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La filosofía como ruptura con la opinión o el ejercicio del disenso .
El disenso es lo que permite crear teoría crítica, tanto en ciencias sociales como en filosofía. Y hoy, la mediocridad de ambas disciplinas radica en esta incapacidad de pensar críticamente. O lo que es lo mismo, explica la vigencia de un pensamiento único
Aun cuando desde los presocráticos se
viene sosteniendo la escisión entre filosofía y opinión por
aquello de Heráclito de Efeso cuando afirmaba que «El vulgo
como los asnos prefiere la paja al oro», es ciertamente
Platón quien plantea en forma específica el tema de la
filosofía como ruptura con la opinión. Para el hombre de
espaldas anchas la contraposición entre doxa y episteme, doxa y
sophia es total; el ejemplo clásico es la alegoría de la línea
en la República.
En general puede decirse que esta caracterización de la
filosofía ha sido adoptada por los verdaderos filósofos que en
el mundo ha habido, desde Platón hasta Ciorán. Por el
contrario, los profesores, los que viven de la filosofía, han
sido siempre propensos a pensarla como justificación de lo que
se hace y piensa en ese momento. La filosofía de la universidad
o de la academia hoy, para poner por caso J. Habermas, es
coincidente con la opinión publicada. Para ellos pensar es
consensuar, para los genuinos filósofos, pensar es disentir.
El disenso es lo que permite crear teoría crítica, tanto en
ciencias sociales como en filosofía. Y hoy, la mediocridad de
ambas disciplinas radica en esta incapacidad de pensar
críticamente. O lo que es lo mismo, explica la vigencia de un
pensamiento único.
Así el pensamiento consensual por boca de los gurús de turno
nos dice que la crisis de representatividad política radica en
la corrupción de los políticos. Y así propone múltiples
mecanismos para purificarlos: Eliminación de las listas
sábanas, no repetición de los mandatos, declaraciones juradas
de bienes, etc., mecanismos que no son de suyo malos, pero que no
llegan al meollo profundo del problema, pues son pensados desde
un pensamiento no-crítico, desde el pensamiento conformista.
Por el contrario pensar desde el disenso implica caracterizar la
crisis de representatividad política no como una falla de los
medios para hacerla, lo cual no es falso pero no es suficiente
para especificarla, sino porque lo que está en juego es la
anulación de la política dado que ha cesado el principio de
soberanía de las naciones.
La sola mención del principio de soberanía transforma cualquier
pensamiento en políticamente incorrecto. Pues el concepto de
soberanía es considerado por la opinión publicada pasado de
moda, inactual, no vigente.
Propongamos otro tema: el del imperialismo, para que se pueda
apreciar aún más las diferencias,
Para el pensamiento único, en su versión socialista, el
imperialismo es la madre de todos los males y se ubica en Wall
Street, y en su versión liberal no existe. Sólo existen
empresas exitosas.
Por el contrario, para el pensamiento no conformista el
imperialismo no está localizado en un lugar sino que se maneja
en un espacio abierto de flujos de capitales sin codificar y
desterritorializado.
El verdadero poder está ejercido por los poderes indirectos o
indeterminados que bloquean ciertos canales y facilitan otros,
ejerciendo el gobierno por condicionamiento de respuestas y no
directamente.
Como puede apreciarse, en un caso se continúa caracterizando al
imperialismo con las categorías socialistas del siglo XIX, y en
el otro se lo describe más bien como imperio de la especulación
dineraria o república usurocrática mundial, al decir de Erza
Pound.
¿Se aprecia la diferencia de caracterización de las nociones de
crisis política e imperialismo para el pensamiento consensual y
para el disidente? Bueno, esto mismo pasa en todos los ámbitos y
planteos.
Hace ya muchos años, un filósofo alemán, Nicolai Hartmann,
daba algunos simples consejos para constituir un buen pensamiento
crítico: «El fenómeno, dato primario de la realidad, formula
espontáneamente una interrogación; el problema resulta
suscitado por la conciencia del sujeto en virtud de esa
interrogación; la teoría es la respuesta que da el hombre a la
pregunta por el fenómeno». Así, primero había que describir
sin preconceptos el fenómeno, esto es, ir a las cosas mismas. No
llegar a la realidad a través de la opinión o una idea
preconcebida. Esto que hoy se llama ideologizar. En segundo lugar
poner a la vista todos los problemas que esa realidad nos
plantea, dejando para el final la elaboración de la teoría
crítica que los explique y resuelva. Si se resuelven hay un
desarrollo del saber; de lo contrario, quedan como problemas
abiertos que son los que muestran la existencia de un algo
inaccesible en el fondo del ser.
Es interesante notar que el pensamiento consensual, al no ser
crítico, aunque piense que lo es, adopta la vanguardia como
método, la ciquiricata de los suyos como expresión y el
silencio para los que no piensan de igual manera. El pensamiento
disidente debe hacer un doble esfuerzo; primero poder ser
aceptado como pensamiento por la opinión publicada que, como
hemos dicho, forma parte del pensamiento consensual; y en segundo
lugar, elaborar teoría crítica y no simplemente teoría de
demonización como hace el pensamiento conformista.
¿Qué filósofo europeo o yankee lee a Nimio de Anquín o a
Jorge Voglio? Ninguno. Porque sus nombres carecen de sentido para
ellos, dado que sus centros de producción de sentido de las
cosas, acciones y pensamientos no los consideran filósofos. Y
eso que el primero hizo escuela y el segundo llegó a
vicepresidente de su país.
Ante esta realidad es dable rescatar la función moral del
disenso que consiste aquí en expresar la opinión de los menos,
de los diferentes ante el discurso homogeneizador de la ética
discursiva o comunicativa que sólo otorga valor moral al
consenso. Pues este pensamiento consensual -discursivo e
ilustrado- viene en tanto que discursivo como un nuevo
nominalismo a zanjar las diferencias con palabras y no a través
de la preferencia o postergación de valores, como lo hace el
disenso. Y en tanto que ilustrado, sólo permite la crítica de
aquellos pensamientos, los llamados políticamente no correctos,
o situaciones sociales que no encarnen los ideales ilustrados de
igualdad y democracia. Así, la crítica nunca va dirigida a los
modelos socialdemócratas sino a los que decididamente no lo son,
como en Iberoamérica, Castro o Chávez.
Pensar, y sobretodo pensar desde América, es disentir. Disentir
ante el pensamiento único y políticamente correcto, pero
disentir también ante la normalidad filosófica impuesta por el
pensamiento europeo.
El esplendor del mundo, el sentido prístino de mundus es el de
nítido o limpio, consiste en la diversidad étnica y cultural
que lo constituye como un pluriverso y no como un simple universo
como pretendió el pensamiento ilustrado. Este pluralismo
cultural no debe ser entendido como un multiculturalismo en tanto
relativismo cultural que conduce simultáneamente a la exclusión
de otras culturas, sino que el pluralismo debe ser entendido como
un interculturalismo donde cada identidad se piensa entre otras
pero a partir de su diferencia.
El multiculturalismo se dirige a la defensa y preservación de la
identidad cultural limitando los intercambios, porque su
presupuesto filosófico es el democratismo cultural que acepta
que todas la culturas valen por igual. Es en el tema la última
expresión del pensamiento moderno: el totalitarismo relativista
de la decadente antropología occidental.
El interculturalismo viene a sostener que las identidades
culturales se constituyen viviendo con y entre otras, pero esta
convivencia se hace a partir del respeto a la diferencia
específica de cada una de ellas. El mundo no es una mescolanza.
Su presupuesto filosófico es que las culturas valen distinto, en
tanto que producen significaciones de mayor o menor valor
universal. Esto no quiere decir que se pueda establecer una
toponimia geométrica de cada cultura, sino simplemente que las
diversas ecúmenes culturales ante idénticos fenómenos producen
expresiones de mayor jerarquía y superioridad unas respecto de
otras.
Esta posición, enraizada en el disenso, es la que permite la
quiebra del relativismo cultural contemporáneo.
Por Alberto Buela .
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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