Si naciste en España después de
1985 eres un superviviente con suerte Uno de cada tres niños concebidos es asesinado con la complicidad del Estado, de sus Gobiernos, de su Parlamento... y con tu dinero |
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Manipular el lenguaje para transformar la sociedad.
En prácticamente todos los temas del campo de la bioética se está produciendo un acelerado y generalizado cambio de mentalidad, inducido por engaños y verdades a medias. Con estas confusiones se logra polarizar la opinión pública hacia los intereses de la cultura de la muerte (esto es: la defensa del aborto, la eutanasia, la instrumentalización de embriones, etc...) basada en un profundo desprecio hacia la vida humana, que se llega a contemplar como un objeto al servicio de los intereses de terceros (en el caso de la manipulación de embriones) o como un mal a aniquilar (en el caso de la eutanasia y el aborto)
Estos engaños se dan a través de diferentes tipos de argumentaciones:
1- Aquellas que nos hacen creer que la intención de estos actos es defender a las personas y sus derechos fundamentales (por ejemplo: el aborto como medio de preservar la dignidad de la mujer)
2- Las que niegan u ocultan las alternativas que permiten defender más eficaz y lícitamente esas mismas personas y esos mismos derechos (p.ej: en el campo de la medicina reparadora, ocultar que los resultados obtenidos con células madre de adulto son mucho más alentadores que los obtenidos con células madre procedentes de embriones).
3- Las que ignoran el mal, el dolor y el sufrimiento que tales acciones comportan (p.ej: las secuelas psicopatológicas del aborto en la mujer)
4- Aquellas que intentan negar la naturaleza humana del embrión (p.ej: alegar sin fundamento que el embrión no es vida, no es humano o no es más que un apéndice del cuerpo de la madre).
Para vehiculizar y disimular estas tergiversaciones se ha hecho uso (o abuso), del lenguaje: se han introducido nuevas palabras y expresiones de significados confusos o equívocos, que:
- Desvían la atención de la realidad objetiva y completa a la que se refieren,
- Ocultan las connotaciones que nos recuerdan lo que tienen de inhumano e
- Introducen engañosos matices con los que simular normalidad, inocuidad e incluso caridad.
Un ejemplo muy representativo
de este tipo de manipulaciones es la sustitución de la palabra
"aborto" por la expresión "interrupción
voluntaria del embarazo": este discreto cambio supone, en
primer lugar, omitir la palabra "aborto" que tan dura
suena (por ser tan explícita); en segundo lugar, aparta la
atención del tema principal (la aniquilación del embrión o del
feto) para centrarla en las actuaciones y las consecuencias sobre
el cuerpo y la fisiología de la mujer que todo aborto supone.
Además, incluye el adjetivo "voluntaria", insistiendo
en el hecho de que se trata de una decisión libremente tomada
por una mujer, es decir, recalcando que, en realidad (o, mejor
dicho, en apariencia), lo que se pretende defender es a la mujer,
su dignidad y sus derechos.
Así, parecen olvidar que el embarazo es cosa de dos (del hijo y
de la madre) y no sólo de la mujer; parecen olvidar también que
un aborto supone, esencialmente, acabar con una vida humana (la
más inocente e indefensa de todas) y no poner fin a un proceso
fisiológico de la mujer como podría ser la digestión o el
sueño.
Lo mismo sucede con otras tantas expresiones como
"pre-embrión" (para referirse al embrión no
implantado), "píldora del día después" (en lugar de
fármaco abortivo cuyo mecanismo de acción consiste en impedir
la implantación), "aborto terapéutico" (para
denominar aquellos abortos que se practican por considerar que el
embarazo y la maternidad suponen un elevado riesgo para la salud
de la madre), "clonación terapéutica",
"eutanasia", "prevención de la enfermedad"
(refiriéndose a la aniquilación de los embriones que
supuestamente padecen alguna patología), "salud
reproductiva" (en lugar de estrategias para el control de la
natalidad incluyendo anticoncepción, esterilización y aborto) y
un larguísimo etcétera.
Muy concisa, sencilla y rigurosamente se ha escrito ya acerca de
todos estos temas de ingente actualidad e importancia, de modo
que no es intención de este artículo reflexionar ampliamente
sobre ellos. Tan sólo pretende poner de relieve un sutil cambio
de significados que ha llevado a legitimar el aborto y la
manipulación de embriones: se trata de la falacia que permite
concluir (erróneamente) que la destrucción del embrión no
implantado es un tipo de anticoncepción, en lugar de un aborto.
Aclaraciones
conceptuales
Antes de analizar las sucesivas confusiones que han permitido
difundir esta paradoja, merece la pena aclarar o reafirmar varios
conceptos relativos al inicio de la vida humana:
- Concepción: inicio del embarazo; se considera como tal el momento en que el espermatozoide penetra en el óvulo y forma un cigoto viable (acto o proceso de fertilización).
- Fecundación: acto o proceso de fertilización, es decir, fusión de ambos gametos: masculino (espermatozoide) y femenino (óvulo) dando lugar a un cigoto o embrión.
- Embarazo: proceso de gestación que abarca el crecimiento y desarrollo de un nuevo individuo dentro de una mujer, desde el momento de la concepción, a lo largo de los períodos embrionario y fetal hasta el nacimiento.
- Gestación: período de tiempo comprendido entre la fertilización del óvulo y el nacimiento.
- Inicio del embarazo: tal y como se deduce de las definiciones precedentes, el inicio del embarazo se corresponde con el momento de la fecundación o concepción; los tres términos (inicio del embarazo, concepción y fecundación) se refieren a una misma realidad, son, por lo tanto, equivalentes.
- Implantación: proceso por el que el embrión anida en el endometrio uterino de la madre, en cuyo espesor tendrá lugar todo el desarrollo posterior del embrión y del feto. El embrión inicia la implantación hacia el séptimo día desde la fecundación y la completa siete u ocho días después.
- Anticoncepción (o Contracepción): procedimiento o técnica para la "prevención" del embarazo mediante el uso de medicamentos, dispositivos o métodos que bloqueen o alteren uno o más de los procesos de reproducción de tal forma que el coito pueda realizarse sin fecundación. El sentido común y la etimología ya nos permiten deducir que se trata de impedir la concepción (o lo que es lo mismo, la fecundación).
- Aborto: finalización espontánea o inducida del embarazo (que, recordamos, se inicia en el momento de la fecundación) antes de que el feto haya alcanzado el desarrollo suficiente como para poder vivir después de su nacimiento.
- Interrupción del embarazo: el embarazo puede resultar interrumpido básicamente bajo tres circunsatancias:- Fisiológicamente en el momento del parto
- Patológicamente en caso de aborto "natural"
- De forma provocada en caso de aborto inducido artificialmente: habitualmente se utiliza la expresión "interrupción del embarazo" para referirse a éste último caso. Por lo tanto, "interrupción del embarazo" y "aborto" son equivalentes, tienen el mismo significado.
El origen de una
extraña confusión
El hábil, malicioso y erróneo razonamiento que nos conduce a la
paradójica conclusión ya mencionada (a saber: el considerar que
el embarazo empieza en el momento de la implantación) se inicia
con una reflexión acerca de las mujeres que conciben hijos en
probetas en las clínicas de reproducción asistida. Dado que en
estos casos la concepción (o fecundación) tiene lugar fuera del
claustro materno, no parece lógico identificarla con el inicio
del embarazo en la mujer, puesto que la nueva vida no empezará a
gestarse en el vientre de su madre hasta que sea transferida
desde el tubo de ensayo al endometrio de la mujer. En base a esta
aguda apreciación, se empieza a difundir la idea de que el
embarazo, propiamente, no se inicia en el momento de la
concepción, sino en el momento de la implantación y esta
artificial consideración se hace extensiva a todas las mujeres y
a todos los embarazos, independientemente del modo (natural o in
vitro) en que tenga lugar la concepción.
A mi juicio, esta conclusión es errónea y, por lo tanto, inaceptable.
Pero en lugar de entretenernos en los motivos que justifican este
rechazo, vamos a analizar las consecuencias de darla por válida
en vez de repudiarla.
Los artífices de esta transformación del concepto
"embarazo" deberían haber aclarado algunas
consecuencias lingüísticas y conceptuales que se desprenden de
tal tergiversación. Si consideramos que el embarazo empieza con
la implantación, estamos diciendo que no se inicia con la
concepción (o fecundación) y, consecuentemente,
"anticoncepción" no equivale a "impedir que el
embarazo tenga lugar" y "aborto" tampoco se
identifica exactamente con "interrumpir el embarazo".
Intentaré aclarar este rompecabezas con algunos esquemas:
Tabla de equivalencias:
Si: |
Si: |
Entonces: |
Entonces: |
A continuación, los esquemas 1 y 2 pretenden aclarar las implicaciones de cada consideración:
1) Si: INICIO DEL EMBARAZO = CONCEPCIÓN = FECUNDACIÓN
(en los esquemas, la línea horizontal representa la temporalidad del desarrollo del ser humano a lo largo del período intrauterino, aunque no es proporcional, ya que entre le fecundación y el inicio de la implantación transcurren siete días mientras que desde la implantación al parto pasan nueve meses; se indican los sucesos implicados en la manipulación semántica que se comenta en el texto: fecundación, concepción, implantación, inicio del embarazo, parto)
2) Si: INICIO DEL EMBARAZO = IMPLANTACION
De modo que hemos llegado a una
situación paradójica y muy confusa (y la confusión es el mejor
caldo de cultivo para el engaño).
Podemos analizar un caso práctico muy actual que nos permitirá
aprehender las consecuencias y la intención de esta confusa
situación: se trata de los fármacos que impiden la
implantación del embrión en el endometrio uterino (los llamados
"contraceptivos de emergencia" o "píldora del
día después"):
Estos compuestos, al impedir la anidación del embrión, lo
condenan a una muerte segura (es decir: ocasionan un aborto);
pero si entendemos que el embarazo empieza con la implantación,
deberíamos decir que, a pesar de ser abortivos, no actuan
interrumpiendo un embarazo sino impidiendo que éste llegue a
tener lugar.
Es decir: toda interrupción de un embarazo, continuaría
suponiendo un aborto; pero no todo aborto consistiría en
interrumpir un embarazo (ya que impedir la implantación sería
considerado un tipo de aborto con el que evitar que el embarazo
se inicie en lugar de ponerle fin).
Paralelamente, todo mecanismo anticonceptivo, supondría impedir
que el embarazo empezara; pero habría formas de evitar que el
embarazo comenzara que no serían anticonceptivas sino abortivas
(otra vez, nos encontramos en el caso de los fármacos que no
permiten la implantación: impedirían que el embarazo se
iniciara al provocar la muerte del embrión no implantado, es
decir, abortándolo).
Podríamos pensar que, al fin y al cabo, el hecho de identificar
el inicio del embarazo con el momento de la implantación no es
algo tan grave o tan descabellado.
Quizá podríamos convencernos de que no es tan descabellado al
percibir que, ciertamente, el embarazo en las mujeres sometidas a
fertilización in vitro no empieza hasta que tiene lugar la
implantación. Pero resulta un poco forzado querer aplicar esta
consideración (fruto de una manipulación tan artificial y
contranatural) al resto de embarazos.
Quizá podríamos convencernos de que no es tan grave si se
hubiera aceptado y aclarado las implicaciones que esta
consideración conlleva en lugar de promover el uso de la
expresión "interrupción del embarazo" para referise
al aborto (que han dejado de ser sinónimos).
Pero, por desgracia, resulta evidente que no se trata de una
ingenua metedura de pata; resulta evidente que la intención
primera (y última) de la nefasta modificación semántica no es
aclarar conceptos médicos, sino generar confusión. Así se
deduce al constatar con qué meticulosidad se ha intentado
ocultar esta insignificante contradicción y cómo se ha
utilizado para introducir disimuladamente una segunda falacia que
sí resulta, sin lugar a dudas, malintencionada, ilegítima e
inadmisible.
Un engaño y tres
contradicciones
Esta segunda manipulación semántica a la que me he referido
consiste en aceptar que el embarazo comienza con la implantación
del embrión pero sin renunciar a las equivalencias que
sólo son ciertas si consideramos que se inicia con la
fecundación. Es una paradoja que se resuelve mediante
un ejercicio de lógica aristotélica: los que promueven el
fraudulento cambio de significados parten del segundo presupuesto
(inicio del embarazo = implantación) pero dan por válidas las
implicaciones que sólo se desprenden de la primera identidad
(inicio del embarazo = fecundación).
Es decir, aceptan las siguientes equivalencias (a pesar de ser,
la primera, incompatible o incluso excluyente con las otras
tres):
INICIO DEL EMBARAZO =
IMPLANTACIÓN CONCEPCIÓN = INICIO DEL EMBARAZO ANTICONCEPCIÓN = IMPEDIR EL EMBARAZO ABORTO = INTERRUMPIR EL EMBARAZO |
Merece la pena destacar que el
engaño viene de mezclar ambos sistemas. Resulta muy sutil porque
de las cuatro identidades, tres son completamente legítimas;
sólo una es algo imprecisa, pero tampoco tanto como para
sospechar que es el origen de graves confusiones.
Esquemáticamente, lo podemos representar del siguiente modo:
De aquí que la aniquilación
de los embriones no implantados reciba el cualificativo de
"anticoncepción" y sólo se hable de
"aborto" a partir de la anidación. Y todo ello sin
necesidad de negar explícitamente que la vida humana aparece en
el momento de la fecundación (que, dicho sea de paso, es una
obviedad biológica).
Si recordamos las definiciones dadas en el segundo apartado
(extraídas del diccionario médico Mosby® , editorial Harcourt)
en este sistema hay muchas incorrecciones, puesto que,
rigurosamente:
- el embarazo se inicia con la fecundación o concepción (y no con la implantación)
- concepción es sinónimo de fecundación (y no de implantación)
- anticoncepción supone impedir la fecundación (conceptualmente, creo que todos estamos de acuerdo en que se refiere a impedir que una nueva vida humana llegue a existir, ni si quiera en el estadío más precoz de desarrollo humano, que es el cigoto u óvulo recién fecundado).
- Aborto supone la muerte del ser humano no nacido mientras se encuentra en el interior de la madre (es decir, desde la fecundación hasta el parto)
Creo que no es necesario hacer
más comentarios al respecto para demostrar que se trata de una
simple, aunque astuta, tergiversación semántica y conceptual.
Las consecuencias
de una "sutil imprecisión"
Como resultado de estas deshonestas maniobras, indirectamente
(implícitamente), se le ha arrebatado al embrión no implantado
su condición de ser humano, de modo que su destrucción o
manipulación no se contempla como un delito. Esta falta de
reconocimiento de la naturaleza del embrión conlleva dos
importantes consecuencias:
- legitimar todo tipo de manipulación sobre embriones humanos no implantados: si destruirlos sin más no supone ningún delito, será todavía menos punible el aprovecharlos para curar enfermedades o sacar cualquier otro beneficio, ¿no?
- introducir el aborto en una sociedad como una práctica no sólo no punible, sino ni siquiera indeseable. La destrucción del embrión no implantado queda como un método más dentro de las técnicas de regulación de la fertilidad, reducida al ámbito de la intimidad de la mujer o la pareja. De modo que la vida o la muerte del embrión sólo dependa de la decisión personal de la madre (decisión hacia la cual el resto de ciudadanos debemos permanecer indiferentes). Esta situación es de extrema gravedad, puesto que no sólo se promueve el aborto sino que se induce a las mujeres a abortar sin que apenas tengan conciencia de ello.
Evidentemente, este sofisma no
es el único ni el más desatinado engaño de todos los que se
están usando para promover el aborto y la manipulación de
embriones. Pero resulta que es de los pocos que no ha generado
convulsas discusiones, pues se ha introducido de un modo silente,
discreto, pacífico; a pesar de ello, ha sido
"impuesto" de un modo taxativo (de acuerdo con lo que
dictan las instituciones sanitarias pertinentes, hoy por hoy, lo
"correcto" es considerar que la concepción y el inicio
del embarazo tienen lugar en el momento de la implantación y, de
este modo, los fármacos que impiden la implantación (las
eufemísticamente llamadas "píldoras del día
después"), son médica y legalmente considerados como
anticonceptivos).
Este cambio semántico ha pasado poco menos que desapercibido;
nadie parece haberse dado cuenta (y a los pocos que se han
percatado les llaman meticulosos, pedantes y escrupulosos, como
si no tuvieran otra cosa más que hacer que buscar las tres patas
al gato).
A pesar de esta aparente ignorancia e inconsciencia, lo cierto es
que el conjunto de la sociedad va asumiendo los nuevos
significados sin reparar en las consecuencias que de ellos se
derivan. Ello conduce a una progresiva desensibilización
respecto el aborto y la instrumentalización de embriones
humanos, y una creciente dificultad para distinguir los límites
y las diferencias entre anticoncepción y aborto o entre
reprogramar células madre de adulto y transformar un embrión
humano en un montón de células. Así, como consecuencia de este
atontamiento general, cuando los medios de comunicación anuncian
que ya está disponible la "píldora del día
después", un nuevo fármaco "anticonceptivo", a
nadie le resulta alarmante o escandaloso, porque la gente
entiende el término "anticoncepción" en su sentido
original y legítimo (es decir: "que impide la
fecundación"); de igual modo, cuando nos informan de los
supuestos beneficios terapéuticos que puede proporcionar el
investigar con pre-embriones, nadie se rasga las vestiduras, pues
se interpreta que no se está jugueteando con auténticos
embriones humanos, sino con células dispersas que nada tienen
que ver con una nueva vida humana.
La indiferencia social hacia el aborto y la manipulación de
embriones afecta a todo tipo de abortos y a todo tipo de
manipulaciones. No distingue entre el embrión de siete o
diecisiete días de vida porque, el sentido común intuye lo que
es una verdad como un templo: que la naturaleza del embrión no
depende del tamaño o del grado de desarrollo (igual que la
dignidad de las personas ya nacidas no está en función de su
peso, su inteligencia o su edad).
Es coherente y justo dar el mismo trato a todos los seres humanos
concebidos pero aun no nacidos, independientemente del estadío
de desarrollo en que se encuentren, puesto que ontológicamente,
son lo mismo Pero esa naturaleza común, la comparten también
con todas las personas humanas ya nacidas, de modo que lo que
merecen de acuerdo a su condición, es que se reconozca la
dignidad que poseen, se les respete, se los proteja y sean amados
por ellos mismos (especialmente por parte de sus progenitores).
Pero mucho me temo que no van a ir por aquí los tiros: sospecho
(ojalá que erróneamente) que el reconocer la idéntica
naturaleza de embriones y fetos con independencia de si están o
no implantados, más bien allanará el camino hacia la completa
permisión del aborto, sin ningún tipo de restricción ni
sanción. Puestos a darles el mismo trato, dejemos de proteger a
los fetos implantados de igual modo que hemos dejado de amparar
al embrión no implantado y ampliemos el intervalo de tiempo en
que la mujer conserva la libertad de decidir si quiere o no
llegar a ser madre. Es posible que hasta llegue a considerarse el
aborto como un derecho inalienable de la mujer (del mismo modo
que tiene derecho a controlar su fertilidad usando
anticonceptivos y, hoy en día, abortivos "de
emergencia" que impidan la implantación). Es cuestión de
tiempo.
Las contínuas tergiversaciones y la perpetua confusión que
requiere la promoción del aborto y la manipulación de embriones
resulta muy reveladora: no puede ser bueno lo que necesita de la
mentira para triunfar. Al constatar esta dependencia del engaño,
resulta más fácil tomar conciencia de su verdadera naturaleza
(ataque contra la vida y la dignidad humanas) así como reafirmar
el compromiso de combatir la cultura de la muerte difundiendo la
verdad (es decir: lo que las cosas son).
María Valent
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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