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Derecho a que me protejan.
¿Qué
mueve a quienes, bajo la bandera de los derechos de los niños,
afirman su legitimidad por encima del derecho de los padres a
educarlos?
La sede de las Naciones Unidas en Nueva
York fue el escenario de un ajetreo de campeonato. Las
delegaciones de todos los países y multitud de ONGs pugnaban por
imponer sus perspectivas en el documento preparatorio de la
Sesión Especial sobre la Infancia.
En estas sesiones, Estados Unidos, ese país que tiene como
emblema la libertad, dio un campanazo proponiendo enfatizar más
la necesidad de proteger a los niños que la de reconocer sus
derechos (1). Valiente afirmación, si se tiene en cuenta que el
objetivo de la sesión extraordinaria de septiembre es revisar y
continuar el plan de acción de la Convención de los Derechos de
los niños, aprobada el 20 de noviembre de 1989.
El gigante americano parece haber olvidado que la palabra mágica
de los últimos 40 años ha sido ésta: "derechos".
¿Qué hemos hecho en las décadas pasadas sino luchar por ellos?
Los derechos de las mujeres, los derechos de los países
colonizados, los derechos de las minorías raciales... La
sociedad ha ido tomando conciencia de que sus integrantes son
sujetos con dignidad humana, y que eso conlleva una serie de
consecuencias.
Garantizar los derechos de los niños se presenta como el culmen
de la civilización occidental. Significa que ya no nos dejamos
llevar por criterios de fuerza o utilidad a la hora de valorar a
nuestros semejantes, y que los más débiles son los primeros que
se tienen en cuenta.
Y, en esto, surge una voz que saca a relucir una palabra mucho
más anticuada: "protección". Protección que suena a
minoría de edad, a minusvaloración de las potencias reales, a
narcotización de las energías vitales... Estados Unidos, con su
pompa y su progreso, se nos ha quedado atrás... o tal vez está
ya de vuelta.
Antes de hacer un juicio, debemos valorar un instante las dos
perspectivas: proteger o conceder derechos.
Comencemos diciendo que nadie duda de que los niños son
personas, que en virtud de su naturaleza poseen idéntica
dignidad a la de los hombres y mujeres adultos. Por tanto tienen
los mismos derechos que cualquier ser humano. Pero poseer un
derecho no es lo mismo que ejercerlo libremente. Tal vez las
analogías nos ayuden a ver este punto más claro:
Toda persona tiene derecho a disfrutar de un buen vaso de ginebra
con hielo. Y, sin embargo, no es recomendable que un niño de dos
años ejerza este derecho. Su madre hará muy bien en
impedírselo. Por otro lado, todo ser humano puede contraer
matrimonio. Pero a una persona ya casada no se le permite si no
se divorcia de su cónyuge anterior.
A estas alturas del discurso podemos sacar una primera
conclusión: los niños son sujetos de todos los derechos de la
persona, pero esto no significa que estén siempre preparados
física o psicológicamente para ejercerlos.
Esta parece ser la idea de Estados Unidos cuando se inclina por
la palabra protección. Entre los muchos derechos que la
Convención reconoce a los niños, están los sexuales y
reproductivos, y el derecho a la libertad de expresión y la
privacidad. ¿Considera que una niña de 11 años está preparada
para optar por tener relaciones con un amigo, con la consecuencia
posterior de un aborto? ¿Y una de 9 para conocer todo sobre la
masturbación? Si sólo pensarlo le golpea, no se sienta
contrario al progreso. Hay muchos que piensan como usted. Por
ejemplo, Estados Unidos.
Pero, demos un paso más. ¿Qué mueve a quienes, bajo la bandera
de los derechos de los niños, afirman su legitimidad por encima
del derecho de los padres a educarlos? Si los padres dejan de ser
la autoridad moral que protege y guía a los hijos, ¿en manos de
quién quedan? ¿Quién les formará la conciencia, los valores,
la forma de pensar? ¿La televisión? ¿Las ONGs? ¿El Estado?...
Si a alguno le deja tranquilo semejantes tutores, es que no ha
echado un vistazo siquiera a las revistas para adolescentes, por
dar un ejemplo cualquiera.
No nos engañemos. El "poner a los niños en primer
lugar", tal y como propone la Convención, significa poner a
los padres de familia en último. De esta forma, los hijos quedan
a merced de la pornografía y del gran negocio de los
anticonceptivos. Y los padres, en la inopia. A esto le llaman
"defender los derechos de los niños". Nunca la
manipulación se había vestido con tan noble disfraz.
Una última reflexión: "Todos los dictadores han sido
raptores de la enseñanza, como también de la prensa, y por la
misma razón" (2) La Sesión de septiembre se presenta como
una de las cimas de la democracia y el progreso. No creo ser
catastrofista si digo que esto me huele al más sutil y atroz
comunismo de estado. Le sugiero que lo piense, y no deje que le
roben a sus hijos...
Marta Rodríguez Mujer Nueva
NOTAS:
(1). Durante una de las reuniones de ONGs el 14 de junio, Michael
Denis del Departamento de Estado de EEUU confirmó: "En las
negociaciones hemos tratado de enfatizar la protección de los
niños más que hablar de una perspectiva demasiado amplia de sus
derechos".
(2). Jean F. Revel, "El conocimiento inútil".
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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