|
Ciudadanos.
Las masas no se rebelan nunca: los individuos, sí
Que las ciudades-estado llamaran
ciudadanos a los hombres libres con plenitud de derechos
políticos me parece elemental, pero que las naciones, entidades
superiores, sigan usando el término, es otra cosa muy distinta:
esclarecedora. Es la Revolución Francesa la que reivindica y
pone de nuevo en uso el concepto de ciudadano aplicado a todos,
como consecuencia de ser una Revolución Burguesa y por lo tanto
ciudadana.
Desde entonces la política ha ido haciéndose cada vez más
ciudadana y cada vez menos nacional. De la villa es el villano.
Del burgo, el burgués. De la ciudad, el ciudadano, y no me cabe
duda de que el triunfo de las ideologías -hoy decadentes- y la
falta de representación de los hombres de una nación, se ha
debido al hecho del crecimiento de las grandes ciudades, donde el
ser humano es más fácil de manipular porque entre las
multitudes vive más aislado.
Las masas no se rebelan nunca: los individuos, sí. Las masas
ciudadanas han sido la base sobre la que edificar el tinglado
liberal-relativista, pues la cantidad humana, el simple número,
ha servido para legitimar las decisiones de minorías normalmente
guiadas por intereses de grupo (y no por intereses nacionales)
que no tenían ninguna otra legitimación.
Es cierto que los ciudadanos habitantes de las ciudades hacen la
democracia clásica, como es cierto también que el hombre
sometido a la vida propia de una urbe es el menos libre de todos,
el más aislado de todos, el que menos puede influir en su medio
y, por lo tanto, el más fácil de corromper.
El hombre sobreestimulado de las ciudades es, en general, el
menos dado a la introspección, el menos propicio a mirarse tal
cual es, en su condición de hombre, acostumbrado a que para él
la sociedad es cosa impuesta, obligatoria y en muchos casos poco
deseable, mientras que el hombre de los pequeños núcleos de
población sabe que la sociedad es cosa voluntaria y
enriquecedora.
El ciudadano, quizá porque su territorialidad es invadida
permanentemente por otros, se siente titular de «derechos
innatos», pero escasamente cumplidor de deberes necesarios. El
ciudadano en su ciudad tiene otra inercia, que le mantiene en una
Patria de calles y de ordenanzas donde el horizonte es el
edificio de en frente: desde la ciudad es más difícil penetrar
en España y más fácil, muchísimo más, afirmar lo que se es
sobre las diferencias con el vecino que sobre las semejanzas.
Pero España no es una ciudad ni se comporta como una ciudad.
España no crece como una ciudad ni tiene los problemas de una
ciudad. España no despersonaliza ni prefiere el montón a la
calidad, ni aísla, sino que une más allá de cualquier
distancia. España no es un paisaje cerrado ni una prisa, ni se
aturde con la sobreestimulación. Donde la ciudad quita las
raíces al individuo, España se las conserva; y donde la ciudad
divide, España se convierte en semejanza.
El nombre de los hombres nacidos en España, el más común a
todos y que mejor los abarca, no es el de ciudadanos, que siempre
hace referencia al entorno, sino el de Españoles, sin más
apellidos, vengan del campo o de la urbe, de la montaña o de la
aldea, del pueblo o de la localidad mediana...
Españoles todos sin excepciones de residencia y sin más
categoría humana que su capacidad para apoyarse en lo común a
todos, y su decidido empeño de que las diferencias individuales
no sean divisiones políticas.
Arturo Robsy.
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
La reproducción total o parcial de estos documentos esta a
disposición de la gente siempre bajo los criterios de buena fe y
citando su origen.