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La poesía y la inteligencia, asesinadas: Robert Brasillach.
Una evocación a su figura y obra
«Encerrado entre cuatro muros de
cemento y sin más esperanza que la de morir bien». Así
describió Jean Anouiih las últimas horas, las horas de agonía
de aquel hombre joven de sonrisa infantil parapetada tras grandes
gafas, condenado a muerte y ejecutado el 6 de febrero de 1945. Su
nombre, que hoy sigue resonando dolorosaniente, quizá más
dolorosamente que nunca: Robert Brasillach.
¿Por qué su corazón y su inteligencia fueron brutalmente
destrozados ante el gris paredón de Montrouge, nombre
simbólico, por doce balas francesas en una mañana de bruma
fría? ¿Por qué se le asesinó? No hay otra palabra, en efecto,
para estigmatizar este crimen: fue un frío y deliberado
asesinato después de un proceso infame en el que la sentencia
estaba dictada de antemano. No hubo instrucción, un único
interrogatorio y, como piezas acusatorias, sus artículos de
periódicos.
Se le condenó a muerte por las mismas «razones» por las.que se
asesinó a Jean Herolt Paquis, George Suárez y Paul Chack; se
exhibió a Sacha Guitry en una jaula del parque zoológico de
París, para que la vil plebe revolucionaria pudiera verle comer
humillado entre rejas; se empujó a Drieu la Rochelle al
suicidio; se acorraló en un exilio de hambre y miseria a Celine;
se dejó pudrirse en una celda a la pura inteligencia de Charles
Maurras y a la formidable humanidad de Henry Beraud, uno de los
mayores periodistas que Francia haya tenido. Y en este siniestro
escalafón de ejecutados y condenados no hemos citado más que
algunos nombres. La lista podría alargarse como las cadenas de
forzado que se le pusieron en los tobillos y en las muñecas al
pobre Brasillach, tal como él evoca en uno de sus poemas de
Fresnes, escritos cuando el alba de la ejecución llamaba a las
rejas de su celda. Estos son los crímenes de la Francia
resistencialista y liberticida. En 1792, la guillotina. En 1945,
el paredón.
Un Joanovici, un vulgar delincuente que había puesto sus cartas
en los dos campos, en el de la colaboración y en el de la
resistencia, y había acumulado una inmensa fortuna, fue dejado
pronto en libertad. Brasillach fue condenado y la sentencia se
cumplió inexorablemente. Cuando Francois Mauriac, en un gesto
que lo redime de sus muchas veleidades, pidió su gracia a De
Gaulle, le fue denegada con un ademán de soberbia. Para él,
Brasillach era a lo más un periodista sin clientela política en
el momento de la represión y el terror. Además, "había
vestido el uniforme alemán, mientras el de los franceses
gaullistas, socialistas y comunistas procedía directamente del
guardarropas de los ingleses". A muerte, pues, Brasillach.
Hoy se sabe que el hombre señalado como el condenado en una
fotografía incierta, se le parecía mucho, pero no era
Brasillach, que nunca llevó el «feldgrau» alemán, entre otras
razones porque no se enroló en la Whermacht ni en ninguno de sus
servicios. Ni siquiera fue trabajador voluntario en Alemania,
como el secretario general del Partido Comunista francés,
Georges Marchais, ni estrenó sus obras con el visto bueno del
mando alemán, como Sartre. Pero se le fusiló.
Brasillach amaba la vida y esa fue la nota vibrante de la obra
que labró en su breve existencia. La amaba por encima de la
costra mediocre de su tiempo, que fue el del Frente Popular.
Crítico, cronista, novelista, poeta, periodista, dramaturgo,
amaba ante todo a su pueblo. Lo amaba tan desgarradorarnente como
sólo puede amarle quien lo veía marchar tambaleándose hacia el
envilecimiento, la decadencia, el hundimiento en las sombras del
marxismo. Tengo ante mí, amarillento ya, un recorte de uno de
sus artículos de Je Suis Partout, titulado precisamente
«Le Front Populalre», ácido, amargo, insolente e irónico a la
vez, en cuyas líneas, escritas en plena guerra, anticipaba lo
que sería una Europa y una Francia gobernadas por los frentes
populares que deseaba implantar Roosevelt, y con él Stalin y con
ellos algunos burgueses a los que Brasillach acusa duramente. No
se puede ser profeta. Ese artículo era una de las «pruebas»
acusatorias.
Lo que no podían suponer sus asesinos «legales» es que su obra
se prolongaría y reviviría con más fuerza después de su
muerte. "Presencia de Virgilio", "Como el tiempo
pasa", "Los cadetes del Alcázar" y una historia
de la guerra de España, escrita en colaboración con su cuñado
Maurice Bardeche; "La conquistadora", "El hijo de
la noche", "Berenice", "Antología de la
poesía griega", "Carta de un soldado de la quinta de
1960" -dedicada ala juventud de 1960, que no conocería,
pues la obra fue escrita en la cárcel-; "Escrito en
prisión", las notas sobre André Chenier... Lo que llama la
atención en toda esta vasta obra es la luz que brota de ella. Es
la luz que guiaba a Juana de Arco, la luz de las vidrieras azules
de la catedral de Chartres. En suma, una luz que venía de su
propia alma, tan llena de ecos religiosos y evocaciones
sensibles:
«Este silencio solo que cae sobre la orilla
es digno de¡ canto de las primaveras desaparecidas,
y arroja sobre el fuego de las heridas cautivas
el bálsamo bajo el cual el corazón sangra más.»
Y el suyo sangraba. Hay que decir algo que envilece aún más a
los que le juzgaron, le condenaron y le ejecutaron: Brasillach no
fue detenido. Se entregó voluntariamente porque la justicia
resistencialista y liberal, al no encontrarle en su domicilio,
detuvo a su hermana, su cuñado y su madre, arrojándola en una
innoble prisión.
En uno de sus libros escribió «Aquellos que mueren poco
después de la treintena». ¿Pensaba en un gran pensador
ahora innombrable, una de las figuras que más le sedujeron?
No renegó de ninguna de sus convicciones ni para salvarse. ¿Por
qué había de hacerlo? Amaba la vida, pero amaba más el saber
morir.
«Perdónanos, Señor, si
nuestra alma carnal
no quiere dejar su compañero el cuerpo».
Y entre esas convicciones hay una cuya evocación, en el recuerdo
de su fusilamiento, suena amargamente: la unión de los franceses
y los alemanes era necesaria .
Murió gritando frente al pelotón de ejecución: «¡Valor!
¡Viva Francia!».
José Luis Gómez
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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