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Al salir de clase.
Nuestra posmoderna sociedad le preocupa muchísimo más la composición de los piensos con que se alimenta a los cerdos, que la bazofia televisiva que administra a sus adolescentes
La sobremesa nos la sirve Tele 5 con la
serie Al salir de clase, una serie infantil y juvenil
inocentísima, si acaso coincidieran sus contenidos con la edad
de los espectadores a partir de la cual está aconsejada: siete
añitos. Las diferentes historias urdidas por los guionistas se
desarrollan en un Instituto de Enseñanza Media (o como se llame
ahora eso de la ESO) que si bien es de titularidad pública no es
un Instituto cualquiera, qué va, sólo hay que ver la
concentración de superdotados alumnos «buenrollito» que han
coincidido dentro de sus aulas, así como el conjunto de
actividades «superguays¿sabes?» que son capaces de realizar
nuestros protagonistas a sus jovencísimos (unos más que otros)
años.
En tan privilegiado centro escolar sus despiertos estudiantes
hacen de todo y todo bien. Tan pronto constituyen un grupo de
teatro como lanzan una revista o montan un programa de radio;
acto seguido abren una especie de cibertienda donde ellos mismos
crean originales juegos de ordenador, y no ha pasado un mes
cuando ya están dibujando y comercializando inéditos cómics;
por no hablar de los diferentes grupos musicales, con grabación
de discos incluida, que son capaces de crear.
Todas estas actividades y alguna más que olvido, las realizan
siempre con suma maestría, amén de -se supone- aprobar
brillantemente los cursos. El centro educativo debe de mantener
algún tipo de convenio con la boyante industria de
preservativos, porque en las paredes y puertas de las aulas
existe tal proliferación de publicidad sobre la imperiosa
necesidad, conveniencia y beneficios de su uso, que parece que en
el Instituto se hubiera decretado un permanente estado de berrea
juvenil.
Exceptuando a algún pobretón retrógrado, casi todos los
alumnos protagonistas de la serie viven en amplísimos pisos de
estudiantes, independientes de sus padres, algo tan habitual
entre los jovencitos de la ESO como habitual resulta en cualquier
Instituto español toda la gama de actividades antes descrita.
Ayuda mucho al desarrollo de la serie la circunstancia de que los
chicos sean unas lumbreras de coeficiente sobrado (posibles
futuros inquilinos de la casa del Gran Hermano), y aunque
permanecen mucho tiempo haciendo el canelo en un bar, que por
supuesto también llevan, luego son aplicadísimos y triunfan en
torneos de conocimientos frente a otros Institutos.
En fin, que para los más pequeños espectadores cercanos a esos
siete añitos recomendados, esta serie debe constituir un acicate
por crecer cuanto antes y acceder a los Institutos de sus
barrios, al maravilloso mundo de los perennes adolescentes; si
bien, y cuando esto suceda, corren el riesgo de saltar de las
aulas directamente al diván del psiquiatra, porque el impacto
que les producirá la frustración de toparse con la cruda
realidad de la educación pública española puede ocasionarles
efectos devastadores.
Pero donde quiero detenerme no es en la fábula que rodea a la
serie respecto a las actividades docentes y discentes, sino en
una concreta falsedad de mayor alcance y gravedad: el tratamiento
que recibe la (des)orientación sexual de uno de los adolescentes
coprotagonistas, cuya homosexualidad declarada se expone con la
naturalidad de quien elige para la merienda los bocadillos de
chorizo, algo normalísimo y trivial; circunstancia ésta que
unida a la hora de emisión y a la edad de sus recomendados y
posibles espectadores, constituye una auténtica carga de
profundidad para la (de)formación de los más jóvenes.
En los asuntos relacionados con la sexualidad los televidentes
españoles estamos tan brutalmente vacunados que muy pocas cosas
pueden llamarnos la atención, por eso ni menciono las relaciones
sexuales ordinarias (en todos los sentidos) entre los
jovencísimos protagonistas y sus inestables parejas, relaciones
que se presentan en la serie como una actividad extraescolar
más; pero no puede resultarnos indiferente que nos presenten
como modelos de conductas «opcionales», desviaciones dignas de
ser tratadas por profesionales de la psicología o la
psiquiatría.
Es una burrada (pero eso sí, muy progresista) actuar con la
frivolidad que lo hacen los guionistas de la serie, ofreciendo
unos contenidos que se alejan mucho de los de una serie
recomendada para todos los públicos, presentándonos una
relación homosexual entre adolescentes como si se tratase de una
opción secundaria de un juego de la videoconsola: «Al llegar a
la pubertad pulse el botón y elija el sexo de la persona con
quien desea interrelacionarse».
Ante la variada artillería que el poderosísimo e influyente
colectivo homosexual despliega en todos los frentes para
conducirnos a la aceptación normalizada de lo que, como poco,
habría de calificarse como un trastorno psicopatológico en la
función sexual de la persona, no cabe el silencio ni la anuencia
falsamente comprensiva; precisamente por eso, porque tan idílico
mensaje es falso. Entre otras cosas, porque una relación
homosexual aunque nos la ofrezcan como una opción benéfico
salutífera, naturalísima y avanzadísima, tiene muy poco de
natural y mucho menos aún de salutífera, como la misma
culminación física que «perfecciona» este tipo de relación,
y por más que la presentación visual de tan sublime momento nos
la omitan (gracias a Dios) para evitar el rechazo que hoy nos
provoca.
Es tanta la machacona ofensiva gay en los medios de comunicación
que si a un hipotético visitante de otra galaxia, ignorante del
género humano, lo sometiéramos durante una semanita a la
visión de los actuales programas de la tele y a las películas
del cine, saldría con la (de)formada opinión de que los
homosexuales constituyen los seres humanos más felices,
divertidos, ocurrentes, dulces, inteligentes, sensibles,
solidarios, artistas, amistosos, creativos, comprensivos y
perfectos de nuestro planeta (y sobre todo comparándolos con los
vetustos especímenes heterosexuales, extrañísimos individuos
-sólo hay que ver la complejidad del término que los define-,
que padecen una obsoleta atracción por el sexo contrario o
complementario).
Al igual que sucede con el trascendental tema de los embarazos
entre adolescentes, queda también aquí garantizada la total
impunidad de quienes proceden a la siembra entre el público más
joven de unos mensajes susceptibles de producir lesiones
irreparables en su formación, especialmente entre los
televidentes más inermes que por carecer de consejo, modelo o
criterio que no sea el que ven expelido por la pantalla,
encuentran en ésta un auténtico armario de los horrores.
Pero a nuestra posmoderna sociedad le preocupa muchísimo más la
composición de los piensos con que se alimenta a los cerdos, que
la bazofia televisiva que administra a sus adolescentes.
Miguel Ángel Loma Pérez
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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