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Editorial.
Compiladores frente a inventores de las leyes.
La escuela racionalista del Derecho
Natural y el iusnaturalismo subsiguiente, a partir de la
"Declaración de derechos de Virginia" (1776),
introdujo por primera vez en el mundo de manera enfática los
errores graves para la convivencia civilizada de los pueblos, al
presentar cosas que no pasan de ser opciones políticas y
jurídicas posibles como normas de Derecho natural. Y poco tiempo
después en Francia, la "Declaración de los derechos del
hombre y del ciudadano" (1789), adolece de los mismos
errores de los que ya no se librarán las Declaraciones solemnes
contemporáneas al elevar a principios absolutos lo que son
opciones relativas y al revés; al confundir o mezclar los
derechos naturales con otros que no los son. De este modo inició
la larga y muy grave contradicción que ha incubado el mundo
contemporáneo, desembocando por fin en el positivismo político
y jurídico desgraciadamente hoy vigente en la mayor parte del
mundo que durante muchos siglos había sido cristiano y
civilizado y que ya hoy está dejando de serlo.
La idea de que la voluntad de la mayoría "medida" por
la cantidad de los votos en las llamadas elecciones libres
representa la voluntad general, en el aspecto doctrinal y
teórico rigurosamente científico, es una pura ficción; y en su
aspecto práctico degenera en totalitarismo y verdadera tiranía
como demuestra cumplidamente la Historia.
Legislar es un acto de la razón movida por la voluntad, por una
voluntad deliberada, electiva, no pura y simplemente natural. El
verdadero gobernante, no el déspota o tirano, cumple el deber de
atenerse a la ley natural, y todo cumplimiento de un deber es un
uso del libre arbitrio; a lo cual se ha de añadir que la ley
positiva, la que el gobernante humano establece, no es la ley
natural a la cual se debe atener, sino una concreta
determinación de esta ley que ha sido creada e impresa en la
naturaleza humana por Dios y no por invento de hombres. Y esa
concreta determinación rectamente hecha por el hombre, puede ser
elegida entre diversas posibilidades, ya sea por deducción o por
especificación.
Legislar no es hacer un documento legal para decir cómo nos
vamos a comportar en adelante, sino de reconocer y consignar en
las leyes qué es lo que realmente existe, cómo está
constituido realmente el mundo y el hombre. Porque la esencia
fundamental es ese respeto a la Ley, recíprocamente otorgado
entre rey y reino -o en lenguaje moderno entre Estado y
súbditos-, que es lo que los hombres debieran reconocer siempre
fundamentalmente por libertad, eso que constituye la esencia
fundamental de la sociedad.
Porque la ley no está por encima del orden moral; al contrario,
está por debajo del orden moral. Hay una ley divino positiva a
la cual las leyes humanas deben ajustarse siempre. Porque del
mismo modo que a nadie, salvo en el caso de que estuviera loco,
se le ocurriría dictar una ley diciendo que mañana lloverá, o
que pasado mañana amanecerá a las tres de la madrugada porque a
mí me da la gana, y naturalmente el sol seguirá saliendo a su
hora debida y lloverá cuando las condiciones meteorológicas lo
permitan, sería la misma locura que alguien tratara de hacer una
ley en la cual se declaraba que el aborto o la homosexualidad son
legítimos, porque eso está contra la propia naturaleza con que
Dios ha constituido el hombre y el mundo.
Por eso los buenos gobernantes no fueron "inventores"
de leyes ni definidores de derechos, sino geniales compiladores
de códigos de costumbres naturalmente consolidadas..
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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