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La Reina de la Hispanidad.
Sobre el
altar dorado que las flores
convierten en jardín de primavera,
he visto esta mañana mis amores:
la Virgen del Pilar y la bandera.
No hay para la Señora otra guirnalda
con las orlas más puras y más bellas
que la bendita insignia roja y gualda
salpicada de rosas y de estrellas.
Virgen gloriosa del Pilar sagrado,
guarda a tus hijos de la secta extraña,
no nos apartes nunca de tu lado
y por tu amor de madre salva a España.
El Papa Juan Pablo II, con voz poderosa y manifiesto cariño, nos decía aquí, a los pies del Pilar:
«El amor mariano ha sido en vuestra historia fermento de catolicidad. Impulsó a las gentes de España a una devoción firme y a la defensa intrépida de las grandezas de María... Le impulsó además a trasplantar la devoción mariana al Nuevo Mundo descubierto por España, que de ella sabe haberla recibido y que tan viva la mantiene. Tal hecho suscita aquí, en el Pilar, ecos de comunión profunda ante la Patrona de la Hispanidad. Me complace recordarlo hoy»
¡Acudimos, gozosos, a la cita!
Si la gratitud del pueblo canta «Bendita y alabada sea la hora
en que vino a Zaragoza», un legítimo orgullo de hijos y
españoles nos estimula, con el poderoso impulso del Papa, a
proclamarle y demostrarle, de hecho y de derecho, Reina y Patrona
de la Hispanidad.
Multitud de pueblos, extendidos por todo el planeta, cantan
agradecidos y emocionados a Santa María del Pilar la «ópera
grandiosa de su coronación».
Por nuestra parte, nos limitamos a presentar la partitura:
1.°, el concepto de Hispanidad, que es el pentagrama;
2.°, el fenómeno histórico de la difusión y encarnación -y son las notas, unas veces rápidas, otras solemnes, que en contrapunto vibrante y armonioso van cristalizando en una incomparable fuga grandiosa que se inició en una sola nota en el punto exacto del Santo Pilar y cuya sucesiva y creciente complejidad se ha ido haciendo catarata en los siglos-, para que,
3.°, ahora nosotros tornemos
esa ópera, fuga o sinfonía incompleta y, cogiéndole el aire a
la imponente danza cósmica de santuarios, peregrinaciones,
instituciones, etcétera, sepamos estar a la altura para llenar
los espacios de unas pautas que nos reclaman corno herencia y
quehacer.
El concepto de
Hispanidad
Aunque, por tratarse de una realidad vital, su contenido o
sustancia tiene raíz, evolución e historia secular -como
veremos-, la palabra Hispanidad es término acuñado en nuestros
días.
Su principal valedor fue Monseñor Zacarías de Vizcarra. Él
distinguía entre hispanidad con minúscula e Hispanidad con
mayúscula: aquélla, con alcance geográfico, equivaldría al
conjunto de pueblos de cultura y origen hispánicos, diseminados
por los cinco continentes; ésta, con alcance ético-espiritual,
la Hispanidad con mayúscula, significaría «el conjunto de
cualidades que distinguen a los pueblos de estirpe y cultura
hispánicas del resto de las naciones del mundo».
En el noble empeño de definirla, desarrollarla y difundirla,
ocupan puestos de honor, junto a Monseñor Vizcarra, los
profesores Ramiro de Maeztu y García Morente, el incomparable
hablista «españoleador» García Sanchiz y el Cardenal Gomá.
Y, en una perspectiva más amplia, referida más a la sustancia
que al término, Juan Vázquez de Mella, verbo de la Hispanidad;
Jaime Balmes, filósofo de la Hispanidad, y Donoso Cortés,
profeta de la Hispanidad; Menéndez Pelayo, polígrafo de la
Hispanidad, y Rubén Darío, poeta de la Hispanidad.
El Cardenal Gomá ofrece en su libro Hispanidad esta versión que
enfila la sustancia medular del concepto, entendido como realidad
y como proyecto: «Si el concepto de Cristiandad comprende y
a la vez caracteriza a todos los pueblos cristianos, ¿por qué
no ha de acuñarse otra palabra como ésta de la Hispanidad, que
comprenda y caracterice la totalidad de los pueblos hispánicos?
La palabra está ya acuñada y la usamos todos. Según esto,
¿qué es la Hispanidad?» Y, entre cálidas expresiones que
proclaman a su juicio la sublimidad y alcance del término,
afirma: «Hispanidad es, ante todo, redención, que eso
llevó España a América y a sus colonias: la Redención. La
Hispanidad es vocablo ecuménico, susurra acentos de cristiandad,
disuelve con su luz las diferencias, las razas y las fronteras y
aspira a encarnarse en la Humanidad... Que en Oriente y en
Occidente, en el Aquilón y en el Mediodía, se llegue a alabar a
Dios con la dulce lengua de Fray Luis, ¡eso es Hispanidad!»
Muy pronto la idea y la palabra Hispanidad, que habían tenido
tan ilustres valedores, tomaron cuerpo en una serie de decretos,
organismos e instituciones.
«La partida de
bautismo de la Hispanidad».
Se trata de una proposición que hacía Simón Bolívar, el
héroe de la independencia americana, tan celebrado en nuestros
días, a la corona de España, a través de su embajador en
Londres, don Francisco Antonio de Zea, para que se pusiera
definitivamente fin a la guerra entre España y América y se
establecieran las bases de una futura fraternidad, con la
constitución de una federación hispano-americana. En dicho
documento, junto al cese de hostilidades y la independencia
americana, se propone una alianza entre la Gran Colombia y
España con el resto de las naciones americanas, igualdad de
derechos para españoles y americanos y eliminación de aduanas.
El proyecto se abre
camino
Casi exactamente un siglo después de la invitación de Simón
Bolívar, el año 1917, un decreto del Presidente de la
República Argentina, Hipólito Irigoyen, declaraba el 12 de
octubre «Día de la Raza y Fiesta Nacional». Con él daba
satisfacción, según indica, al «memorial presentado por la
Asociación Patriótica Española, a la que se han adherido todas
las demás Sociedades Españolas y diversas Instituciones
Argentinas, científicas y literarias». Y en sus diversos
artículos aporta las razones de fondo que aconsejan tal
decisión:
1.° Que el descubrimiento de América es el acontecimiento de más trascendencia que haya realizado la Humanidad a través de los tiempos.
2.° Que se debió al genio hispano, al identificarse con el genio de Colón, una efemérides tan portentosa, «que no quedó circunscrita al prodigio del Descubrimiento, sino que se consolidó en la conquista, empresa esta tan ardua y ciclópea que no posible término de comparación en los anales de todos los pueblos. Y
3.° Que la España
descubridora y colonizadora volcó sobre el continente
enigmático y magnífico el valor de sus guerreros, el denuedo de
sus exploradores, la fe de sus sacerdotes, el preceptismo de sus
sabios, la labor de sus menestrales, y con la aleación de todos
estos factores obró el milagro de conquistar para la
civilización la inmensa heredad que hoy florece en las naciones
a las que ha dado, con la levadura de su sangre y con la armonía
de su lengua, una herencia inmortal que debemos afirmar y
mantener con jubiloso reconocimientos.
Al año siguiente del decreto Irigoyen, en Argentina, el rey de
España, Alfonso XIII, establecía, por un decreto de rango
similar, el 12 de octubre como Fiesta de la Raza y Fiesta
Nacional. Muy rápidamente estos primeros conatos de aire festivo
van transformándose en realidad latente que impregna toda una
política nacional.
Tras el final victorioso del Alzamiento Nacional, el nuevo Estado
incorpora a sus principios animadores la concepción de España
como «eje espiritual del mundo hispánicos», con un claro
propósito de alianza y hasta de fraterna unidad con aquellas
naciones entrañables. En esta línea hay que colocar la
creación, por un decreto firmado por Francisco Franco el 2 de
noviembre de 1940, del Consejo de la Hispanidad. En él se tiene
buen cuidado en destacar que «no le mueve a España, en esta
decisión, ningún tipo de apetencias hegemónicas o de tierras y
riquezas ajenas». «Ante el espíritu materialista
-se dice que todas las ambiciona para sí-, España nada pide
ni nada reclama; sólo desea devolver a la Hispanidad su
conciencia unitaria y estar presente en América con viva
presencia de inteligencia y amor, las dos altas virtudes que
presidieron siempre nuestra obra de expansión en el mundo, corno
ordenó en su día el amoroso espíritu de la Reina Católica».
Este Consejo de la Hispanidad dio paso inmediatamente, para
potenciar su operatividad y coordinación, al Instituto de
Cultura Hispánica, desde cuya casa madre en Madrid nacieron, en
un breve espacio de tiempo, más de un centenar de filiales en
toda América.
La Hispanidad,
fiesta nacional
No casaba con el sentido ecuménico de la gesta española el
carácter selectivo y en cierto modo excluyente de un Día de la
Raza, que además, tras la segunda guerra mundial se entendía
mal, bajo el amparo de la Madre común. Por eso aquélla dio paso
a la nueva Fiesta de la Hispanidad el año 1958. Ya en el siglo
pasado, al celebrarse el cuarto centenario del descubrimiento, un
real decreto, firmado en el monasterio de la Rábida, el 12 de
octubre de 1892, bajo la regencia de doña María Cristina de
Habsburgo, expresaba el claro propósito de instituir como fiesta
nacional el aniversario del día en que las carabelas, que
habían partido de Palos de Moguer el 3 de agosto anterior,
aprobaron en las ensenadas naturales de la isla de Guanahaní.
Pero el definitivo establecimiento se daría en nuestros días.
El 12 de octubre del año 1939 comenzaban en Zaragoza las
solemnes conmemoraciones oficiales del Día de la Hispanidad, que
habría de celebrarse ya, sin solución de continuidad, aunque
alternando los lugares que habrían de servirle de noble marco,
para darle una más clara amplitud dentro de las naciones. Por
fin, un decreto de la Presidencia del Gobierno, de 9 de enero de
1958, razona y decide:
«Dada la enorme
trascendencia que el 12 de octubre significa para España y todos
los pueblos de América Hispana, el 12 de octubre será fiesta
nacional, bajo el nombre de "Día de la Hispanidad".»
El fenómeno
histórico, difusión y sentido
Observará el lector que, en un tema como éste, tan propicio a
exaltaciones, o al menos a posibles expansiones retóricas, nos
mantenemos en términos de una ascética sobriedad. Y lo hacemos
con toda intención, en servicio de la objetividad. Son los
hechos los que cantan y ¡con qué sonoridad! Sean ellos, pues,
los que lleven la voz cantante al presentar a Nuestra Señora del
Pilar de Zaragoza como Reina y Patrona de la Hispanidad. Hechos,
instituciones, lugares, documentos y monumentos: éstos son los
avales de un fenómeno histórico indiscutible y de su
perceptible sentido trascendente y pilarista.
La fecha original
Si bien se sostiene, sobre todo a raíz de las revelaciones de la
Madre Ágreda, que, de acuerdo con la tradición, la Virgen
Santísima vino a Zaragoza desde Jerusalén y en carne mortal,
para consolar al Apóstol Santiago, en la noche que va del 1 al 2
de enero del año 40 de nuestra era, tenemos noticias muy fiables
de que la fiesta mayor se celebraba ya el 12 de octubre en pleno
siglo XII., Como oportunamente estudió y publicó F. Gutiérrez
Lasanta, existe una «Carta de concordia entre los Obispos de
Pamplona y Zaragoza», que lleva la fecha de 12 de octubre del
año 1121, «fiesta de la Dedicación de la Iglesia de
Zaragoza». Parece que esta fiesta se corresponde con la Iglesia
de Santa María del Pilar, ya que, conquistada Zaragoza por el
Batallador en el año 1118, parece que las únicas iglesias con
relevancia que quedaban en la ciudad, tras la larga dominación
musulmana, eran la de las Santas Masas y la de Santa María. Es
cierto que don Pedro de Librana, el primer Obispo tras la
reconquista de la ciudad, procedió a habilitar e inaugurar muy
pronto un brazo de la antigua mezquita mayor, que con el tiempo
se convertiría en la Catedral de La Seo. Pero, por otro lado,
hay un manuscrito (n.° 1.582 de la Biblioteca Nacional) del
canónigo de La Seo don Juan Briz Martínez, que, aunque fechado
ya en 1642, es muy interesante a nuestro propósito, ya que en
él se alude clara y directamente a la fiesta de la Dedicación y
la adjudica a la Santa Capilla del Pilar, por varias razones:
1.° La Carta de Concordia entre los Obispos de Zaragoza y
Pamplona, en que -como hemos señalado previamente, pero el
escrito se hace eco de la misma se señala la fecha de 1121 corno
de la Dedicación de la Iglesia de Zaragoza, sólo cuatro años
después de la conquista; y el rey Alfonso inauguró La Seo no en
ese día, sino el 6 de enero. Y
2.° Cita al padre Fray Diego Murillo como muy bien documentado
que sostiene lo mismo. (La obra aludida de Fray D. Murillo se
titula Fundación milagrosa de la Capilla Angélica de la Virgen
del Pilar y su fecha de edición es 1616.) El P. Murillo, en
efecto, aduce incluso una sentencia de la Rota del 18 de junio de
1610 en este sentido. Hay, además, una carta que escribe en 1602
el canónigo del Pilar Bartolomé Llorente al canónigo de La Seo
Bartolomé Leonardo de Argensola, sobre este mismo tema de la
Dedicación y fiesta del 12 de octubre. En esta interesantísima
carta, que no podernos transcribir por razón de espacio, pero
que el lector podrá consultar en la citada obra de G. Lasanta
(volumen 8.1) certifica que esta fiesta del 12 de octubre que los
canónigos del Pilar vienen celebrando desde fechas muy remotas,
como lo fue desde el principio hasta la toma de Zaragoza -dice
textualmente-, tuvo como centro la memoria de la milagrosa
aparición de Nuestra Sefíora al Apóstol Santiago, el cual -se
dice-, por mandato de la Virgen, le edificó y dedicó el templo.
La carta tiene como motivo fundamental certificar de la
antigüedad y pertenencia de la fiesta a la Iglesia del Pilar y
comunicar que, junto a la gran solemnidad que ha cobrado la
celebración desde hace algunos años, desde esa fecha de 1602
tendrá lecciones propias.
Los misales
A refrendar la tesis viene ahora la referencia a los misales de
la biblioteca del Cabildo zaragozano. Uno del siglo xv (sin que
se concrete más su fecha) y otros correspondientes a los años
1486, 1522, 1540, 1554 y 1555, todos ellos repiten la misma nota:
«12 de Octubre. Fiesta de la Dedicación de la iglesia de Santa
María la Mayor y del Pilar». Y siguen algunos detalles en torno
al rito y tenor de la solemnidad. Hemos creído interesante
detenernos en las precedentes consideraciones en torno a la fecha
exacta y antigüedad de la fiesta, ya que por sí misma es de
gran valor en orden al título que proclamamos de Santa María
del Pilar de Zaragoza sobre la Hispanidad. No está en
dependencia la fecha del 12 de octubre, en que Zaragoza celebra
las fiestas mayores en honor de Santa María del Pilar, de aquel
otro venturoso 12 de octubre del año 1492, en que las naves de
Colón tocaron las tierras del Nuevo Mundo. Tampoco,
efectivamente, tenemos humanamente razones para afirmar la
dependencia del descubrimiento de la solemnidad pilarista. Pero
nadie nos puede prohibir que, cristianamente, juzguemos
providencial la coincidencia y que alberguemos en nuestro
interior la exultante sospecha de que Dios quiso que, a partir de
aquel 12 de octubre de 1492, ya no fuera sólo un templo hermoso
a las orillas del Ebro el dedicado a su memoria, sino que en una
versión plástica y moderna de su propia «buenaventura
evangélicas: «Me llamarán bendita todas las generaciones», su
santuario se extenderá por todo el universo y las estrellas de
la corona zaragozano se multiplicarán prodigiosamente en una
constelación inabarcable de templos, imágenes, lugares y, sobre
todo, de corazones.
Toponímia
Y de las sospechas pasamos a las realidades. Si a la hispanidad
con minúscula, la geográfica, según la distinción establecida
por Monseñor Vizcarra, añadimos el adjetivo de pilarista como
sello específico, no cabe duda de que podemos afirmar, sin
ningún tipo de reserva, que existe una geografía pilarista
extendida por todo el mundo. Multitud de ríos, montañas,
pueblos, calles, departamentos enteros, más allá de nuestras
fronteras, se denominan y se honran con el santo nombre de Pilar.
«Brasileños, guaraníes, gauchos, aztecas, quechúas y
araucanos, tagalos y malayos, negros y pieles rojas; entre
cafetales, cocoteros y campos de cañas -destaca y resume
poéticamente G. Lasanta (o. c.)-, junto a las plantaciones
aromáticas de tabaco de las más famosas vegas; rodeada de las
grandes ganaderías vacunas y caballares de la Pampa y entre las
leyendas y mágicos embrujos de las minas de oro, plata y
diamantes ... » Por todas las partes de América y por otras
lejanísimas latitudes emerge señorial y maternal, señalando el
cielo como las torres de nuestra basílica o acogiendo y
cobijando a los hijos de todos los colores como sus cúpulas, la
Señora y Madre del Pilar. Ninguna demostración mejor de
nuestras afirmaciones que reproducir el mapa toponírnico
publicado por la revista «Doce de Octubre» del año 1973, del
que son autores Hernán Escobar, director del Archivo Histórico
de Colombia, y Juan Álvarez Anoro, de Zaragoza. Y nos remitimos
a su detallado índice, cuya sola enumeración resulta
abrumadora.
Está por realizar un estudio sistemático de esta exuberante
realidad, con amplísima proyección en América Hispana y
Filipinas, sobre todo, pero no en exclusiva. Cofradías y
peregrinaciones son como el oleaje superficial, el flujo y
reflujo permanente de una devoción que va y viene, que nace como
poderosa corriente en el Pilar zaragozano y que a él retorna
unas veces con serena quietud y otras como hemos de
peregrinaciones organizadas, con abundantes, desde el siglo xv
hasta nuestros Son la respuesta agradecida de pueblos que han
recibido la luz del Evangelio y han conocido de dónde partió el
impulso. La sacristía y los muros del Santo Templo están llenos
de recuerdos y magníficos. ¿Cómo le pagaremos a la Madre?, se
preguntan, abrumadas, los pueblos creyentes. Y junto a sus
mejores joyas, instrumentos, galas, los pueblos han rivalizado en
regalarle mantos y muchos le ofrecen toda la nación como dote,
expresada en su bandera.
Al cumplirse el primer centenario de la guerra de los Sitios y
casi de la independencia americana, diecinueve repúblicas
quisieron reconocer su gozosa dependencia de la Virgen del Pilar
presentándole otras tantas banderas que previamente había
bendecido en Roma San Pío X, que se unió fervorosamente al
sentido de la ofrenda.
Herencia y quehacer
Sin poder abarcar, ni mucho menos, la gloriosa herencia, ella y
el tiempo nos impulsan a vivir nuestro presente y avistar el
futuro como un honroso quehacer. Afirmamos con el profesor Corts
Grau que «el ideal hispánico es materia perenne». Y
con el penúltimo director del tristemente fenecido en nuestra
patria Instituto de Cultura Hispánica, don Gregorio Marañón
Moya, sostenemos que la Hispanidad es «una categoría por
encima del espacio y del tiempo. Pertenece al presente y al
pasado, pero ha de ser ante todo un quehacer para el futuro. La
palabra Hispanidad expresa lo que es común a los hombres y los
pueblos hispánicos, lo que les da una relación peculiar entre
ellos mismos y los distingue de los demás. La Hispanidad no es
una unidad de raza, ni siquiera un idioma común. Lo que da
carácter a la Hispanidad, lo que en ella ata y vincula es, sobre
todo, un mismo sentido de vida.»
Como dice Álvaro Castellano Arés (Sentido único de la
Hispanidad, «Doce de Octubre», 1944), que fue director de la
Academia de la Hispanidad de Salamanca, «García Morente
coincidió con Ramiro de Maeztu en atribuir un origen
absolutamente cristiano a la Hispanidad, al tiempo que afirma que
el cristianismo es algo consustancial con la misma idea».
También aquí los hechos y los testimonios cantan. Hace unos
años, cuando España recibía una vez más los ataques
desconsiderados a su obra en América, de parte de un sector de
la Administración norteamericana, un anglosajón y protestante,
de la categoría de Arnold Toynbee, dictaba en la Universidad de
Pensilvania dos conferencias en las que, frente al sentido
anglosajón del imperio, contraponía el sentido espiritual en la
colonización llevada a cabo por los pueblos hispanos o
ibéricos. Y pronunciaba las siguientes palabras que parece
mentira no hayan tenido más difusión entre nosotros: «Los
hispanos y portugueses, cristianos y católicos, han llevado a
cabo un sentido colonizador distinto: no sólo comen su pan con
los indígenas que han civilizado, sino que se casan con ellos.
¡Dios los bendiga! Si la raza humana alguna vez llega a unirse
en una sola familia, será gracias a ellos, no a nosotros.»
Sabiéndose hijos de Dios y reconociendo en aquellos seres la
misma vocación y comunidad de destino, la consecuencia lógica
fue una simbiosis fraternal y un legado testimonial que certifica
para la historia de forma irrebatible su categoría: el
«mestizaje». Con el sano deseo de que la Hispanidad no se quede
en nuestras manos como un recuerdo glorioso o como simple
retórica vacía, en nuestros días, aparte de ir despertando
oportunamente en todos la conciencia sana de que formamos una
gigantesca comunidad, una y plural, como ocurre con los hijos de
una familia de trescientos millones de habla española, se hacen
proyectos y se dan unos primeros y meritorios pasos en orden a
crear un Mercado Común Iberoamericano y se aboga, elevando el
tono, por un Mercado Común Cultural que, recordémoslo, empezó
con la conquista y ¡de qué manera!: a los cincuenta años de
poner su pie Colón en América, se habían trasplantado allí
todas nuestras instituciones.
Pero, con ser todo ello laudable y noble, el empeño que se nos
reclama hoy es, sin duda, de más altos vuelos: se trata de
mantener y avivar la fe cristiana que fue y debe seguir siendo la
columna vertebral de nuestra epopeya colonizadora. Diversas
iniciativas han brotado en los tiempos modernos, a la sombra del
Pilar, para llevar al mundo esta renovada savia que es, con mucho
y como ha recordado repetidamente el Papa a todo el Occidente
cristiano, el factor esencial de su personalidad y su verdadera
grandeza.
En 1949 nacía la Obra de Cooperación Sacerdotal
Hispanoamericana, para promover y orientar las vocaciones
sacerdotales a las tierras americanas. Fruto de ello ha sido la
generosa y, con frecuencia, heroica marcha de centenares de
sacerdotes, y últimamente también seglares, que han quemado su
existencia en el empeño con admirables frutos. Hoy, cuando
vivimos una profunda crisis moral y espiritual en el viejo
continente y España no es precisamente una excepción, al
proponernos la Hispanidad como quehacer, no podemos ocultar
nuestra preocupación por la enorme responsabilidad que pesa
sobre la Madre Patria de no trasplantar la crisis a aquellas
tierras, lo que sería una ligereza imperdonable. Y ninguna
garantía mejor que una fe alimentada y depurada en una
auténtica devoción a María, Reina y Patrona de la Hispanidad.
Estas palabras del Papa, pronunciadas aquí en Zaragoza, a los
pies del Pilar, son el mejor impulso a este propósito:
«Esa herencia de fe mariana de tantas generaciones, ha de
convertirse no sólo en recuerdo de un pueblo, sino en punto de
partida hacia Dios. Las oraciones y sacrificios ofrecidos, el
latir vital de un pasado, que expresa ante María sus seculares
gozos, tristezas y esperanzas, son piedras nuevas que elevan la
dimensión sagrada de una fe mariana. Porque en esta continuidad
religiosa, la virtud engendra nueva virtud. La gracia atrae
gracia. Y la presencia secular de Santa María va arraigándose a
través de los siglos, inspirando y alentando las generaciones
sucesivas. Así se consolida el difícil ascenso de un pueblo
hacia lo alto.»
Por eso, apoyados en el Santo Pilar de Zaragoza, que, en
expresión del Pontífice Juan Pablo II, «ha sido siempre
considerado como el símbolo de la firmeza de la fe de los
españoles», alentados e inipulsados, como Santiago, por
sentida cercanía de la Madre buena universal, recibimos el
«testigo» de la tradición gloriosa y, sin perder comba, hemos
de lanzarnos a la carrera, en la alegre seguridad de que, si no
desmayamos ni nos salimos de pista, seguirá creciendo esa
gloriosa comunidad de destino que llamamos Hispanidad.
Por el Rev. D. Arturo LOZANO BURZURÍ
Archivero Diocesano .
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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