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Editorial.
La tarea rectora de un país no consiste siempre en dejarse empujar por el viento, sino en encauzarlo o resistirlo, según las circunstancias
En pocos años, el alma de un pueblo
puede cambiar. Un escritor francés decía que no le importaba el
nombre de su patria, si su geografía era tan sólo el cuerpo
donde habitaba un ser nacional distinto; si en virtud de un rapto
espiritual, la conciencia histórica de su país hubiera
desaparecido.
A nosotros, una España infiel a sí misma, que anule su
personalidad, sus rasgos diferenciales, nos repele.
Una cosa es la corrección de nuestros defectos -graves algunos-,
el ímpetu necesario para romper aquellas dos grandes losas qué
nos asfixiaban, y de que ya habló con gallardía un gran
pensador, la falta de patriotismo y la falta de justicia social,
y otra que en la tarea revolucionaria se involucre la
liquidación de cuanto supongan valores morales.
La baja creciente de nuestra cota moral, fácilmente apreciable;
la consideración, no como prejuicios burgueses -que dirían los
antiguos marxistas-, sino como prejuicios cristianos -que dicen
algunos militantes pseudocatólicos-, de una herencia recibida de
nuestros mayores, nos puede llevar a situaciones peligrosas.
E1 ataque a la vida, el desprecio a la dignidad del trabajo, la
mala educación, la delincuencia, el tráfico de drogas, las
desviaciones contra-natura despuntan entre nosotros.
Alguien dirá que nuestra europeización así lo demanda, y que
tal es el tributo que el progreso exige.
Los que creemos que la Historia la hacen los hombres y nos
oponemos, por tanto, a todo determinismo histórico, no podemos
compartir las opiniones mencionadas, y afirmamos sin rubor que el
progreso material a costa de valores más altos, ni es
apetecible, ni puede, en verdad, considerarse progreso.
Lo que ocurre es que la tarea rectora de un país no consiste
siempre en dejarse empujar por el viento, sino en encauzarlo o
resistirlo, según las circunstancias.
Los grandes medios de comunicación social no pueden ir a la
derive, ni dejarse manejar por ideas contrarias a las que
vertebran y mantienen la sociedad, cuya mejora se percibe. Su
actitud de servicio al bien común no puede supeditarse ni
abolirse por intereses bastardos, por caprichos de la moda
voluble o por afanes de originalidad o sensacionalismo.
Quiénes no lo entiendan así, ¡por favor!, que no se rasguen
las vestiduras, y que no pidan con graves palabras la
condenación de las víctimas.
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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