|
España en el actual puzzle Europeo.
La Europa de las Naciones no es sólo una alternativa concebible, sino una obra en marcha. Por el contrario, la Europa de los Pueblos, idea romántica, desintegraría a la sociedad europea haciéndola retroceder a la situación anterior al nacimiento de los nacionalismos. En vez de apuntar hacia un postnacionalismo civilizado, la Europa de los Pueblos lo hace hacia la barbarie
En la actualidad, España forma parte de
una Europa que está intentando unirse en un momento en el que su
identidad se hace más problemática que nunca. Enfrentada a un
cosmopolitismo creciente, por la inmigración procedente de los
otros continentes, la difusión de una cultura sincretizadora de
las culturas, la globalización de las relaciones sociales, la
interrelación de las relaciones económicas y comerciales que
difuminan las características propiamente europeas hasta ahora
conocidas (1), España se encuentra ante uno de sus principales
retos históricos. En este momento, la principal cuestión es
decidir el marco político a adoptar sobre la construcción de
ese ente llamado Unión Europea, que es un gigante económico, y
queremos que lo sea también político. En un mundo donde los
grandes bloques van a dictar las pautas de decisión de la
política mundial, Europa no debe quedar marginada de los ejes
directores del mundo. Su unión volverá a darle un puesto
preeminente ante los Estados Unidos y las potencias asiáticas
emergentes.
¿Qué modalidad adoptar para que Europa afronte el futuro en las
mejores condiciones?. Los liberal-conservadores son favorables a
la visión expuesta en el Libro Blanco del Mercado Único y en el
Acta Única, conforme a una cooperación de los Estado-nación
miembros de la actual UE, pero evitando la formación de un
centro burocrático en Bruselas que centralice las
responsabilidades y que vacíe de contenido a las instituciones
nacionales. La defensa de las peculiaridades nacionales sería el
principal argumento de los liberal-conservadores, partidarios de
la formación de un mercado unido y libre, pero no así de una
contrapartida paralela en el plano político (2.)
No obstante, los socialistas defensores de una Europa social
única, mantienen un modelo expuesto por uno de sus principales
dirigentes, Jacques Delors, que es la constitución de una Europa
federal, en la cual el centro burocrático europeo de Bruselas
sería el gran demiurgo de las decisiones del continente. Se
crearía un gigante europeo con peso en la política exterior,
semejante a los Estados Unidos, y responsable de una política
keynesiana que reduciese las fuertes desigualdades sociales que
se están produciendo en la Unión Europea. Sin embargo, una
Unión Europea de tipo federal, como propugna la resolución del
Parlamento Europeo del 14 de marzo de 1990, en la que se aplique
el principio de subsidiariedad, podría generar una Europa de las
regiones, al vaciar de contenido los Estado-nación en beneficio
del centro federal de Bruselas3. Las instituciones regionales
pretenden beneficiarse de un proyecto europeísta que con el
discurso añejo de la cercanía de la administración al
ciudadano, pretenda la culminación de la vuelta a una Europa
medieval donde los microestados fuesen de nuevo los verdaderos
protagonistas de la historia. Argumento imposible de cumplir,
cuando la Unión Europea se sostiene por el establecimeinto del
eje París-Berlín, nada favorable a cantos de sirenas de
nacionalistas localistas.
A pesar de todo, la posibilidad de una Europa de los pueblos
resulta incompatible con la mayor parte de los códigos
jurídicos y constitucionales en ejercicio. En el caso español,
la soberanía radica de modo exclusivo, indivisible y originario
en el pueblo español. Por tanto, el sujeto único de su
titularidad es el pueblo español del que se acepta una visión
homogénea, aunque no monolítica, pues se le considera suma de
todos los ciudadanos españoles y no agregado de un conjunto de
pueblos o comunidades étnicas. La soberanía reside
originariamente en la nación, sin que quepa deducirla a partir
de voluntarias entregas de los pueblos de España, que
recortarían sus poderes originarios en aras de la unión y
solidaridad del conjunto (4).
Por tanto, la defensa de una Europa federal donde se pudiese
articular una descentralización que tuviese como base una
organización fronteriza de carácter étnico, lingüístico o
religioso significaría un respaldo del ejecutivo europeo al
derecho de autodeterminación de los nacionalismos centrífugos
espectantes, causando el fenómeno contrario al proceso
unificador del continente. La afirmación del derecho de
autodeterminación implicaría la posesión por parte de la
fracción ejerciente del mismo de una cuota de soberanía que
aparece negada por el carácter indivisible de ésta y su
residencia exclusiva en el conjunto del pueblo español (5).
Además, el actual proceso de descentralización y
regionalización llevado por los Estado-nación quita fuerza a
las principales reivindicaciones nacionalistas. En la actualidad,
las peticiones sobrepasan el marco legal constitucional como la
reciente reivindicación de la Generalitat Catalana de una
cooperación de autonomías con posible carácter federativo.
Reivindicación que está taxativamente prohibida por el art. 145
de la constitución, aunque ya se hizo una excepción con Navarra
poniendo en contra de la voluntad de sus ciudadanos. No obstante,
el Estado autonómico descansa en un cierto equilibrio
trabajosamente logrado que necesita asimismo de un esfuerzo
continuado de mantenimiento, especialmente económico a costa del
Estado, por las continuas deudas contraídas por las
instituciones autonómicas por asegurar una clientela política.
En un momento de fuerte interconexión económica, cultural y
política a escala claramente trasnacional, que necesita del
apoyo de todos lo connacionales para ocupar un lugar competitivo
para nuestros sectores económicos, la política de algunas
autonomías resulta más un lastre que una ayuda efectiva. En el
caso vasco, el gobierno autonómico separatista respaldó el
traslado de una empresa guipuzcoana a Biarritz (País Vasco
francés) en vez de a la localidad de Miranda de Ebro
(Castilla-León), donde se hubiesen beneficiado los alaveses
fronterizos.
Los intereses de España están en la defensa de una integración
europea, pero teniendo como base unificadora la situación actual
de los estados miembros, entre los cuales, España es una
potencia media, detrás de los cuatro grandes, Alemania, Francia,
Gran Bretaña e Italia. Hasta ahora y desde 1986, España se ha
unido al eje director de la política europea, el bloque
franco-germano, en el que ha satisfecho su política
anti-terrorista, aunque no así, la defensa de sus intereses
agropecuarios, pesqueros e industriales. No obstante, a España
le conviene, en una Europa unida, tener claramente definida su
personalidad nacional para poder de servir de puente útil con
otros grupos culturales de interés para la Unión Europea.
El derrumbe del muro de Berlín ha abierto las espectativas de
expansión hacia el Este, donde la reunificada Alemania ha
iniciado un nuevo Dran nach Osten económico, aprovechando el
vacio soviético. Sin embargo, este cambio de orientación de la
política europea llevada por el peso del marco alemán, ha
marginado a España a la periferia de Europa, cobrando
protagonismo los países centroeuropeos como mercados
consumidores y productores con una mano de obra barata y
especializada. España debe revalidar su posición sirviendo de
puente con Iberoamérica. El continente americano, rico en
materias primas, con una sociedad occidental en sus gustos y en
vías de un desarrollo que la convierte en consumidora, la hacen
uno de los espacios del desarrollo del siglo XXI. En este nuevo
mercado cercano al Pacífico. Sí nuestro país tiene mucho que
decir como puente natural histórico con el nuevo continente. La
salvaguarda de nuestra cultura nacional y la difusión de la
lengua española pueden ser un acicate para una fuerte presencia
de la economía europea en América, donde España sea su punta
de lanza. Siempre que los nacionalismos no desgasten las
energías económicas e inversoras de la investigación educativa
y cultural en la promoción de las microculturas locales,
carentes del vigor globalizador necesario para abrir mercados.
Del mismo modo, el espacio arabófono es un mercado en rápido
crecimiento donde el occidente europeo puede beneficiarse por su
cercanía de un enorme tráfico de intereses comerciales. Sin
embargo, a pesar de actuar Europa unida, los árabes tienden a
diferenciar a los occidentales, según su posicionamiento en las
guerras con Israel, resultando los españoles discriminados
positivamente por su histórica política exterior proárabe.
Esta visión nos convierte en interlocutores de privilegio ante
el mundo árabe, como fueron las conversaciones de paz
judeo-palestinas en Madrid. No obstante, una política exterior
dominada por los particularismos nacionalistas empobrecería
nuestras relaciones y se perdería esta posición. El
nacionalismo catalán de Jordi Pujol ha tenido siempre a gala la
defensa de los intereses israelíes, llegando a ver en el Estado
judio un ejemplo para la Cataluña a realizar por CiU. La
desaparición de la linea diplomática tradicional española por
la conveniencia de un nacionalismo, en este caso del catalán,
haría fracasar una posición de privilegio de España ante un
mercado de 900 millones de consumidores. Mercado donde Francia y
Gran Bretaña tienen fuertes dificultades para implantar sus
productos por razones políticas e históricas.
En definitiva, España debe reforzar la posición constructiva
que le interesa en Europa apoyando el mantenimiento de los
Estado-nación, potenciando su posición de punta de lanza en el
mercado sudamericano y árabe, y donde por razones culturales e
históricas gozamos de una posición interlocutora de privilegio
frente al resto de los europeos. Posición que debemos mantener y
difundir a través del desarrollo de la cultura española en
provecho de nuestra economía. Todo entorpecimiento de esta
política, como el desgaste creado por las autonomías llevando
una política errónea de descentralización cultural,
privilegiando las investigaciones de las microculturas, choca
frontalmente con los intereses de una España fuerte en el
contexto unitario europeo. Una Europa que debe jugar en un
ambiente cada vez más cosmopolita.
La movilidad actual del capital y la emergencia de un mercado
mundial contribuyen a una visión multicultural de las nuevas
élites dirigentes alejadas del patriotismo localista de sus
predecesores (6). Los actuales responsables de la economía y la
política mundial superan el espíritu provincial porque
dificulta su espíritu creativo (7). Esta idea se contradice con
el actual discurso cultural y educativo de los cuadros dirigentes
nacionalistas, propensos a la obligatoriedad de la fidelidad y
difusión de los signos de identidad microculturales en todos los
ámbitos de la sociedad, para tener una presencia de su pequeña
nacionalidad; mensaje, que empobrece el mundo cultural e
investigador, discrimina a los profesionales por razones
pseudo-étnicistas y contribuye a un alejamiento de su región de
las pautas internacionales de desarrollo, precisamente lo último
que deseaban. Un caso práctico es la dualidad urbana de
Barcelona y Madrid, dos ciudades parecidas en tamaño y
crecimiento. La primera desde que está cada vez más sometida a
las directrices del poder autonómico nacionalista de CiU ha
ralentizado su desarrollo. Por el contrario, Madrid sin
dificultades lingüísticas ha centralizado la mayor parte de las
inversiones extranjeras de calidad tecnológica.
El multiculturalismo se ha descubierto como la condición normal
de toda cultura. Aquel sueño romántico que trató de plasmarse
después de la primera guerra mundial, cada nacionalidad un
estado, un territorio, una cultura y una lengua en unas fronteras
claras (8), se ha demostrado imposible y los intentos de llevarlo
a cabo catastróficos, con crimenes de gran dureza. Hoy, echamos
de menos al Imperio austro-húngaro o incluso al ruso, como
amplios entes de convivencia y cohabitación que al desaparecer
trajeron la borrachera de la limpieza étnica ensangrentanto en
siglo XIX y el final de éste. Los nacionalismos de España
deberían aprender la lección. No fue hace mucho tiempo cuando
el propio nacionalismo vasco defendía la limpieza étnica en
Navarra (9).
El multiculturalismo será la principal característica de una
Europa en proceso de unificación. En cuyo marco político todo
intento de organización política que defienda una homogeneidad
lingüística, como es el caso catalán, o étnico, como es el
del vasco en soto voce, son consecuencia del miedo a una sociedad
mixta o mestiza. Ese miedo produce racismo y el problema es negar
que nosotros somos también otros frente a algún otro. Una
respuesta positiva contra el racismo es el mestizaje cultural
(10), en cuyo discurso y práctica los españoles hemos sido
maestros después de quinientos años de convivencia histórica
con multitud de razas y pueblos en el continente americano. El
derecho internacional, con su visión global sobre los derechos
de las personas de diferentes sociedades, nació en las aulas de
las universidades españolas porque la sociedad española era la
única con una Weltanschauung suficientemente madura para admitir
el mestizaje como pauta de desarrollo cultural y político. Este
discurso integrador en la diversidad forma parte de la columna
vertebral de nuestra herencia histórica y es la respuesta a un
problema candente en la sociedad europea de hoy en dia. Las
argumentaciones políticas de nuestros nacionalismos
periféricos, por el contrario, siguen reforzando
inconscientemente las bases de un tribalismo desintegrador y
favorecedor de tendencias xenófobas.
En la actualidad estamos viviendo un proceso de agrupamiento en
bloques culturales homogéneos hasta el punto de que los procesos
de creación de comunidades de estados internacionales reposan
más sobre las semejanzas culturales que en el interés propio
(11). De este modo, Turquía intenta asimilar la suficiente
cultura occidental como para lograr la integración de la
república en la Unión Europea. No obstante, durante el pasado
gobierno del fundamentalista Erbakan, el país otomano aprobó la
formación del grupo de los ocho, un conjunto económico formado
por países musulmanes.
En este proceso uniformizador, todo intento de diferenciación,
como pretenden los separatismos contrarios a los intereses de las
regiones donde se registran, va contra la corriente actual de la
historia. En el repliege europeo del mundo se asienta la fuerza
de su proyecto político europeísta al encontrarse Europa a sí
misma. Una identidad que va cogiendo uniformidad conforme los
espacios vecinos extraeuropeos van convirtiéndose en focos
superpoblados deseosos de pasar al interior de la Unión Europea.
Por otro lado, tengamos en cuenta que una de las consecuencias de
la mundialización es la extensión y consolidación actual de
los Estados-nación en Africa y Asia (12). No es pues cierto, la
tesis de los nacionalistas, que esta fórmula política
practicada durante mucho tiempo, se encuentre en decadencia. La
desaparición de los Estado-nación debilitaría la única
autoridad capaz de mantener en jaque las rivalidades étnicas y
el resurgimiento del tribalismo (13). En nuestro caso, la postura
del nacionalismo vasco en el gobierno autónomo ha supuesto un
relanzamiento del discurso anexionista que se creía olvidado.
Pero la creación gratuita de crisis políticas con las
comunidades vecinas provoca el afianzamiento de la identidad
autónoma con el partido político en el poder. Reivindicaciones
olvidadas, como Trucios a Cantabria, Treviño a Burgos o la
anexión completa de Navarra por el nacionalismo vasco nos
recuerdan esa vuelta al tribalismo más arcaico. Incluso
nacionalismos como el catalán, que tienen a gala la mesura,
reivindican la franja aragonesa, Baleares, la comunidad
valenciana.
La Europa de las Naciones no es sólo una alternativa concebible,
sino una obra en marcha. Por el contrario, la Europa de los
Pueblos, idea romántica, desintegraría a la sociedad europea
haciéndola retroceder a la situación anterior al nacimiento de
los nacionalismos. En vez de apuntar hacia un postnacionalismo
civilizado, la Europa de los Pueblos lo hace hacia la barbarie
(14) por la defensa de un nacionalismo identitario excluyente de
las demás formas de ser.
Sin embargo, la adscripción nacional no tiene por qué ser
unívoca ni las identidades prístinamente puras. En un mundo
complejo, globalizado y rápidamente cambiante, las identidades
pueden ser, y de hecho son, múltiples o concéntricas, además
de variables con el tiempo. Un ciudadano puede sentirse
ampurdanés, catalán, español y europeo, sin que ninguna de
estas identidades superpuestas prime sobre las demás. Cada una
ocupa su nivel en su estructura mental, cultural, espiritual y
política, sin contradicciones ni tensiones, contribuyendo a
nutrir y fortalecer su personalidad (15).
Dr. José Luis Orella
1) GUIBERNAU, Monserrat: Los nacionalismos. Barcelona, 1996. p.
128
2) GORTÁZAR, Guillermo : "El rescate de Europa" en
Visiones de Europa...p. 96-97
3) GUIBERNAU, Monserrat : Los nacionalismos...p. 129
4) SOLOZÁBAL, Juan José: "El Estado autonómico como
Estado nación" en Pueblos, Naciones y Estados en la
historia. Salamanca, 1994. p. 180
5) Ibídem, p. 181
6) LASCH, Chistopher: La rebelión de las élites. Barcelona,
1996. pág. 14-15
7) Ídem, pág. 39
8) LAMO DE ESPINOSA, Emilio: "Fronteras culturales" en
Culturas, estados, ciudadanos... pág. 20-21
9) Euzkadi, 21 de diciembre de 1933
10) LAMO DE ESPINOSA, Emilio: "Fronteras culturales" en
Culturas, estados, ciudadanos...pág. 34
11) ídem, pág. 47
12) PÉREZ-AGOTE, Alfonso: "Reflexiones sobre el
culturalismo que nos viene" en Culturas, estados,
ciudadanos...pág. 87 13 LASCH, Christopher: La rebelión...
pág. 47
14) JAUREGUI, Jon: "El postnacionalismo" en Aula de
Cultura. Bilbao, 1989. pp. 231-132
15) VIDAL QUADRAS, Alexis: "Nacionalismos identitarios en la
España finisecular" en Aula de Cultura. Bilbao, 1997. p.
37.
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
La reproducción total o parcial de estos documentos esta a
disposición de la gente siempre bajo los criterios de buena fe y
citando su origen.