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Cargando la Cruz. Una aproximación a la visión cristiana del sufrimiento y el dolor.
En el sufrimiento, al poderse distinguir claramente entre físico y moral, pone en evidencia la doble dimensión humana: un cuerpo material perecedero y un alma espiritual inmortal.
El tema del sufrimiento y del dolor es un
tema universal que acompaña al hombre a lo largo y ancho de la
geografía y durante la práctica totalidad de su vida. En cierto
sentido, coexiste con él en el mundo y por ello hay que volver
sobre él constantemente. Y es que aunque en su dimensión
subjetiva, como hecho personal encerrado en el concreto e
irrepetible interior de cada hombre, el sufrimiento parece casi
inefable e intransferible, quizá al mismo tiempo ninguna otra
cosa exige, en su realidad objetiva, ser tratada, meditada y
concebida en la forma de un problema explícito, exigiendo
también que en torno a él se formulen preguntas de fondo y se
busquen respuestas.
El hombre conoce bien y tiene presentes los padecimientos del
mundo animal, sin embargo, lo que expresamos con la palabra
"sufrimiento" parece ser particularmente esencial a la
naturaleza del ser humano. Ello es tan profundo como el hombre
mismo, precisamente porque manifiesta a su manera la profundidad
propia de éste y de algún modo la supera. Y este sufrimiento,
humano, pues, por definición, suscita compasión, respeto y, a
su manera, atemoriza y angustia.
Por ello, la gran mayoría de las doctrinas filosóficas y
religiosas han tratado con amplitud el tema del dolor y el
sufrimiento, siendo quizá el estoicismo y el cristianismo las
que más han ahondado en esta cuestión. De hecho, podemos
afirmar que en lo que respecta a la explicación metafísica del
sufrimiento y el dolor, el estoicismo de la época romana (cuyo
máximo exponente es Lucio Anneo Séneca) y el cristianismo
comparten enseñanzas casi idénticas. (1)
Para los estoicos, el dolor no es un mal, sino un bien desde el
momento en que pone a prueba el ánimo del "varón
fuerte".
Se marchita la virtud sin oposición: conócese cuán grande
es y las fuerzas que tiene cuando prueba en el sufrimiento lo que
puede. (...) Las cosas prósperas suceden también a la plebe y a
las almas viles; en cambio, dominar las calamidades y las cosas
que son el terror de los mortales es propio del hombre grande.
Eres un gran varón, pero ¿cómo lo sé si la fortuna no te da
la ocasión de probar tu virtud? (...) El fuego prueba al oro, la
desgracia, a los hombres fuertes. (2)
En el cristianismo, religión y cosmovisión imperante en
Occidente y que influye incluso entre los que no se consideran
seguidores de la misma, se retoman y enriquecen muchos de los
postulados estoicos en relación con el sufrimiento. Se considera
que el hombre está llamado a la alegría y a la vida feliz (no
se cae en el extremo estoico de ver con cierta aversión la
felicidad), pero se reconoce que experimenta diariamente muchas
formas de dolor que no puede evitar, siendo la enfermedad quizá
la expresión más frecuente y más común, aunque evidentemente
no la única, del sufrir humano. Solamente el hombre, cuando
sufre, sabe que sufre y se pregunta por qué; y sufre de manera
humanamente aún más profunda si no encuentra una respuesta
satisfactoria. Es una pregunta acerca de la causa, la razón; una
pregunta acerca de la finalidad (para qué); en definitiva,
acerca del sentido. Es entonces cuando se afirma que las
preguntas que buscan aclarar el por qué del sufrimiento o el
significado de ese dolor no son interrogantes sin respuesta.
En el pensamiento cristiano se parte de la base de que el dolor
es un misterio, muchas veces inescrutable para la razón. Se
sabe, empero, que el hombre sufre a causa del mal, que es una
cierta falta, limitación o distorsión del bien. Sufre en
particular cuando "debería" tener parte - en
circunstancias normales-en este bien y no lo tiene. Así pues, en
el concepto cristiano la realidad del sufrimiento se explica por
medio del mal que está siempre referido, de algún modo, a un
bien y que forma parte del misterio de la persona humana, que
sólo se esclarece en Jesucristo, que es quien revela al hombre
su propia identidad. Así, la grandeza y dignidad del hombre, que
radican en ser hijo de Dios y estar llamado a vivir en íntima
unión con Cristo, llevan consigo compartir el dolor que él,
siendo el hombre más inocente, tuvo que soportar en la cruz.
Cristo, aunque inocente, se carga con los sufrimientos de
todos los hombres, porque se carga con los pecados de todos (...)
todo el pecado del hombre en su extensión y profundidad es la
verdadera causa del sufrimiento del Redentor. (3)
De esta forma, para los cristianos el sufrimiento humano ha
alcanzado su culmen en la pasión y muerte de Jesús. Y a la vez
ésta ha entrado en una dimensión completamente nueva y en un
orden nuevo: ha sido unida al amor, por lo que afirman que, junto
con la pasión de Cristo, todo sufrimiento humano se ha
encontrado en una nueva situación, ya que el Redentor ha sufrido
en vez del hombre y por el hombre. Todo hombre tiene su
participación en la redención: cada uno está llamado a
participar en ese sufrimiento por medio del cual todo sufrimiento
humano ha sido también redimido. Consiguientemente, todo hombre,
en su dolor y sus penas, puede hacerse también partícipe del
sufrimiento redentor de Cristo.
Así, en la visión cristiana del dolor existe una íntima
relación entre la Cruz de Jesús (símbolo del dolor supremo) y
las desgracias, sufrimientos, aflicciones, penas y tormentos que
pueden pesar sobre las almas de los hombres. El sufrimiento se
transforma y sublima cuando se es consciente de la cercanía y
solidaridad de Dios en esos momentos.
Además, el sufrimiento, al poderse distinguir claramente entre
físico y moral, pone en evidencia la doble dimensión humana: un
cuerpo material perecedero y un alma espiritual inmortal.
Por otro lado, el sufrimiento desde la óptica cristiana es
también un llamado a manifestar la grandeza moral del hombre, su
madurez espiritual, la cual se demuestra, precisamente, cuando la
tristeza lo invade. De esta forma, en el cristianismo se
considera también al sufrimiento como una prueba -a veces
bastante dura-a la que es sometida la humanidad, que debe
provocar una particular llamada a la virtud, que el ser humano
debe ejercitar por su parte. Esta es la virtud de la
perseverancia al soportar lo que molesta y hace daño, abriendo
el camino a la gracia que transforma a las almas.
Pero además de eso, la cosmovisión cristiana mira al
sufrimiento como una maravillosa oportunidad para irradiar el
amor al hombre en desgracia mediante la solidaridad y el amor
(como ocurre en la célebre parábola del Buen Samaritano),
precisamente ese desinteresado don del propio "yo" a
favor de los demás, de los hombres que sufren, postulando así
que el sentido salvífico del sufrimiento no se identifica de
ningún modo con una actitud de pasividad, sino, por el
contrario, se afirma que en el programa mesiánico de Cristo, que
es a la vez el programa del reino de Dios, el sufrimiento está
presente en el mundo para provocar amor, para hacer nacer obras
de amor al prójimo, para transformar toda la civilización
humana en la "civilización del amor".
Vistos así, el dolor, la enfermedad, las penurias, las
desgracias, el sufrimiento y, en suma, todos los momentos oscuros
de la existencia humana, adquieren en el pensamiento cristiano
una dimensión profunda e, incluso, esperanzada, ya que se
considera que jamás se está solo frente al gran misterio del
sufrimiento, sino que se está nada menos que con Cristo, quien
para esta idea otorga sentido a toda la vida, tanto a los
momentos de alegría y paz como a los de aflicción y pena.
Esta visión acerca del sufrimiento y del dolor expuesta a
grandes rasgos, ha tenido críticos y opositores, algunos de
renombre considerable. Ni siquiera dentro de las diferentes ramas
del cristianismo existe un completo consenso en torno a este
tema.
Los calvinistas, por ejemplo, sostienen la tesis de la
predestinación, según la cual el hombre no es libre debido al
pecado original y a su naturaleza corrompida, por lo que no puede
hacer nada en pro de su destino eterno. Y es en esta vida
terrenal donde se manifiesta con claridad cuál será ese
destino. La doctrina de la predestinación conduce a una de las
cuestiones más importantes del calvinismo: cómo averiguar los
"signos de Dios" que se muestran al
"predestinado"; la respuesta dada a ese trascendental
problema es la de la recompensa en este mundo, ya que todo lo que
le ocurra al ser humano es señal de salvación o de
condenación. Así, si un hombre acumula triunfos, placeres,
riquezas y victorias, será salvo; pero si un hombre sufre, es
pobre, enfermo o es vencido, es señal inequívoca de que su alma
será arrojada al fuego eterno. (4) De ahí que los calvinistas
(cuyos hijos ideológicos son los utilitaristas) consideren al
dolor como un gran mal, y a quienes sufren como almas que con
toda seguridad quedarán exentas de la gloria eterna.
Karl Marx, reprueba la actitud cristiana sobre el sufrimiento y
el dolor argumentando que, con el pretexto de buscar la felicidad
en la otra vida y no en ésta, desoye los llamados a la lucha
contra las injusticias, propiciando la apatía, la resignación,
la conformidad, la mediocridad e incluso el mantenimiento de la
sociedad opresora. Friedrich Nietzsche, por su parte, asegura que
esta forma de pensar conduce irremediablemente a una mentalidad
derrotista, seguidora de lo que él llama "una moral de
esclavos":
Dicen que la miseria es una elección y una distinción de
Dios, que a los perros que más se quiere se los azota; que
quizás esa miseria sea también una preparación, una prueba,
una ejercitación, y acaso algo más, algo que alguna vez
encontrará su compensación, y será pagado con enormes
intereses en oro, en felicidad. A es lo llaman "la
bienaventuranza". Ahora me dan a entender que ellos no sólo
son mejores que los poderosos, sino que también "les va
mejor", o, en todo caso, alguna vez les irá mejor. Pero,
¡basta!, ¡basta! Ya no lo soporto más. ¡Aire viciado! Ese
taller donde se fabrican ideales me parece que apesta a mentiras.
(5)
Pero esta visión del sufrimiento también ha tenido entusiastas
seguidores, algunos incluso desde fuera de los dominios del
cristianismo, como es el caso del psicólogo y filósofo judío
Erich Fromm, el cual hace notar que todas las estadísticas
revelan que los países católicos son los que tienen el índice
más reducido de suicidios, lo cual puede deberse, entre otras
cosas, a la canalización esperanzadora y constructiva que emplea
el cristianismo para tratar el sufrimiento, imprimiéndole a
éste un sentido de trascendencia. (6)
De cualquier manera, se compartan o no sus puntos de vista y
apreciaciones, es indudable que la visión cristiana del
sufrimiento y del dolor ofrece una alternativa para todos
aquellos que se encuentren en una de esas situaciones difíciles
y dolorosas que tanto abundan en nuestra corta vida. Cada cual es
libre de aceptarla, rechazarla, o, simplemente, permanecer
indiferente ante ella.
Fernando Rodríguez Doval
Notas
1 El estoicismo romano tiene muchos otros puntos en común con el
cristianismo: el parentesco de todos los hombres con Dios, la
fraternidad universal, la necesidad del perdón, el amor al
prójimo y hasta el amor hacia los enemigos. Algunos autores
coinciden en que, de alguna forma, el estoicismo abonó el camino
para que las enseñanzas de Cristo germinaran rápidamente en
todos los rincones del Imperio.
2 Lucio Anneo Séneca. "De la Providencia" en Obras
Completas. México, UNAM, 1946. Tomo II, pp. 237, 242, 248.
3 Juan Pablo II. Carta Apostólica Salvifici Doloris. México:
Ediciones Paulinas, 1984. P. 31
4 Max Weber asocia esta manera de pensar con el desarrollo del
capitalismo. Véase Max Weber, La ética protestante y el
espíritu del capitalismo, trad. de José Chávez Martínez,
Premia, Puebla, 1984.
5 Friedrich Nietzsche. La Genealogía de la Moral. Un escrito
polémico. Madrid, Alianza Editorial, 1986. P. 54.
6 Véase Erich Fromm, Psicoanálisis de la sociedad
contemporánea. México, FCE, 1970.
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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