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La reacción de Sorel Indice de Revistas De la verdadera naturaleza del protestantismo

ARBIL, anotaciones de pensamiento y critica

Eliminar la corrupción como sistema.

La crisis se hace integral y terminal, precisamente, cuando se impone el desarraigo y la indiferencia. Cuando los valores se desvalorizan y se invalidan. Cuando "los ideales pierden su capacidad de hacer historia", o edifican otra historia, que es la de los antivalores. De allí que la cuestión de los valores ilumine poderosamente la cuestión de la razón política, sus conjeturas y sus certezas, a la hora de reencontrar el sentido de pertenencia y compromiso en el seno de la comunidad.

El poder del deber y el deber del poder

Hace a la naturaleza del hombre, con todas sus limitaciones y problemas, el buscar la verdad y tratar de realizarla en la relación habitual con sus semejantes, expresando en las costumbres las claves de la sociedad. En esta búsqueda, donde hay épocas de construcción y otras de destrucción de valores, "la actividad espiritual de milenios se condensa en el lenguaje", al que solemos apelar sencillamente cuando decimos, por ejemplo, que la gente hablando se entiende.

En el trance de expresarnos y comunicarnos sinceramente, para recuperar la energía creativa de nuestra nación, saliendo de la escuela de la decepción y entrando de nuevo en la escuela de la esperanza, es preciso clarificar conceptos y elegir un método de razonamiento compartido. No hay que perder, por eso, el sentido del hablar político, porque "la palabra surge para la acción": evocando recuerdos e historia, invocando principios e ideales, y convocando a realizar proyectos.

El filósofo de nuestra referencia, tantas veces incomprendido, indica que "la humanidad se perpetúa en lo imposible", y que en esto consisten sus virtudes. Concepto que otros autores señalan al definir el progreso como el propósito permanente de realizar "utopías". Es decir, finalidades elevadas, que luego pasan por la prueba de la realidad. Equilibrio al que tienden los verdaderos estadistas, entre el poder del deber y el deber del poder.

Hacer comprensible la política

El mundo de la política no es incomprensible, si lo fuese se perpetuarían los privilegios de los detentadores del poder en un régimen de injusticia, controlado por unos pocos. Por lo cual, hacer comprensible la política es ayudar a fortalecer el principio democrático por excelencia, que es el de la participación; lanzando así al caudal circulatorio de las instituciones de la república y las organizaciones de la comunidad, cientos de grupos de acción y conducción con voluntad protagónica.

Hacer comprensible la política, en consecuencia, es contribuir a tornarla transparente, como lo reclama nuestro ciudadano. Aunque en la mayoría de los casos, su reclamo parta de un desear pasivo que no incluye la intervención de la voluntad; cuando lo correcto, y más en los momentos de crisis, es querer activamente: incorporando la decisión de "ordenarse a sí mismo" para iniciar la ejecución y cambiar las relaciones de fuerza del statu quo.

Lo hemos dicho otras veces como: "tomar el poder de uno mismo", ya que el impulso de vida no es la inercia de la mera autoconservación, sino el imperativo de la autoafirmación. Decisión que implica no confudir la moderación, que es una virtud, con la mediocridad, que es un defecto; porque la vida, tanto en lo personal como en lo comunitario, sin la fuerza del espíritu y del pensamiento, no vale nada.

Corrupción casual y corrupción causal

La crisis se hace integral y terminal, precisamente, cuando se impone el desarraigo y la indiferencia. Cuando los valores se desvalorizan y se invalidan. Cuando "los ideales pierden su capacidad de hacer historia", o edifican otra historia, que es la de los antivalores. De allí que la cuestión de los valores ilumine poderosamente la cuestión de la razón política, sus conjeturas y sus certezas, a la hora de reencontrar el sentido de pertenencia y compromiso en el seno de la comunidad.

Es la única forma de derrotar a la corrupción que, más allá de su acepción moral como indecencia y degradación, y de su significado ético como venalidad y cohecho, representa específicamente en lo político : descomposición y decadencia. Nuestra conciencia política se reforzará si aplicamos el principio de causalidad, para vincular la pasividad ciudadana con la corrupción política sistemática, y los defectos de la franja dirigente, con las falencias de percepción, capacitación y organización civil del pueblo que todos integramos.

Con un nuevo proyecto, bien comprendido y compartido, podremos formular el plan para ejecutarlo y el presupuesto para apoyarlo. Pero sin proyecto, el "plan" se reducirá a gastar el presupuesto, y el "presupuesto" será un crudo reparto de recursos en la pugna de intereses sectoriales y negociados. Esto caracteriza a la corrupción como sistema, enfermedad endémica de una sociedad que se disgrega, y por cuya causa se extinguen las expectativas vitales de las personas, las familias y los pueblos.

Los creadores de nuevos valores

No estamos postulando con candidez la desaparición de la corrupción en cada caso concreto, donde un individuo o grupo delictivo la cometa: siempre habrá negadores de proyectos, saboteadores de planes y ladrones de presupuestos. Estamos postulando con franqueza y racionalidad la defensa de la esperanza, la eficacia y la administración honesta como vía insoslayable para reivindicar la política.

La ausencia de valores no puede reinar indefinidamente por sí. El vacío actual constituye el espacio necesario para un nuevo paradigma. Y es más : tarde o temprano "el mundo girará alrededor de los creadores de nuevos valores". Nuestro país también marchará al ritmo de ese núcleo de propuestas sanas y creativas, formuladas por los liderazgos nuevos que, para lograr nuestra victoria, deberán correr simultáneamente al punto de su mayor realización y su mayor sacrificio.

Se trata de acompañar ese esfuerzo con la visión histórica y cultural que corresponde a la idea de salvación nacional, no de salvadores aislados de la comprensión y el apoyo directo del pueblo, verificado en nuevas valoraciones, hábitos y conductas frente al ordenamiento social, productivo e institucional. La historia que vale aquí, no es la que se anquilosa en el pasado, sino la referida a confluir en el presente y mirar al porvenir. La tradición que pesa aquí, no es la incapaz de reelaborarse, sino aquella imbuída de la fuerza de las voluntades creadoras.

La idea con la fuerza de la pasión

La cultura es la tierra espiritual de nuestra identidad, pero sólo nos habla en símbolos. Ella no puede ser escuchada por los dirigentes que carecen de in- teligencia y pasión para darle un nuevo sentido. En cambio, es pródiga para los sentimientos constructores de nuevas conducciones, que vayan generando el conjunto coherente de ideas y valores, que aseguren aquello que hoy está en duda : la existencia política basada en el método de la organización y la decencia.

La situación no puede medirse exclusivamente en términos de cantidad, sino abarcar los factores de calidad: en la economía y la política, en la administración y la educación, en el encuadramiento partidario y el rol de los nuevos estadistas, que ineludiblemente traerá aparejada la resolución de la crisis. O, quizás, los viejos y nuevos problemas que emergerán cuando se sobrepasen los efectos más agudos del colapso.

Al invocar la razón para eludir la mala filosofía del pesimismo, que a veces embarga lo argentino, queremos exaltar la síntesis entre la lógica y el temperamento nacional que nos dio nuestros mejores frutos. Aceptamos sin duda la buena crítica, aquella que establece la relación de captación y superación de lo criticado, pero no abandonamos la aspiración de grandeza y felicidad, implícita en nuestras grandes gestas sociales. Por eso podemos repetir, cada uno con nuestra voz interior, que: "en tanto haya alguien que crea en una idea, la idea vive" (Ortega y Gasset).

Julián Licastro julianlicastro@yahoo.com.ar.



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