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Isabel de Castilla (1451-1504).
Isabel, cuyo proceso de beatificación está en camino, es modelo de vida para los regidores de los Estados, a los que muestra el camino de la caridad política; para los laicos, a los que enseña cómo perseguir el reino de Dios tratando las cosas temporales; para las familias y para las mujeres, como hija, hermana, esposa, madre cuidadosa y atenta de cinco hijos, en los que se volcó sin descuidar los asuntos de gobierno.
Los primeros años de reinado
Isabel de Castilla nace en Madrigal de las Altas Torres, en las
cercanías de Ávila, el 22 de abril de 1451, hija del rey Juan
II (1405-1454) y de Isabel de Portugal (m. 1496), su segunda
mujer. Desde los tres hasta los diez años de edad vive en
Arévalo, también en las cercanías de Ávila, educada con amor
por su madre y guiada espiritualmente por los franciscanos.
Llamada a la corte de Segovia por su hermano, el nuevo soberano
Enrique IV (1425-1474), da pruebas de madurez solicitando y
consiguiendo el permiso de vivir en casa propia para escapar de
la vida licenciosa de la Corte. A la edad de diecisiete años
demuestra tener un carácter enérgico y decidido, rechazando las
propuestas de los partidarios de su hermano menor Alfonso
(1453-1468), fallecido prematuramente, para ser proclamada reina
en lugar del rey Enrique, cuya política había suscitado la
oposición armada de una parte de la nobleza y del país.
El 19 de octubre de 1469, tras haber rechazado numerosos
pretendientes propuestos por el soberano, se casa con don
Fernando (1452-1516), príncipe heredero de Aragón y rey de
Sicilia, que se compromete a llevar a su fin junto con su
consorte, apenas fuera posible, la Reconquista. Finalmente, a la
muerte de su hermano Enrique, es coronada reina de Castilla y
León el 13 de diciembre de 1474, en Segovia, donde consagra el
reino a Dios, jura fidelidad a las leyes de la Iglesia y se
compromete a respetar la libertad y los privilegios del Reino y a
que reine la justicia.
La joven reina se encuentra a la cabeza de una sociedad rica en
vitalidad y energía, pero debilitada por conflictos internos y
por la administración poco diligente de sus predecesores. Desde
el principio de su reinado convoca a toda la nación a asambleas
generales para la elaboración del programa de gobierno y varias
veces reúne las Cortes de Castilla, formadas por los
representantes de la nobleza y del clero y por los delegados de
las ciudades, a las que pide auxilium y consilium
antes de tomar las decisiones más importantes. Gracias a la
participación de la nación en la actividad reformadora y al
respeto por las libertades regionales y por los fueros, Isabel
goza de un amplio consenso, que le permite alcanzar en un tiempo
breve la pacificación del país. Además ordena la redacción de
un código válido para todo el Reino, que es publicado en 1484
con el título de Ordenanzas Reales de Castilla; preside
casi semanalmente las sesiones de los tribunales y otorga
pública audiencia a quienquiera que lo solicite. Su sentido de
la justicia y su clemencia conquistan rápidamente el país.
Isabel contribuye también de manera importante a la reforma de
la Iglesia en Castilla, merced al apoyo del Papa Alejandro VI
(1492-1503), que le concede amplios poderes, y a la ayuda del
franciscano Francisco Jiménez de Cisneros (1436-1517), su
confesor y luego arzobispo de Toledo. La reforma del clero y de
las órdenes religiosas favorece la formación de un episcopado
muy preparado y a la altura de los servicios universales a los
que la Iglesia española será muy pronto llamada, como también
la aparición de una legión de santos -entre ellos san Ignacio
de Loyola (1491-1556) y santa Teresa de Ávila (1515-1582)- y de
misioneros, que alcanzarán notoriedad especialmente en la
evangelización de las Canarias, del emirato musulmán de
Granada, de las Américas y de las Filipinas.
Isabel promociona también los estudios eclesiásticos, fundando
numerosas universidades -primero la de Alcalá de Henares, que se
convierte en el centro más importante de estudios bíblicos y
teológicos del Reino-, y creando colegios y academias para
laicos de ambos sexos, que dan a España una clase dirigente bien
preparada y una nómina de hombres de vasta cultura y de profunda
religiosidad que en los años venideros ofrecerán contribuciones
importantes al Renacimiento español, que será ampliamente
cristiano, a la Reforma católica y al Concilio de Trento
(1545-1563).
La Inquisición y
la expulsión de los judíos
La defensa y la difusión de la fe constituyen la preocupación
principal de Isabel, que para conseguirlo solicita y obtiene del
Pontífice la creación de un tribunal de la Inquisición,
considerada necesaria para encarar la amenaza representada por
las falsas conversiones de judíos y de musulmanes.
En los reinos de la península ibérica los judíos, muy
numerosos, tenían desde siglos un estatuto no escrito de
tolerancia y gozaban de una protección particular por parte de
los soberanos. En cambio, las relaciones a nivel popular entre
judíos y cristianos eran muy difíciles, sobre todo porque a los
primeros no sólo se les consentía tener abiertas las tiendas en
ocasión de las numerosas festividades religiosas, sino también
efectuar préstamos con intereses, en una época en la que el
dinero no era considerado como un medio para conseguir la
riqueza. La situación se complicaba aún más por la presencia
de numerosos conversos, o sea, de judíos convertidos al
catolicismo, que dominaban la economía y la cultura, pero que a
veces mostraban una adhesión puramente formal a la fe católica
y celebraban en público ritos inequívocamente judaicos. Cuando
Isabel asciende al trono la convivencia entre judíos y
cristianos está muy deteriorada y el problema de los falsos
conversos -según el autorizado historiador de la Iglesia Ludwig
von Pastor (1854-1928)- era de una dimensión tal que incluso
llegaba a cuestionar la existencia o no de la España cristiana.
Solicitado por Isabel y por su marido Fernando de Aragón -que
inútilmente habían impulsado una campaña pacífica de
persuasión para con los judaizantes- el 1 de noviembre de 1478
el Papa Sixto IV (1471-1484) crea la Inquisición en Castilla,
con jurisdicción solamente para los cristianos bautizados. Por
lo tanto, ningún judío fue jamás condenado como tal, mientras
que fueron condenados los que se fingían católicos para
conseguir ventajas. La Inquisición, arremetiendo sobre un
porcentaje reducido de conversos y moriscos, acredita que todos
los demás eran verdaderos conversos y que nadie tenía el
derecho de discriminarlos o de atacarles con la violencia.
En los años posteriores a la creación de la Inquisición es de
todas formas necesario proceder al alejamiento de los judíos de
Castilla y de Aragón. Preocupados por la creciente infiltración
de los falsos conversos en los altos cargos civiles y
eclesiásticos y por las graves tensiones que debilitan la unidad
del país, el 31 de marzo de 1492 Isabel y Fernando se ven
obligados a revocar el derecho de residencia a los judíos no
conversos. Los dos soberanos, esperando la conversión de la gran
mayoría de los judíos y la permanencia en sus lugares, hacen
preceder la medida por una gran campaña de evangelización.
De Granada a San
Salvador
La tensión hacia la unidad religiosa, mucho más comprensible en
una época en la que la adhesión de los ciudadanos a la misma fe
era el elemento fundante de los Estados, alienta también la
lucha plurisecular por la liberación del territorio ibérico de
la dominación musulmana. La definitiva conquista de los últimos
baluartes andaluces es gloria de todos los españoles, pero en
particular de Isabel, que por llevar a buen término la
Reconquista entrega todas sus energías y su dinero, manda
construir carreteras y ciudades, recluta tropas de élite,
atiende a la asistencia de heridos y de enfermos.
La victoria sobre los musulmanes, sancionada por la capitulación
de Granada el 2 de enero de 1492, tras diez años de combates, es
el acontecimiento más importante de la política europea de su
tiempo y provoca gran júbilo en todo el mundo cristiano. El
entusiasmo religioso y nacional que sostiene la empresa explica
también el hecho de que los soberanos acojan el proyecto,
aparentemente irrealizable, de Cristóbal Colón (1451-1506): las
Capitulaciones de Santa Fe, el documento en el que se ponía en
marcha su expedición, son, justamente, firmadas en el cuartel
general de Granada, dos meses después de la reconquista de la
ciudad.
La esperanza de Isabel es la de conducir a otros pueblos a la
verdadera fe y no repara ni en gastos ni en dificultades para
honrar los compromisos con Alejandro VI, que había concedido a
los soberanos el derecho de patronazgo sobre las nuevas tierras a
cambio de precisas obligaciones de evangelización. La reina, que
ya en 1478 había hecho liberar a los esclavos de los colonos en
las Canarias, prohíbe enseguida la esclavitud de los indígenas
en el Nuevo Mundo y la decisión es respetada por todos sus
sucesores. Merced al compromiso de Isabel y de sus sucesores el
encuentro entre pueblos tan distintos, como los ibéricos y los
indios americanos, es muy fecundo, alienta una auténtica
integración racial -que se realiza bajo el signo del
catolicismo, sin encontrar las dificultades típicas de la
colonización de tipo protestante- y establece el nacimiento de
una nueva y original civilización cristiana.
A finales de 1494 el Papa Alejandro VI concede a Fernando y a
Isabel el título de Reyes Católicos como recompensa por sus
virtudes, por el celo en defensa de la fe y de la Sede
Apostólica, por las reformas aportadas en la disciplina del
clero y de las órdenes religiosas, y por el sometimiento de los
moros.
La reina, no obstante las graves desventuras familiares que
afligen los últimos años de su vida -el fallecimiento de su
único hijo varón, Juan (1478-1497), de su joven hija Isabel
(1470-1498), de su nieto Miguel, además de la ofuscación mental
de su hija Juana (1479-1555)-, jamás falta a sus obligaciones.
Combativa hasta el final y animada por una fe heroica, muere en
Medina del Campo el 26 de noviembre de 1504.
La causa de
beatificación
A pesar de que entre sus contemporáneos fuera casi unánime la
aprobación de las virtudes de Isabel y la admiración por su
vida ejemplar, la difusión de una "leyenda negra"
sobre la España católica, las guerras de religión y la
dificultad de consultar los documentos retrasan abundantemente la
apertura de la causa de beatificación. Pero la fama de santidad
de la reina crece con el paso de los siglos y con el proceder de
la investigación histórica, hasta que en 1958 se abre en la
diócesis de Valladolid la fase preliminar del proceso de
canonización, con la constitución de una comisión de expertos
llamada a examinar más de cien mil documentos conservados en los
archivos de España y del Vaticano. El 26 de noviembre de 1971 se
instruye el proceso ordinario diocesano, que concluye tras la
celebración de ochenta sesiones; el proceso apostólico en Roma
se abre el 18 de noviembre de 1972 y, tras catorce años de
trabajos, se lleva a cabo la composición de la Positio
historica super vita, virtutibus et fama sanctitatis de la
sierva de Dios, de la cual seis consultores de la Congregación
de las Causas de los Santos, en la reunión del 6 de noviembre de
1990, expresan un juicio positivo. Los actos son trasladados a
una comisión teológica para que se pronuncie sobre el mérito
de la causa, pero el íter recibe un frenazo con ocasión del
quinto centenario del descubrimiento y evangelización de
América, que asistió al desencadenamiento de polémicas
instrumentales por parte de cuantos consideran que la
beatificación de la reina perjudicaría al espíritu ecuménico
y que la creación del tribunal de la Inquisición y la
"conquista" de América son obstáculos insuperables
para el reconocimiento de la santidad de Isabel.
Un Comité Promotor de la Causa ha sido creado por
alrededor de cincuenta cardenales, arzobispos y obispos de varias
nacionalidades y por personajes ilustres del mundo católico para
solicitar la beatificación de la sierva de Dios que -como afirma
el canonista claretiano argentino Anastasio Gutiérrez Poza
(1911-1998), postulador de la causa- es modelo de vida para los
regidores de los Estados, a los que muestra el camino de la
caridad política; para los laicos, a los que enseña cómo
perseguir el reino de Dios tratando las cosas temporales; para
las familias y para las mujeres, como hija, hermana, esposa,
madre cuidadosa y atenta de cinco hijos, en los que se volcó sin
descuidar los asuntos de gobierno. No obstante, su principal
enseñanza consiste en el cuidado por el empeño misionero, que
anima todas sus grandes empresas y que insta a proponerla como
modelo de la primera y de la nueva evangelización del mundo en
general y de Europa en particular.
Por Francesco Pappalardo, T. Angel Expósito y Jorge Soley
Climent
Para profundizar: Joseph Pérez, Isabella e Ferdinando, trad.
It., SEI, Turín 1991; A. Gutiérrez Poza C.M.F., La serva di Dio
Isabella la Cattolica, modello per la nuova evangelizzazione,
entrevista realizada por el que suscribe, en Cristianità, año
XX, n. 204, abril 1992, págs. 11-16; y Jean Dumont, Il Vangelo
nelle Americhe. Dalla barbarie alla civiltà. Con un´appendice
sul processo di beatificazione della regina Isabella la
Cattolica, trad. It., con un prefacio de Marco Tangheroni,
Effedieffe, Milán 1992.
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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