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Una sociedad postrada.
Resulta bastante lógico que una sociedad que ha adoptado como norma de conducta la que resulta definida y determinada por el neoliberalismo triunfante, es decir, la ley de la jungla, ha de propiciar engendros mediáticos como los que consumimos diariamente, en los que la violencia, el crimen, el todo vale, tienen parte fundamental.
Cualquiera estará de acuerdo en que en
la actual sociedad occidental, la religión está en quiebra, el
antiguo sistema de valores se ha desmoronado y, desde hace tres o
cuatro décadas (Julián Marías cita siempre el inicio de los
sesenta), las manifestaciones destacadas del espíritu en
literatura, arte y filosofía han disminuído en número y
entidad.
Bajo estas premisas, no debieran extrañar las consecuencias
derivadas de ellas. De hecho, el hombre producto de esta sociedad
se extraña cada vez menos. Sin embargo, nos encontramos en un
momento en que muchos todavía no llegamos a asimilar el hecho de
que todo lo que nos ocurre responde a unas causas en las que
tenemos nuestro grado de responsabilidad.
Los escándalos de sexo y crimen de los últimos años: club
"Arny", pederastas belgas, pederastas españoles,
asesinos infantiles, etc., no han surgido por generación
espontánea en un terreno poco propicio.
Antes bien, si damos como buena la licitud de la pornografía y
el crimen en los programas televisivos, en las videocintas y
numerosas publicaciones de venta libre, deberemos, por lo menos,
suponer que esta situación habrá de tener alguna consecuencia
en los comportamientos. Si amamos tanto la libertad de expresión
(o las "deleitosas" imágenes que ésta conlleva),
deberemos pagar el precio correspondiente. Siempre hay que pagar
un precio.
Si hemos aceptado, y seguimos aceptando, el bombardeo de la clase
de teorías impartidas por sexólogos y cualesquiera otros
cantamañanas, en las que se proclama la licitud, por lo
naturales, de todas las aberraciones sexuales habidas y por
haber, resulta un poco raro, un poco contradictorio, el
escandalizarse por el descubrimiento de redes de pederastia,
pornografía infantil y prostitución infantil. Si la
pornografía y prostitución entre adultos ha adquirido hace
tiempo carta de naturaleza entre nosotros, la extensión de estas
actividades a los niños no es más que un pasito más, bien
previsible por cierto, en el mismo camino. Así lo debió de
entender uno de los causados en el caso "Arny" cuando
en una de sus apariciones en la pantalla pequeña, algo antes de
la sentencia, agarrándose las partes pudendas, las agitó
obscena y alegremente ante el público. Actitud, en principio,
ofensiva para algunos de los televidentes, pero bien aceptada por
gran parte de ellos, a los que iba destinada. Era de suponer que
la pena que le correspondería en el juicio sería mínima, si es
que recibía alguna. Efectivamente, fué absuelto.
También resulta bastante lógico que una sociedad que ha
adoptado como norma de conducta la que resulta definida y
determinada por el neoliberalismo triunfante, es decir, la ley de
la jungla, ha de propiciar engendros mediáticos como los que
consumimos diariamente, en los que la violencia, el crimen, el
todo vale, tienen parte fundamental. Y, naturalmente, ingenuos
deberemos ser si no constatamos una gran proporción de
causa-efecto entre estos engendros y los crímenes que luego
proliferan en nuestra realidad circundante.
Si aceptamos, por tanto, las causas, deberemos, en buena lógica,
acoger con ojos benevolentes los efectos. En otras palabras,
deberemos aprender a convivir gustosamente con los detritos que
producimos.
La Iglesia católica puede considerarse como la entidad rectora
moral de mayor prestigio en el mundo occidental. Sin embargo, hay
que aceptar que sus hombres difícilmente podían dejar de ser
influídos por tal ambiente de postración moral. Con la
agravante de que esta situación del mundo laico ha coincidido
con un fortísimo afán de modernización y apertura
("aggiornamento") en el mundo eclesial que le ha
llevado en gran medido, en la práctica, a la aceptación de las
normas y modos de aquél como pautas rectoras. El resultado ha
sido un "cristianismo con agua", como llama C. S. Lewis
al cristianismo acomodaticio, complaciente, edulcorado, trivial e
infantil a veces, poco acorde con la trascendencia cósmica de su
fundamento. Y en su vertiente más seria y comprometida, la de la
teología de la liberación, su dependencia de autores ateos,
como Marx y Sartre, es evidente. Léase si no, la "Historia
perdida y recuperada de Jesús de Nazaret", de Juan Luis
Segundo, uno de los más importantes representantes de esta
teología. Religión secularizada y socializada, por tanto;
carente también de auténtica trascendencia.
No hay por qué negar la subsistencia de una parte más rigurosa
y genuina en la Iglesia, pero su influencia social no es
determinante (por lo menos todavía), aunque sea la oficialmente
promovida.
Se escribieron hace ya largas décadas dos obras famosas de
anticipación: "Un mundo feliz", de Aldous Huxley en
los años treinta, y "1984", de George Orwell en los
cuarenta. Como todas las obras de ese género, ninguna de las dos
ha acertado en sus previsiones más que parcialmente. Pero ambas
coinciden certeramente en la exposición del triunfo sobre el
mundo de un aplanamiento, una depresión moral alienante.
El agudo análisis social contenido en la obra de una figura más
ilustre, José Ortega y Gasset, hace ya setenta años, no ha
sufrido menoscabo. El proceso de masificación y consiguiente
degradación de la sociedad, descrito en "La rebelión de
las masas", es hoy más vigente que cuando se escribió.
Así como la necesidad que señala de una élite rectora,
portadora de valores espirituales, que sea capaz de sacar a esta
sociedad de su apática postración. Elite rectora, no
simplemente administrativa, que se empeñe en desligar al arte,
al pensamiento y a la religión de sus hondas servidumbres con la
vulgaridad ambiente. Esta labor de regeneración ha de
corresponder, sin duda, a una minoría selecta, que no se
conforme, por ejemplo, con que la inflación mensual sólo haya
subido un 0'2 por ciento y vayamos cumpliendo las normas
económicas de distantes organismos todopoderosos.
Minoría selecta, por tanto. No minoría a secas. Porque siempre
es una minoría la que gobierna. Pero una minoría puede estar
compuesta de hombres-masa. Tecnócratas economicistas. O
funcionarios, sin más. Simples servidores de la plutocracia
dominante, de la cual no se deriva ningún estímulo moral.
El análisis y los ideales propuestos por Ortega y Gasset tienen
la misma actualidad que antaño. Lo lamentable sería que esta
actualidad fuera simplemente especulativa y no práctica. Que
hubiera pasado ya el tiempo en que la soluciones delineadas
pudieran ser ejecutadas en la realidad. Por la fatal
irreversibilidad del proceso masificador.
Ignacio San Miguel
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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