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La emoción del toreo.
Un arte que transciende la estética.
Se ha dicho que el espectáculo de las
corridas de toros enseña a mirar para ver claro. Que su
entendimiento es de una cruel clarividencia. También se ha dicho
que el toreo es "escuela de elegancia espiritual" El
toreo es escuela, aprendizaje de los ojos por la mirada. Si el
toreo no ve claro lo que mira no puede torear. O torea mal, que
es como si no toreara. Y al espectador le sucede lo mismo: ve
claro lo que mira o lo ve mal, que es como si no lo viera. El que
no ve claro es el toro, que se ofusca, por un instinto ciego
oscuro, impetuoso y mortal.
Pero las corridas de toros están ahí, ante nuestros ojos,
luminosamente: pareciéndonos lo que son o siendo lo que nos
parecen: imponiéndonos su evidencia. Evidencia viva del arte, de
juego, de fiesta: Triángulo en el que se inscribe o al que
circunscribe el círculo mágico que las realiza. Para no verlas
hay que no quererlas mirar: hay que no dar crédito a los ojos.
Si le damos crédito a los ojos ellos nos dirán, como al torero,
cuál es nuestro sitio en la plaza, que es el sitio (punto de
vista) desde el que podemos ver claro. Ver para creer en lo que
vemos: para creer tal vez que el toreo "todo es verdad y es
mentira", como dijo el poeta.
Pero todo, cuando se ve tan claramente. Exactamente lo contrario
de "nada es verdad ni mentira", que dijo otro poeta, si
se mira a través de un cristal negro o colorado. Entre nuestros
ojos y lo que vemos no puede caber, si aceptamos medida humana,
ningún intermediario que desproporcione, desenfoque y confunda
esa claridad natural de nuestra mirada. Ni aumentándola ni
disminuyéndola. El toreo no se ve, cuando bien se mira, ni con
el telescopio ni con el microscopio; que es lo que hacen algunos
cuando tratan de analizarlo como un fenómeno social
independiente de su realidad propia de arte, de juego, de fiesta;
de su viva y natural evidencia aparente.
El toreo no es más ni menos, que lo que parece. Pero ni más ni
menos; "que no es poco", como diría Lope, profeta
teatral clarividente del "arte mágico del vuelo", que
es el arte del toreo. Visto y no visto siempre; o no visto nunca
de verdad, por no darle crédito a los ojos.
El tiempo apaga la claridad o la luz de las cosas en nuestra
mente, las oscurece y asombra, porque en su noche oscura
desaparecen para nuestros ojos, se nos pierden de vista.
La noche oscura de los tiempos apaga las luces de las cosas
claras del toreo. El toreo es "arte mágico del vuelo",
por momentáneo y pasajero, por imposibilitado de duradera
permanencia. La emoción del toreo, para el espectador como para
el torero mismo, es una emoción mágica que se supera con mucho
la de su riesgo: que necesita superarla para que el toreo no se
convierta en una especie de turbadora pornografía de la muerte.
El toreo es un despertador vivísimo para los ojos; tanto que se
nos mete por los ojos con sus verdades luminosas.
"Porque, a la verdad -escribía Pepe Hillo-, en este arte
tauromáquico siempre se está aprendiendo". Y acabó su
vida torera en los cuernos de un toro. Y es que, como dijo el
poeta: "Verte y no verte. / Yo, lejos navegando, / tú, por
la muerte".
Francisco Arias Solis.
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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