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La batalla de Viena de 1683: La civilización se salva del peligro islámico.
La unión de los principes europeos salva la civilización de la invasión turca. También siglo y medio antes la intervención del Rey de España había sido fundamental para salvar Viena, de la misma manera de la posterior batalla de Lepanto
El escenario político-militar en la
segunda mitad del siglo XVII, el siglo terrible que trastornó y
cambió para siempre a Europa, se presenta todo menos pacífico.
La Guerra de los Treinta Años (1618-1648), iniciada como guerra
de religión, prosiguió como conflicto entre la Casa reinante
francesa de los Borbones y los Habsburgo para quitar a estos
últimos la hegemonía sobre Alemania, derivada de la autoridad
imperial. Para alcanzar este objetivo el primer ministro francés
Armand du Plessis, cardenal duque de Richelieu (1585-1642),
inaugurando una política fundamentada en el sólo interés
nacional en detrimento de los intereses de la Europa católica,
se alía con los príncipes protestantes.
Los Tratados de Westfalia de 1648 sancionan el debilitamiento
definitivo del Sacro Imperio Romano en Alemania, asolada y
dividida entre católicos y protestantes y fraccionada
políticamente, y establece la hegemonía del rey de Francia Luis
XIV (1638-1715). El papel predominante alcanzado en Europa empuja
al Rey Sol a aspirar a la misma corona imperial y, con esta
perspectiva, no duda en buscar la alianza con los otomanos,
mostrándose indiferente a todo ideal cristiano y europeo. En las
postrimerías del siglo la Europa cristiana está abatida y
replegada en sí misma entre divisiones religiosas y luchas
dinásticas, mientras la crisis económica y el descenso
demográfico, consecuencias de la guerra, completan el cuadro y
lo vuelven especialmente vulnerable.
La ofensiva turca
El imperio otomano, que ya había conquistado los países
balcánicos hasta la llanura húngara, fue detenido el 1 de
agosto de 1664 en su avance por los ejércitos imperiales guiados
por Raimundo Montecuccoli (1609-1680) en la batalla de San
Gotardo, en Hungría.
Poco tiempo después, empero, bajo la enérgica guía del Gran
Visir Kara Mustafá (1634-1683), la ofensiva turca se reanuda,
alentada inconscientemente por Luis XIV en su desaprensiva
política anti-habsburgo, y se aprovecha de la debilidad en que
se hallan Europa y el Imperio.
Sólo la República de Venecia entabla combate con los turcos a
lo largo de la costa del Egeo y por cada metro de Grecia y
Dalmacia, combatiendo orgullosamente en la que fue su última y
gloriosa guerra como estado independiente, que culmina en la
caída de Candia en 1669, defendida heroicamente por Francisco
Morosini el Peloponesiaco (1618-1694).
Tras Creta, en 1672 la Podolia - parte de la actual Ucrania - es
sustraída a Polonia y en enero de 1683, en Estambul, los
estandartes de guerra son orientados hacia Hungría y un inmenso
ejército se pone en marcha hacia el corazón de Europa, bajo la
guía de Kara Mustafá y del sultán Mehmet IV (1642-1693), con
la intención de crear una gran Turquía europea y musulmana con
capital en Viena.
Las pocas fuerzas imperiales - apoyadas por milicias húngaras
guiadas por el duque Carlos V de Lorena (1643-1690) - tratan
inútilmente de resistir. El gran caudillo al servicio de los
Habsburgo toma el mando a pesar de estar todavía convaleciente
de una grave enfermedad que lo había llevado al umbral de la
muerte, de la cual - se dice - lo salvaron las oraciones de un
padre capuchino, el venerable Marco da Aviano (1631-1699). El
religioso italiano, enviado por el Papa ante el Emperador e
infatigable predicador de la cruzada anti-turca, aconseja que
todas las insignias imperiales lleven la imagen de la Madre de
Dios. Desde entonces las banderas militares austriacas
mantendrán la efigie de la Virgen a lo largo de dos siglos y
medio, hasta el momento en que Adolfo Hitler (1889-1945) las hizo
retirar.
Las "campanas
de los turcos"
El 8 de julio de 1683 el ejército otomano se desplaza de
Hungría a Viena, llegando el 13 de julio e iniciando su sitio.
Durante el recorrido fueron asoladas las regiones por las que
pasó dicho ejército, que saqueó ciudades y aldeas, destruyendo
iglesias y conventos, masacrando y esclavizando a las poblaciones
cristianas.
El emperador Leopoldo I (1640-1705), tras haber confiado el mando
militar al conde Ernst Rüdiger von Starhemberg (1638-1701),
decide abandonar la ciudad y alcanzar Linz para organizar desde
allí la resistencia de los pueblos germánicos contra el
tremendo peligro que se cernía sobre ella.
En el imperio tocan a rebato las "campanas de los
turcos", como ya había ocurrido en 1664 y en la centuria
anterior, y comienza la movilización de los recursos imperiales,
mientras el emperador teje febrilmente negociaciones para
convocar a todos los príncipes, católicos y protestantes,
iniciativa que fue torpedeada por Luis XIV y por Federico
Guillermo de Brandenburgo (1620-1688), y solicita la inmediata
intervención del ejército polaco, invocando el supremo interés
de la salvación de la Cristiandad.
El Papa Inocencio
XI
En este trance dramático da sus frutos la política europea y
oriental alentada desde hacía años por la Santa Sede, sobre
todo gracias al cardenal Benedetto Odescalchi (1611-1689),
elegido Papa con el nombre de Inocencio XI en 1676 y beatificado
en 1956 por el Papa Pío XII (1939-1958).
Custodio convencido del gran espíritu cruzado, el Pontífice,
que como cardenal gobernador de Ferrara se había ganado el
título de "padre de los pobres", promueve una
política previsora orientada a crear un sistema de equilibrios
entre los príncipes cristianos para encauzar su política
exterior contra el imperio otomano. Sirviéndose de hábiles y
decididos ejecutores, como los nuncios Obizzo Pallavicini
(1632-1700) y Francisco Buonvisi (1626-1700), el venerable Marcos
de Aviano y otros, la diplomacia pontificia media y concilia
entre las diferencias europeas, logrando la paz entre Polonia y
Austria, favoreciendo la aproximación con el Brandenburgo
protestante y con la Rusia ortodoxa, e incluso defendiendo los
intereses de los protestantes húngaros frente al episcopado
local, dado que todas las divisiones de la Cristiandad tenían
que desvanecerse frente a la defensa frente al Islam. No obstante
los fracasos e incomprensiones, en el "año de los
turcos", 1683, el Papa consigue ser el alma de la gran
coalición cristiana, consiguiendo dinero en toda Europa para
financiar a las tropas de los grandes y pequeños príncipes y
pagando personalmente un destacamento de cosacos del ejército de
Polonia.
El cerco
Mientras tanto, en Viena, invadida por los exiliados, se consuma
el vía crucis del cerco, que la ciudad soporta heróicamente.
6.000 soldados y 5.000 hombres de la defensa cívica se oponen,
aislados del resto del mundo, al inmenso ejército otomano,
armado con 300 cañones. Todas las campanas de la ciudad son
reducidas al silencio excepto la de San Esteban, llamada
Angstern, "angustia", que con sus incesantes tañidos
convoca a los defensores. Los asaltos contra los baluartes y los
enfrentamientos cuerpo a cuerpo son diarios y cada día puede ser
el último, mientras los socorros están todavía lejos. Inducido
por el Papa y por el emperador, a la cabeza de un ejército, se
desplaza a marchas forzadas hacia la ciudad sitiada el rey de
Polonia Juan III Sobieski (1624-1696), que ya por dos veces
había salvado Polonia de los turcos. Finalmente, el 31 de agosto
se une con el duque Carlos de Lorena, que le otorga el mando
supremo y, cuando se le reúnen todos los contingentes del
imperio, el ejército cristiano se pone en marcha hacia Viena,
donde la situación es extremadamente dramática. Los turcos han
abierto brechas en las murallas y los defensores supervivientes,
tras haber rechazado dieciocho ataques y realizado veinticuatro
salidas, están exhaustos, mientras los jenízaros atacan,
encendidos por sus predicadores y los jinetes tártaros recorren
Austria y Moravia. El 11 de septiembre Viena vive con angustia la
que parece su última noche y von Starhemberg envía a Carlos de
Lorena su último mensaje desesperado: "No perdáis más
tiempo, clementísimo Señor, no perdáis más tiempo".
La batalla
Al amanecer del 12 de septiembre de 1683 el venerable Marcos de
Aviano, tras haber celebrado Misa ayudado por el rey de Polonia,
bendice al ejército en Kalhenberg, cerca de Viena: 65.000
cristianos se enfrentan en una batalla campal contra 200.000
otomanos.
Están presentes con sus tropas los príncipes del Baden y de
Sajonia, los Wittelsbach de Baviera, los señores de Turingia y
de Holstein, los polacos y los húngaros, el general italiano
conde Enea Silvio Caprara (1631-1701), además del joven
príncipe Eugenio de Saboya (1663-1736), que recibe su bautismo
de fuego.
La batalla dura todo el día y termina con una terrible carga al
arma blanca, guiada por Sobieski en persona, que pone en fuga a
los otomanos y concede la victoria al ejército cristiano: éste
sufre solamente 2.000 pérdidas contra las más de 20.000 del
adversario. El ejército otomano se da a la fuga en desorden,
abandonando todo el botín y la artillería y tras haber
masacrado a centenares de prisioneros y esclavos cristianos. El
rey de Polonia envía al Papa las banderas capturadas
acompañándolas con estas palabras: "Veni, vidi, Deus
vincit". Todavía hoy, por decisión del Papa Inocencio XI,
el 12 de septiembre está dedicado al Santísimo Nombre de
María, en recuerdo y en agradecimiento por la victoria.
Al día siguiente el emperador entra en Viena, alegre y liberada,
a la cabeza de los príncipes del Imperio y de las tropas
confederadas y asiste al Te Deum en acción de gracias, oficiado
en la catedral de San Esteban por el obispo de Viena-Neustadt,
luego cardenal, el conde Leopoldo Carlos Kollonic (1631-1707),
alma espiritual de la resistencia.
El retroceso del
Islam
La victoria de Kalhenberg y la liberación de Viena son el punto
de partida para la contraofensiva dirigida por los Habsburgo
contra el imperio otomano en la Europa danubiana, que conduce, en
los años siguientes, a la liberación de Hungría, de
Transilvania y de Croacia, dando además la posibilidad a
Dalmacia de seguir siendo veneciana. Es el momento en el que se
manifiesta con mayor fuerza la grandeza de la vocación y de la
misión de la Casa de Austria en la redención y la defensa de la
Europa sur-oriental. Para realizarla moviliza bajo las insignias
imperiales los recursos de alemanes, húngaros, checos, croatas,
eslovacos e italianos, asociando venecianos y polacos,
construyendo aquel imperio multiétnico y multirreligioso que
dará a la Europa Oriental estabilidad y seguridad hasta 1918.
La gran alianza, que consigue tomar vida en el último momento
merced al Papa Inocencio XI, recuerda la empresa y el milagro
realizados un siglo antes gracias a la obra del Papa san Pio V
(1504-1572) en Lepanto, el 7 de octubre de 1571. Por el giro
impreso a la historia de Europa Oriental, la batalla de Viena
puede ser comparada a la victoria de Poitiers en 732, cuando
Carlos Martel (688-741) detiene el avance de los árabes. Y la
alianza que en 1684 es ratificada con el nombre de Liga Santa
registra un acuerdo único entre alemanes y polacos, entre
imperio y emperador, entre católicos y protestantes, alentada e
impulsada por la diplomacia y por el espíritu de sacrificio de
un gran Papa, encaminado a la consecución del objetivo de la
liberación de Europa de los turcos.
En aquel año se realiza una hermandad de armas cristiana que da
lugar a la última gran cruzada que, tras la victoria y
desaparecido el peligro, fue pronto olvidada, con lo que, tras
Viena, en Europa las "campanas de los turcos" callan
para siempre.
Para profundizar: ver un cuadro general de la situación europea
en el siglo XVI en AA.VV., Storia d´Europa, tomo IV: L´Età
Moderna. Secoli XVI-XVIII, Einaudi, Turín 1995; una historia de
la Casa de Austria en Adam Wandruska, Gli Asburgo, trad. It.,
TEA, Milán 1993; para profundizar aspectos más específicos,
Ekkehard Eickhoff, Venezia, Vienna e i Turchi. Bufera nel Sud-est
europeo. 1645-1700, trad. It., Rusconi, Milán 1991; y en Jan
Wladislaw Wos, La Polonia. Studi storici, introducción de Paolo
Bellini, Giardini, Pisa 1992, capítulo VII: Giovanni III
Sobieski e la battaglia di "Viena" (1683), págs.
153-177.
Renato Cirelli y T. Angel Espósito.
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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