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¿Carácter español?
Un carácter contradictorio y amable pero inconstante.
Cada hombre tiene su carácter, el
andamiaje sobre el que reposa su personalidad; su forma de
ponerse ante la realidad y de actuar sobre ella. Pero también
cada hombre dispone de su carácter colectivo, el aprendido, el
que se le ha dado con la socialización, con la integración
forzosa en el marco cultural en que ha nacido. Ese carácter
común a todos, que es vehículo de comunicación y de
comprensión usado entre todos los españoles, configura una
personalidad colectiva aprendida, de la que participamos todos y
que, por desgracia, permanece desconocida, ignorada u olvidada
para la mayoría. Nótese que no hablamos del «alma del
pueblo», ideal de los nacionalismos y separatismos, sino de
códigos y costumbres aprendidas con la socialización.
En este aspecto, en la medida en que un español desconoce su
forma colectiva de actuar y de reaccionar, estamos alienados los
españoles: esta es una de las causas de los dos siglos de tumbos
políticos, de Estados Experimentales y de fracasos. Nuestros
gobernantes nos han tratado como a franceses, como a
norteamericanos, como a rusos o como a italianos, pero en muy
pocas ocasiones como lo que somos: españoles con propia
cosmología y propia escala de valores.
Si se usa la fórmula de La Senne para definir los caracteres por
su mayor o menor emotividad, actividad o primariedad, el
Carácter Colectivo Español, su escala de valores tradicionales,
se nos aparece, tras un rápido repaso histórico y político,
como muy emotivo, muy dado a la actividad (y al cambio de
actividad: inconstante) y primario, es decir poco previsor, poco
capaz de aprender del pasado y hasta de recordarlo.
Toda España vive en presente, y lleva dos mil años haciéndolo
así: he aquí el por qué de la impresión de juventud que causa
nuestro viejo pueblo a quienes nos visitan. De juventud y de
inconsciencia.
Nuestro carácter colectivo es, ni mas ni menos, el Emotivo-
Activo- Primario , también llamado Activo Exuberante o
Colérico. Un carácter de esos que «Hay que saber llevar» por
su proclividad a lo desconcertante y su gran contenido de
elementos sumergidos, como la punta de un iceberg, a pesar de su
evidente extroversión.
No importa lo alejados de éste que estén nuestros caracteres
individuales, porque en nuestros asuntos colectivos, en nuestras
posturas históricas, en nuestras reacciones comunes, es el
Activo Exuberante el que se impone. Y es a un Activo Exuberante
al que tiene que hablar el político que pretenda hacerse
comprender y seguir por los españoles.
Ventajas y
desventajas
El Activo Exuberante o Colérico, cuando es el carácter de
comunicación común a un pueblo, se manifiesta con unos rasgos
de imprevisibilidad, extroversión, sociabilidad y espontaneidad.
Da un elevado grado de tozudez, afición a mostrarse contrarios a
lo que se propone colectivamente porque, gracias a este carácter
común, los españoles somos en bloque, personalistas,
independientes, amantes de la libertad individual más que de las
libertades colectivas, generosos, desprendidos, poco previsores
-como las cigarras- Y escasamente desconfiados.
Tendemos a la utopía, a las grandes visiones generales, a las
ilusiones, a poseer una gran imaginación que se traduce en una
gran riqueza -positiva y negativa- en las relaciones personales,
pero con raptos de ira intensos y de cortísima duración.
Esa imaginación y esa extroversión, unidas al gran componente
emotivo y a la necesidad de actuar, son inagotable fuente de
creación, ancho manantial de arte popular y culto, y vena de una
metafísica que prende alégremente en todas las clases sociales,
instruidas o no.
La primariedad, que es un continuo vivir el presente y una escasa
capacidad para escarmentar con el pasado, nos vuelve amantes de
la novedad y del cambio, tanto del cambio de actividad como del
de objetivos. Inconstantes, poco desconfiados, tolerantes, dados
a explosiones de entusiasmo poco duradero y a implosiones de
desesperación menos duraderas todavía
Los españoles tomamos decisiones rápidas -muchas veces
equivocadas e irreflexivas-, contundentes pero fáciles de
alterar al poco tiempo. Hay mucho de volubilidad, quizá a causa
del temperamento artístico y sensitivo, y un concepto muy
subjetivo de la realidad, a la que no se suele analizar tanto con
la razón como con el sentimiento del momento
A pesar de no estar nunca satisfechos y de ser incapaces -por
personalistas- de sentirnos representados por otros, sabemos ser
sufridos, casi espartanos, cuando las circunstancias lo exigen,
creciéndonos más en la dificultad que en la comodidad.
Podrían estudiarse más en detalle y con ejemplos históricos
estas características verdaderas del pueblo español, pero aquí
bastará con insistir en nuestro amor a la novedad, nuestra
necesidad de actuar que provoca, siempre, un movimiento de
vaivén en nuestros objetivos; y en la escasísima, por no decir
nula, previsión hacia el futuro: tan escasa como la memoria del
pasado común.
Actuar
Para actuar sobre un carácter así, para saber excitarlo de
forma continuada hacia un objetivo, sólo hay un camino, el
respeto absoluto a su forma de ser y la metódica alabanza. El
español sólo obedece por las buenas, por convencimiento propio,
por simpatía, y la simpatía nace en él como consecuencia de
manifestarle, sin reservas, admiración, atención y buena fe: un
comportamiento leal. El español no es desconfiado, sino
crédulo, pero, sobre todo, está dispuesto a creer en él y en
sus posibilidades si se las descubren una y otra vez, si se las
recuerdan permanentemente. Esto es lo que aprende el español de
niño, en las calles, en los parques, en la familia, en el
colegio.
Quiere esto decir que el político ideal para España, capaz de
entender a nuestro pueblo, ha de ser tan emotivo y activo como
nuestro carácter aprendido exige, pero, en cambio, secundario,
constante, inasequible a la exaltación Y al desaliento por
igual, y capaz de mantener el rumbo hacia unos objetivos con
sólo cuidar de presentarlos como nuevos cada poco tiempo. Ha de
ser capaz de dirigir sabiamente la actividad exuberante; de lo
contrario la actividad tomará otros derroteros Y el olvido
cubrirá los más elevados destinos.
Conocernos
Va a ser, en lo futuro, la mejor defensa contra el arma
psicológica que pretende desarraigarnos y suplantar nuestra
cultura, lo que equivaldría a cambiar nuestra forma de ser
españoles o a impedir, una vez más, su manifestación,
sumiéndonos en un estado de frustración histórica en el que, a
lo largo de casi tres siglos, hemos vivido sin esperanzas
colectivas, lo que ha hecho que dirigiéramos nuestras ilusiones
y nuestra acción a proyectos de menor cuantía, que nos
redujeron, por falta de solidaridad, a la condición de nación
de tercer orden
Si nos llegamos a conocer, si conseguimos entender, con la clave
do nuestro carácter aprendido en las tradiciones y valores, que
el olvido de los antíguos sacrificios y de las viejas luchas no
es traición, sino consecuencia de faltarnos el hombre que ejerza
de memoria colectiva. Si sabemos que nuestro silencio ante los
atropellos diarios no es cobardía, sino exceso de confianza y de
sentimiento providencial, muchas cosas pueden volver a ser
posibles, incluida una sabia proposición de objetivos comunes,
claros, tajantes e inequívocos, aceptados por la mayoría si se
presentan, no sólo como novedad, sino como desafío: también
somos, colectivamente temerarios, como corresponde a nuestra
escasa capacidad de prever el futuro.
La única forma de vencer en esta guerra es nuestra propia arma
psicológica: lo Español (nuestra herencia) asumido por fin,
explicado con claridad -¡Basta de enigmas históricos!-,
permitiendo que cada Español haga el descubrimiento, a veces
deslumbrante, de cómo es como Español y de por qué España se
comporta así y ha llegado a donde lo ha hecho: por
desconocimiento u olvido de su carácter, que es muy interesante,
muy inquietante, lleno de virtudes que pueden dar gloria y éxito
con solo mantener a raya nuestros más notables defectos:
volubilidad, inconstancia, olvido, imprevisión y, quizá,
apresuramiento en la toma de decisiones.
Todo antes que aguardar a la próxima violenta e irracional
explosión de ira, que puede estar al final del camino que
venimos siguiendo, tan pronto como sea innegable que hemos sido
timados, que se ha vuelto a abusar de nuestra buena, bonísima
fe.
Proyecto
Además de a dar a conocer nuestro carácter colectivo nacido de
la socialización, invito al lector a profundizar en él, a
hallar la mejor forma de hablar a España de sí misma, de
halagarla honradamente por lo mucho de bueno que posee y discutir
sinceramente sus defectos congénitos que son los que,
periódicamente, nos devuelven al pozo de la inactividad social e
histórica. Le invito a soñar en voz alta, a proponer hermosas
utopías que puedan ser polar de más realistas acciones hacia el
futuro. E igualmente le invito a dirigirse a los Españoles con
el corazón en la mano: todo lo contrario de lo que hacen los
políticos.
Debemos resucitar el arquetipo del español sacrificado, sobrio,
abierto, fiel, desprendido y entregado a su idea. La gente, aún
la que no comulgue con él, le escuchará primero y le admirará
después, si muestra la constancia de la que, colectivamente,
carecemos.
Frente al mito moderno y al proyecto oculto, hay que usar y
predicar la realidad de lo español, y el público proyecto de
serlo en plenitud de conciencia, con lo bueno y con lo malo a
cuestas, pero perfectamente enterados de lo mucho que podemos
crear, de lo amplio de nuestro mundo, de lo mucho que nos queda
todavía por dar y de que seguimos teniendo una buena base sobre
la que unirnos.
Frente al intento de suplantar a España sólo es posible el
proyecto de encontrarla en nosotros y dársela a conocer a
nuestros iguales; restablecer la más ancha pista de
comunicación entre los hombres de esta Patria: el carácter que
compartimos y que nos hace iguales entre nosotros en lo
fundamental, y distintos al resto del mundo. Sabiéndolo así, es
imposible que nos convenzan para ser-como, para ser imitaciones.
Ser-como no somos. Ser-como americanos o como franceses o como
rusos.
¿Qué falta hace ser como algún otro, si somos como nadie sabe
ser, ni puede ser, ni comprende cómo ser? Sin conocernos es
imposible llegar a invadirnos para siempre y dominarnos. Y, si
nos conocieran, ¿se atreverían a intentarlo? Pero, aún así,
cuidado con el arma psicológica: nos quieren arrebatar el alma
y, con ella, la dignidad, la independencia y el futuro
Arturo Robsy .
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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