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Caballos de Troya.
El proceso mediático para introducir en la opinión pública la aceptación de comportamientos aberrantes; algunos ejemplos
Cuando se trata de socavar conceptos e
instituciones fundamentales el proceso utilizado es básicamente
el mismo: se busca un caso extremo, algo que suene a un atentado
de lesa Humanidad; una de esas situaciones que tocan la fibra
más íntima del corazón y que por su trágica singularidad no
podría ser tomado como base para instituir una ley general sino
que constituye la excepción que se presenta insolente para
burlarse de la regla.
Una vez hallado este caso estrella, hay que utilizarlo como icono
magnético que automáticamente nos conduzca a identificar el
problema poniéndole cara y ojos; por eso, suele ser más
conveniente utilizar la imagen física del caso elegido que
perder el tiempo en un estudio sereno y racional de los
antecedentes y circunstancias que configuran el hecho.
Seguidamente, se accede a los medios de comunicación, que suelen
caracterizarse por ser extremadamente dóciles con el progresismo
para evitar ser tachados de retrógrados, y desde allí se
procede a un bombardeo inmisericorde de la opinión pública,
utilizando el caso estrella con toda clase de artillería de
apoyo: mientras más burda y gruesa sea, mayores efectos se
consiguen. Todo vale, si se sirve convenientemente aderezado con
verdades a medias y medias verdades, un buen lema de combate que
guarde cierta rima (para ser coreado en las manifestaciones),
unos cuantos datos comparativos de lo que dicen que sucede en
otros países sobre esa misma cuestión, y unos sondeos
manipulados con resultados expresados en cifras redondas fáciles
de asimilar; si hay que mentir se miente (¿quién es Pitágoras
para frenar el progreso de la humanidad?). Si también contamos
con la ayudita de intelectuales de la talla de los que salen en
los programas nocturnos de variedades que a todos nos vienen a la
cabeza, tanto mejor.
Por último, se lanza el mensaje de que nos encontramos ante un
problema gravísimo que está exigiendo cuando menos una mínima
regulación; sí, aunque sea excepcional y para casos muy
concretos, pero es indudable que hay que trasladar la demanda y
las necesidades de la calle a la normalidad de la ley (aunque
finalmente se acabe legalizando la realidad de las cloacas); hay
que aplicar nuevos enfoques que nos permitan ofrecer respuestas
más acordes con una realidad social siempre tan viva como
cambiante...
Y por fin se recoge la cosecha plasmada en una reforma
legislativa que al principio regula unos supuestos muy
específicos, pero cuyas normas comienzan a interpretarse tan
abierta, analógica y expansivamente (tampoco a los jueces les
gusta que les tachen de carcas), que no hará falta ni cambiar la
legislación durante un tiempo para que consigamos proyectarla
sobre unos supuestos que nada tenían que ver con la reforma
originaria; una reforma que felizmente nos conducirá a un
profundo avance social superador de la hipócrita y caduca moral
judeocristiana. (Más adelante se reformará de nuevo la ley para
sentar como principio general lo que hasta ayer fue excepción).
Así ocurrió con el Divorcio: «¿Quién es capaz de no darle
una segunda oportunidad al amor y negarle la posibilidad de
rectificación a quien cometió un error casándose con la
persona equivocada que además de bestia carece de imaginación
en las artes amatorias? ¿Por qué condenar a unos hijos -que
además son objetores- a soportar una situación prebélica?
¿Qué hacer cuando el amor se acaba?; porque si hay una verdad
absoluta, esa es la de que el amor se acaba». Bueno, esos
argumentos se oyen al principio; ahora ya nos encontramos en la
avanzadísima situación de que el matrimonio es una cosa chunga,
un mal rollete de rígidos requisitos burocráticos que pretenden
encerrar los sentimientos en unos papeles. Hoy se combate el
matrimonio salvo que se trate de dos situaciones dignas de
protección: si se contrae por enésima vez, previo cobro de una
sustanciosa exclusiva mediática y bajo un exótico rito
caribeño Guay-guay que exige a los novios dar el sí en
taparrabos; o si se trata de un matrimonio reivindicado para una
pareja de homosexuales (¿no es curioso el deseo febril que hoy
empuja a los homosexuales, otrora tan liberales, por contraer
matrimonio entre sí?). Salvo en los dos casos anteriores, en
todos los demás rige el principio de que para amarse sobran los
papeles; lo sincero es el arrejuntamiento temporal, una especie
de contrato basurilla marital, de duración tan fugaz como esos
nuevos contratos laborales: «Te amaré eternamente mi amor...
durante un fin de semana». ¿Y los hijos? Que se busquen la
vida...
Así ocurrió con el Aborto: «A ver, ¿quién es el inhumano
degenerado capaz de negarle el derecho a disponer de su cuerpo a
una disminuida psíquica, menor de edad, violada por su padre,
por su hermano y por el tío del butano; con un feto monstruoso
de incierto progenitor creciéndole en el vientre, que además
conllevará ineludiblemente un gravísimo riesgo para la vida de
madre e hijo (y posiblemente también para el médico que atienda
el parto), caso de empeñarse ciegamente en no interrumpir
voluntariamente dicho embarazo?». Acto seguido aparece, no el
del butano, sino el tío Paco con la rebaja (y con algo muy
parecido a un bisturí), y la realidad nos abofetea con el
criminal engaño de que en nuestro país el 99% de los abortos se
ejecuta bajo el amparo legal (es un decir) de la remota
posibilidad de que la madre pueda padecer un grave peligro
psíquico en su embarazo; lo que traducido significa, más o
menos, que el psiquiatra de la clínica abortista debe firmar un
papelito antes (o después) de realizar la salutífera faena. Y
avanzando avanzando, ya tenemos la RU-486 con un nombrecito que
asusta, y el pildorazo del día después, que al final acabarán
regalándolo como oferta especial de un menú familiar en
McDonald's.
Así está ocurriendo con la Homosexualidad, aunque en este caso
se trabaje el asunto en un aspecto victimista colectivo más que
como un lacrimógeno caso individual, presentando a los
homosexuales como una minoría supuestamente castigada (¿por
quién, cómo y cuándo?) pese a que curiosamente nos dicen que
todos los grandes «hombres» han sido homosexuales: «¿Qué
clase de machista racista, fascista, taxista, taxidermista,
xenófobo y homófobo no admite que en los armarios existan otros
seres diferentes de las polillas? ¡Pero si está comprobado
históricamente que hasta el Capitán Trueno tuvo su «momento
Boris» con el jovenzuelo Crispín! Por no hablar de Roberto
Alcázar y Pedrín..., algo mucho más fuerte, y que tuvo lugar
en plena dictadura burlando inteligentemente la férrea censura
franquista». Más adelante, vuelve otra vez el tío Paco con la
rebaja (aunque esta vez viene de San Francisco y con un
atrevidísimo pañuelo rosa), y ahora ya se nos exige, no sólo
el matrimonio entre gays y lesbianas, que es cosa liviana, sino
el derecho de estos a la adopción de criaturitas para
orientarlas convenientemente mirando hacia Hollywood. La
legalización de tríos y demás polígonos amatorios, vendrá un
poquito después; paciencia...
Así también comienza a ocurrir con la Eutanasia, aunque en este
caso a los defensores de la muerte (ajena, claro) se les escapó
un auténtico caso estrella, el del tetrapléjico Ramón
Sampedro, un caso que se presentó cuando todavía la sociedad no
estaba suficientemente preparada para digerirlo; pero no importa,
paciencia; ya surgirá (o convencerán a) otro.
Y lo siguiente que ya merodea alrededor de nuestra puerta, es la
Manipulación Genética: «¿Cómo no permitir que se actúe
sobre algunos minúsculos genes cuando se trata de salvar a una
pobre niña enfermita? ¿Cómo no concebir un hermanito para que
le done a su hermanita lo que sea menester para su supervivencia?
¿Quién es el fariseo capaz de invocar la ética para dejar
morir a una niña? ¿Cómo impedir la investigación que nos
conducirá a superar la esclavitud del dolor y la enfermedad?».
Y así, poco a poco, nos irán adecuando el ánimo para recibir
las barbaridades más escabrosas de una ciencia genética sin
límites de ningún tipo que convertirán al planeta en la isla
del Dr. Moreau.
Estas batallas demagógicas (tanto en sus medios como en sus
fines), no dejan de tener su lógica: si la vieja estrategia del
Caballo de Troya funciona ¿por qué cambiarla? Lo que no resulta
lógico, es que cuando analizamos cada uno de los anteriores
objetivos a batir, podemos concluir que el objetivo final y
último es acabar con la concepción milenaria y cristiana de la
familia, y por tanto, con la línea de flotación de la sociedad
cristiana; y sin embargo, todas las anteriores «conquistas» han
sido conseguidas en Occidente gracias a la acción u omisión,
directa, de unos políticos que no se cortaron un pelo al
presentarse electoralmente apelando al voto cristiano e invocando
como fundamento de su actuación política el denominado
Humanismo Cristiano; unos políticos que no le hubieran hecho
ascos a firmar la condena del mismísimo Jesús, siempre que la
opción sobre Barrabás se hubiese adoptado conforme a un
riguroso procedimiento democrático.
Estos introductores de tantos Caballos de Troya son responsables
en gran parte de la actual situación de descristianización de
nuestra sociedad, capaz de asistir con cara de póker a los
avances sociales más repulsivos, siempre que nos los presenten
revestidos del mágico tejido del progresismo, únicamente
apreciable a las inteligencias verdaderamente libres. ¿Hasta
cuándo tendremos que soportar este engaño?
Miguel Ángel Loma Pérez.
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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