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La desnaturalización del tema del aborto.
El "intelectual", aunque aparente otra cosa, siente la opresión del medio más que otras personas. Se debe a su público y tiene muy buen cuidado de no contrariarle. La postura que se exige al intelectual es la de ser progresista, y, por tanto, se precaverá mucho de desviarse del camino prefijado. Es su servidumbre, aceptada casi siempre con buen ánimo, puesto que, hijo de su ambiente, apenas puede pensar más que en los términos con que éste le nutre.
A los que consideramos el aborto como un
crimen evidente, nos puede resultar a veces extraño que haya
gentes que no lo juzguen así; y todavía más extraño que hayan
llegado a ser mayoría en la casi totalidad de los paises de
Occidente. De forma que han podido imponer el crimen del aborto
como actividad legal. Es decir, el crimen ha dejado de ser un
crimen según la ley, a impulsos de esa opinión mayoritaria.
Ha habido dos procesos espirituales profundamente erróneos en
los últimos siglos que han coadyuvado poderosamente a que esta
realidad dislocada se haya impuesto en el presente.
Es frecuente que en ambientes académicos esta forma de
expresarse no sea aceptada, ya que se consideran las
transformaciones sociales e intelectuales como algo fatal,
inevitable, tal como lo puedan ser los fenómenos
meteorológicos. De manera que si ha habido un cambio es porque
tenía que haberse dado tal cambio, y no hay pertinencia en la
consideración de la bondad o maldad de su naturaleza. Así es
como piensan tales profesionales, y quizás lleguen a sentir que
sus fuerzas intelectivas, al aceptar y asimilar el desarrollo de
la inevitable fatalidad, participan de alguna manera de su fuerza
inexorable.
Sin embargo, esta posición queda contradicha por el sencillo
pensamiento de que son relativamente pocos hombres los que han
generado el pensamiento del mundo y dirigido las transformaciones
políticas y sociales. Hombres que por circunstancias siempre
aleatorias, siempre dependientes de múltiples factores,
accedieron a posiciones de influencia en diversos campos.
Bastaría que las circunstancias no hubiesen sido las mismas, o
que los hombres hubiesen sido otros, para que la Historia se
hubiera desarrollado de distinta forma.
Es lícito, por tanto, hablar de procesos erróneos o acertados,
considerando, primero, que no era fatal que ocurriesen, y,
segundo, juzgando de su naturaleza buena o mala por su lógica y
coherencia interna y sus consecuencias beneficiosas o no para el
hombre.
Uno de los procesos erróneos a que me refiero ha sido el de la
secularización progresiva de la sociedad de Occidente, sobre
todo en el curso de los dos últimos siglos. En los tiempos
actuales, ha alcanzado su cenit.
A la separación de la Iglesia y del Estado, siguieron otras
separaciones. La Ciencia se divorció de la Religión. La
Filosofía se independizó también de la influencia religiosa,
encontrando en la Razón suficiente apoyatura.
Llegó una época, la nuestra, en que el aislamiento de la
Religión respecto de las actividades temporales del hombre
alcanzó el punto en que quedó reducida al nivel de simple
afición privada, equiparable a otras como la música, la
pintura, la filatelia, que no entorpecen ni influyen en las
ocupaciones del ciudadano, y a las que se destina los ratos
libres, algunas horas, o determinados días. Bajo la
administración clerical el campo de lo religioso.
El quedar desligada la religión de las actividades profanas del
hombre, ha traído como consecuencia una especie de
esquizofrenia, la de gran parte de las personas que se consideran
religiosas, que consiste en que se dedican a sus actividades con
olvido de la religión y la moral consecuente, pero puntualmente
cumplen con determinados ritos en los días preceptuados, con lo
que se tienen por religiosas y mantienen la conciencia tranquila.
Esto es posible que haya ocurrido siempre, pero ahora mucho más,
debido al arrinconamiento de la religión a esferas estrictamente
privadas, bajo dirección clerical, con aislamiento de las
actividades comunes del hombre.
El motivo de que considere un error este proceso secularizador se
deriva de la siguiente disyuntiva: O bien la Religión se refiere
a algo real, o bien se trata de una fantasía. Esto último es lo
que piensa el increyente, por lo que ha de estimar como muy bueno
dicho proceso secularizador. Pero ningún hombre religioso puede
considerar en serio esta opción. Desde su punto de vista, está
obligado a creer que la existencia ha de alcanzar su auténtica
significación en lo trascendente, que es tan real, más real,
que lo inmanente. Cualquier actividad del ser humano, bajo esta
perspectiva, debiera efectuarse a la luz de esa su más potente
realidad. La forma o formas de articular esta relación entre los
dos niveles se derivará del discernimiento y voluntad de la
persona. Pero la secularización ha resultado ser la negación de
esta actitud que resulta lógica, acertada y obligada si
aceptamos la realidad de la Religión. Lo inmanente ha
arrinconado a lo trascendente, lo cual supone una catastrófica
subversión. Así ha de verse obligado a pensar el hombre
conscientemente religioso. Sin embargo, lo cierto es que la
secularización ha sido aceptada muy fácilmente en ambientes
religiosos. Cualquiera diría que coinciden con el increyente en
pensar que la Religión es, si no una fantasía, sí una afición
específica que no tiene por qué gravitar sobre el acontecer
histórico humano. Pero esto supone una incoherencia esencial.
Este proceso secularizador iniciado en el Renacimiento,
formalizado en la Ilustración y concluído en el presente, se ha
visto acompañado de otro que no es más que su consecuencia. Me
refiero al debilitamiento de los conceptos y expresiones
religiosos, relegados mayormente al ámbito clerical. Los
elementos más dinámicos y vigorosos de la sociedad han ido
apartándose de lo religioso, desdeñándolo. El resultado, esa
"cierta degradación de la espiritualidad cristiana",
como la llama Charles Moeller, la describe ya Paul Claudel en
1904: "de un lado están los sabios, los artistas, los
hombres inteligentes, los estadistas, los hombres de negocios,
los hombres de mundo, todos los cuales nos aseguran con una
perfecta seguridad que Dios no existe; de otra parte están los
gazmoños, las viejas beatas, el arte de los viacrucis, la
inepcia sofocante de los sermones". Todo ello, con ser
verdadero en aquella época (y también en la actual), no
impidió que Paul Claudel se convirtiese. Pero no todos son Paul
Claudel.
No hay más que comparar las vigorosas expresiones religiosas del
pasado: las pinturas de Miguel Ángel, el Ticiano, el Greco, o el
canto gregoriano, la austera, elevada música de Bach, etc., con
las desmedradas y ñoñas creaciones del presente, para
comprender que se ha producido una profunda devaluación de lo
religioso; desde la robustez, la reciedumbre y la nobleza a lo
quejumbroso, languideciente y feble. Y las manifestaciones
artísticas armonizan perfectamente con la predicación y demás
actividades religiosas. No es necesario abundar en lo obvio.
La última vuelta de tuerca la ha dado la corriente progresista
que predominó en el postconcilio, muy favorable a la
secularización. Con la agravante de que no circunscribe ésta a
la sociedad, sino extiende su influencia a la misma Iglesia. La
Religión no moldea al Mundo, sino a la inversa. Sin embargo, el
clero no se vigoriza como muchos inocentes creyeron en su día,
sino que se debilita al olvidarse de la austera Tradición y
presentar una religión amable, carente de aristas y de
rigurosidad alguna. La ñoñez no se reduce; por el contrario,
aumenta.
En estas circunstancias, se produce la legalización del aborto.
Fuerzas de disolución mucho más activas y tenaces que las de la
ética tradicional que respeta y hace suya la ley natural,
triunfan en una sociedad alienada por la fascinación del
progreso material que la mantiene moralmente adormecida. La
licitud del aborto se pone a votación en los Parlamentos, algo
insólito a poco que pensemos en ello, pues se trata de decidir
el dar o no curso legal a un crimen. Se cuestiona el derecho
natural, que queda arrumbado, y predominan los criterios
utilitaristas y reivindicativos.
Naturalmente, la Iglesia, pese a la devaluación señalada, ha
tenido que oponerse al aborto, condenándolo. No podía haber
sido de otra forma, a pesar de su decadencia. La Iglesia (la
católica, se entiende) sigue siendo la autoridad moral más
importante del mundo.
Precisamente entonces se origina la desnaturalización del tema.
Porque las fuerzas de la disolución, las fuerzas progresistas,
han impuesto con éxito, al tener el terreno abonado, la idea de
que la crítica al aborto parte de conceptos religiosos, o,
mejor, prejuicios religiosos, de carácter puramente privado y
algún tanto rancio y beato.
El terreno estaba abonado por los dos procesos erróneos
señalados: la secularización y la degradación de la
espiritualidad cristiana, ambos íntimamente unidos.
El resultado es la gran difusión de la idea de que el aborto es
un tema relacionado con la religión, y no un crimen contra el
derecho natural. La sensibilidad humana ha quedado viciada,
corrompida, por este prejuicio inoculado por el progresismo. Es
muy fácil encontrarse con personas que se muestran muy sensibles
ante diversos males modernos, como el terrorismo, la droga, el
deterioro medioambiental etc., y que cuando se les menciona el
tema del aborto, se repliegan: "Bueno... ése es un tema
religioso. Yo ahí ni entro ni salgo." Naturalmente,
son personas escasamente religiosas, o religiosas a su manera,
pero el problema consiste en que esa su situación de irreligión
o religión difusa en modo alguno debería impedirles rechazar
drásticamente el aborto, de la misma manera que para rechazar
moralmente un asesinato no hace falta sustentar creencias
religiosas determinadas. Se trata de cuestiones de derecho
natural y de sensibilidad humana natural. Imposible sería
encontrar persona que valorase el asesinato diciendo: "Bueno,
esa es una cuestión religiosa. Pertenece a la Biblia. Y yo sobre
cuestiones bíblicas no opino". Sin embargo, muy
semejante es la postura de muchísimos sobre el aborto.
Esta percepción trastocada de las cosas se ha impuesto de tal
forma que apenas es posible encontrar algún intelectual que se
precie de tal y que se proclame antiabortista. Y es que el
intelectual, aunque aparente otra cosa, siente la opresión del
medio más que otras personas. Se debe a su público y tiene muy
buen cuidado de no contrariarle. La postura que se exige al
intelectual es la de ser progresista, y, por tanto, se precaverá
mucho de desviarse del camino prefijado. Es su servidumbre,
aceptada casi siempre con buen ánimo, puesto que, hijo de su
ambiente, apenas puede pensar más que en los términos con que
éste le nutre.
Ernesto Sábato, en su última obra, "La resistencia",
escrita ya nonagenario, hace una requisitoria durísima del
tiempo presente, deseando y presagiando un cambio. En esta obra,
se pueden leer trozos como estos:
"El proceso de secularización ha pulverizado los ritos
milenarios, los relatos cosmogónicos, creencias que fueron tan
enraizadas en la humanidad como el reencuentro con los muertos,
los poderes sanadores de un bautismo, o el perdón de los
pecados".
"La religión ha perdido influencia sobre los hombres y
desde hace unas décadas los mitos y las religiones parecieron
superados para siempre y el ateísmo se generalizó en los
espíritus avanzados. Sin embargo, en estos años, el hombre en
su desesperación ha vuelto su mirada hacia las religiones en
busca de Alguien que lo pueda sostener".
"Asistimos a una quiebra total de la cultura occidental. El
mundo cruje y amenaza con derrumbarse, ese mundo que para mayor
ironía es el resultado de la voluntad del hombre, de su
prometeico intento de dominación".
"Guerras que unen la tradicional ferocidad a su inhumana
mecanización, dictaduras totalitarias, enajenación del hombre,
destrucción catastrófica de la naturaleza, neurosis colectiva e
histeria generalizada, nos han abierto por fin los ojos para
revelarnos la clase de monstruo que habíamos engendrado y criado
orgullosamente".
"Aquella ciencia que iba a dar solución a todos los
problemas físicos y metafísicos del hombre contribuyó a
facilitar la concentración de los estados gigantescos, a
multiplicar la destrucción y la muerte con sus hongos atómicos
y sus nubes apocalípticas".
"Nuestra cultura está mostrando signos inequívocos de la
proximidad de su fin".
"La Modernidad comenzó con el Renacimiento, un tiempo
inigualable en creaciones, inventos y descubrimientos.Fué una
etapa que, como la niñez, estaba aún bajo la mirada de sus
predecesores. Fué el racionalismo su verdadera independencia.
Se han recorrido hasta el abismo las sendas de la cultura
humanista. Aquel hombre europeo que entró en la historia moderna
lleno de confianza en sí mismo y en sus potencialidades
creadoras, ahora sale de ella con su fe hecha jirones".
"No sé si alguien, antes de Berdiaev, predijo que
volveríamos a una nueva Edad Media. Sería posible y también
sanante".
"Sentimos la Edad Media como noche, como tiempo severo,
austero, cuando todo el esplendor de la civilización romana fué
acallado. Berdiaev dice: La noche no es menos maravillosa que el
día, no es menos de Dios, y el resplandor de las estrellas la
ilumina, y la noche tiene revelaciones que el día ignora. La
noche tiene más afinidad con los misterios de los orígenes que
el día. El Abismo no se abre más que con la noche. Para nuestra
cultura, la noche sería la pérdida de los objetos, que es la
luz que nos alumbra".
Palabras éstas, entre otras muchas más, que deben aprobarse y
suscribirse. Se trata de un hombre de gran sensibilidad al que
oprime y horroriza el mundo moderno. Pero, precisamente por esto
mismo, podría pensarse que Sábato no debería ser insensible a
algo que marca indeleblemente a esta época con el signo de la
degradación sangrienta: la legalización del aborto y el
genocidio consiguiente. Sin embargo, así es. Se refiere en
varias páginas a la destrucción del medio ambiente, pero no
dice nada sobre esta otra destrucción.
Pero, pensemos un poco: ¿cómo un intelectual con prestigio, con
muchos y fieles lectores, con un gran patrimonio de respeto
adquirido por su papel en el tema de los desaparecidos en
Argentina, podría cometer un desliz semejante? ¿Por qué iba
él, a pesar de la evidente resonancia religiosa de su
pensamiento, a definirse en una cuestión atribuída al sector
eclesiástico católico? Es un tema que está bien para los
curas, para los obispos, para el Papa, pero no para los
intelectuales, sobre todo sin son progresistas, que es lo único
que pueden ser si en algo estiman su carrera. Sábato no llega a
desafiar esta ley de hierro, aunque su pensamiento suponga un
gran avance respecto del progresismo vigente.
Sólo se ha dado un caso de un escritor joven, Prada, que ha
tenido el coraje de lanzarse contra corriente al condenar
firmemente las prácticas abortivas. No le ha importando
convertirse en un provocador. Quizás hasta lo haya buscado. Pero
sería deseable que éste no hubiese sido el único motivo. Como
también que su posición no sufriese variaciones.
La devaluación del aborto como crimen ha sido debida, pues, al
ostracismo de la Religión merced a la secularización (que el
mismo Sábato señala); a la trivialización y melindre de la
Religión debido a este ostracismo en el ámbito clerical; y, por
último, a la relegación del aborto al campo de esta Religión
devaluada. Misión cumplida, que diría Margaret Sanger.
Y no sólo eso. Si bien la Iglesia se ha visto obligada a
condenar el aborto y su legalización, y si bien en momentos
puntuales ha elaborado documentos en este sentido, lo cierto es
que, en la predicación habitual de muchos clérigos, difícil
será, si no imposible, encontrar sacerdote alguno que clame
contra el aborto. Se limitan al mensaje mojigato y falso del amor
indiscriminado y omiten cualquier expresión que sugiera juicio
condenatorio. Y es que a muchos miembros de la Iglesia, el
arrinconamiento sufrido les ha dejado acomplejados; por lo que
ardua resultará la labor de encontrar eclesiástico que trate de
imitar, siquiera de lejos, la insobornable y férrea actividad
pastoral del actual Pontífice. Por el contrario, algunos (o
muchos) están anhelando la llegada de su sucesor. Y es que el
movimiento secularizador hizo también presa en ellos, aliándose
con su medrosidad ante la opinión pública.
Y el gravísimo problema de la legalización del aborto puede
seguir la suerte de una Iglesia marginada y debilitada, si no se
produce una poderosa y esforzada reacción laica que lo restituya
a su condición de conculcación de la ley natural.
Ignacio San Miguel.
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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