tanto, "no es" lo contrario. En
este sentido podríamos decir que Dios tiene
"límites", que son la "frontera"
(metáfora)" de todo lo que no es ni podrá ser nunca Él.
Por eso cabe afirmar y negar cosas de Dios. Y se nos exhorta a
que conozcamos al Señor, a que crezcamos en el conocimiento de
Dios.
Dios es infinito = no finito, en el sentido de que es plenitud de
perfección, de ser, de vida; no en el sentido de que no tenga
límites. Dios no tiene límites ni deja de tenerlos, porque no
tiene nada que ver con el espacio o el tiempo. Dios no tiene
cantidad dimensiva. ¿Cómo precisar entonces "lo que"
es Dios? ¿Cómo hablar de Él? En primer lugar diciendo que ES,
en un sentido sumamente concreto, singular, existente. Que su
Esencia es lo mismo que su Ser. Esto equivale a decir que es el
Ser en plenitud. Nada le sobra, nada le falta.
Enseguida hemos de negar que «sea» en el mismo sentido en que
«es» la criatura. Porque Dios es el «Ser por sí mismo» y la
criatura «es» porque ha recibido el ser, de otro. Ya tenemos
una primera pista: la diferencia inconmensurable (infinita) entre
el Ser de Dios y el ser de la criatura.
En Dios hemos de negar toda imperfección, todo lo que no esté
per-fecto, plenamente "hecho" acabado; como si algo le
faltase.
Como el movimiento y el cambio, de cualquier signo, que vemos en
las criaturas, siempre supone imperfección, no podemos
predicarlos de Dios. Por eso decimos que Dios es inmutable (no
mudable). Pero si imaginamos la inmutabilidad de Dios como el
reposo o quietud de lo inerte, entonces incurrimos en grave
error. Porque Dios es Vida en plenitud. No hay movimiento en Dios
porque su Ser y su obrar carecen de tiempo. Dios no se mueve,
está exento de movimiento porque, en cierto sentido,
"es" movimiento. O si se prefiere, Acción; o si se
prefiere, Acto puro de Ser, de Vida: Él "es" la Vida:
la Vida en plenitud eterna.
Imaginarse a Dios como una inmensidad en reposo total es utilizar
una imagen equívoca. La quietud y el silencio que encuentran los
santos en la unión con Dios, es el polo opuesto de la dormición
o el ensueño. Se van asemejando a Él. Los silencios en el mundo
material se dan en espacios vacíos. Pero la Paz eterna es
silenciosa por su misma densidad vida.
Decimos que Dios está exento de pasiones. Es verdad, porque las
pasiones implican pasividad e intermitencia. Entre nosotros, un
amor que no es apasionado, es un amor inferior. El amor es una
pasión, que se disfruta, pero que en cierto modo se padece e
incluso no pocas veces hace sufrir.
Pero la mayor revelación de Dios es la que nos ofrece San Juan:
«Dios es Amor». Esto no es una metáfora. Pero hemos de
purificar nuestro concepto de amor, a la hora de aplicarlo a
Dios. En Dios el amor no es una pasión, porque no lo padece: lo
es. No es que no sea una pasión porque le falte vigor, sino
porque es todo el vigor: Él es Amor, sin pasividad, sin
intermitencia, pura actividad.
Dios está exento de pasión, de igual modo que el agua está
exenta de mojarse. Dios no se apasiona por la misma razón por la
que el agua no se moja. Ella es la que moja. «Dios no puede ser
afectado por el amor, porque Él «es» amor. El imaginar este
amor como algo menos torrencial o menos agudo que nuestras
advenedizas y derivadas "pasiones" es la más
desastrosa de las fantasías.
El amor de Dios es tan pleno que no sólo está exento de
pasividad sino que es literalmente creativo: Dios crea lo que ama
y como lo ama. Si Dios es inmutable no es por falta de
movimiento, sino por posesión plena de toda perfección que
cualquier movimiento podría alcanzar.
Antonio Orozco Arvo.
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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