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Amar las causas, deplorar las consecuencias.
Muchas veces, al comprobar el escándalo y las condenas de la sociedad ante determinados hechos: terrorismo, violaciones, redes de pederastia, etc., se le ocurren a uno un par de preguntas: ¿no tendrá esta misma sociedad reponsabilidad alguna en estos hechos? y ¿desde qué plano moral surgen las condenas de los mismos? Las dos preguntas están relacionadas
Sería injusto, por extremado, decir que
esta sociedad no tiene derecho ni a condenar ni a escandalizarse.
Pero es lícito investigar sobre la índole exacta de estas
reacciones.
Si los representantes políticos de una nación (España, por
ejemplo) se encuentran tan desmoralizados que apenas se atreven a
utilizar el nombre de esta nación, lo que constituye una
enfermedad grave sin duda, no resulta incoherente o insensato que
surjan movimientos separatistas que pretendan apartarse de una
realidad tan humillante. Pues si los españoles no se atreven a
nombrar a España, habrá que encontrar otros nombres que no
inspiren vergüenza. Y así ocurre, en efecto. Euskadi, Aragón,
Cataluña, Galicia, son nombres que a nadie inspiran vergüenza.
Pero esta realidad, por negativa que sea, ha sido admitida
buenamente por muchos españoles. Por la inmensa mayoría, si
estamos dispuestos a admitir que nuestros políticos representan
debidamente a todo el pueblo. Es una situación anómala que
encuentra bastantes paralelismos con la de Rusia, según la
describe Alexander Soljenitsin en su obra "El colapso de
Rusia"
Lo que escandaliza al español actual no son las ansias de
segregación, sino que se emplee la violencia para conseguirla.
Sin embargo, ésta es una sociedad que ha admitido la práctica
del aborto sin oponer mayores reparos. Ha sido legalizado, y son
muchos miles (cincuenta mil aproximadamente) los que se realizan
anualmente. El aborto es una acción violenta, mortalmente
violenta que se ejerce sobre un ser inocente. Pero esta bestial
violencia no escandaliza, ni indigna realmente más que a una
minoría. Se puede pensar lícitamente que son escasos los
resortes de sensibilidad de la mayoría. Y en consecuencia, se
puede sospechar de la índole sana de la indignación y
escándalo que provocan los actos terroristas. No niego que haya
gentes en las que estos sentimientos estarán libres de
adulteración, pero...
Estas dudas se consolidan cuando consideramos la naturaleza de
las manifestaciones que se producen tras los atentados. Casi
todas son pacifistas. Se pide la paz. Se ruega. Un escritor
definió estas manifestaciones como rogativas.
Se pide la paz. Es decir, y para expresarlo de forma más
flagrante... se pide que nos dejen en paz. Que nos dejen vivir
tranquilos, disfrutar de nuestras vacaciones, de nuestros
placeres, de nuestra maravillosa vida. Es decir, que nos dejen
seguir viviendo cómodamente.
La comodidad, he aquí un factor importante en estas reacciones.
No digo que sea el único, pero es importante. Porque a partir de
este sentimiendo se puede entender mejor esa aparente
contradicción entre la nula sensibilidad ante el aborto y la
grande ante el terrorismo. Porque el espíritu de comodidad
explica las dos cosas. De lo que se trata es de disfrutar de la
vida a pleno rendimiento y cómodamente. Y así como los
atentados perturban esta comodidad, ésta también se ve alterada
con embarazos no deseados. Tenemos que apartar estos obstáculos.
Así que legalizamos el aborto y condenamos el terrorismo y
pedimos la paz.
También escandalizan, todavía escandalizan, el descubrimiento
de redes de pederastas, los abusos a menores, etc. Sin embargo,
no estamos dispuestos a prohibir la pornografía, que está en
directa relación con esos crímenes. El hecho de que asesinos
sexuales en serie hayan sido adictos a la pornografía, no incita
a pensar en prohibirla. Preferimos agitar un concepto falso como
es el de "libertad de expresión" para no tomar medida
alguna. Y uno no puede evitar preguntarse si las reacciones
moralistas de una sociedad empapuzada de sexo no estarán
contaminadas como en el caso anterior del terrorismo.
Y no cabe duda de que están contaminadas, puesto que para salir
de la incomodidad que producen estos actos existe la tendencia
evidente a legalizarlos. Es un expediente perfecto que lo arregla
todo. Se legalizó la homosexualidad, que antes era proscrita, y
la tendencia es a legalizar los matrimonios homosexuales con
plenitud de derechos, como ya se está haciendo en diversos
lugares. En resolución del 16 de Marzo de 2000 el Parlamento
Europeo aprobó una resolución exhortando a los países miembros
a que suprimieran el tope mínimo de edad para las relaciones
homosexuales. Esto conduce inevitablemente a la legalización de
la pederastia. Los actos de los degenerados no tendrán entonces
por qué escandalizar a las gentes, provocando la consiguiente
incomodidad de espíritu.
Procede repetir una vez más que la dirección del pensamiento
presente proviene directamente de J. J. Rousseau y su teoría de
la bondad de la naturaleza humana. Esta teoría es errada y
anticatólica, pero no por ello menos entusiásticamente
admitida, aún dentro del seno de la misma Iglesia, en la
corriente predominante que surgió del Concilio Vaticano II,
aunque de ninguna manera admitirán la influencia del filósofo
francés. Y no se puede negar que se trata de la teoría más
cómoda que pudiera hallarse, puesto que si la naturaleza humana
es buena, y son buenos todos sus impulsos, no hay la menor
necesidad de realizar esfuerzos por reprimirse.
El ascetismo, el rigor, el denuedo, que fueron siempre nota
predominante en la moral tradicional de Occidente, quedan
completamente disueltos con la admisión de la teoría
roussoniana. Llegamos a la situación límite actual, de
consagrado neopaganismo, en brazos de dicha teoría, que es la
teoría de la comodidad por excelencia. La teoría adecuada al
hombre inferior; la del hombre que no lucha y se va pudriendo en
esa su inerte pasividad´.
De ahí que las protestas indignadas contra ciertos atentados,
ciertos crímenes sexuales, etc., suenen un poco a hueco en los
oidos de quienes contemplamos con ojos críticos esta sociedad
tan comodona y antiheróica.
Levantada sobre la ausencia de la antigua moral, tomando como
base de sustentación el negativo de esa moral, es decir, la
contramoral, esta sociedad se ofrece pasiva, pacífica, a los
diversos agentes patógenos que la han de llevar progresivamente
a su fenecimiento.
Resulta necesaria, en consecuencia, la reacción de un rearme
moral, de la vuelta a los valores de la disciplina y del
esfuerzo, de la lucha contra el mal y defensa del bien, del culto
a las virtudes que enaltecen y no a los vicios que deprimen. De
nuevo, han de alcanzar vigencia la tensión espiritual, los
ideales y los objetivos de vida. De nuevo, un patriotismo de
denso contenido ético y proyección universalista ha de marcarse
metas de la máxima ambición.
Entretanto, las actitudes condenatorias de esta sociedad ante
ciertos hechos, no diré que no tengan ningún valor, pues estos
no sería ni realista ni justo, pero sí que carecen de un
crédito sin restricciones. Primero, porque, en parte, surgen del
egoísmo, la comodidad y la molicie que las contaminan. Segundo,
porque ese descaecimiento de la sociedad, con su consiguiente
traducción en leyes y costumbres, es en último término la
causa principal de los hechos condenados; su mejor caldo de
cultivo.
No debiera sernos difícil el comprender que mientras no
desarraiguemos de nosotros las causas (morales, ideológicas,
políticas, jurídicas), no tendrá significado genuino y
consistente el que deploremos y condenemos las consecuencias.
Ignacio San Miguel.
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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