Hazte donante y comparte la vida.
|
Educación y prisión: consideraciones en torno a la presencia católica en el medio penitenciario español.
Un complejo binomio: educación y prisión. Reflexiones en torno a la presencia católica en el medio penitenciario español. El papel de las ONGs católicas, la educación entendida como un riesgo y la misión de la Iglesia en las prisiones españolas
Si nos remitimos al significado
etimológico del término educar, nos encontramos con su sentido
original de extraer lo mejor de. Considerando lo anterior,
deducimos que la prisión tiene hoy día una misión muy
concreta, a la vez que extraordinariamente compleja, pues la
finalidad primordial de la misma, en el actual marco
constitucional español, es la reeducación y reinserción de los
condenados a penas privativas de libertad.
En este breve escrito, que no reviste carácter técnico sino que
parte de una experiencia personal a pie de terreno, vamos a
intentar asomarnos a esta realidad de la interacción
prisión-educación, buscando una imagen global, teniendo muy
presente en todo momento que el protagonista real de todo ello es
el hombre -o mujer- encarcelado que, precisamente por ello y al
menos durante un cierto periodo de tiempo, debe replantearse su
estilo de vida, sus expectativas futuras y las consecuencias de
todo ello para él mismo y su familia.
También, como premisa previa, debemos señalar que la educación
en libertad, entendida como la Iglesia la concibe, y habiéndolo
así aprendido de Luigi Giussani, es una posibilidad de encuentro
personal con la verdad y de adhesión a la misma, un
acontecimiento inesperado que, con el riesgo que conlleva para
educador y para el educando, también puede producirse en la,
generalmente, desconocida realidad penitenciaria.
Las prisiones españolas constituyen el medio físico en el que
se desenvuelve directamente buena parte de la vida de más de
70.000 personas. Así, en julio de 2001, eran 46.637 internos (de
ellos, 3.816 son mujeres; 9.469 presos preventivos a la espera de
juicio; 10.371 reclusos son de nacionalidad extranjera, la
mayoría hombres, siendo 909 el número de internas extranjeras),
19.000 profesionales penitenciarios (entre funcionarios y
personal laboral), y voluntarios (unos 3.500, aproximadamente).
No consideraremos aquí los números correspondientes a Cataluña
en lo que respecta a funcionarios y voluntarios, pues esta
Comunidad tiene asumidas las competencias penitenciarias desde
1984 y por ello dispone de una Administración penitenciaria
propia. Todas estas personas integran, de forma directa, este
numeroso colectivo que, generalmente, sólo es objeto de
atención por los mass-media cuando genera noticias de carácter
sensacionalista.
Si sumamos los miles de familiares de todos ellos, humanamente,
se trata de una realidad social muy amplia y de facetas inéditas
y complejas.
Por mandato constitucional directo, la reeducación es objetivo
prioritario de las instituciones penitenciarias españolas. Ello
pone en el punto de mira de toda la actuación penitenciaria a la
persona privada de libertad. Lo anterior implica, como premisa y
reflexión previa, en buena lógica, que la sociedad globalmente
considerada ha fracasado en el objetivo de socialización e
integración de muchos de sus ciudadanos, hasta el punto de que
un número elevado de ellos ha terminado, al menos por un cierto
periodo de sus vidas, formando parte del sistema de ejecución
penal español.
Y ese fracaso colectivo, como una acción social de emergencia,
se intenta rectificar con la labor educativa desarrollada en los
centros penitenciarios españoles.
Pero, ¿no es objetivo fundamental de las prisiones la retención
y custodia de los privados de libertad por resolución judicial?
Además de intentar la reeducación y reinserción, también
está, al igual que como aplicación lógica del sentido
retributivo de la pena, presente en la ejecución penal. Y ello
determina en buena medida la efectividad de esa labor educativa
que se desarrolla en los establecimientos penitenciarios, pues en
definitiva sus usuarios no lo son de forma voluntaria. Al
contrario: todos lo son de forma forzosa.
Ese es el marco en el que debe situarse la labor educativa
desarrollada en las prisiones españolas: cuando la familia y la
escuela, concebidas como instancias socializadoras básicas, han
fracasado, cuando un sujeto concreto ha cruzado el límite de lo
considerado socialmente admitido, interviene la prisión con una
dificilísima tarea. Pues, en la actualidad, no solo se trata de
hacer pagar por el delito cometido y de retener a ese sujeto
durante un tiempo determinado para evitar que cometa nuevos
delitos, tal como se entendía en etapas pretéritas de nuestra
historia. La sociedad, es más, ha atribuido a la prisión,
concretamente a los profesionales penitenciarios, la tarea casi
imposible de reeducar al transgresor de, en muchos casos,
básicas y elementales normas de convivencia, con la finalidad
última de reinsertarlo en el medio externo con capacidad de
afrontar, como un ciudadano más, la vida en libertad.
La prisión, por otra parte, no es una institución absolutamente
cerrada y al margen del resto de la sociedad. Es más, la
prisión es un termómetro de la sociedad. No es ajena a su
situación general, a sus tendencias, problemas y valores
dominantes. Es un reflejo de la sociedad misma, aunque exagerado
por las limitaciones impuestas en la libertad de movimientos, las
relaciones, el espacio y el tiempo de los reclusos.
Se pretende que su apertura a la sociedad sea gradual y que, de
alguna forma, constituya -metafóricamente hablando- un barrio
más de la ciudad. Pues quienes viven en ella disfrutan de
derechos y deberes, pudiendo acceder a las diversas prestaciones
y oportunidades sociales al igual que el resto de vecinos y
ciudadanos. Ello constituye, en la práctica actual, otro
contrasentido, más cuando el actual Gobierno, en total
continuidad con la política penitenciaria desarrollada por el
PSOE de la mano de quien fuera Secretario de Estado de Asuntos
Penitenciarios, Antonio Asunción, ha continuado construyendo
macro-prisiones, concebidas como modelo. Estos centros
penitenciarios, masificados y despersonalizados por definición y
alejados de los grandes núcleos urbanos, simbolizan en su
apartamiento físico otra forma de marginación social y, por
tanto, de exclusión. Pese a ello, la voluntad de apertura a la
sociedad y de implicación en la vida de la prisión de distintos
agentes sociales, se materializa, entre otras formas, en la
participación de diversas administraciones públicas
(ayuntamientos, comunidades autónomas y organizaciones
internacionales) y el voluntariado encuadrado en múltiples
Organizaciones No Gubernamentales (ONGs en lo sucesivo) de
variadas finalidades y actuaciones.
Pese a todo, los profesionales penitenciarios, con esas
limitaciones, buscan con mayor o menor acierto, un cambio
interior del interno que le permita, con nuevos conocimientos,
otras habilidades sociales y una nueva mentalidad, vivir en
libertad. Y en esa labor educativa, enunciada en un sentido
amplio, participan los profesionales penitenciarios
especializados (psicólogos, juristas, educadores, trabajadores
sociales), los mismos funcionarios de vigilancia que con su trato
humano y sentido de la equidad tienen mucho que aportar, los
maestros y monitores que imparten una instrucción específica,
así como los voluntarios de las diversas ONGs, buscando entre
todos ellos la repersonalización del penado.
En definitiva: el esfuerzo reeducativo es una labor de conjunto
de todos los agentes que actúan en el medio penitenciario, entre
los que también encontramos a numerosos católicos.
Pero, no seamos ingenuos. Otra especie de educación, por
denominarlo de alguna manera y en un sentido muy amplio, también
está presente en el medio penitenciario, y con indudable
eficacia, a través sus estructuras informales: llámense mafias,
grupos de internos dominantes, o como se quiera. Esta
contra-educación proporciona un estilo de vida, unos valores,
una posible fuente de ingresos, que conforman una auténtica
contracultura delicuencial y una pertenencia, en definitiva. Esa
contracultura, de la que forma parte la dependencia a diversas
sustancias tóxicas, constituye un caballo de Troya que
contrarresta, en muchos casos, los recursos resocializadores
empleados, haciéndolos fracasar.
El Tratamiento
Penitenciario.
El actual sistema penitenciario español se apoya en dos columnas
fundamentales.
El régimen es la primera de ellas, entendido como la
satisfacción de las exigencias de seguridad, orden y disciplina
que debe regir la vida en el interior de los establecimientos
penitenciarios.
La segunda columna es el tratamiento, entendido como conjunto de
actividades dirigidas a la consecución de la reeducación y
reinserción social de los reclusos.
Respecto a ambos principios rectores, debemos señalar la
voluntariedad del tratamiento y la subordinación del régimen al
tratamiento, según diseño legal.
Por ello, encontramos la libertad humana como primer factor, del
todo decisivo, en el éxito de la labor educativa en que se
concreta el tratamiento, libertad que se decantará, en cada caso
personal, por intentar cambiar o, al contrario, por cerrarse ante
la posibilidad de un cambio positivo, persistiendo en los
comportamientos antisociales y, en definitiva, en la pérdida de
la propia humanidad.
Dentro de las múltiples actividades y circunstancias que pueden
integrar el tratamiento, encontramos al conjunto de actuaciones
formativas y laborales, educativas por tanto, que se imparten en
los centros penitenciarios españoles. En primer lugar, la
enseñanza reglada. Encontramos, por otra parte, un conjunto
variado de actividades culturales no regladas que conforman lo
que se viene llamando, no sin polémica, como animación socio
cultural penitenciaria. Aquí puede encajarse el amplio espectro
de actividades de creación cultural (pintura, maquetismo,
fotografía, etc.), difusión (bibliotecas, conferencias,
actuaciones diversas), así como otras formativas y de
motivación (concursos, salidas culturales, informática, etc.)
No olvidemos las múltiples actividades deportivas desarrolladas
en las prisiones, ya dirigidas a la competición, ya de carácter
recreativo y de formación y motivación.
Viene cobrando especial importancia e incidencia en la vida
ordinaria de las prisiones españolas, dada la especialización
actual y las exigencias del mercado laboral, las enseñanzas
teóricas y prácticas destinadas a la formación profesional
ocupacional, que ha sufrido una notable evolución en los
últimos 4 años. Con anterioridad se buscaba la implantación de
los Programas Generales del INEM. Hoy día, los responsables de
la Dirección General de Instituciones Penitenciarias y del
Organismo Autónomo Trabajo y Prestaciones Penitenciarias, con
plena competencia en las materias de educación, cultura y
deportes, están replanteando esta enseñanza en otro sentido.
Para ello, recurriendo a la financiación del Fondo Social
Europeo y a la propia del citado Organismo Autónomo, esta nueva
orientación se está concretando mediante la nueva
estructuración de los cursos formativos, la introducción de
módulos de orientación socio-laboral y programas dirigidos a la
inserción laboral con especial atención al acompañamiento
individualizado.
Y dentro del terreno de la educación, por último, no podemos
olvidar a los voluntarios y colaboradores que intervienen de
múltiples maneras: en apoyo o pleno desempeño de muchas de las
actividades formativas antes mencionadas y en programas
específicos de cada una de las ONGs presentes.
Animación
sociocultural penitenciaria.
La Animación Sociocultural Penitenciaria (ASCP, en lo sucesivo),
según la definición de ENRIQUE ARNANZ, en Cultura y prisión.
Una experiencia y un proyecto de acción sociocultural
penitenciaria (Editorial Popular, Madrid 1988), se describe
de la siguiente forma:
«Es una parte integrante de un modelo de acción educativa
propio y adecuado al medio penitenciario que consiste en un
determinado método de intervención cultural y solamente es
posible si se entiende que sus acciones y programas forman parte
del tratamiento penitenciario, que corresponde a todo el
colectivo profesional y que implica a la comunidad local donde se
halle el establecimiento penitenciario».
Inicialmente, la ASCP era un conjunto de actividades dispersas,
sin coordinación ni finalidad a medio o largo plazo, cuyo objeto
era ocupar el máximo posible tiempo libre de los internos,
buscando simultáneamente una apertura de la prisión a la
sociedad.
A partir de esos presupuestos, no pocos agentes del medio
penitenciario actuaron con una orientación utópica, lindando la
contestación anti-prisión.
En la actualidad, la ASCP, de forma más realista, busca activar
las potencialidades del interno, para afrontar los problemas
concretos que le han llevado a esta situación. En ese sentido,
no solo se dirige a las personas procedentes de medios
marginales, sino también a otras de procedencia social o
cultural más elevada. No se opone a la enseñanza reglada, pero
puede integrarla e integrarse en una programación más amplia y
ambiciosa.
De alguna manera, la ASCP se solapa con el concepto y las
pretensiones del tratamiento penitenciario, pues en todo caso se
pretende hacer del recluso una persona preparada para afrontar el
futuro con autonomía. No se trata, pues, de trabajar desde unos
presupuestos contraculturales, sino desde una perspectiva
realista e integradora. La conjunción de ambos conceptos (ASCP y
tratamiento) implica que la formación reglada debe perder la
tendencia a la neutralidad en la instrucción y buscar, al igual
que los otros agentes culturales y educativos presentes en el
medio penitenciario, la transformación de la persona. Y todo
ello, siempre, desde una postura realista que asuma la realidad
concreta de cada interno. No puede ignorarse un pasado y un
presente condicionado por la droga, por ejemplo. Al contrario,
deberá partir de ello para diseñar un futuro alternativo.
Con todo ello, se intentará que el interno tome conciencia de
sí mismo, de la posibilidad de cambio y de su posible
crecimiento humano, lo que redundará en su beneficio y en el de
su familia.
La prisión es una institución cerrada y total. La vida está
rígidamente organizada, dirigida, lo que puede llegar a
producir, incluso, una cierta desorientación espacial y
temporal. Por una parte está la organización
formal-institucional de la prisión. Por otra parte, funcionan
los escapismos, las mafias, la construcción individual del
propio espacio y la adaptación a ambos sistemas.
Movilizar al individuo, para que pase de una actitud de
supervivencia, lógica tentación en este contexto, a otra de
crecimiento, pese a los límites del medio, es el reto de la ASCP
y del conjunto del tratamiento. El primer paso debe darse
buscando organizar el tiempo de cada uno, entendido como tiempo
organizado = tiempo de libertad. Se busca un nuevo estilo de vida
en aras de un cambio individual y de grupo.
Respecto a todo lo anterior, el art. 131 del Reglamento
Penitenciario de 1996 contempla de alguna manera a la ASCP, al
acordar que se programarán actividades culturales, deportivas y
de apoyo para conseguir el desarrollo integral de los individuos,
pudiendo proponer los mismos internos actividades concretas, por
lo que la Administración promoverá la máxima participación de
los mismos. El citado artículo establece que en estas
actividades participarán los internos, los profesionales
penitenciarios y los colaboradores sociales del exterior.
Voluntariado.
Los objetivos encomendados, legalmente, a las instituciones
penitenciarias, sólo son posibles, de forma plena, con la
participación del voluntariado a través de las ONGs.
La Ley 6/96 de 15 de enero que regula el marco jurídico del
voluntariado, ha contribuido a clarificar, encuadrar y coordinar
las actuaciones dispersas de las ONGs.
Por otra parte, el Plan Estatal de Voluntariado, de diciembre de
1.996, agrupa las labores del mismo en los objetivos de
sensibilización, promoción, apoyo y coordinación.
El Consejo Estatal de Organizaciones no Gubernamentales fue
creado en diciembre de 1999.
Por último, se ha constituido el Consejo de Políticas de
Intervención de ONGs en el sector penitenciario, cuyo objetivo
es la colaboración entre la Administración Penitenciaria y
dichas ONGs.
Ya en el artículo 62 del Reglamento Penitenciario de 1996 se
establecía el marco general de participación y colaboración de
estas organizaciones, sin perjuicio de otras múltiples
referencias a políticas específicas.
En la actualidad son 132 las ONGs que trabajan en el medio
penitenciario, desarrollando un total de 480 programas de los que
son de carácter expresamente educativo un total de 55, 137 de
inserción laboral, 65 de integración social, etc.
Durante todos estos años en que las ONGs vienen trabajando en
las prisiones españolas, sus actuaciones han evolucionado,
ganando peso los programas de inserción laboral, perdiendo el
carácter ingenuo de muchas de sus actuaciones y pretensiones.
Su financiación la obtienen, además de los propios recursos, de
distintas líneas de las Administraciones Públicas, en
particular, de la convocatoria anual de subvenciones del 0'5% del
IRPF.
También pueden obtenerla a través del Organismo Autónomo de
Trabajo y Prestaciones Penitenciarias, es decir, de la propia
Administración Penitenciaria, mediante convocatorias anuales de
subvenciones. Así, se ha intentado orientar la participación de
las ONGs en función de objetivos prioritarios según las
necesidades detectadas por la Administración.
Otra novedad en este campo constituye el que la Administración
Penitenciaria viene desarrollando desde hace tres años, otro
tipo de colaboración con algunas ONGs especializadas en el
ámbito penitenciario, concebidas en este caso como empresas de
servicios con el objetivo de realizar, previo concurso, programas
de formación, orientación o acompañamiento para la inserción
laboral de los reclusos, a los que de alguna manera hacíamos
referencia en el apartado correspondiente a la formación
profesional ocupacional. Estos programas han sido financiados con
aportaciones procedentes del Fondo Social Europeo.
Algunas de las ONGs, presentes en el medio penitenciario, son
católicas: Proyecto Hombre, Cáritas, Secretariado Gitano,
Voluntariado Cristiano de Prisiones, Horizontes Abiertos, etc. Y
también encontramos católicos en otras ONGs no confesionales.
La presencia en las
prisiones de un sujeto cristiano.
Entre los profesionales penitenciarios existe una cierta
presencia de católicos que trabajan de forma aislada, conforme a
su criterio individual, en muchos casos conformado por una
experiencia personal o comunitaria de fe.
También encontramos a católicos en ONGs no católicas, ya lo
afirmábamos antes, caso de Cruz Roja y otras, que trabajan en
las prisiones españolas. Ya hemos mencionado, anteriormente, la
presencia de ONGs de específica orientación católica que
agrupan (datos del año 2000) a 2.847 voluntarios pertenecientes
a un total de 112 comunidades religiosas, 52 movimientos
apostólicos y 74 Cáritas (parroquiales o diocesanas).
No olvidemos, por otra parte, la existencia de capellanes
católicos en todos los centros penitenciarios (136 sacerdotes),
que desarrollan una labor evangelizadora y catequética, en
ocasiones apoyados por alguna de las asociaciones de voluntariado
católico mencionadas en el párrafo anterior, que le auxilian en
esas labores espirituales y litúrgicas y realizando otras
funciones que lindan ya con el campo específico de las ONGs
antes mencionado: gestión de recursos, acompañamiento,
intermediación, etc.
Pero con todo, la presencia católica, aunque se intenta
coordinar e impulsar desde la Pastoral Penitenciaria (encuadrada
a su vez en las estructuras diocesanas, siendo 45 las diócesis
españolas que tienen el correspondiente secretariado o
delegación), carece aparentemente de vigor y atractivo en
líneas generales. Es espectacular la observancia del ramadán
islámico en algunas prisiones andaluzas. Conmueven y sorprenden
algunas conversiones producidas en el seno de ONGs de confesión
evangélica (REMAR, RETO, etc.).
Los católicos actuamos, en general, con complejos, intentando
pasar desapercibidos y ocultando de alguna manera nuestra fe.
La razón última del actuar cristiano es Cristo. Cristo en una
prisión, al igual que en el resto de la sociedad, se hace
presente mediante una compañía humana concreta, en unos rostros
reconocibles que un día llegarán a ser amigos, si Él quiere.
Cuando esa presencia humana vive en una comunidad concreta y
reconocible que desarrolla una vida propia, se vuelve atractiva,
llega a humanizar a personas que entablan relación con la misma,
constituyendo oportunidad evangelizadora y de conversión.
Para un profesional penitenciario, para un voluntario católico,
el interno con el que se contrasta cara a cara, requiere respeto
a su intimidad, conciencia de su libertad, ser libre de las
pretensiones que pueden crearse ante su futuro. Exige, en
cualquier caso, un ejercicio de sentido común. Además, cada
encuentro, es ocasión para descubrir de nuevo las exigencias y
preguntas que nos unen y, a partir de ello, la verificación de
la propuesta cristiana.
La educación en la libertad, entendida como riesgo, puede ser
ocasión de encuentro con la verdad, una oportunidad que puede
estar presente en las prisiones.
El encuentro entre los cristianos que, de una u otra forma,
participamos en el medio penitenciario, con el interno, sólo es
posible si es real, si se trata de una relación entre iguales,
en el sentido de vivir todos el común límite humano con la
tensión hacia la realización de la propia humanidad.
Para volver a ser hombres no sirven sólo las leyes del Estado,
de las que los reclusos conocen sobre todo, su lado de
hipocresía y violencia. Se trata, en definitiva, de sustituir
una pertenencia por otra, lo que puede facilitar cambiar de
deseos.
Y para llenar de contenido a la palabra realismo, tantas veces
mencionada en este texto, es necesario hablar de pecado original
y caridad.
La pérdida de la conciencia de pecadores traslada el problema
del mal a los demás, lo que desemboca en un fariseísmo.
Además, sin esa conciencia de pecado, uno ya no sabe quién es
él y, por lo tanto, ya no sabe quiénes son los demás.
El pecado original explica que, pese a un diagnóstico preciso,
un programa concreto bien atado, y otros elementos que pretenden
asegurar como inevitable el futuro de la vida y las decisiones de
un interno, pueda llegar a fracasar en las expectativas creadas a
los penitenciarios que trabajan en su caso. Esta conciencia
realista proporciona al católico un juicio cultural que tiene en
cuenta la libertad de la persona, factor que la práctica
concreta de muchas Ciencias Humanas pretende, de alguna manera,
anular. El cristiano tiene la experiencia y la esperanza de que,
en el ejercicio de la libertad humana, no es realista depositar
su consistencia en las propias fuerzas, sino en OTRO que actúa
de forma misteriosa.
La educación, la entendemos por lo tanto, como medio de
humanización y de desarrollo integral de la personalidad,
teniendo a la libertad como tensión. Y, para el católico, la
mayor posibilidad de desarrollo integral, de humanidad, tiene un
rostro, Cristo, y un lugar, la Iglesia. Por ello, la educación
en la libertad no la concibe como una mera capacidad de
elección, sino como adhesión a la verdad.
Así entendemos la educación como un riesgo, constituyendo la
propia persona que educa una propuesta de libertad a través del
encuentro personal.
Fernando José Vaquero Oroquieta.
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
La reproducción total o parcial de estos documentos esta a
disposición de la gente siempre bajo los criterios de buena fe y
citando su origen.