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Apuntes sobre los despropósitos ante el "terrorismo contra la civilización" .
Terrorismo, guerra y violencia. Terror y poder de comunicación: la violación mediática de la emotividad o la autosumisión político-ideológica de los media al poder mundial establecido, ideológico, militar, político y económico. Los pre-juicios de inocencia y culpabilidad: una simplificación peligrosa. La estéril defensa de la Civitas Hominis, sinónimo del olvido de la verdadera Caridad, que es Dios mismo. El pecado del mundo y la santidad de Dios. El culto de adoración imprescindible, y sus simulacros, necesarios pero mortíferos.
Toda cuestión no entendida acaba en
cuestión irresuelta, y mucho más cuando se ignora o rechaza
como tal. He ahí el dilema que afecta a toda valoración de lo
ocurrido el llamado 11-S. Reconociendo desde el principio el
difícil trazado de nuestro empeño comprensivo, acaso puede
servir de luz y guía la conocida regla de la moral católica que
exige 'clemencia con el pecador, y dureza con el pecado'.
Aplicándola con rigor, sortearémos tanto la inquisitorial
sospecha de un 'Antiamericanismo europeo' (J.Mª Carrascal),
supuesto fruto de un simple resentimiento culpable de las
izquierdas, como la superficial indulgencia de los que se
complacen en 'El orgullo americano' (J.A. Sánchez), por el mero
hecho de contrastar sensiblemente con la boba invocación de la
'unidad de los demócratas' ante el terrorismo, complejo que -lo
comprobamos ahora- la clerecía española sólo padece cuando se
trata de la 'carne propia', tan abundantemente sacrificada por
ETA y sus cómplices políticos.
La sana línea argumentativa frente a los despropósitos ante el
'terror' ha de pasar por una doble negativa: ni antiamericanismo
superficial, ni orgullo americano patético. Es la hora de
discernir los espíritus, discernimiento que ha de partir de una
cristiana, no pagana, 'compasión con las víctimas, sin que ello
cunda en una miope apología de todo aquello que las Torres
Gemelas y el Pentágono representan. La rotunda negativa a
cualquier apología de la barbarie cometida ha de darse la mano
con la afirmación, digamos neo-hamletiana, de que 'something'
está podrido, ya no en Dinamaca, sino en los propios Estados
Unidos de America. Sin considerar aquí siquiera a sus ciudadanos
individuales, hemos de cuestionar por tanto los principios
ideológicos que sustentan su dominio universal, al amparo de la
peculiar 'Pax Americana'.
La reacción masiva de la opinión, oración, manifestación
públicas e individuales, a escala mundial, ha dejado patente que
aquel acto perverso, más que a la carne, ha tocado el alma de la
Civitas Hominis. Y por eso no es del todo falsa la apreciacion de
que el hundimiento físico, de edificios y hombres, ha hecho
temblar en sus cimientos a la ideología occidental reinante.
He aquí el primer despropósito interpretativo, a la vez de
políticos, intelectuales y masas anestesiadas por el bombardeo
no sólo real sino mediático. Lo que ha sido derrumbado
brutalmente el 11-S de hecho no vale para símbolo, ni mucho
menos, del verdadero ideal de civilización, ni mucho menos de lo
que tradicionalmente se entendía por Cristiandad. Admito, como
no, que se puede estar en desacuerdo con esta tesis, pero
ignorarla sería signo de ceguera culpable, de indeseables
consecuencias, como bien ya hemos podido comprobar. Esta tesis
claro que no es afirmación gozosa ni impía sino una
constatación tristemente certera: 'El que a hierro mata a hierro
perece'. Después de Dresde, Hirosima y Nagasaki, Corea, Vietnam,
Iraq, Yugoslavia, EE. UU está probando el amargor de su propia
medicina. "No hay duda -escribe un escritor sirio en El
Mundo- de que Estados Unidos se ha convertido en el blanco de
mucho odio visceral, principalmente (no exclusivamente) a causa
de su desenfrenada arrogancia (de hecho, no siempre de
propósito). Ha hecho la guerra a casi todos los pueblos del
mundo (No se habla siquiera de los antiguos imperios católicos
de España y de Habsburgo, o de los regímenes que en Europa y
Asia nacieron de semejantes despropósitos de destrucción
anti-católica). Y siempre con el resultado de que todos debían
inclinarse ante el Pentágono y el dólar (en tanto que símbolos
del autoproclamado 'mundo libre'). La retórica sobre el
terrorismo a veces es tan espantosa como el mismo terrorismo, o
al menos no nos ayuda para entender sus causas. A menudo hace
caso omiso de la Historia. Por ejemplo, organizaciones israelíes
emplearon tácticas terroristas en Oriente Próximo, con éxito,
para hacer huir de Palestina a británicos y palestinos. Fue el
terrorismo lo que creó Israél. Y será el terrorismo, que los
palestinos han aprendido de sus verdugos israelíes, lo que
creará el Estado de Palestina. En su lucha contra los palestinos
moderados en los 70, Israél infiltró agentes en grupos
palestinos extremistas, a los que utilizó para asesinar a los
palestinos que querían la paz. Estados Unidos (no el
norteamericano individual, sino los Kissingers y Turners de su
nomenclatura masónico-sionista) tiene una enorme responsabilidad
en la creación del fenómeno del terrorismo islámico. Fue
Estados Unidos el país que financió grupos extremistas como el
de Osama bin Laden (antes su criatura, ahora su bestia negra)
para combatir a los soviéticos en Afganistán. Este fue uno de
los capítulos más sucios de la guerra fría". Y para
completar el cuadro de los despropósitos de la política
internacional norteamericana, recordemos sus antecedentes
inmediatos, a saber: los criminales tradados de Yalta y Potsdam,
que cobarde e imbécilmente, durante largas décadas habían
entregado medio Europa al despotismo soviético.
De modo que el dolor profundo y sincero por lo ocurrido no debe
extirpar la lucidez necesaria para interpretar los signos de los
tiempos. Cierto, el magnicidio del 11-S en EE.UU. no tiene
justificación o legitimación, ni política ni religiosa. Punto.
Pero cuidado, ¡qué ausencia de recursos intelectuales para
comprender lo ocurrido! Habrá que echar mano de un pensamiento,
considerado hoy heterodoxo tanto por las élites como las masas
del mundo demoliberal, o sea, poscristiano. Porque la actual
'ortodoxia' intelectual y política occidental, rece o no, he
ahí la diferencia -solo aparente- entre lo politicamente
correcto en EE.UU. y Europa, se proclama y manifiesta fiel
servidora de la ideología antropocéntrica univeral, de raíces
infernales y pretensiones pseudo-mesiánicas.
Por ello, al escaso observador 'heterodoxo', y en eso coincide
con multitud de intelectuales no-occidentales, como el
anteriormente citado, no le sorprende para nada que los
doctrinarios liberales, ante lo ocurrido, no hacen más que
'reafirmarse en su ser'. Reivindican el Status Quo ideológico
(sufragio universal, merado libre, y libertad indiscriminada de
expresión), apelando a la defensa del mundo 'libre' mediante
"la policia, la inteligencia, la pedagogía universal de la
democracia" (Raul del Pozo).
¡Cuán infinita es la pobreza y debilidad de la ideología de la
Pax Americana, tan alejada de la doctrina católica tradicional!
Frente a ella toma proporción, relieve y sentido el propósito
modesto de estas líneas, que no es otro que hacer un breve
examen de los des-propósitos que con respecto al terrorismo, no
sólo el islámico, provoca la ceguera o miopía
antropocéntrica, analizando breve e inseparablemente las
relaciones, implicaciones y diferenciaciones a tener en cuenta
entre violencia, terrorismo y guerra; terror y sentimientos;
terrorirsmo y poder, terrorismo y culpa, terrorismo y pecado.
Desde el fin de la Guerra Fria, bipolar, que se articulaba como
conflicto ideológico, militar, político, económico entre una
cosmovisión declarada y brutalmente 'materialista' (comunista),
y otra de la misma índole, más habil, más eficaz por
encubierta (capitalista), hemos visto afianzarse en el mundo por
un lado la intervención bélica moralizante, unipolar, con
pretensiones libertario-humanitarias, cuyo móvil sería la
defensa de los 'valores' democráticos y los 'derechos' humanos a
cargo de la Comunidad Internacional (guerras contra Iraq, Serbia
etc.), y por otro, el terrorismo, más o menos organizado,
multipolar y polifacético, al amparo de pretensiones,
entremezcladas entre sí, que abarcan todo el espectro de las
pasiones y convicciones humanas, desde las económicas de los
narco-mafias internacionales, las político-independentistas de
los nacionalismos intra-estatales, las ecologistas, pacifistas,
justicieras de los guerrilleros antiglobalización, hasta las
religiosas de integristas islámicos (sin hablar del terror
hindú o de sectas new-age), que enarbolan los derechos de Dios
y/o el derecho a una civilización y cultura propia y distinta de
la occidental, en su sentido actual, antropocéntrica e
individualista. De la muy particular variante del terrorismo, el
democrático, desde el aborto o eutanasia, con sanción legal,
hasta el empleo de fondos reservados al servicio de los intereses
económicos, geo-estratégicos de las grandes potencias,
occidentales o no, no queremos aquí sino manifestar su cruda
existencia.
Ciertamente, el terrorismo es la forma de guerra de los
impotentes, principalmente, o cuando los poderosos tengan que
ocultar asuntos incompatibles con la autopresunción
democrática. Sin embargo, es más compleja la distinción entre
ambas formas de conflicto: "La guerra no es un terrorismo de
grandes dimensiones, así lo define Hispanidad.com en su
editorial del 'day-after'. La guerra 'profesionaliza' la
violencia, el terrorismo la 'civiliza', o sea, implica en su
aberración a toda la sociedad civil, quiera o no quiera". Y
en un sentido complementario, se puede leer en foroarbil.org:
"La guerra, hoy, debido a la tremenda hipertrofia
tecnológica, siguiendo una interpretación muy parcial y
materialista del progreso, ha perdido todo su honor y su valor,
todo su significado tradicional, no puede ya ser un elemento
moral válido para solucionar conflictos. Pero también, ha
perdido todo su valor estratégico o táctico. La guerra del
s.XXI, solo puede ser el Terrorismo más cruel". Una vez
más nos viene a la mente la actual reafirmación americana del
derecho a la 'guerra sucia', y su práctica constante por parte
del poder sionista mundial.
He ahí los motivos principales de las dificultades actuales de
la aplicación de las leyes de la guerra justa, impresas ya en
las Sagradas Escrituras. Bien sabemos que tampoco antes, ni
nunca, las han cumplido siempre, y menos paganos o ideólogos
ilustrados de toda calaña, pero tampoco judios ni cristianos, ni
mucho menos los engañados 'fieles' mohametanos. No cabe duda,
eso de la guerra justa es un asunto complicado, de difícil
aplicación en las circunstancias actuales. Pese a esa dificultad
práctica, sin embargo, hay que retener la vigencia del principio
de la legítima defensa, único fundamento aceptable de aquella.
Aquí, lo importante no es tanto el cumplimiento o incumplimiento
del principio, porque ninguna conculcación de un principio lo
hace ser menos principio, o sea regla de verdad. Lo que si es
clave es que el principio de legítima defensa se considera un
derecho adscrito a toda persona, no sólo las físicas
(individuo) sino también las jurídicas o políticas
(colectivo), y en cuanto a éstas no sólo ad extra (el agresor
de fuera) sino ante todo ad intra (el 'agresor' que actúa desde
dentro). No voy a intentar a dilucidar todas estas cuestiones
complejas. Pero soy perfectamente consciente de que, para todo
occidental, de cristiano a poscristiano (hipócrita o no, porque
para el cínico no cabe limitación alguna a la violencia, porque
al haber declarado la muerte de Dios, pública y privada, todo
está permitido) resulta irritante, irracional, inhumana, y
precisamente cínica, la postura de aquéllos que incluyen la
violencia del martes 11-S entre los casos de legítima defensa
colectiva. No obstante, esto es el Quid de la cuestión, porque
qué pasa si el adversario no 'reconoce como suyas' las reglas
tanto argumentativas como políticas del Occidente
individualista, sea desde una postura teocéntrica (Islam), o
meramente holística (Hindú).
Nos guste o no, estamos ante una clara manifestación de 'choque
de civilizaciones', que ante todo es sociocultural (vertical,
ético-religioso), no simplemente militar (horizontal,
territorial), y que más que en sus estructuras y realizaciones
materiales, es un choque frontal de paradigmas espirituales: de
comprensión de Dios, del mundo y del yo. No hace falta compartir
las conocidas tesis de Samuel Huntington al respecto, pero sí
afirmamos tal choque entre una civilización poscristiana (con
restos o no de sacramentalidad y/o vida de oración) que ha
exacerbado el reduccionismo de la persona a individuo autónomo
dotado de derechos inalienables, y otra islámica, o también
pagana, con su su enfasis y tentación colectivista, que es un
reduccionismo del sin embargo sagrado y tan veraz ideal
comunitario. El tradicional conflicto multisecular entre
Cristiandad e Islam, basta recordar el lúdico análisis de H.
Belloc (The continuing 'heresy' of Islam), una vez sufrida la
completa secularización de la primera (al liberalismo, católico
o no, y al socialismo ateo les une la tesis de la no-publicidad
de la religión, con la abolición del tradicional derecho
público cristiano), ha dado lugar al choque incomensurable entre
una 'Weltanschauung' y civilización antropocéntrica y otra
teocéntrica, siendo no obstante precisamente la obediencia
comunitaria a Dios aquello que realmente tiene fuerza de unión,
convirtiendo un agregado de individuos en comunidad, no
simplemente confesional, sino ipso facto política. Frente a
ello, el 'patriotismo' norteamericano resulta una petición de
principio, sin fundamente real. Es puro voluntarismo: nada nos
une más que la firme voluntad de cada uno de estar asociados a
fin de andar libremente tras nuestros intereses privados. Dicho
de otro modo: la bandera común sustituye a la fe común, es el
símbolo sentimental de una unión que no existe in profundis.
Bien sabido es que en Occidente, la Reforma protestante, el
Humanismo y la Ilustración , cada cual desde su perspectiva, y
con sus secuelas politico-revolucionarias sangrientas, dieron al
traste con la concepción armónica e universal de las cosas
humanas en el seno de Cristiandad. Ahora bien, aplicando este
terremoto sociopolítico a nuestro problema, resulta que su
dimensión occidental, articulada en un sin fin de conflictos y
guerras, entre 'liberales' y 'tradicionales' en las dos últimas
centurias, se ha trocado en universal, con la penetración global
del modelo revolucionario, sea liberal-capitalista o
socialista-comunista. Secularización es el nombre y apellido de
este terremoto, es decir, la construcción de la Civitas Hominis,
con olvido, desprecio y hasta odio de la Civitas Dei, anclada en
la ley natural como soporte de todo destino sobrenatural del
hombre, institucionalizada en el derecho público cristiano, cuya
caricatura son los llamados derechos humanos.
He ahí el contexto del segundo de los despropósitos
interpretativos del magnicidio terrorista. Obviamente, también
de la tesis de la no-separación, que no es no-distinción, de
poder temporal y poder espiritual se puede discrepar; sin
embargo, precisamente de su conculcación constitutiva, propia
del constitucionalismo liberal, vehículo por excelencia del
'American Dream', resulta su previsible y inevitable
vulnerabilidad.
En esta perspectiva de conflicto de civilizaciones, a pesar de su
ocasional incidencia terrorista en Occidente, el antes invocado
derecho a la legítima defensa no se articula tanto como
conflicto territorial entre Occidente e Islam, por la evidencia
del poder militar de hecho del primero, sino como defensa ad
intra, es decir, como conflicto sociocultural en el seno de las
propias sociedades islámicas, cuyos estratos más profundos
naturalmente se resisten a la actual dinámica secularizadora,
tanto como a su inevitable consecuencia: el imperio del
individualismo, liberal-democrático, con todas sus consecuencias
destructivas para el modelo societario tradicional. Lo ocurrido
en Irán e Afganistán, etc., durante las últimas dos décadas
es ejemplar al respecto. La legitima defensa ad intra, siempre en
el marco de confrontaciones geopolíticas más amplias, ha dado
lugar a crueles e interminables guerras o conflictos civiles,
intra-islámicas, tanto más irresolubles cuanto inseparables de
múltiples secuelas típicas del 'pecado original': soberbia,
envidia, odio, ambición, lujuría... que no dejan de alimentar
sin cesar a individuos tanto como a clanes, étnias, y facciones
en el seno del propio Islam. Todo lo cual hace cada vez menos
abarcables los problemas, y menos soportables cualquiera de sus
posibles soluciones. Sea esto una advertencia para los Bush,
Clinton y consortes.
Para satisfacción de los pecadores, en Occidente, la fe
tradicional parece haber sucumbido a una mortífera melodía
mesiánico-inmanentista (que incluso llena el espacio sagrado de
una Iglesia meramente filantrópica, que sin jamás poder
instaurarlas sólo habla de libertad, justicia y paz) cuya
eficacia se basa, a parte de la 'naturaleza caída', en las
incansables maniobras masónicas y sionistas, antes ocultas, hoy
abiertas, pero siempre satánicas. No obstante, la derrota
terrenal de los 'hijos de la luz', en analogía al debacle del
calvario de su Dios y Señor, en último término no sorprende
porque, lo anuncia Él mismo, no pueden competir en astucia con
los 'hijos de la ira'. Por ello, es de suponer que, no
tratándose siquiera de tales hijos de la luz, los 'siervos
obedientes de Allah' (Muslim), con el sólo apoyo de los retazos
de la ley natural presentes en la revelación angélica
(diabólica) del Islam, no podrán resistir por mucho tiempo al
acoso cultural de un occidente secularizado, tan rico sin embargo
en parafernalias que son del agrado de los sentidos menos nobles
de los hombres.
He aquí otra tesis provocadora: la versión actual del conflicto
entre Occidente e Islam, en cuanto modelos socioculturales, acaso
es la más exitosa maniobra del Principe de las Tinieblas, porque
se trata de una confrontación de fuerzas ambas opuestas al
reinado universal de Cristo. En un caso en el seno de la propia
Cristiandad secularizada, en el otro como herejía sui generis,
no intra sino extracristiana (H.Belloc). Tomen por seguro que no
es un conflicto entre buenos y malos, entre modernos y
medievales, entre ilustrados e incultos, entre amigos y enemigos
de la verdad y del bien. ¡No! Es un conflicto, en planos
secundarios, que está orquestrando el propio 'señor del mundo',
para confusión y perdición de los mortales. Con todo, valga la
analogía al dicho conocido, que formularíamos así: Satanás
propone, y Dios dispone. De hecho, múltiples y constantes, al
menos hasta el llamado Concilio Vaticano II, han sido las
interpretaciones histórico-teológicas que han visto al
Mohametanismo como flagelo y cruz que usa la Santísima Trinidad,
ahora más que nunca, para reconducir al redil a una cristiandad
dividida, pérfida y terrenal, deshecha por los efectos
disgregadores de la secularización de la mentes, corazones,
instituciones, leyes... Aunque nos cuesta admitirlo, Dios siempre
ha permitido que un mal combata a otro mal, para sacar bienes de
los males. Porque males son el que tanto musulmanes como
occidentales, cristianos o no, niegan al Padre el único culto
que le agrada, aplacando su justa ira por la ofensa infinita del
pecado. Y ese culto único es la glorificación de Dios mediante
la autoinmolación de Cristo, su Hijo, en la cruz, sacrificio que
Dios exige que sea actualizado pública y universalmente por la
Iglesia, en la Santa Misa. De modo que no veo que de algo sirva
la 'cruzada' del 'mundo libre' contra los malos, terroristas,
islámicos o no. Todo lo contrario. Y el diablo se regocijará de
la muerte de tantos y tantos.
No obstante, muchos articulistas no han podido ocultar sus
sentimientos más oscuros, cargando todos los males de la
humanidad sobre las espaldas de la religión, sin discernir la
verdadera frente a tantas falsas, hipótesis absurda para ellos.
Con bastante anterioridad a lo ocurrido aquel día fatal, letal,
el columnista de El Mundo, Gabriel Albiac, se ha dignado a
ejemplificar (Zoom, 28.06.01), y con su habitual desfachatez,
este prejuicio, identificando la religión, sin distinción
alguna, con la demencia y locura: "Es más delictiva la
campaña papal contra el uso de los preservativos que lo de media
docena de Milosevics. Pero en la Haya acabará Milosevic. Sólo.
Venceremos un día al Sida. A la locura religiosa no la
venceremos nunca. Frente a ese horror intemporal, el Sida es
nada". O sea, no la ausencia de Culto (Prólogo de San Juan)
sino precisamente su presencia inexpugnable sería el horror
intemporal.
Evidentemente, con tamaño desconocimiento e incomprensión, ya
no solo de las 'cosas' religiosas sino de la naturaleza de Dios
mismo, actitud mental y pasional que raya el dilirio, de veras,
ciertamente nunca se vencerá a un terrorismo de tipo islámico,
porque la doctrina mahometana, si bien es una caricatura
diabólica de la autorevelación divina que culmina en Cristo,
con toda razón considera blasfemia la construcción de la 'aldea
global' con el amor a sí mismo, hasta el desprecio de Dios (San
Agustín), anteponiendo los derechos y pensamientos del hombre a
los derechos y pensamientos de Dios, que desconoce (laicismos de
toda índole), o incluso identificando los segundos con los
primeros (humanismo católico-liberal).
Aquí, como en tantas cosas, la capacidad de distinguir sin
separar es de importancia capital. Porque la diferencia en cuanto
a la adoración y obediencia debidas a Dios estriba en que la
verdadera religión engendra hijos en el Hijo, mientras que el
Islam (el término significa obediencia, sumisión) produce
siervos sumisos (etimología de 'muslim'), que no obedecen a Dios
por amor (y amor exige libertad, que sin embargo no es valor sino
porque es medio para un fin superior) sino por temor o terror
(que implica un puro deber, un determinismo incompatible con la
libertad de hijos). Resulta claro, en consecuencia, que la
fulminante negación (diabólica, teñida de racionalismo) de
Mahoma del misterio de la Unidad de Dios en la Trinidad, que
además abraza la naturaleza humana en Cristo, es crucificado,
muerto y exaltado a la derecha de Dios, no deja otra alternativa
que la mera sumisión, libre o forzosa, o sea, con violencia. O
al menos lleva en sí mismo el germen teológico de una violencia
santa que no tiene el contrapeso de la virtud de la caridad,
exclusivamente cristiana, mas, exclusivamente de Dios, porque
siendo la Caridad Dios mismo, no es un recurso humano sino un don
divino, por participación, comunicado por la gracia
santificante. En este sentido, tengamos bien presente que un
musulmán no puede concebir rezar el padrenuestro, porque su dios
no es nuestro Dios: sólo es creador y señor, pero no es ni
padre ni redentor. He aquí lo que une, y a la vez diferencia a
la verdadera religión de su caricatura, de orígen diabólico,
sin que tenga que serlo el individuo musulmán particular.
No obstante, pese a estas distinciones fundamentales, hemos de
retener como factor explicativo, no justificativo, del terror
magnicida sembrado en Nueva York y Washington, que en toda
lógica el rechazo manifiesto y sistemático al culto público de
Dios, a su reinado universal, no sólo sobre corazones
individuales, sino sobre sociedades, pueblos, naciones y el mundo
entero (Salmo 2), ese rechazo manifiesto de Occidente no puede
dejar producir sentimientos de indignación justiciera en todo
sincero adorador de Dios, que en el caso del musulmán lo es
menos por su credo que por el refuerzo que ese credo 'blasfema'
hace del precepto de la virtud de la religión, inscrita en la
naturaleza humana, y ciertamente menos sofocada en las sociedades
islámicas que en las occidentales, secularizadas. Insistimos: la
no-adoración de Dios es blasfemia; sin embargo, esa certera
calificación, sólo por la fe cristiana puede ser encauzada a su
justo fin, porque el autor y contenido, alfa y ómega, es el Dios
santo, uno y trino, que -tomemos nota- sólo por ello es padre.
La lógica nos enseña que 'padre' y 'hijo' son conceptos
relativos, o sea, el uno no es lo que es sin el otro. De modo que
el Dios que adoramos los cristianos no es el mismo dios de los
musulmanes, o de judíos, digan lo que digan los 'ecumenistas' de
toda índole y grado jeráquico. No es el mismo porque es Padre,
que sólo en virtud del sacrificio expiatorio y propiciatoria de
su Hijo en la cruz de Golgota, aguarda paciente y ardientemente
al hijo pecador. Y conste que la Parábola del Hijo pródigo no
habla de que hubiera aguardado cualquier pecador, sino sólo al
hijo pecador, hecho que significa otra refutación del ecumenismo
y diálogo interreligioso. Porque el hombre es hijo de Dios no en
virtud de su naturaleza humana sino de la gracia propia del
bautismo (en el nombre de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo).
He aquí el tercer despropósito hermenéutico ante el terror: la
negación por parte del hombre secularizado de la Santidad de
Dios. El 'fiel' musulmán retiene la gravedad de la blasfemia
porque reconoce a Dios como Señor absoluto, desconociendo sin
embargo su paternidad al rechazar su Hijo, por obra del Diablo,
mientras que el hereje protesante, el católico liberal y el
poscristiano desconocen el pecado de blasfemia que consiste en la
negación de culto público e universal a Dios Uno y Trino,
reteniendo o no la paternidad divina, y así da más argumentos
que nunca a la articulación violenta inherente aunque no
apodíctica en el credo islámico cuyo eje prácticamente
exclusivo es la adoración, no de hijos sino de siervos.
"Lo malo es -señala en esta línea el editorialista de
Hispanidad.com- que Occidente, que ha abjurado de muchos de sus
principios, tiende a convertir la tolerancia en norma. Y la
tolerancia resulta insuficiente para combatir al Islam".
Bien se ve en este contexto el efecto demoledor que tenía, y
sigue teniendo, para la Civitas Catholica la libertad religiosa
introducida astutamente en la agenda del Vaticano II, concepción
anclada en una falsa idea de la dignidad humana. "Porque los
islámicos sí tienen principios, algunos aberrantes, pero
principios. Y una idea cuajada siempre vencerá la ausencia de
ideas, que es a lo que Occidente está llamando tolerancia".
Sería interesante seguir el curso histórico de este concepto,
pero baste con ilustrar que 'tolerar', o sea, soportar, sufrir,
sobrellevar, no puede significar indiferencia y relativismo
religioso, moral y cultural, considerando por iguales verdad y
mentira, bien y mal, belleza y fealdad. Bien lo atestigua, una
vez más, el padre de la parabola del 'hijo pródigo', que
toleraba, o sea, sufría los desvaríos de su hijo, aguardando
dolorosa y amorosamente el momento que éste recapacite para que
le puede otorgar la gracia del perdón de sus pecados, y así
restaurar su condición de hijo.
No hay otra solución, no nos quepa la menor duda: la verdadera
tolerancia implica firmes principios, de fe y moral católicas, y
antes que principios, el culto verdadero: la Santa Misa.
Profundizando un poco, la 'tolerancia' del Islam históricamente
considerado siempre ha sido interesada y utilitaria,
instrumentalizando a su favor la capacidad económica y cultural
de los pueblos cristianos del sometido imperio romano de oriente
(H.Belloc). Y la 'tolerancia' de Occidente, liberal-demócrata,
no es tolerante ni liberal, demostrando así que ni los
demócratas pueden tolerar una tolerancia sin principios, aunque
sean tan heréticos o apóstatas como los suyos. Mas, es
imposible que sea tolerante y liberal, porque sólo la Verdad
tiene fuerza eficaz para hacernos libres de veras. Visto desde
esta perspectiva metafísica y moral, la libertad ante todo es un
bien interior (virtudes sobrenaturales y naturales) y poco o nada
tiene que ver con sus caricaturas revolucionarias.
Ahora bien, el musulmán 'serio', confrontado con la amenaza de
secularización de su propia civilización, ha llegado a
vislumbrar, acaso no entender, la blasfemia imperdonable de la
nueva Jerusalén (los padres fundadores de EE.UU. la concibieron
así, como 'tierra prometida' sinónimo de libertad religiosa,
política y económica). De modo que casi instinctivamente ha de
rechazar el demasiado utilitario 'American Dream' (dixit también
Alejandro de Humboldt, siendo máson, pero aristócrata, no
burgués), enraizado en la ideología masónica del liberalismo
religioso, político y económico. Porque es evidente que esa
Jerusalén humana, no divina, constitutivamente ha renunciado al
culto público y universal de Dios, entronizando así el culto al
hombre, repítase tantas veces como se quiera el 'God save
America', que acaso es una oración demasiado interesada, a un
Dios hecho a la medida del hombre, plegaria a veces hipócrita, o
incluso cínica, sin que, claro está, tenga que serlo
concientemente el ciudadano americano individual.
Una vez aclarado este punto, resulta del todo natural afirmar que
el Cristianismo es el que ha hecho posible la pristina libertad
occidental, pues no se entiende Cristianismo sin libertad, porque
el culto cristiano es el de adoración y obediencia amorosas a
Dios: de hijos adoptivos en Cristo, cuyo 'cuerpo' es la Iglesia.
Por supuesto, lo que ha hecho de ella la masonería y sinagoga de
Satanás es otra cosa. En definitiva, la difamación gratuita de
la Ortodoxia católica, propia del uso indiscriminado del
término "terrorismo religioso", más todavía que una
ofensa de intelectuales y políticos malévolos, es un error de
enfoque para lo que ahora se nos viene encima.
Además, quien podría negar que el desprecio por la vida humana
que han llevado a la internacional terrorista, presumiblemente
islámica, a suicidarse y matar al mismo tiempo a miles de
personas, tiene el mismo carácter suicida y letal que el que ha
implantado en Occidente el aborto o la eutanasia masivos, con
plenas garantías legales. En un caso se 'sacrifica' la vida,
propia y ajena, para 'honor y gloria' de Dios, aunque se le
conciba de forma parcial, errónea y potencialmente destructiva;
en el otro, menos noble todavía, se la sacrifica, nunca la
propia por supuesto, en el altar del egoismo, que es una
concepción más mísera todavía del hombre (segunda tabla de la
ley), y en último término blasfema, no sólo errónea, por su
desprecio de la Realidad de Dios (a la que hace referencia la
primera tabla), realidad -aunque inefable- que con o sin saña
ignoran por igual el deismo masónico (teoría) y la democracia
liberal (práctica).
Cuando los políticos, intelectuales y leaderes de opinión
occidentales definen el mercado político y económico
(libertades al servicio de los bienes adscritos al cuerpo) como
sus valores supremos, entonces es que no hemos aprendido nada,
absolutamente nada, de unos hechos que han conmocionado al
mundo.¡Oh ceguera humana!, así concluye el editorialista
citado: "¿Es que no han reparado en cómo han reaccionado
los esquemas capitalistas ante la masacre de Washington y Nueva
York? Las bolsas cayeron en picado porque todo el mundo quería
poner su dinero a salvo. Solo subió el petróleo, como fuente de
energía básica para un posible periodo bélico. Mientras la
gente huía del humo asfixiante en La Gran Manzana, los
operadores del mercado de petróleo compraban a precios de
locura, artificialmente elevados por sus propias peticiones de
compra. ¿De verdad nos quieren hacer creer que ese colectivo de
inversores e intermediarios, arquetipo del sistema financiero
capitalista, son los profetas de una nueva sociedad basada en un
liberalismo de rostro humano? ¡Anda ya! Si son esclavos de su
propia metodología, que se ha convertido en su propia
vida".
En definitiva, cuando los doctrinarios liberales afirman que lo
necesario es expandir el régimen de sufragio universal (mentira
universal), representación inorgánica (partitocracia) y
derechos humanos (individualismo jurídico), olvidan que contra
la espiral de odio que denuncian no sirve su tolerancia, que es
indiferencia, sino el imperio de la verdad y de la caridad, cuya
realización siempre imperfecta, es la Iglesia militante.
Imperfecta por cierto no es la Iglesia (santa) sino sus miembros
(pecadores potenciales, afectados por las consecuencias del
pecado original). Al faltar esa realización, por imperfecta que
ha de ser, no nos ha de extrañar que los pueblos del Tercer o
Cuarto Mundo estén hartos de que Occidente predique 'tolerancia'
y ejerza la 'fuerza', incluso militar, mientras ellos se consumen
en la miseria. Más bien interpretan tal alarde como un elegante
desprecio de los pudientes.
Aunque a los liberales suene a 'blasfemar', conociendo la
sensiblería pseudo-humanista del hombre occidental, el
magnicidio tele-orquestrado, en realidad, es una invitación nada
despreciable a la conversión que Dios hace a una humanidad
tele-hipnotizada. Entendamos bien el matiz fundamental: para el
musulmán medio lo ocurrido, sin haberlo deseado ni hecho, se le
presenta como castigo que Alah mismo inflige a los que se niegan
al culto de adoración. El Dios verdadero, no lo dudemos, por el
contrario, no desea la muerte del pecador sino su salvación,
eterna, advirtiéndonos temer siempre más aquello que mata al
alma (el pecado) que lo que mata al cuerpo (la violencia
física). Con todo, nos instruye, y mil veces lo ha demostrado,
que su Providencia aprovecha para bien hasta los pecados más
infames que los hombres cometen, con o sin la logística eficaz
de los demonios.
En esta perspectiva, es obvio que sucesos horrendos como éstos
provocan, individual y colectivamente, que la muerte vuelva a
convertirse en cercana. Y la muerte -dice nuestro articulista de
Hispanidad.com- es ese factor que borra de un plumazo todos los
pretendidos encantos del relativismo y de nuestra progresía.
Ante la muerte, la tolerancia y la multiculturalidad se disuelven
como un azucarillo: es el momento en que el hombre busca
principios donde agarrarse.
He aquí que siempre es salvifica la invitación que Dios nos
hace mediante el dolor, la muerte, la cruz: Occidente, sé tu
mismo, vuelve a tus raíces. Sólo la Verdad hace hombres libres.
Y ese principio generará el resto. Para conseguirlo, es
contraproducente la venganza, al tiempo que no sirve la
tolerancia social, religiosa y moral, típicamente pos o
anticristiana. Para generar todo lo demás, o al menos en parte,
es imprescindible que toda palabra vuelva a su origen, la
Palabra, es decir aquí, que todos los medios de comunicación,
en vez de 'servir' a esa libertad destructora, por impia, tomen
conciencia de su función respecto al destino trascendente del
hombre. No basta el sólo respeto (aunque ya sería mucho, dada
la sutil persecución anticatólica actual) sino la ley suprema
de la caridad, que no es el amor natural sino fuego de amor
sobrenatural, el mismo, por filiación en Cristo, que consume sin
consumir la Santísima Trinidad, hecha segunda naturaleza en los
santos: 'Ya no vivo yo sino que es Cristo quien vive en mi' (San
Pablo).
Occidente lleva siglos suicidándose, y terminalmente desde hace
50 años, con una cultura de la muerte que los fanáticos, sean
orientales o no, no hacen aplicar sino en su forma más
prístina. La recapitulación que tiene que hacerse no es la
reconstrucción de las Torres Gemelas de Nueva York, sino el
culto público y societario a la Santísima Trinidad, al
Santísimo Sacrificio de la Misa, al Sagrado Corazón de Jesús y
al Corazón Inmaculado de Maria, culto que Dios puede exigir a
toda la humanidad, empezando por los propios católicos. Y si no,
los más siniestros presagios de los que ahora hablan los medios
informativos, en efecto, se harán realidad. Hay que romper el
imponente círculo de los despropósitos ante el terror, para
abrirse a la convicción de que el ataque terrorista sobre
Estados Unidos "tiene todos los síntomas de un aviso de la
Providencia, para los creyentes, o de un aviso de la simple
realidad, para los incrédulos. Unos y otros haríamos bien en
tomar nota de la advertencia". No basta con la defensa de la
Pax Americana, todo lo contrario, hay que volver a inyectar a
Occidente una dosis suficiente de Pax Christiana, aquella paz que
el mundo no puede dar. Porque, discrepemos de ello o no, sólo el
sacrifcio univeral de la Santa Misa atrae sobre la tierra al
Principe de la Paz. He aquí la única paz posible entre los
hombres: la paz con Dios en Cristo crucificado y resucitado:
El fruto del silencio es la oración.
El fruto de la oración es la fe.
El fruto de la fe es el amor.
El fruto del amor es el servicio.
El fruto del servicio es la paz.
(Teresa de Calcutta)
Dr. Andreas A. Boehmler
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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