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Cómo hacernos presentes en un mundo sin Dios .
Algunas propuestas y razones para testimoniar nuestro mayor tesoro: la Fe. Sin miedos, sin complejos, sin cobardías, sin falsas humildades, sin respetos humanos, siempre que la ocasión lo requiera, cuando con nuestras palabras podemos evitar que se cometa una injusticia y sobre todo siempre que sea necesario defender la Verdad. Pero también con astucia y prudencia para saber dónde, cuándo y cómo, debemos decir las cosas.
En estos tiempos de increencia, los
valores se relativizan, se hace caso omiso de Dios y se trata de
suprimir, o mejor ignorar, todo aquello que tenga relación con
la trascendencia.
Es hora de que nosotros, los cristianos, demostremos al mundo con
nuestras vidas que Cristo existe y que es posible vivir de
acuerdo con su mensaje.
La tarea no es nada fácil. Tendremos que afrontar muchas
hostilidades. Parece exagerado, pero ser testigo de Cristo
conlleva un cierto "martirio incruento",
integrado por un sinnúmero de penalidades y contratiempos. De
las propias palabras de Cristo se desprende que no es en la
aclamación popular, sino en el descrédito y en el desprecio,
donde encontraremos la réplica a nuestra misión apostólica. "Si
el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que
a vosotros" (Jn. 15, 18). Se cuenta de Santa Teresa,
que estando un día con muchas angustias y contrariedades,
acudió a quejarse al Señor y Éste le dijo: "Así
trato yo a mis amigos". A lo que la Santa, con su
gracejo habitual, le respondió: "No me extraña,
Señor, que tengáis tan pocos". Es bueno, pues, que de
antemano contemos con las dificultades, para que cuando éstas
lleguen, que de seguro tarde o temprano habrán de llegar,
estemos preparados para combatir y vencer, con la ayuda de Dios.
Jesús exige mucho a los que quieran seguirle. Lo pide todo,
hasta lo más difícil: olvidarnos de nosotros mismos y que todo
cuanto hagamos sea sólo por su causa y no por obtener nosotros
ningún beneficio personal.
Ahora bien, ¿de qué medios habremos de valernos para poder
llevar a cabo esta ardua y difícil tarea? ¿Con qué recursos
contamos?......
Voy a tratar de resumir en tres apartados lo que, a mi modo de
entender, podrían ser los tres recursos claves en la tarea
evangelizadora.
El primero de estos recursos es la PALABRA. No se trata de que
seamos eruditos y hagamos unos maravillosos discursos que dejen
alucinados a cuantos nos escuchen. No, no es eso.
Leyendo las Epístolas de San Pablo, en la I Carta a los
Corintios, Cap. I. Vers. 17, nos encontramos con estas palabras: "Porque
no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio y a
predicarlo sin valerme de la elocuencia de palabras o discursos
de la sabiduría humana" y un poco más adelante, en
los vers. 27 y 28 dice el Apóstol: "sino que Dios ha
escogido a los necios según el mundo para confundir a los
sabios, y a los flacos del mundo para confundir a los fuertes, y
a las cosas viles y despreciables del mundo y a aquellas que eran
nada, para destruir a las que parecen más grandes".
Sí, debemos hablar, siempre que sea necesario, sin miedos, sin
complejos, sin cobardías, sin falsas humildades, sin respetos
humanos, siempre que la ocasión lo requiera, cuando con nuestras
palabras podemos evitar que se cometa una injusticia y sobre todo
siempre que sea necesario defender la verdad, pero también
debemos ser astutos y prudentes para saber dónde, cuándo y
cómo, debemos decir las cosas. Nunca nos faltarán ocasiones, en
la familia, en el trabajo, con los amigos, con los vecinos, etc.,
para demostrar nuestro "talante de cristianos",
nuestro "saber estar" y no hace falta para
ello hacer grandes ostentaciones, ni presentarnos ante los demás
como los "sabios", o los "santos";
basta simplemente con que vean que no estamos dispuestos a
contemporizar, que no nos asustan con sus palabras, que no nos
doblegamos ante sus exigencias.
Seguramente la mayoría de las personas no estamos llamados a
escribir grandes tratados, ni a pronunciar brillantes
conferencias. No importa. Nuestro apostolado a través de la
palabra oral y escrita puede ser tremendamente eficaz haciendo
pequeñas cosas. Hoy será enviando una carta a ese o aquel
periódico, mañana será aportando nuestra colaboración en
aquella revista, o en la hoja parroquial. En otras ocasiones
asistiremos a una conferencia donde se digan cosas que no se
debieran decir y se omitan otras que se debieran haber dicho. Es
entonces, cuando se concede el turno de palabra a los oyentes,
cuando podemos y debemos intervenir con nuestro testimonio. Sobre
todo podemos y debemos aprovechar las enormes posibilidades que
nos brindan los modernos medios de comunicación, como es el caso
de INTERNET. Aquí todos podemos hacernos oír; es más, es
necesario que lo hagamos, haciéndonos presentes en todos los "portales"
de la red, inundándolos con miles de páginas Web, contribuyendo
con nuestras aportaciones y testimonios a las magníficas
revistas de orientación católica que tan digna y eficazmente
están jugando un importante papel en este medio.
Ahora se habla mucho de la tolerancia, el respeto a las formas de
pensar distintas a la nuestra, la comprensión, el diálogo, la
solidaridad, etc. Todo ello está muy bien y son valores que
debemos fomentar y practicar, pero nunca renunciando por ellos a
la verdad de Cristo. A veces es también necesario nuestro
silencio, no entrando en conversaciones que abiertamente ataquen
a la Iglesia o a la doctrina, si no es para defenderlas, otras
veces será no riendo el chiste fácil, generalmente soez y de
mal gusto, contra el clero, la Virgen, los Santos, etc.; otras
veces será teniendo el coraje de apagar la TV. A tiempo, ante
programas "basura", que son difamantes y llenos de
mentiras, o bien no comprando aquellos libros, o aquellas
revistas....En fin, cada cual sabrá qué es lo que Dios le pide
en cada ocasión; lo importante es tener los oídos bien atentos
para saber escuchar su voz. Es la catequesis de lo sencillo y
cotidiano. Es la evangelización de las cosas que parecen
insignificantes a los ojos de los hombres, pero que no lo son a
los ojos de Dios.
El segundo recurso es el TESTIMONIO , esto es, demostrar con
nuestro vivir de cada día que es cierto lo que afirmamos con
nuestras palabras.
Hubo un tiempo en el que testimoniar a favor de una causa era
bastante parecido a dar pruebas de algo por vía argumentativa,
lo que suponía la aportación de valiosos datos, que desde fuera
pudieran inducir a otros al convencimiento. En tal sentido se
distinguía claramente entre aquello que se decía y el ejemplo
que de lo mismo se daba, sin que se viera comprometido lo primero
por ausencia de esto último. "Haz lo que yo te digo,
pero no hagas lo que yo hago". Así decían y se
quedaban tan tranquilos.
Se cuenta que el famoso filósofo Max Scheler, estando un día
reunido en la Universidad con un grupo de alumnos, fue requerido
por un celador para que atendiera a una dama que preguntaba por
él. Pasaron a un despacho contiguo a donde estaban los
estudiantes y la conversación "subida de tono"
que éstos escucharon no concordaba en absoluto con las lecciones
de moral que el Profesor solía darles y al que ellos tenían por
un hombre de conducta intachable. Al volver con ellos les notó
tensos y preocupados; les preguntó la causa y ellos le contaron
que habían escuchado lo que había sucedido en el despacho. El
Profesor les dijo: "Todos Vds. Saben que en las
carreteras hay unos postes, indicadores de la dirección correcta
que debemos tomar, pero ¿conocen acaso Vds. algún poste que
haya echado a andar en esa dirección?". Fue una salida
muy ingeniosa, pero supongo que a los estudiantes no les
convenció, como supongo que tampoco nos convenciera a ninguno de
nosotros.
Afortunadamente las cosas han ido cambiando bastante en lo
referente a esta cuestión, tanto que la fuerza de convicción
que puedan tener las palabras depende en gran medida de las
actitudes de quien las pronuncia. Mensaje y mensajero forman
parte de un mismo todo, por lo que han de ser interpretados, no
disociados sino conjuntamente. Cada día se puede comprobar cómo
el divorcio entre la doctrina y la vida, no diremos ya que afecta
a la credibilidad, sino que constituye un gran escándalo.
En el contexto religioso la interconexión testimonio-vida tiene
aún mayores exigencias, tanto a la hora de la difusión del
mensaje de salvación como en el momento de su interiorización.
La auténtica vida de cristianos y por lo tanto de apóstoles
evangelizadores, comporta, tanto la aceptación de unas verdades,
como la de asumir unos valores y unas actitudes. La fe es una
virtud para ser vivida. Sólo se puede ser testigo viviendo la
realidad en la que se cree, proclamando la fe no sólo con las
palabras sino también con las obras, y si me apuran, en algunas
ocasiones es más eficaz el ejemplo que las propias palabras. Es
conocido aquello de que las palabras mueven, pero el ejemplo
arrastra.
Se cuenta de San Francisco de Asís, que un día le pidió a un
joven frailecito que le acompañara a predicar. Éste se puso la
mar de contento, porque para él suponía un gran honor ir a
predicar con el Padre Francisco, al que todos tenían por santo.
Recorrieron todo el pueblo, humildemente, pidiendo limosna y las
gentes les daban de lo que tenían. Cuando ya iban saliendo del
pueblo, de regreso al convento, el frailecito le pregunta a San
Francisco: Padre, ¿y cuándo vamos a predicar? A lo que
San Francisco le responde: Ya lo hemos hecho, hijo mío; ya
lo hemos hecho. Ciertamente "Fray Ejemplo"
es el mejor predicador del mundo.
Nuestros tiempos no son fáciles. No hay lugar para la
mediocridad. O se es, o no se es. Y ya sabemos que el "ser"
implica actuar con decisión, sin ningún tipo de complejos ni
vacilaciones, sin pretender imponer nada por la fuerza, sino
siendo siempre fieles a la verdad. ¿Qué pensamos que es muy
poco lo que podemos hacer?....!No importa!...Aunque nosotros
sólo podamos encender una pequeña y minúscula "cerillita"
y no una gran antorcha. Si nuestra cerillita se une con otras se
convertirá en una gran luz. San Francisco de Sales decía que
aunque él estuviera seguro de que su sermón sólo iba a ser
escuchado por una humilde y sencilla viejecita, él lo
prepararía con el mismo entusiasmo y rigor que si lo fueran a
escuchar grandes sabios y eruditos. ¡Qué gran lección para
nosotros que sólo estamos dispuestos a movernos por grandes
intereses!.............
Cuando Santa Teresa se entera de la gran catástrofe que ha
supuesto para la Iglesia la reforma luterana, no se pone a gritar
contra el mundo, no clama que está todo perdido, no sueña con
volver el mundo del revés; comenta sencillamente: "Determiné
hacer eso poquito que yo puedo y está en mí, que es seguir los
consejos evangélicos con toda la perfección que yo pudiese y
procurar que estas poquitas que están aquí hiciesen lo
mismo".
Antes hemos apuntado cómo podemos decir una palabra oportuna
estando con la familia, con los amigos, con los vecinos, en el
trabajo, etc. ...pues bien, lo mismo podemos decir por lo que
respecta al testimonio. Se trata de ir asumiendo poco a poco un "estilo
de vida" que haga que los que nos traten piensen que
hay algo especial en nosotros. Unas veces será un "saber
estar" al lado del enfermo, del triste, del abatido;
saber darles una palabra de consuelo y de aliento, transmitiendo
paz, serenidad y sobre todo alegría, esa sana alegría que nace
de la paz interior. Una sonrisa mueve a veces más corazones que
una palabra. Pero puede haber alguna ocasión en que sean
nuestras lágrimas las que sirvan a los demás como el mejor
testimonio de que nosotros sentimos y vivimos aquello.
Se cuenta de Fray Luis de Granada , dominico, insigne predicador,
que conocía la Biblia al dedillo y cuyos sermones tenían fama
de ser los mejores, que estando un día en la celebración de
Viernes Santo y después de haber escuchado la lectura de la
Pasión de Cristo, subió al púlpito para predicar y tan
conmovido estaba por los sufrimientos de Cristo, tan hondo
habían calado en su alma, que se echó a llorar amargamente y no
pudo pronunciar una sola palabra. Todos los fieles, conmovidos
también al ver sus lágrimas, prorrumpieron en sollozos y ni
predicador ni fieles dejaban de llorar. Fue el mejor sermón que
pronunció en toda su vida
Al final las acciones son las que acaban siempre moviendo a los
demás
Otras veces será estando dispuestos a ofrecer el perdón y a
olvidar la ofensa que nos han hecho y seguir tratando al ofensor
como si nada hubiera sucedido. Y que conste que, al menos a mi
modo de ver, al menos para mí sí lo es, ésta es una de las
exigencias más duras del cristianismo.
Lo que más nos cuesta siempre es "poner la otra
mejilla".
Otras veces será a través de la amistad, cultivándola como un
preciado tesoro, sabiendo que los buenos amigos no son sólo
aquellos que acuden cuando son requeridos en los momentos
felices, sino aquellos otros que acuden en los tristes aún sin
ser llamados. En una palabra, dando amor a los demás. "En
esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis
amor los unos a los otros".
Comentaban de los primeros cristianos, al ver cómo se ayudaban y
cómo lo ponían todo en común: "Mirad cómo se
aman".
También será cultivando con suma delicadeza todos los detalles,
sin hacer ostentación de ellos; los símbolos religiosos en
nuestro hogar, esa "catequesis de ambiente",
tan eficiente, que va calando hondo desde niños, una imagen de
Jesús o de la Virgen a la cabecera de la cama, una medalla o una
cruz en nuestro pecho. ¡Cuánto se ha perdido de todo esto, no
sólo en los hogares, no digamos ya en las aulas de nuestros
centros docentes! ; los libros que haya en las pequeñas
bibliotecas de nuestros hogares, la música que escuchemos, etc.
Por último pasamos al tercer punto: la ORACIÓN, y que conste
que no lo he dejado para el final porque lo considere lo menos
importante en la tarea evangelizadora, muy por el contrario, lo
considero básico y fundamental para todo aquel que quiera seguir
a Cristo y dar testimonio de Él ante los demás.
La oración es una necesidad para el espíritu, tanto como lo es
el respirar o el alimentarse para el cuerpo. Sin oración toda
labor apostólica se va al traste, fracasa rotundamente. La
oración es el motor que impulsa la acción y todos sabemos por
experiencia lo que le pasa a un motor cuando no le echamos
combustible, que se para, deja de funcionar. "El alma
sin oración es como huerto sin agua, como sin fuego la fragua,
como nave sin timón".
Pero como todos sabemos, uno de los conflictos más acusados en
la vida de los cristianos de nuestros tiempos, sigue teniendo su
origen en la todavía existente tensión dialéctica entre la
vida contemplativa y la vida activa y aunque se diga lo
contrario, en la práctica estamos muy lejos de superar esta
dicotomía según el espíritu del Concilio Vaticano II. Este
Concilio, que tan claramente se pronuncia, a través de los
diversos Documentos, a favor de una acción más decidida por
parte de los creyentes, deja también muy claro el espíritu que
debe animar esa acción. Nunca se insistirá lo suficiente en que
el mensaje conciliar, fiel a la tradición, lo que hace es
advertirnos, reiteradamente, que la eficacia y el valor de la
vida apostólica dependerá del nivel de la vida interior. Pero
este cultivar la oración, el trato personal con Dios, la vida
interior, no significa inhibirse de lo que pasa a su alrededor,
no es un intimismo inoperante, evasivo, alienante. Dice el P.
Ignacio Larrañaga, en un precioso libro, titulado "Muéstrame
tu rostro": "La contemplación, desde luego no
es evasión, sino que nos pone frente a un Dios, no de golosina,
sino Aquel que incomoda, desinstala y empuja al contemplador por
la pendiente de la paciencia y de la humildad, hacia la gran
aventura de la liberación de los pueblos". A esta
liberación, basada en la auténtica verdad de Cristo, es a la
que se refería el Apóstol San Juan cuando dice "La
Verdad os hará libres".
Es evidente, pues, y no quiero extenderme más, aunque podríamos
decir mucho sobre este tema, que nadie puede dar lo que no tiene.
Necesitamos estar unidos a Cristo. Él mismo nos dice: "Sin
mí nada podéis hacer"(Jn. 15, 15). Debemos preguntarnos
entonces ¿acaso podremos llenar de animación espiritual una
actividad si nosotros mismos carecemos de ella?....¿Podremos
sobrenaturalizar nuestro servicio al prójimo si nosotros estamos
vacíos interiormente?....Sólo cuando nos hemos enriquecido
interiormente a nosotros mismos, podremos enriquecer a los
demás.
Contemplación y acción deben, pues, estar unidas. Es
sintomático que la Iglesia nos haya puesto como Patronos de las
Misiones a dos Santos en apariencia tan contrapuestos, como son
el incansable misionero San Francisco Javier y una humilde y
sencilla monja carmelita de vida contemplativa; me refiero, por
supuesto, a Santa Teresita de Lisieux. ¿Sería alguno capaz de
afirmar que convirtió más almas San Francisco Javier con su
acción apostólica directa, que las que tal vez convirtió esta
sencilla monjita, desde su convento, con la oración y la
penitencia?
Dios es el único capaz de hacer balance de nuestras vidas. Sólo
Dios conoce la "medida" de cada alma.
Y para terminar ya, quiero solamente apuntar y prevenir de los
dos grandes peligros que, a mi modo de entender, amenazan al
apóstol evangelizador: son el desánimo, el desaliento, cuando
no se ven los frutos inmediatos, con el consiguiente peligro de "tirar
la toalla", como decimos vulgarmente, o el de
vanagloriarse de los éxitos obtenidos, como si se tratara de un
triunfo personal, olvidando quien es el que verdaderamente mueve
los hilos de la trama evangelizadora.
En la causa de Cristo, lo que se nos pide no es el triunfo, sino
la lucha.
Francisca Abad Martín.
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
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