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Los "famosos".
Frente a la Fama, entendida en el sentido clásico, como ansia de trascender y permanecer a través del acto heróico, el autor, con ironía, se lamenta de como los famosos de hoy, en realidad los populares, son producto de los medios de comunicación, y la causa de su "fama" reflejo de una sociedad vacía de valores.
Antes -claro- también había personas famosas. Eran personas que poseían unas cualidades excepcionales, las ejercitaban y, por sus sobresalientes actos, recibían el calificativo de famosas en la opinión de las gentes. Así, el sabio Santiago Ramón y Cajal, que, con sus fundamentales invertigaciones histiológicas, colocó a la ciencia española en la cima más elevada, fue famoso. Y fue famoso también el tenor Miguel Fleta, que maravilló con su incomparable voz a los auditorios del mundo entero. E, incluso en otro orden, hasta llegó a la fama el delantero centro Telmo Zarraonandía, el gran Zarra, porque metió a Inglaterra el memorable gol de Maracana y porque nadie como él marcaba los goles con la cabeza (tanto que se le llamó la mejor cabeza de Europa después de la de Churchill).
En consecuencia, la fama era pertenencia de contadas personas, de selectas minorías.
Hoy ya no. También la fama se ha popularizado, en cierto modo se ha democratizado. Cualquier ciudadano (mejor, ciudadana) puede ser famoso. Aquellos viejos cánones en torno al concepto de excelencia, imprescindibles antaño para acceder a la fama, han quedado arrumbados. Es un signo de las sociedades progresivas. Ahora no se requiere que se den en la presunta persona famosa aquellas cualidades y obras extraordinarias. Ha llegado el reinado de la inanidad. Le basta a quien aspire a la fama que su imagen y sus andanzas se difundan ampliamente por los medios de comunicación social, sobre todo por la televisión o por el "Hola" u otras revistas de su especie. Lo demás no se precisa: más bien, es un estorbo. Por eso, Julián Marías no es famoso y es "famosa" la Rociíto.
Y es que -en general- la imagen ha sustituido al contenido, la apariencia a la esencia, la vulgaridad a la eminencia; también, lo adjetivo a lo sustantivo. La sustancia, las cualidades relevantes en la persona están devaluadas del todo en este campo. Por eso, en los términos el hombre famoso, el sustantivo hombre ha desaparecido; ha quedado solo lo accidental, lo adjetivo, que es aquí, precisamente, el adjetivo famoso; el cual se ha apoderado, incluso, del artículo determinado el, que era propio del sustantivo que se ha evaporado. Es evidente que lo dicho para el hombre vale para la mujer; es más, la mujer por sus características, tiene el acceso más fácil al amplio clan de los famosos. Un rostro conocido, una sonrisa estereotipada, unos dientes blanquísimos son los ingredientes preferidos para que el ser humano se integre en la admirada colectividad de los "famosos". También se puede llegar a ésta por vía de relación amorosa con un ya famoso (o, mejor, famosa); es camino muy factible por cuanto los famosos son harto proclives a crear este tipo de conexiones.
En todo caso, son conscientes de haber formado una especial categoría social ("nosotros, los famosos", se llaman ufanos a sí mismos; "vosotros, los famosos", les dice, embobada, la gente).
¡Los "famosos"! ¡Qué gran importancia tienen en las sociedades "avanzadas"! No sóo nos enseñan (con ayuda de la publicidad) cómo deben blanquearse las dentaduras, sino que también publican libros (en casos, sin ser escritores), cantan en espectáculos (sin saber, a veces, cantar) y, sobre todo -esto es lo más transcendente-, con su manera de comportarse, marcan pautas de conducta para el desorientado pueblo llano.
-Pero, con unos guías así, ¿no corre la sociedad el riesgo de marchar a la deriva? -me pregunta Patronio, mi sosía.
-¡Quiá! - le contesto-. Un alto político, que todavía no es famoso propiamente, dice que todo va bien.
Patricio Borobio
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
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