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Eliminar la corrupción como sistema.
La crisis se hace integral y terminal, precisamente, cuando se impone el desarraigo y la indiferencia. Cuando los valores se desvalorizan y se invalidan. Cuando "los ideales pierden su capacidad de hacer historia", o edifican otra historia, que es la de los antivalores. De allí que la cuestión de los valores ilumine poderosamente la cuestión de la razón política, sus conjeturas y sus certezas, a la hora de reencontrar el sentido de pertenencia y compromiso en el seno de la comunidad.
El poder del deber y el deber del
poder
Hace a la naturaleza del hombre, con todas sus limitaciones y
problemas, el buscar la verdad y tratar de realizarla en la
relación habitual con sus semejantes, expresando en las
costumbres las claves de la sociedad. En esta búsqueda, donde
hay épocas de construcción y otras de destrucción de valores,
"la actividad espiritual de milenios se condensa en el
lenguaje", al que solemos apelar sencillamente cuando
decimos, por ejemplo, que la gente hablando se entiende.
En el trance de expresarnos y comunicarnos sinceramente, para
recuperar la energía creativa de nuestra nación, saliendo de la
escuela de la decepción y entrando de nuevo en la escuela de la
esperanza, es preciso clarificar conceptos y elegir un método de
razonamiento compartido. No hay que perder, por eso, el sentido
del hablar político, porque "la palabra surge para la
acción": evocando recuerdos e historia, invocando
principios e ideales, y convocando a realizar proyectos.
El filósofo de nuestra referencia, tantas veces incomprendido,
indica que "la humanidad se perpetúa en lo imposible",
y que en esto consisten sus virtudes. Concepto que otros autores
señalan al definir el progreso como el propósito permanente de
realizar "utopías". Es decir, finalidades elevadas,
que luego pasan por la prueba de la realidad. Equilibrio al que
tienden los verdaderos estadistas, entre el poder del deber y el
deber del poder.
Hacer comprensible
la política
El mundo de la política no es incomprensible, si lo fuese se
perpetuarían los privilegios de los detentadores del poder en un
régimen de injusticia, controlado por unos pocos. Por lo cual,
hacer comprensible la política es ayudar a fortalecer el
principio democrático por excelencia, que es el de la
participación; lanzando así al caudal circulatorio de las
instituciones de la república y las organizaciones de la
comunidad, cientos de grupos de acción y conducción con
voluntad protagónica.
Hacer comprensible la política, en consecuencia, es contribuir a
tornarla transparente, como lo reclama nuestro ciudadano. Aunque
en la mayoría de los casos, su reclamo parta de un desear pasivo
que no incluye la intervención de la voluntad; cuando lo
correcto, y más en los momentos de crisis, es querer
activamente: incorporando la decisión de "ordenarse a sí
mismo" para iniciar la ejecución y cambiar las relaciones
de fuerza del statu quo.
Lo hemos dicho otras veces como: "tomar el poder de uno
mismo", ya que el impulso de vida no es la inercia de la
mera autoconservación, sino el imperativo de la autoafirmación.
Decisión que implica no confudir la moderación, que es una
virtud, con la mediocridad, que es un defecto; porque la vida,
tanto en lo personal como en lo comunitario, sin la fuerza del
espíritu y del pensamiento, no vale nada.
Corrupción casual
y corrupción causal
La crisis se hace integral y terminal, precisamente, cuando se
impone el desarraigo y la indiferencia. Cuando los valores se
desvalorizan y se invalidan. Cuando "los ideales pierden su
capacidad de hacer historia", o edifican otra historia, que
es la de los antivalores. De allí que la cuestión de los
valores ilumine poderosamente la cuestión de la razón
política, sus conjeturas y sus certezas, a la hora de
reencontrar el sentido de pertenencia y compromiso en el seno de
la comunidad.
Es la única forma de derrotar a la corrupción que, más allá
de su acepción moral como indecencia y degradación, y de su
significado ético como venalidad y cohecho, representa
específicamente en lo político : descomposición y decadencia.
Nuestra conciencia política se reforzará si aplicamos el
principio de causalidad, para vincular la pasividad ciudadana con
la corrupción política sistemática, y los defectos de la
franja dirigente, con las falencias de percepción, capacitación
y organización civil del pueblo que todos integramos.
Con un nuevo proyecto, bien comprendido y compartido, podremos
formular el plan para ejecutarlo y el presupuesto para apoyarlo.
Pero sin proyecto, el "plan" se reducirá a gastar el
presupuesto, y el "presupuesto" será un crudo reparto
de recursos en la pugna de intereses sectoriales y negociados.
Esto caracteriza a la corrupción como sistema, enfermedad
endémica de una sociedad que se disgrega, y por cuya causa se
extinguen las expectativas vitales de las personas, las familias
y los pueblos.
Los creadores de
nuevos valores
No estamos postulando con candidez la desaparición de la
corrupción en cada caso concreto, donde un individuo o grupo
delictivo la cometa: siempre habrá negadores de proyectos,
saboteadores de planes y ladrones de presupuestos. Estamos
postulando con franqueza y racionalidad la defensa de la
esperanza, la eficacia y la administración honesta como vía
insoslayable para reivindicar la política.
La ausencia de valores no puede reinar indefinidamente por sí.
El vacío actual constituye el espacio necesario para un nuevo
paradigma. Y es más : tarde o temprano "el mundo girará
alrededor de los creadores de nuevos valores". Nuestro país
también marchará al ritmo de ese núcleo de propuestas sanas y
creativas, formuladas por los liderazgos nuevos que, para lograr
nuestra victoria, deberán correr simultáneamente al punto de su
mayor realización y su mayor sacrificio.
Se trata de acompañar ese esfuerzo con la visión histórica y
cultural que corresponde a la idea de salvación nacional, no de
salvadores aislados de la comprensión y el apoyo directo del
pueblo, verificado en nuevas valoraciones, hábitos y conductas
frente al ordenamiento social, productivo e institucional. La
historia que vale aquí, no es la que se anquilosa en el pasado,
sino la referida a confluir en el presente y mirar al porvenir.
La tradición que pesa aquí, no es la incapaz de reelaborarse,
sino aquella imbuída de la fuerza de las voluntades creadoras.
La idea con la
fuerza de la pasión
La cultura es la tierra espiritual de nuestra identidad, pero
sólo nos habla en símbolos. Ella no puede ser escuchada por los
dirigentes que carecen de in- teligencia y pasión para darle un
nuevo sentido. En cambio, es pródiga para los sentimientos
constructores de nuevas conducciones, que vayan generando el
conjunto coherente de ideas y valores, que aseguren aquello que
hoy está en duda : la existencia política basada en el método
de la organización y la decencia.
La situación no puede medirse exclusivamente en términos de
cantidad, sino abarcar los factores de calidad: en la economía y
la política, en la administración y la educación, en el
encuadramiento partidario y el rol de los nuevos estadistas, que
ineludiblemente traerá aparejada la resolución de la crisis. O,
quizás, los viejos y nuevos problemas que emergerán cuando se
sobrepasen los efectos más agudos del colapso.
Al invocar la razón para eludir la mala filosofía del
pesimismo, que a veces embarga lo argentino, queremos exaltar la
síntesis entre la lógica y el temperamento nacional que nos dio
nuestros mejores frutos. Aceptamos sin duda la buena crítica,
aquella que establece la relación de captación y superación de
lo criticado, pero no abandonamos la aspiración de grandeza y
felicidad, implícita en nuestras grandes gestas sociales. Por
eso podemos repetir, cada uno con nuestra voz interior, que:
"en tanto haya alguien que crea en una idea, la idea
vive" (Ortega y Gasset).
Julián Licastro julianlicastro@yahoo.com.ar.
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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