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La ley del más puro. Derecho penal y bien común.
Abogados y jueces se preguntan sobre la justicia en los años 90. Frente a la pretensión de eliminar el mal, la necesidad de reconocer el propio límite para poder obrar con realismo
"Obligaremos al hombre a ser feliz",
gritaban los bolcheviques después de la Revolución de octubre.
"Obligaremos al hombre a ser justo", parecen repetir
hoy ciertos jueces. Nunca antes había sucedido lo que se ha
visto en Italia en estos últimos años: el poder judicial ha
mostrado su fuerza, ha abierto expedientes clamorosos, ha
investigado a personajes admirables, ha expugnado la fortaleza de
la mafia y las de las comisiones ilegales. En una palabra, ha
prometido limpieza y un país en el que la ley sea igual para
todos. Sin embargo los sondeos hablan claro: la opinión de los
ciudadanos con respecto a los jueces ha caído en picado, muchas
investigaciones no han llevado a nada, muchos inocentes han sido
encarcelados con demasiada desenvoltura y gran parte de la
opinión pública cree que sobre la balanza ha pesado más el
color que la culpa cometida. En una palabra, el país ha sido
desgarrado por conflictos devastadores y los jueces, en vez de
recomponerlo, se han convertido en parte implicada en la
refriega. ¿De dónde partir para no juzgar lo que está
sucediendo con la anteojera de la ideología o con el metro
engañoso del sectarismo? En síntesis: ¿es todavía lícito
esperar una Italia más justa? Preguntas embarazosas y tan
inquietantes que habrá quien trate de tirarlas a la papelera
como algo superfluo.
Un grupo de abogados y jueces milaneses ha iniciado un camino de
reflexión precisamente sobre estos problemas. En sus manos
cayeron por casualidad algunos discursos y reflexiones de don
Giussani (fundador del movimiento católico "Comunión y
Liberación", ndt). Leyéndolos y releyéndolos hicieron un
primer descubrimiento importante: don Giussani no estaba ni
desilusionado ni entusiasmado, sino "preocupado".
Giussani siempre ha unido la justicia al bien común, al orden
-palabra demasiado envilecida por el uso cotidiano- dentro de la
sociedad. Una justicia injusta, por tanto, destruye el bien
común y descompone, desbarata, hace pedazos el tejido social.
El verano pasado magistrados y abogados se dieron cita en
Madesimo. Allí se dio un paso adelante para comprender las
razones de la preocupación. Si la justicia es una exigencia
fundamental del hombre, ¿cuál es el modo de no ahogarla con un
eslogan o un proyecto?
En Madesimo salieron a colación el pecado original y la caridad,
y se citó, entre otros, el pensamiento de un magistrado del Pool
(grupo de jueces que lleva a cabo la investigación de Mani
pulite, -"Manos limpias"-, ndt). ¿Qué decía este
fiscal? "Nunca me he sentido inducido a la tentación de la
corrupción como les ha sucedido a otros, pero, si me sucediera,
acudiría a mis recursos morales".
Una afirmación como esta estará animada por las mejores
intenciones, pero ofuscará fatalmente el trabajo del
investigador y del juez. Porque estas palabras dejan entrever una
gran falta de realismo, y sin realismo la justicia es solo una
postal: puede ser fascinante, pero es falsa. Para volver a llenar
de contenido a la palabra "realismo" es necesario
hablar de "pecado original" y de "caridad".
Pecado original.
"La pérdida de la conciencia de ser pecadores -se lee en
una de las intervenciones de Madesimo- más allá de negar la
necesidad de ser salvados, que es común a todos los hombres,
determina una traslación del problema del mal, que es siempre el
mal de los demás y que desemboca en un fariseísmo insoportable:
puesto que el mal está determinado en última instancia por las
leyes del Estado, el único hombre injusto es el que las viola,
mientras que el que no las viola es justo, honesto". ¿Está
claro?
El hombre que olvida el pecado original comete un error
gravísimo: ya no sabe quién es él y no sabe tampoco quiénes
son los demás. ¿Cómo podrán un abogado, un fiscal o un juez
defender, acusar o juzgar a una persona si no saben siquiera
quiénes son ellos y a quién tienen delante? Aplicarán el
código, es cierto, pero la complejidad de las acciones, de los
comportamientos y de las motivaciones se les escapará
inevitablemente. El magistrado pensará, como mucho, que ha
habido un delito, que se ha violado la ley, concebirá la norma
-provisional y mutable- como algo sagrado y definitivo, y
terminará considerando al culpable como una persona deshonesta,
en donde "deshonesto" es sinónimo de
"irredimible", "irrecuperable", "Cuando
hablamos de mentalidad farisaica entendemos -se dijo en Madesimo-
la mentalidad que tiene la persona que, sintiéndose en su
puesto, goza del hecho de que otros hombres hayan robado, sean
encarcelados y ajusticiados. Porque se ha tratado de verdaderas
condenas: el ser zarandeado por los periódicos y rechazado
socialmente es como haber sufrido una condena. Es más, es peor
porque no ha habido todavía proceso, nadie ha confirmado
todavía tu responsabilidad, nadie te ha defendido
todavía". Es la justicia como linchamiento.
Falta de caridad.
Nos encontramos así frente al segundo punto: la justicia feroz,
que no derrama ni una lágrima. "Se busca la verdad",
pero no por un amor hacia la persona y, en última instancia, ni
siquiera por un amor hacia la verdad. No por la exigencia de
aclarar todos los factores que han afectado a la vida de muchas
personas, sino por un objetivo distinto, que está más allá de
la persona, que prescinde de ella: eliminar definitivamente el
mal, la corrupción, cambiar la sociedad (enferma) afirmándose
en última instancia a sí mismos.
"No me gusta vuestra justicia fría y en el ojo de vuestros
jueces reluce siempre para mí el verdugo con su espada gélida.
Decid: ¿dónde se encuentra la justicia que es amor y que tiene
ojos para ver? Inventadme, entonces, un amor que lleve sobre sí
no sólo todas las penas, sino también todas las culpas",
decía, profético como siempre, Nietzsche. ¿Qué significa hoy
una justicia mala?
Paradójicamente, se trata de una justicia que pretende ser
buena, como lo eran los bolcheviques que querían cambiar al
hombre, y para esto exterminaron a algunos millones de ellos:
"Una justicia puede tener muchas modulaciones éticas,
aparentemente útiles: la resolución de los conflictos sociales,
la lucha contra el crimen organizado, la tutela de los más
débiles, de la salud de los trabajadores, del medio
ambiente".
Esta es la justicia que funciona a base de teoremas, que emplaza
a juicio sobre la base de indicios fragilísimos ("Todos los
procesos de Mani pulite que me llegaban -nos ha confiado un juez-
eran anulados por la ambigüedad de los puntos de
acusación"), que condena expeditivamente con la excusa del
"no podía no saber", que premia las calumnias de los
arrepentidos con cientos de millones y les instiga a decir lo que
les resulta útil, aunque sea incompatible con la verdad. Esta es
la justicia triunfante, pero resulta aproximativa -el 58% de las
sentencias son modificadas tras la apelación- y tan lenta que es
condenada casi a diario por el Tribunal de los Derechos Humanos
de Estrasburgo. Esta es la justicia que comete una infinidad de
errores, pero que los justifica con la habitual expresión-parche
-"es fisiológico"- y que nunca se preocupa de las
consecuencias de sus acciones, liquidando incluso los suicidios
como inconvenientes desagradables.
Habrá tiempo para volver sobre el tema.
Stefano Zurlo
Este artículo ha sido publicado en el número 2 del año 2.000
(páginas 44 y 45), edición en castellano, de la revista oficial
del movimiento católico Comunión y Liberación: "Huellas -
Litterae communionis",
(www.comunioneliberaziones.org/tracce).
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