Hazte donante y comparte la vida.
|
La ONU y la globalización.
El autor, tal como Zenit también ha difundido, hace un análisis sobre lo que suponen los proyectos de unificación política, integración económica, la Globalización y el holismo, la «Carta de la Tierra», las religiones y el globalismo, el pacto económico mundial, los proyectos para un sistema de derecho internacional positivo y la pretensión de una «gobernancia» global .
Los términos «mundialización» y
«globalización» son hoy en día parte del vocabulario
corriente. Ambos conceptos se utilizan indistintamente para
indicar que, en escala mundial, los intercambios se multiplicaron
rápidamente, lo que se hace evidente en los sectores
científicos, técnicos y culturales. La multiplicación de
intercambios se tornó posible gracias a sistemas de
comunicación más rápidos y eficaces.
Dentro de este primer sentido corriente, los términos
mundialización y globalización evocan la interdependencia de
las sociedades humanas. Una crisis económica en los Estados
Unidos, decisiones de la OPEP sobre el precio del petróleo, las
tensiones entre palestinos e israelíes --para citar apenas
algunos ejemplos-- tienen repercusiones de carácter mundial. Nos
vemos comprometidos, interpelados e incluso afectados por
catástrofes que pasan lejos de nosotros, sentimos nuestra
responsabilidad frente al hambre y la enfermedad en todo el
mundo.
Las propias religiones dialogan intensamente. Inclusive dentro de
la Iglesia católica, las comunicaciones se intensificaron.
Adquirimos así una aguda conciencia de que pertenecemos a la
comunidad humana. En este primer sentido, habitual, hablamos de
«integración». En lenguaje común se dice que «las distancias
no cuentan más», que «los viajes aproximan a los hombres»,
que «el mundo se convirtió en una aldea».
El mundo tiende a una mayor unidad. En principio deberíamos
alegrarnos. Es natural que la nueva situación lleve a que se
consideren nuevas estructuras políticas y económicas que
procuren brindar respuesta a nuevas necesidades. Sin embargo,
ello no puede realizarse a cualquier precio y de cualquier manera
(1).
Unificación
política, integración económica
Desde hace algunos años, el sentido de las palabras
mundialización y globalización se hizo un poco más preciso.
Por mundialización, se entiende ahora, la tendencia que lleva a
la organización de un único gobierno mundial. El acento se
coloca sobre la dimensión política de la unificación del
mundo. En su forma actual, tal tendencia fue desarrollada por
diversas corrientes estudiadas por los internacionalistas (2). En
esta línea de pensamiento basta citar dos ejemplos. El primer
modelo remonta al final de los años 60 y es de autoría de
Zbigniev Brzezinski (3). Según esta visión, Estados Unidos debe
reformular su tradicional mesianismo y asumir la conducción
mundial. Deben organizar las sociedades políticas particulares
tomando en cuenta una tipología que las clasifica en tres
categorías según su grado de desarrollo. La mundialización se
define aquí a partir de un proyecto hegemónico con una
disyuntiva esencial: imponer la Pax americana o sumergirse en el
caos.
Al final de los años ochenta surge otro proyecto mundialista,
del cual Billy Brandt es uno de los principales artesanos. El
Norte (desarrollado) y el Sur (en desarrollo) necesitan uno del
otro; sus intereses son recíprocos. Resulta urgente tomar nuevas
medidas internacionales para superar el abismo que los separa.
Dichas iniciativas deben ser tomadas en el plano político; deben
incidir prioritariamente sobre el sistema monetario, el desarme,
el hambre. Según el «programa de supervivencia» del informe
Brandt, es preciso crear «un mecanismo de vigilancia de alto
nivel» que tendría por principal misión tornar a la ONU más
eficaz, así como consolidar el consenso que la caracteriza (4).
El concepto de mundialización que aparece aquí no se vincula de
manera alguna a un proyecto hegemónico. Se sitúa en la
tradición de la «internacional socialista». Sin duda, no se
llega a recomendar la supresión de los Estados, pero la
soberanía de estos debería limitarse y colocarse bajo el
control de un poder mundial, si queremos garantizar la
supervivencia de la humanidad.
Al mismo tiempo en que el término «mundialización» adquiere
una connotación esencialmente política, la palabra
globalización adquiere una connotación fundamentalmente
económica. La multiplicación de los intercambios y la mejora de
las comunicaciones internacionales estimulan a hablar de una
integración de los agentes económicos a nivel mundial. Las
diversas actividades económicas serían divididas entre los
diferentes Estados o regiones. El trabajo sería dividido: a unos
les corresponderían, por ejemplo, las tareas de extracción, a
otros, aquellas de transformación. Finalmente, en la cúspide
del sistema de toma de decisiones, se encontrarían aquellos
avocados a las tareas de producción tecnológica y de
coordinación mundial. Dicha visión de la globalización es
francamente liberal. Sin embargo, con una cierta reserva: aunque
sean preconizadas de manera amplia la libre circulación de
bienes y capitales, lo mismo no se da con respecto a la libre
circulación de personas (5).
Globalización y
holismo
En los documentos recientes de la ONU, el tema de la
globalización surge con más frecuencia que el de la
mundialización, no obstante ambos conceptos no son
contradictorios ni compiten entre sí.
La ONU incorpora las concepciones corrientes que acabamos de
mencionar. Sin embargo, aprovecha la percepción favorable a la
actual concepción de la globalización para someter esa palabra
a una alteración semántica. La globalización es reinterpretada
a la luz de una nueva visión del mundo y del lugar del hombre en
el mundo. Esta nueva visión se denomina «holismo». Esta
palabra, de origen griego, significa que el mundo constituye un
todo, dotado de más realidad y más valor que las partes que lo
componen. En ese todo, el surgimiento del hombre no es más que
un avatar en la evolución de la materia. El destino inexorable
del hombre es la muerte, desaparecer en la Madre-Tierra, de donde
nació.
El gran todo, llamémoslo así para simplificar, la Madre-Tierra,
o Gaia, trasciende por lo tanto al hombre. Este debe doblarse a
los imperativos de la ecología, a las conveniencias de la
Naturaleza. La persona no solamente debe aceptar no destacarse
más en el medio ambiente; sino que debe también aceptar no ser
más el centro del mundo. Según dicha lectura, la ley
«natural» no es más aquella escrita en su inteligencia y en su
corazón; es la ley implacable y violenta que la Naturaleza
impone al hombre. La vulgata ecológica presenta al hombre como
un predador, y como toda población de predadores, la población
humana debe, de acuerdo con esta concepción, ser contenida
dentro de los límites de un desarrollo sustentable. La persona,
por lo tanto, no sólo debe aceptar sacrificarse hoy a los
imperativos de Madre-Gaia, sino que también debe aceptar
sacrificarse a los imperativos de los tiempos venideros.
La «Carta de la
Tierra»
La ONU está en proceso de elaborar un documento muy importante
sistematizando esa interpretación holística de la
globalización. Se trata de la «Carta de la Tierra», de la cual
innumerables borradores ya fueron divulgados y cuya redacción se
encuentra en fase final. Dicho documento sería invocado no sólo
para superar a la «Declaración Universal de los Derechos
Humanos de 1948», sino también, según algunos, para reemplazar
al propio Decálogo.
Veamos, a título de ejemplo, algunos extractos de dicha Carta:
Nos encontramos en un momento crítico de la historia de la
Tierra, el momento de escoger su destino... Debemos unirnos para
fundar una sociedad global durable, fundada en el respeto a la
naturaleza, los derechos humanos universales, la justicia
económica y la cultura de la paz...
La humanidad es parte de un vasto universo evolutivo... El medio
ambiente global, con sus recursos finitos, es una preocupación
común a todos los pueblos. La protección de la vitalidad, de la
diversidad y de la belleza de la Tierra es un deber sagrado...
Un aumento sin precedentes de la población humana sobrecargó
los sistemas económicos y sociales...
En consecuencia, nuestra opción es formar una sociedad global
para cuidar de la Tierra y cuidarnos los unos a los otros o
exponernos al riesgo de destruirnos a nosotros mismos y destruir
la diversidad de vida...
Precisamos con urgencia de una visión compartida respecto de los
valores básicos que ofrezcan un fundamento ético a la comunidad
mundial emergente...
Las religiones y el
globalismo
Para consolidar dicha visión holística del globalismo, deben
ser aplanados algunos obstáculos y elaborados ciertos
instrumentos.
Las religiones en general, y en primer lugar la religión
católica, figuran entre los obstáculos que se deben
neutralizar. Fue con ese objetivo que se organizó, dentro del
marco de las celebraciones del milenio en septiembre del 2000, la
Cumbre de líderes espirituales y religiosos. Se busca lanzar la
«Iniciativa unida de las religiones» que tiene entre sus
objetivos velar por la salud de la Tierra y de todos los seres
vivos. Fuertemente influenciado por la New Age, dicho proyecto
apunta a la creación de una nueva religión mundial única, lo
que implicaría inmediatamente la prohibición a todas las otras
religiones de hacer proselitismo. Según la ONU, la
globalización no debe envolver apenas las esferas de la
política, de la economía, del derecho; debe envolver el alma
global. Representando a la Santa Sede, el Cardenal Arinze no
aceptó firmar el documento final, que colocaba a todas las
religiones en un mismo pie de igualdad (6).
El pacto económico
mundial
Entre los numerosos instrumentos elaborados por la ONU respecto
de la globalización, merece ser mencionado aquí el «Pacto
mundial». En su discurso de apertura al Forum del Milenio, el
Sr. Kofi Annan retomó la invitación que dirigiera en 1999 al
Forum económico de Davos. Proponía «la adhesión a ciertos
valores esenciales en los ámbitos de las normas de trabajo, de
los derechos humanos y del medio ambiente». El Secretario
General garantizaba que de esa manera se reducirían los efectos
negativos de la globalización. Más precisamente, según Annan,
para superar el abismo entre el Norte y el Sur, la ONU debería
hacer un amplio llamado al sector privado. Se procuraba obtener
la adhesión a ese pacto de un gran número de actores
económicos y sociales: compañías, hombres de negocios,
sindicatos, Organizaciones de la sociedad civil.
Dicho «Global Compact», o «Pacto mundial», sería una
necesidad para regular los mercados mundiales, para ampliar el
acceso a las tecnologías vitales, para distribuir la
información y el saber, para divulgar los cuidados básicos en
materia de salud, etc. Dicho pacto ya recibió numerosos apoyos,
entre otros, de la Shell, de Ted Turner, propietario de la CNN,
de Bill Gates e incluso de numerosos sindicatos internacionales.
El «Pacto mundial» suscita, es obvio, grandes interrogantes.
¿Será que podremos contar con las grandes compañías mundiales
para resolver los problemas que ellas hubieran podido contribuir
a resolver hace mucho tiempo si lo hubiesen deseado? ¿La
multiplicación de los intercambios económicos internacionales
justifica la instauración progresiva de una autoridad
centralizada, llamada a regir la actividad económica mundial?
¿De qué libertad gozarán las organizaciones sindicales si las
legislaciones laborales, incorporadas al derecho internacional,
deben someterse a los «imperativos» económicos «globales»?
¿Qué poder de intervención tendrán los gobiernos de los
Estados soberanos para actuar en nombre de la justicia, en las
cuestiones económicas, monetarias y sociales? Aún más grave: a
la luz de la precariedad financiera de la ONU, ¿no se corre el
riesgo de que dicha organización sea víctima de una tentativa
de compra por parte de un consorcio de grandes compañías
mundiales?
Un proyecto
político servido por el derecho
Sin embargo, es en el plano político y jurídico que el proyecto
onusiano de la globalización se hace más inquietante. En la
medida en que la ONU, influenciada por la New Age, desarrolla una
visión materialista, estrictamente evolucionista del hombre,
desactiva la concepción realista que está subyacente en la
«Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948».
Según esta visión materialista, el hombre, pura materia, es
definitivamente incapaz de descubrir la verdad sobre sí mismo o
sobre el sentido de su vida. De esta forma es reducido al
agnosticismo de principio, al escepticismo y al relativismo
moral. Los ¿por qué? no tienen sentido alguno; sólo importan
los ¿cómo?
La «Declaración» de 1948 presentaba la prodigiosa originalidad
de fundar las nuevas relaciones internacionales en la extensión
universal de los derechos humanos. Tal debería ser el fundamento
de la paz y del desarrollo. Tal debería ser la base legitimando
la existencia y justificando la misión de la ONU. El orden
mundial debería ser edificado sobre verdades fundadoras,
reconocidas por todos, protegidas y promovidas progresivamente a
través de la legislación de todos los Estados.
La ONU hoy desactivó esas referencias fundadoras. Hoy los
derechos humanos no están más fundados en una verdad que se
impone a todos y es por todos libremente reconocida: la igual
dignidad de todos los hombres. De aquí en adelante los derechos
humanos son el resultado de procedimientos consensuales. Se
argumenta que no somos capaces de alcanzar la verdad respecto de
la persona, y que inclusive dicha verdad no es accesible o no
existe. Debemos entonces entrar en acuerdo, y decidir, por un
acto de pura voluntad, cuál es la conducta justa, ya que las
necesidades de acción nos apremian. Pero no decidiremos
refiriéndonos a valores que se nos imponen por la simple fuerza
de su verdad. Vamos a comprometernos en un procedimiento de
discusión y, después de escuchar la opinión de cada uno,
adoptaremos una decisión. Esta decisión será considerada justa
porque es el resultado efectivo del procedimiento consensual. Se
reconoce aquí la influencia de John Rawls.
Los «nuevos derechos humanos», según la ONU actual, surgirán
a partir de procedimientos consensuales que pueden ser
reactivados indefinidamente. No son más la expresión de una
verdad inherente a la persona; son la expresión de la voluntad
de aquellos que deciden. De aquí en adelante, mediante tal
procedimiento, cualquier cosa podrá ser presentada como «nuevo
derecho» de la persona: derecho a uniones sexuales diversas, al
repudio, a hogares monoparentales, a la eutanasia, mientras se
aguarda el infanticidio, ya practicado, la eliminación de
deficientes físicos, los programas eugenésicos, etc. Es por
dicha razón que en las asambleas internacionales organizadas por
la ONU, los funcionarios de esta organización se empeñan en
llegar al consenso. De hecho, una vez adquirido, el consenso es
invocado para hacer que se adopten convenciones internacionales
que adquieren fuerza de ley en los Estados que las ratifican.
Un sistema de
derecho internacional positivo
Ese es el núcleo del problema colocado por la globalización
según la ONU. A través de sus convenciones o de sus tratados
normativos, esta organización está dispuesta a articular un
sistema de derecho supra-estatal, puramente positivo, que lleva
una fuerte influencia de Kelsen (7). El objeto del derecho no es
más la justicia sino la ley. Una tendencia fundamental se
observa cada vez más: las normas de los derechos estatales no
son válidas si no son validadas por el derecho supra-estatal.
Como Kelsen anticipara en su célebre Teoría pura, el poder de
la ONU se concentra de manera piramidal. Todos, individuos o
Estados deben obedecer la norma fundamental surgida de la
voluntad de aquellos que definen el derecho internacional. Dicho
derecho internacional puramente positivo, libre de toda
referencia a la declaración de 1948, es el instrumento utilizado
por la ONU para imponer al mundo la visión de la globalización
que debería permitirle colocarse como superestado.
Un tribunal penal
internacional
Al controlar el derecho --colocándose, de manera definitiva,
como la única fuente del derecho y pudiendo a todo momento
verificar si ese derecho es respetado por las instancias
ejecutivas--, la ONU entroniza un sistema de pensamiento único.
Se constituye entonces un tribunal tallado para su sed de poder.
De esta manera, crímenes contra los «nuevos derechos» del
hombre podrían ser juzgados por la Corte Penal Internacional,
fundada en Roma en 1998. Por ejemplo, en el caso en que el aborto
no fuera legalizado en un determinado Estado, este último
podría ser excluido de la «sociedad global»; en el caso en que
un grupo religioso se opusiese a la homosexualidad, o a la
eutanasia, dicho grupo podría ser condenado por la Corte Penal
Internacional por atentar contra los «nuevos derechos humanos».
La «gobernancia»
global
Estamos, por lo tanto, frente a un proyecto gigantesco, que
ambiciona realizar la utopía de Kelsen, con el objeto de
«legitimar» y montar un gobierno mundial único, en el cual las
agencias de la ONU podrían transformarse en ministerios. Es
urgente --nos aseguran-- crear un nuevo orden mundial, político
y legal, y es preciso apurarse para encontrar los fondos para
ejecutar el proyecto.
Dicha gobernancia mundial ya fue desarrollada en el informe del
PNUD de 1994. El texto, escrito ha pedido del PNUD por Jean
Tinbergen, premio Nobel de economía (1969), evidencia ser un
documento encomendado por y para la ONU. Citamos a continuación
algunos extractos.8
Los problemas de la humanidad ya no pueden ser más resueltos por
los gobiernos nacionales. De lo que necesitamos es de un gobierno
mundial.
La mejor manera de conseguirlo es reforzar el sistema de las
Naciones Unidas. En ciertos casos eso significaría la necesidad
de cambiar el papel de las agencias de las Naciones Unidas, que
de consultivas pasarían a ser ejecutivas. Así, por ejemplo, la
FAO se transformaría en el Ministerio Mundial de la Agricultura;
UNIDO se tornaría en el Ministerio Mundial de la Industria, e
ILO en el Ministerio Mundial de Asuntos Sociales.
En otros casos, serían necesarias instituciones completamente
nuevas. Estas podrían incluir, por ejemplo una Policía Mundial
permanente que podría citar naciones a comparecer delante de la
Corte Internacional de Justicia, o delante de otras Cortes
especialmente creadas. Si dichas naciones no respetan las
decisiones de la Corte, sería posible aplicar sanciones, tanto
militares como no militares.
Sin duda, cuando cumplen bien su papel, los Estados protegen a
sus ciudadanos, se esfuerzan en hacer respetar los derechos del
hombre y utilizan para ese fin los recursos apropiados.
Actualmente, en los ambientes de la ONU, la destrucción de las
naciones aparece como indispensable para alcanzar el objetivo de
extinguir definitivamente la concepción antropocéntrica de los
derechos humanos. Eliminando ese cuerpo intermediario que es el
Estado nacional, además de debilitar la sociedad civil, se
eliminaría la subsidiaridad pues sería constituido un Estado
centralizado. El camino estaría abierto para la llegada de los
tecnócratas globalizantes y otros aspirantes a la
«gobernancia» mundial.
Reafirmar el
principio de subsidiaridad
En efecto, el derecho internacional positivo es el instrumento
utilizado por la ONU para organizar la sociedad mundial global.
Bajo el disfraz de la globalización, la ONU organiza en su
beneficio la «gobernancia» mundial. Bajo el disfraz de
«responsabilidad compartida», ella invita a los Estados a
limitar su justa soberanía. La ONU globaliza presentándose cada
vez más como un superestado mundial. Tiende a gobernar todas las
dimensiones de la vida, del pensamiento y de las actividades
humanas, ejerciendo un control cada vez más centralizado de la
información, del conocimiento y de las técnicas; de la
alimentación, de la salud y de las poblaciones; de los recursos
del suelo y del subsuelo; del comercio mundial y de las
organizaciones sindicales; en fin y sobre todo de la política y
del derecho. Exaltando el culto neopagano a la Madre-Tierra,
priva al hombre del lugar central que le reconocen las grandes
tradiciones filosóficas, jurídicas, políticas y religiosas.
Delante de esta globalización construida sobre cimientos de
arena, es preciso reafirmar la necesidad y la urgencia de fundar
la sociedad internacional en el reconocimiento de la igual
dignidad de todas las personas. El sistema jurídico que
predomina en la ONU torna dicho reconocimiento estrictamente
imposible, pues hace que el derecho y los derechos del hombre
surjan de determinaciones voluntarias. Es preciso, por lo tanto,
reafirmar la primacía del principio de subsidiaridad tal como
debe ser correctamente comprendido. Esto significa que las
organizaciones internacionales no pueden expoliar a los Estados,
ni a los cuerpos intermedios ni en particular a la familia, de
sus competencias naturales y de sus derechos, sino que, al
contrario, deben ayudar a ejercerlos.
La Iglesia no puede dejar de oponerse a dicha globalización, que
implica una concentración de poder que exhala totalitarismo.
Delante de una «globalización» imposible, que la ONU se esmera
en imponer alegando un «consenso» siempre precario, la Iglesia
debe aparecer, semejante a Cristo, como señal de división (9)
No puede endosar ni una «unidad» ni una «universalidad» que
estuvieran encima de las voluntades subjetivas de los individuos
o impuestas por alguna instancia pública o privada. Frente al
surgimiento de un nuevo Leviatán, no podemos permanecer callados
ni inactivos ni indiferentes.
P. Michel Schooyans
-------
Notas:
(1) Para una discusión más amplia de los temas abordados en
esta comunicación, referirse a nuestro libro La face cachée de
l'ONU, Paris, Editions Le Sarment/Fayard, 2000.
(2) Ver a ese propósito, HARDT Michael y NEGRI Antonio, Empire,
Cambridge, Massachussets, Harvard University Press, 2000.
(3) BRZEZINSKI Zbigniev, Between two ages. America's Role in the
Technetronic Era, Harmondswot, Penguin Book Ltd., 1970.
(4) Cfr. North-South: A Programme for Survival, Londres, Pan
Books World Affairs, 1980, especialmente el capítulo 16, págs.
257-266.
(5) Entre los primeros teóricos modernos de esa concepción,
podemos mencionar Francisco de Vitoria (con su interpretación de
la destinación universal de los bienes) y Hugo Grotius (con su
doctrina de la libertad de navegación).
(6) Fue en esa ocasión que la Congregación para la Doctrina de
la Fe publicó su declaración Dominus Iesus.
(7) Cfr. KELSEN Hans, Théorie pure du droit, traducción para el
francés de Charles Eisennman, Paris, LGDJ, 1999.
(8) Dicho texto se encuentra en Human Development Report 1994,
publicado por el PNUD, New York Oxford, 1991, la cita está en la
pág. 88.
(9) Cfr. Lc 2, 33s; 12, 51-53; 21, 12-19; Mt 10, 34-36; 23; 31s;
Jn 1, 6; 1 Jn 3, 22-4, 6. .
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
La reproducción total o parcial de estos documentos esta a
disposición de la gente siempre bajo los criterios de buena fe y
citando su origen.