Si naciste en España después de 1985 eres un superviviente con suerte

Uno de cada tres niños concebidos es asesinado con la complicidad del Estado, de sus Gobiernos, de su Parlamento... y con tu dinero

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ARBIL, anotaciones de pensamiento y critica

A vueltas con el divorcio.

Un fenómeno paradójico: ante las situaciones de crisis institucionales siempre se aconseja el diálogo y agotar todas las posibilidades para entenderse y superar la crisis salvando la institución; pero cuando se trata de crisis que afectan a una institución tan fundamental para una sociedad como es la familia, lo que se reivindica es justo lo contrario: una ruptura total, cuanto antes y por el procedimiento más breve.

Coincidiendo con el vigésimo aniversario de la aprobación de la Ley del Divorcio, recordaba la opinión de un ilustre colega: don Luis Zarraluqui, presidente de la asociación española de Abogados de Familia, que con motivo de tan alegre celebración manifestó en diferentes medios la gran normalidad que habían supuesto los veinte años de aplicación del divorcio en España. Avanzando un poco más en su sosegadora tesis, Zarraluqui se mostraba también partidario de reformar la ley en algunos puntos para facilitar más aún los procesos de divorcio.

En esta misma línea prodivorcista, y no sé en qué grado de conexión con la anterior propuesta individual, en el pasado mes de diciembre se debatió en el Congreso de los Diputados una proposición presentada por varios grupos parlamentarios intentando reformar la ley mediante la inclusión de nuevas causas de divorcio y la reducción de plazos y trámites en sus procedimientos. Aunque la proposición fue rechazada, parece que el objetivo inminente es conseguir mayores oportunidades para acceder al divorcio, y como esto es lo moderno, remoderno y posmoderno, no me cabe duda de que tras una de las previsiblemente próximas embestidas de Sus Señorías más progresistas todo eso se acabará aprobando. El preocupante dato de que uno de cada tres matrimonios españoles acabe roto les debe saber a poco a buena parte de los portadores de egregios traseros calentadores de escaños.

En esto del divorcio, como en tantas otras cosas, se produce un fenómeno paradójico: ante las situaciones de crisis institucionales, de cualquier tipo, siempre se aconseja el diálogo, la comunicación y el acuerdo, en definitiva: que se intenten agotar todas las posibilidades para entenderse y superar la crisis salvando la institución; pero cuando se trata de crisis que afectan a una institución tan fundamental para una sociedad como es la familia, lo que se reivindica es justo lo contrario: una ruptura total, cuanto antes y por el procedimiento más breve. ¿Por qué? ¿A quién beneficia este planteamiento?

A los españoles nos han doctorado en el salto de la cabra sobre el filo de la navaja y en realizar todos los experimentos más arriesgados con champán. Los ejemplos sobran desde el norte hasta el sur; desde los letales efectos del engendro sanguinario denominado Euskadi hasta la creciente amenaza chulesca del niñato Mohamed, hijo del hermanísimo; pero como decía una antigua campaña de la Dirección General de Tráfico: las imprudencias se pagan. En el caso del divorcio se trata de un pago diferido y en incómodos plazos que ya van pasando factura.

Una cualidad de la sociedad española, envidiada en esto por otros países, era la solidez de nuestras familias y la función amortiguadora de tensiones que han venido cumpliendo respecto a las carencias y necesidades de sus miembros. Con este alegre ritmo de divorcios y con unos mimbres humanos y sociales cada vez menos consistentes, ya veremos si dentro de unos cuantos años más nos siguen vendiendo la benéfica inocuidad del divorcio.


Miguel Ángel Loma .



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