Santiago Matamoros (Escuela Cuzqueña)
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"El Estado Nuevo" de Víctor Pradera, aplicación española de la "Quadragesimo Anno".
Pradera desarrolla en este libro la idea esencial de la superioridad teórica y práctica del Orden Político Cristiano sobre el liberal, demostrándolo y basándose en la DSI
"El Estado Nuevo"
fue el libro cumbre de Pradera, donde volcó todo su corpus
ideológico expresado en artículos y mítines. Este libro
constituyó la concreción más exacta del pensamiento político
tradicional. Pradera empezó a escribir "El Estado
Nuevo" en las páginas de "Acción Española",
como respuesta complementaria a sus primeras contribuciones a la
revolución. En los primeros artículos Pradera trató de
desmontar racionalmente los pilares en que se sustentaba la
doctrina rousseauniana. Tras rebatir la teoría enemiga, el
navarro planteó la antítesis que serviría de alternativa
salvadora al sistema liberal. Pradera se dedicó a partir del nº
47 de Acción Española a dar su visión del modelo ideal de
Estado Nuevo que solucionaría los problemas de España. El nuevo
Estado no le cabía duda a Pradera, sería la panacea de las
calamidades, por estar basado en un régimen inspirado en la
tradicional historia española y, por tanto, acorde al espíritu
autóctono.
La importancia de la obra fue de tal calibre, que Pradera tuvo
que reunir los artículos en un libro que editó a finales de
1935. "El Estado Nuevo" se convirtió en la obra más
famosa e importante de Pradera, que materializó y sintetizó la
propuesta política del Bloque Nacional de Calvo Sotelo. La
importancia de este libro vino por ser Pradera quien sistematizó
en una realidad unas ideas voceadas por tradicionalistas y
neotradicionalistas alfonsinos, que hasta entonces en nada
específico se había concretado. El navarro sintetizó en su
obra la forma que debía tener la España que reemplazase a la II
República. No hay más que decir de su importancia.
Ya en sí, el termino Estado Nuevo trajo su equivoco al ser
empleado por corporativistas y fascistas. Pradera lo utilizó
para hacer constancia de la necesidad de instaurar un nuevo
Estado. Pero el Estado buscado debía ser el adecuado al
cumplimiento de los fines nacionales y el navarro advirtió que
el Estado anhelado podía confundirse con algún modelo viejo de
nuestra historia.
Pradera para explicar mejor la particularidad de su visión de
gobierno nos da un estudio filosófico del hombre. Para el
navarro, el hombre es un microcosmos con tres vidas: la
vegetativa, la sensitiva y la intelectiva, que forman un
compuesto personal de animalidad y racionalidad. Sin embargo, la
unidad de su ser requiere un alma, por ser el hombre una criatura
hecha a imagen y semejanza de Dios.
El hombre en la naturaleza no permanece inerte, tiene una
actividad interna elícita e inmanente en su entendimiento y
voluntad que causa la actividad externa o imperada. Esta acción
exterior busca el bien para llegar a su Estado de felicidad. El
fin de la naturaleza es el verdadero bien de los hombres, porque
como las inclinaciones de las facultades pueden ser incluso
contrarias se necesita una autoridad jerárquica. El fin no tiene
límites porque como debe proporcionar la felicidad, no puede ser
contingente. Según Pradera, el hombre no será feliz, si no
busca su fin conforme al orden moral.
El hombre para encontrar su fin trascendental debe ser libre y,
por tanto, como libre, tiene el deber moral de alcanzar su fin
necesario. Un deber que viene de su poder moral. Pradera explicó
que el deber era una categoría de relación con otros seres
morales, con el Ser Superior, con nuestros semejantes y con
nosotros mismos. La relación del hombre con Dios es de
dependencia voluntaria por ser Dios su Creador. La expresión
moral de esa dependencia del hombre a Dios es la adoración, la
fe y el amor. Al ser el hombre espíritu y materia, la adoración
a Dios tiene que tener una traducción de culto exterior y no
sólo, un acto de recogimiento interior y, como la razón prepara
a la fe, el hombre a través del ejercicio de la razón y la
revelación de la autoridad debe esforzarse en buscar los
principios naturales que conduzcan al conocimiento de Dios.
Porque el cristianismo no es más que la sublimación divina de
los instintos más generosos de la naturaleza.
Con este concepto de hombre, proveniente de las enseñanzas de
Mercier, Zaragüeta y del propio Santo Tomás, Pradera defendió
la necesidad del cumplimiento del deber ante la teoría de la
independencia de la razón. El navarro rebatió con estas ideas
las de Rousseau, que defendió la bondad de las inclinaciones
naturales del hombre, responsabilizando del mal a la sociedad.
Pradera se apoyó en la doctrina católica para acusar al
rousseauniano de ser una variante moderna del pelagianismo y así
lo combatió. Para el navarro, las inclinaciones de la naturaleza
del hombre no podían ser buenas al haberse perdido el equilibrio
primigenio a causa del pecado original. La pérdida de la gracia
impedía la realidad rousseauniana de la bondad natural del
hombre. El hombre desde su pérdida tenía una inclinación a la
dejación, la pasividad, al mal que debía combatir día a día
con sacrificio.
Pero el hombre no debía alcanzar el fin sólo. El hombre era
sociable por condición natural y no por elección libre. Sin
embargo, la sociedad no era una aglomeración de individuos
inconexos. La unión social se producía por la exigencia del
conocimiento de una verdad, cuyo bien los hombres se hallaban
moralmente obligados a alcanzar. En sociedad, el hombre
conseguía unidad del fin social, armonía de inteligencia,
concordancia de voluntades y coordinación de medios adecuados
para el logro del fin.
Pradera encontró la raíz de sus ideas en las enseñanzas de
León XIII. La sociabilidad natural del hombre, unida al concepto
de bien común, la obediencia política como obligación de
conciencia y el consentimiento universal de los pueblos respecto
a la procedencia sagrada de la autoridad, así como la elección
del pueblo del régimen más acorde con su historia, procedían
de la "Diuturnum Illud". En cuanto a la
procedencia divina de la autoridad se hizo preciso aclarar que la
función del pueblo era designativa de la persona a ocupar el
cargo de gobernante y no atributiva de los derechos de la
autoridad, como es creencia de los liberales.
Pero de donde sacó Pradera la idea esencial de la superioridad
teórica y práctica del orden político cristiano sobre el
liberal fue en la "Inmortale Dei". En ella, el
navarro aprendió la necesidad de la autoridad en el Estado y su
procedencia de Dios. Pero, sobre todo, la polaridad de
autoridades y sociedades con unos fines específicos. El hombre
se encontró, por su condición, ciudadano de dos sociedades, la
Iglesia y el Estado. Como los fines eran distintos, las esferas
de influencia de sus respectivas autoridades también lo eran. Si
cada autoridad se mantuviese en su competencia, la armonía
sería plena. Los conflictos entre Iglesia y Estado fueron
explicados por Pradera como la intromisión de la autoridad civil
en el campo de lo moral. Para el Estado Liberal, la moral civil
era autónoma en el hombre y, por tanto, evolucionaba con él
asumiendo o abandonando valores según fueran de la conveniencia
de la sociedad.
Como la nota sobrenatural de la religión católica permite que
el fin natural se realice de forma satisfactoria únicamente en
la Iglesia, por su universalidad, la nación, que es fruto del
carácter sociable del hombre y que conspira hacia un destino
común de la humanidad, no se puede explicar sin el cristianismo.
Pradera creyó que la difusión del cristianismo, con su mensaje
de familia universal, estimulaba el instinto natural de
sociabilidad ayudando a engendrar los sentimientos nacionales.
¿Pero qué concepto de nación tuvo Pradera? Porque resultó
completamente distinto al liberal, socialista y nacionalista, al
no creer en la unidad racial, cultural o de personalidad como
fundamentos filosóficos de la nación. Pradera utilizó estos
términos: "Una nación es una sociedad mayor de
sociedades, donde se realiza el destino fijado a la humanidad
entera. Y así como a su formación no fue obstáculo la
subsistencia de diversas sociedades, no lo es tampoco la
existencia de diversas cultural, y así como la unidad de las
primeras requería una nueva personalidad social, el nacimiento
de ésta supone en ella una cultura superior a las ya existentes,
que las enlaza y que por eso reviste a la nación de unidad
superior de cultura".
La organización de la sociedad fue el punto más novedoso del
libro de Pradera, después de dar su opinión sobre el hombre y
la formación de la sociedad. Pero antes Pradera consideró
necesario saber qué era la libertad, para poder encuadrar al
hombre en su formulación de Estado. Para el navarro, la libertad
social incluía la necesidad de obedecer la ley y someterse a la
autoridad; aunque pudiese parecer una contradicción, no lo era
para Pradera. Según él, la obediencia no suprimía la libertad,
sino que garantizaba el fin del hombre de llegar a Dios, que era
el fin de la libertad de éste. Por tanto, la libertad sería el
vivir socialmente según los dictados de la ley eterna y no el
concepto liberal que llevaría a creer en una moral humana
independiente de Dios y, por consiguiente, en la creencia de la
soberanía absoluta de la razón, lo cual era para él totalmente
heterodoxo.
Sin embargo, referente al Estado, aunque la Iglesia permitía la
licitud de toda forma de gobierno con aptitud para el bien
común. Pradera supo resaltar que aunque como cristiano estaba
obligado a la obediencia al poder legítimo, existía el precepto
moral de no obediencia a una autoridad que actuase de forma
contraria a la ley de Dios. Como esto era lo que sucedía en
España con la II República. Pradera respaldó su opinión con
la Encíclica "Libertas Praestantissimum" y la
"Sapientiae Christianae" de León XIII y con
las opiniones contra la tiranía de Santo Tomás, el P. Mariana y
su contemporáneo Castro Albarrán.
Como la nación es orgánica, que no organicista, Pradera opinó
que la forma de gobierno debía ser orgánica también. Las
Cortes corporativas eran, según Pradera, el único medio de
coordinar los intereses parejos de los distintos componentes
sociales. En contraposición a los intereses de partido y
ambiciones personales que predominaban en los parlamentos
democráticos, las Cortes debían estar formadas por tantas
secciones como clases económicas del Estado -todas con la misma
representatividad para evitar el dominio numérico de una sobre
las demás- que Pradera creía eran seis: Agricultura, Comercio,
Industria, Propiedad, Trabajo manual y Trabajo profesional. Las
regiones, por sus diferentes personalidades deberían tener sus
representantes en las Cortes. Del mismo modo, los Cuerpos del
Estado, que más que defender intereses propios al estar
agrupados en una sección promoverían el interés público. En
otra sección se englobarían los cuerpos nacionales y
corporaciones que no afectaban a clase alguna en particular, ni
directamente al Estado, representarían a entidades morales,
intelectuales o económicas existentes o que surgiesen según las
necesidades de la sociedad. En definitiva, nueve secciones, de
ellas seis económicas, una regional, una de Cuerpos del Estado y
otra de Cuerpos Nacionales y Corporaciones.
Las Cortes orgánicas de Pradera teniendo en cuenta el sistema
natural de representación por regiones y la aplicación del
sistema de elección más justo, la representación proporcional,
las formarían 400 diputados, a 50 por sección, en cuanto a la
sección de Cuerpos del Estado, por su especial composición, se
repartirían los 50 de forma alícuota, 10 a cada cuerpo. La
última, según los cuerpos que la llegasen a formar, iría
alcanzando una representación similar al resto de las secciones.
La característica más original de estas Cortes la puso Pradera
en la forma de hacer las deliberaciones. Como una de las
características de los parlamentos democráticos era la pérdida
de tiempo ocasionadas entre exposiciones, réplicas y
contrarréplicas. Pradera la solucionó con la división en
secciones de sus Cortes. Como las Cortes son corporativas y no
individuales, los asuntos a concretar podían entregarse a la
sección más capacitada y acorde según su especialidad. La
propuesta sería examinada por 50 diputados y no por todo el
órgano legislativo. Tras llegar a una proposición común,
únicamente sería necesario un representante de los 50 para leer
la exposición al gobierno. En la asamblea, de esta forma, sólo
se expondrían un máximo de nueve discursos más las respuestas
de los delegados gubernativos. En conclusión, con establecer un
plazo de dos a cuatro meses, Pradera llegó a opinar que con su
sistema se había terminado con la pasividad y ralentización de
la política y de los proyectos económicos. Para Pradera el
legislativo no era una cámara de oratoria, sino un órgano
profesional para gestionar y construir el país.
La finalidad de estas Cortes nos trae el recuerdo de la Asamblea
Nacional Consultiva del general Primo de Rivera, que no sirvió
más que para aplaudir al militar y hay que precisar que Pradera
protestó por el total dominio del ejecutivo. El navarro intentó
llegar a un equilibrio entre el ejecutivo -que fue desmesurado
con el jerezano- y el legislativo -que lo fue en los sistemas
parlamentarios de la III República francesa, II República
española y la República alemana de Weimar-. La composición
corporativa concretizó los deseos de los tradicionalistas de una
cámara "moderna", en el sentido de estar acorde con
los tiempos, pero que respirara solera por responder a la
herencia tradicionalista española. Unas Cortes formadas con sus
representaciones regionales, en virtud de los antiguos reinos y
las corporaciones, en las de los gremios, respondía a ese
espíritu. Sin embargo, Pradera unió los brazos militar y
religioso, porque se opuso a dar un papel predominante a un grupo
social que, como la nobleza, había perdido el suyo en el plano
militar o en el del clero, por no querer se inmiscuyera en
terrenos que estarían fuera de su potestad.
A pesar de todo, Pradera consiguió que su proyecto respondiese a
la herencia tradicionalista y que se formúlase de forma moderna
al estar acorde con la orientación corporativa del modelo de
Estado propugnado por la Iglesia. El 15 de mayo de 1931, Pío XI
publicó la Encíclica "Quadragesimo Anno" que
profundizó en la dirección de la "Rerum Novarum"
pero adaptando los consejos a las nuevas circunstancias
socioeconómicas de la década de los treinta.
En esta Encíclica, el Papa llamó a la restauración de un orden
en que los hombres se encuadrasen según la función social que
desempeñasen. Al Estado se le pidió que ayudase al fomento y
colaboración de las distintas profesiones. De este modo, el
genuino orden social enseñado por Santo Tomás sería la
corporación porque si lo que se necesitaba era un fuerte
vínculo entre los miembros, este se encontraba en el servicio
común a prestar por obreros y patronos del mismo ramo. La
armonía social, traída por la colaboración de los diferentes
miembros de un mismo ramo, era la mejor garantía de la
prosperidad económica y social.
Pío XI volvió a marcar una época en el terreno social como lo
hizo su antecesor León XIII. El Papa señaló en sus palabras la
necesidad de justicia social estimulando a los empresarios a
cumplir con dignidad su responsabilidad de empresarios. Pío XI
volvió a respaldar las reivindicaciones sociales de los
trabajadores, pero señalando la imposibilidad de ser un buen
católico, siendo socialista. Sin embargo, el Papa matizó en
cuanto al socialismo, en referencia hacia algunas excepciones a
tener en cuenta. En el caso británico, los católicos eran en su
mayor parte laboristas, pero no aceptaban la lucha de clases, ni
la expropiación de la propiedad privada que estigmatizaba al
socialismo ante los ojos de la doctrina social de la Iglesia.
Además, Pío XI opinó sobre la necesidad del Estado de respetar
las soberanías propias de sus asociaciones menores, el derecho
de subsidiariedad. En una palabra, el respeto del Estado a las
autarquías naturales formadas en su seno. Una visión que
resultó incompatible con la del Estado totalitario y que en
cambio, respondía con total exactitud al propugnado por Víctor
Pradera en el "Estado Nuevo".
Dr. José Luis Orella.
"ARBIL,
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