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La ley de los débiles.
El aborto legalizado, inmenso genocidio, siendo como es la culminación del desarrollo de la ideología progresista, constituye la demostración palpable de la equivocación absoluta de los fundamentos de esa ideología basada en la debilidad moral.
No resulta posible considerar el hecho de
la legalización del aborto en la sociedad occidental de hoy como
un fenómeno negativo pero fortuito en una civilización, por lo
demás, avanzada y justa. La mera lógica rechaza este
planteamiento. Un cambio de tal envergadura en la actitud moral
del hombre, que le ha hecho pasar de un rechazo del aborto como
crimen indubitable a una aceptación legal y social del mismo, no
se explica sino como consecuencia de un proceso de reversión
ética. Y este proceso implica necesariamente la acción
persistente de ideología o ideologías adversas a impulsos de un
profundo instinto subvertidor.
Esta fué la esencia de la revolución del sesenta y ocho. Un
instintivo acceso de rebeldía a cualquier coerción externa o
interna, que fué fraguando ideologías que derribaban el orden
existente. El marxismo tuvo su parte importante en estas ideas,
pues su crítica al capitalismo convenía a los revolucionarios
que imputaban a éste el sistema de valores que había que
demoler. Pero la ideología predominante a fin de cuentas fué
una suerte de nihilismo moral, o, por mejor decir, una
contramoral que se extendió rapidísimamente en toda una
generación y que fué bautizada con el nombre de
"progresismo". Y de este progresismo antinatural han
sido alimentadas las mentes de las masas de forma paulatina desde
aquellos años a estos.
El instinto subvertidor procedía del odio a las reglas, a los
valores, a los ideales, que siempre ejercen coerción y exigen
esfuerzo. Se trató, pues, de la rebeldía de la parte más baja
y blanda del hombre contra la más alta y recia. Es conveniente
hacer hincapié en esto, pues en estos tiempos de humanitarismo
desviado se confunde bondad con blandura. No hay tal. La bondad
exige justicia y no hay justicia en el hombre blando. Esto lo
estamos viendo a diario en múltiples sentencias judiciales que
se distinguen por su lenidad y causan el consiguiente escándalo.
Se recomienda el indulto para un padre que ha sodomizado a su
hijo de cuatro años, se les concede el tercer grado rápidamente
a violadores que aprovechan este permiso para delinquir
nuevamente, etc. Ocurre a diario. Se trata de jueces
pertenecientes a esa generación de hombres blandos, sin ideales,
que confraternizan con el vicio sin reservas y que se preocupan
más de la rehabilitación del criminal que de la reparación
debida a la víctima.
Hablan sobre todo de derechos y nunca de deberes. Es lo típico
de los hombres blandos que no resisten la disciplina. Lo típico
del progresismo desviado que eclosionó en los años sesenta. Y
esa generación del sesenta y ocho es la que está hoy en los
puestos clave de la política, la judicatura, la educación, los
medios de comunicación, las editoriales... Ha sido inevitable
que haya conformado el pensamiento y la conducta de la sociedad
entera del Occidente de los tiempos actuales. Y también que haya
influído en las leyes con efectos demoledores.
Pues los hombres débiles, blandos, siempre causan enormes males
debido a que abren las puertas a las mayores plagas. Las fuerzas
del mal invaden las sociedades sin defensa, gobernadas por
hombres flojos en los que ya ha hecho presa la corrupción.
Naturalmente, el hombre feble y corrupto no se reconoce como tal.
Se imagina (o juega a imaginarse) que se ha desembarazado de
cargas represivas de tiempos oscuros y atrasados; y que, al hacer
esto, ha progresado. Su actitud y su filosofía son, a sus ojos,
progresistas. Y queda satisfecho.
Ejemplos de la nefasta influencia de la debilidad, que es lo
mismo que el instinto de comodidad, del no esfuerzo, pueden
encontrarse fácilmente en todos los planos de la actividad
humana. Si consideramos el plano de la política, todos
convenimos en que la II Guerra Mundial fué un tremendo desastre
para la Humanidad y nadie duda en atribuir la máxima
responsabilidad a Adolf Hitler. Y apenas se quiere reconocer que
los gobernantes y políticos miedosos y complacientes que
trataron con él, inflaron con su actitud sus expectativas y lo
impulsaron a la guerra. No le plantaron cara desde el principio,
lo cual hubiese evitado el desastre. En su lugar, echaron
gasolina al fuego. En estrica justicia, si se habla de
respondabilidades, habría que colocar siempre junto a Hitler a
Arthur Neville Chamberlain, su Pacto de Munich, y a los demás
políticos occidentales. Y lo mismo se podría decir de la
debilidad occidental ante la Unión Soviética y su expansión en
Europa, a más de su pasividad ante sus gigantescos crímenes.
En el presente, vemos que las actitudes complacientes,
contemporizadoras, pactistas, se han extendido mucho más que en
tiempos pasados, debido al predominio social de la generación
mencionada. Toda posición de firmeza, de no doblegarse ante
exigencias injustas, es calificada de "fascista". El
progresista podría definirse como la persona que tiene siempre
en la punta de la lengua las palabras "fascismo" o
"fascista", palabras satanizadas con gran éxito. Su
mente, rebelde por debilidad y comodidad a la norma, a la regla,
intuye en el fascismo la ideología exigente que demanda
disciplina, esfuerzo y elevación. Por ello lo ha satanizado,
aunque no ha hecho lo propio con el marxismo, ni siquiera con el
nazismo, a pesar de que estos movimientos causaron un número
incalculablemente mayor de víctimas que el fascismo.
En Estados Unidos, hombres que preanunciaban lo que serían los
del sesenta y ocho, fueron copando puestos en la Administración
desde los primeros tiempos de Roosevelt. Eran los
"liberals", pieza clave para la posterior concesión de
derechos legales a minorías marginadas en diversos grados. Pero
lo que en un principio parecían y eran concesiones justas de
derechos que habían sido negados hasta entonces sin auténtica
justificación, fué descendiendo paulatinamente por la pendiente
de lo arbitrario, desordenado e inmoral.
Lógicamente, el hombre no sólo tiene derechos, sino también
obligaciones, y disfrutará plenamente de sus derechos si cumple
plenamente con sus obligaciones. Pero esto no lo quieren ver los
progresistas, para quienes el hedonismo sin trabas, es decir, sin
obligaciones, es el ideal de vida. Y no querrán reconocer que
este ideal de vida cómoda, sin restricción de los instintos, es
el propio de los hombres débiles, inferiores.
Ese fué el espíritu de los movimientos feministas. Recurriendo
a ese humanitarismo perverso que es la marca de fábrica del
progresismo, alegaron en un principio que, al estar prohibido el
aborto, se producían intervenciones clandestinas que ocasionaban
la muerte de muchas mujeres y que era necesario regular esto,
pues el aborto era un hecho que había que admitir. También era
horrible dar a luz criaturas malformadas. Y ¿qué decir de los
casos de violación e incesto? Este fué el primer paso. Mucho
más importante fué el siguiente, que consistió en el agumento
de que, aparte del peligro para la vida de la mujer en muchos
embarazos, existía otro grave peligro: la posiblidad de graves
transtornos psicológicos en la mujer que concebía un hijo no
deseado.
En realidad, todo estaba planeado y era previsible desde el
principio: se sabía que la machacona insistencia en el derecho
de las mujeres a preservar de peligro primeramente su vida y,
más tarde, no sólo su vida, sino su salud psicológica, habían
de causar mella en una sociedad débil ya predispuesta a la
concesión de derechos y poco propicia a admitir la existencia de
obligaciones. En este caso, quedaba reducida a cero la
obligación de la mujer a poner todos los medios para dar a luz
felizmente a su hijo. En efecto, siempre se podía alegar la
posibilidad de transtornos psicológicos en los partos
indeseados. Se abría así la puerta al genocidio masivo de seres
humanos en período de gestación. Y esta fatal y previsible
consecuencia del profundo trastocamiento ético que se había
efectuado en las mentes, fué saludada como un indudable avance
por los progresistas, sobre todo de sexo femenino.
El resultado de la legalización del aborto en Estados Unidos en
1973 fué su extensión a casi todos los países de Occidente. En
la actualidad por cada mil nacimientos en Estados Unidos se
producen 387 abortos. Esto supone un millón y medio de abortos
al año, calculándose en cuarenta millones los producidos desde
la citada fecha. En la Unión Europea se efectúan 193 abortos
por mil nacimientos.
Mención aparte merecen Rusia y los países del Este de Europa.
Por referirno únicamente a Rusia, tenemos la cifra gigantesca de
1.695 abortos por cada 1.000 nacimientos. En 1997 se efectuaron
dos millones trescientos mil abortos.
La situación psicológica de las feministas es de una brutalidad
que asombra, pero que es la propia de las personas debilitadas
moralmente. No solamente piensan que pueden hacer con
"su" cuerpo lo que les venga en gana (lo cual es
rotundamente falso), sino que creen que tienen el derecho de vida
o muerte sobre el hijo que llevan en su seno. Oyéndolas hablar
uno se ve forzado a pensar en un proceso de degeneración mental.
Y, efectivamente, ése proceso se ha dado. Mediante la constante
insistencia en los derechos y la no menos constante omisión de
la existencia de obligaciones, se ha conseguido forjar una
sociedad deformada moralmente. Y las feministas, en esta
sociedad, son el ejemplo más flagrante de esta deformación. Han
sido estimuladas y estimulan a su vez arteramente, aduciendo
derechos inexistentes, a pensar que se está cometiendo una gran
injusticia con ellas, que siempre han sido marginadas y
víctimas; y la cólera persistentee provocada por este
planteamiento se traduce en desprecio y odio hacia todo lo que
pueda representar un sacrificio, una molestia, un estorbo. Y un
embarazo no deseado supone todo esto.
El aborto legalizado, inmenso genocidio, siendo como es la
culminación del desarrollo de la ideología progresista,
constituye la demostración palpable de la equivocación absoluta
de los fundamentos de esa ideología basada en la debilidad
moral.
Combatiendo al aborto, por tanto, no se combate únicamente
contra él. Todo el edificio progresista se resentirá si se
consigue revertir la situación en esta cuestión fundamental.
La contramoral ha de disolverse si se quiere iniciar una nueva
era regida por los valores perennes. Y este cambio debe comenzar
con la ilegalización del aborto, pues se trata de la
consecuencia más grave de tal contramoral.
En el pasado la debilidad de Occidente coadyuvó a los crímenes
del nazismo y del marxismo y a la guerra mundial. En la
actualidad, esa misma debilidad elevada a filosofía sociológica
por el progresismo ha causado ya un genocidio aún mayor que el
de los dos movimientos citados y que la misma guerra.
Debemos desterrar de nuestras mentes ese humanitarismo viscoso y
perverso, esa depresión, ese indiferentismo estólido, esa
turbia languidez amoral, tan propia de los hombres del 68. Todo
eso no es sino deseos de comodidad, o sea, debilidad, aunque
queramos disfrazarlo de sabiduría de la vida y progreso.
¿Sabiduría de la vida? ¿Acaso es sabio el organismo que se
deja invadir por los gérmenes que le han de destruir? Pues eso
es lo que hace Occidente en la actualidad. Se dispone a morir.
La solución está en la fuerza moral. Y la fuerza moral exige
reglas que cumplir, ideales que realizar, convicciones que
defender. Y esto no se encuentra en el camino degradante de la
contramoral hedonista.
Ignacio San Miguel.
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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