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La generación clásica del 14.
Repaso de algunas personalidades de una generación heterogénea, que, de manera más o menos desafortunada o acertada, intentó, de forma contrapuesta, dar salidas a la mediocridad y decadencia de la Restauración, cuyo modelo iba agotándose en la época
En 1914, irrumpe una nueva generación de intelectuales en la vida pública española. Estos nuevos valores formados en los colegios religiosos de la Restauración y formados en las universidades alemanas, gracias a la Junta de Ampliación de Estudios, se replantearon el modo de levantar la nación. Si la anterior generación era romántica y vitalista, esta será denominada clásica. Sin embargo, a semejanza de la anterior, estos intelectuales eligieron entre el clericalismo y el laicismo los valores de la secularización.
Con respecto a la anterior generación, Ortega y Gasset, uno de los más representativos de la nueva generación del 14, se enfrentó y rechazó el romanticismo aristocrático de Valle Inclán, el voluntarismo o individualismo de Maeztu, la insociabilidad de Baroja y el populismo provinciano de Unamuno. Ortega y Gasset, proveniente de la gran burguesía, defendió el elitismo y la superioridad de la capital madrileña sobre los puntos temáticos antagónicos de Unamuno.
Ellos fueron quienes en su defensa de la europeización de España, a pesar de la formación germana recibida, proporcionaron la base intelectual de los aliadófilos. Una de las posturas de tertulia de café en que España se polarizó a consecuencia de la Primera Guerra Mundial. Algunos de ellos agrupados en la revista "España", que fue dirigida primeramente por el socialista Luis Araquistain y posteriormente por Manuel Azaña, consiguieron que fuesen tomados por sinónimos los términos de izquierdista y aliadófilo .
Otro miembro de esta generación, como Ramón Pérez de Ayala fue un buen exponente de la crítica a la educación católica desde la óptica de un antiguo alumno de los jesuitas. Además, para él "el problema de España era la patética inadecuación del país para la convivencia civil, la irrefrenable tendencia a la incivilidad y la propensión a la envidia" .
Esta generación del 14 también vio la crisis espiritual de España, pero en vez de optar por una salida revolucionaria como era la posición romántica y rupturista de algunos del 98, su posición fue más comedida. Los hombres del 14 procuraron buscar en la mediación y el consenso una vía constructiva para el renacer del país. Por esta misma actitud, la función del intelectual también fue distinta. Si los escritores del 98 llevados por un vitalismo irracionalista vieron al intelectual como un guía profético del pueblo, los de la nueva generación, lo vieron como una misión educativa de la masa popular, formando parte de una élite pedagógica creadora de opiniones que ayuda a canalizar hacia unos fines concretos.
En virtud a esta labor pedagógica los hombres del 14, ven posible la autorredención del individuo. Esta visión de la vida que cree en la autodeterminación ética de la persona se basa en un concepto kantiano, que es el que sirve de inspiración a Ortega y Gasset. Según este presupuesto ideológico, si el hombre es capaz de autorrealizarse es preciso cambiar los principios metafísicorreligiosos imperantes de la sociedad restauracionista, por un nuevo concepto ético secular que se vea plasmado en la cultura.
Este sería el campo donde el hombre podría realizar su autorredención. Por tanto, en vez de la crítica desgarradora del 98, de la cual formaba parte la visión reformista de la religión de Unamuno. Los hombres del 14, desde su visión clásica y, por tanto, universalista conciben la razón como el instrumento de autodeterminación del individuo. La cultura desde de la ciencia, la moral y el arte deben labrarse en un nuevo sentido de la vida, donde la norma, el orden, la reflexión, la racionalidad, la serenidad y el equilibrio, den una armonía a través de la medida y la proporción.
Si el problema de España era la ignorancia, la nueva generación se veía en una misión semejante a los romanos para civilizar y europeizar el país en el sentido de su aprendizaje en las universidades germanas. Pero ello llevó, como ya vimos, el enfrentamiento con el nacionalismo casticista de los hombres del 98. Sin embargo, por ejemplo Ortega y Gasset era favorable a "una cultura de integración del pathos trascendentalista germánico y el pathos sensualista mediterráneo" .
El ideal de integración fecundadora vino por la creencia orteguiana, acreedora de la fenomenología de Husserl, que la nueva España no podía realizar una cultura vigorosa sin respetar su propia personalidad. Con la variante de la integración Ortega consideró a la cultura una función de la vida, porque "la vida debe de ser culta y la cultura vital" . Del mismo modo, la razón es una función vital y en vez de creer que son elementos antagónicos, creyó que era posible su coordinación y buscó la armonía creada entre racionalismo y vitalismo. Por el contrario, Unamuno se encontró en una lucha metafísica entre los polos de razón y vida.
Por un camino diferente, el catalán Eugenio D'Ors intentó como Ortega y Gasset descubrir una tercera vía equidistante tanto, del racionalismo como transcendentalismo vitalista. Sin embargo, mientras Ortega y Gasset luchó por integrar la razón en la vida para darle una proporción. D'Ors hizo lo contrario, buscar lo disperso, lo diverso y lo fragmentado que él atrapaba para elaborar una filosofía como un puzzle. El vitalismo asimilaría cierta racionalidad como una vacuna para ayudar a una mejor contemplación de la realidad. D'Ors lo que busca finalmente es la armonía y esta es orden, y el orden fue el principio de la realidad, es el orden y no la razón el "símbolo de inteligibilidad del mundo" .
De forma paralela a Ortega y Gasset, Manuel García Morente siguió el mismo camino que su coetáneo. Formado en Francia, quiso superar el positivismo para redescubrir la filosofía, porque el idealismo de Bergson no le llenaba. Como Ortega y Gasset en Alemania, se mantuvo fiel a la filosofía kantiana, pero en su búsqueda de armonizar vida y razón llegó a la fenomenología. Con una clara influencia orteguiana, García Morente defendió que la renovación necesaria de la cultura debía hacerse tomando como génesis creadora el propio Yo. O sea, la cultura debía renovarse después de un proceso de interiorización para conocerse así mismo e intensificar la cultura. Su renovación estaría en el propio individuo.
Por otro lado, uno de los puntos más importantes en que García Morente ayudó a definir de diferente modo fue la idea de progreso. Desde el positivismo imperante el progreso había sido calificado como una realización tomando en parte el transcurrir del tiempo y la acumulación de acciones en ese periodo. Sin embargo, García Morente afirmó desde un planto existencial que el progreso avanzaba o retrocedía según se cumpliesen los valores que formaban parte de la meta o finalidad a llegar. Por tanto, "el progreso no sería el ser más, sino el valer más" .
Pasando esa visión a la vida social, García Morente criticó la identificación de progreso con el avance tecnológico consumista que devoraba la naturaleza obligando a la sociedad a acumular medios, mientras, ésta estaba perdida sin un horizonte donde orientarse. La velocidad del falso progreso había hecho perder el sentido de la vida y, por tanto, según la opinión de García Morente esta idea proveniente de la Ilustración había provocado un espejismo que había llevado a un retroceso y no un avance del progreso del hombre.
La solución sería clarificar la vida poniendo ésta insertada en los valores a seguir. Su conversión al catolicismo le ayudaría a definirlo con las virtudes del caballero cristiano, discrepantes de los valores burgueses de la sociedad restauracionista.
Otro nuevo valor de esta generación será el oriotarra Juan de Zaragüeta. Este filósofo se formó en la Universidad Católica de Lovaina, donde el cardenal Mercier, a través del neotomismo pretendió articular una respuesta filosófica que defendiese el catolicismo de las nuevas teorías heterodoxas con la coherencia y nivel de calidad que obligaba el tiempo de entonces.
Con una distribución innovadora de los argumentos escolásticos, Juan de Zaragüeta, también, de forma semejante a Ortega y Gasset, pretendió la integración de los términos razón y vida. En este caso, el vasco denominó moral y ciencia, que él definió como "dos lineas paralelas", pero que a pesar de las dificultades lógicas de relación conseguían "enlazarse entre sí en la vida interior del hombre" .
Según él, la crisis ideológica venía del predominio del conocimiento científico por encima del moral. Para recobrar la lucidez perdida, había que retomar el ideal de un humanismo integrador donde la racionalidad ordena la vida animal del hombre, y la sobrenatural restaura el orden moral perdido con el pecado original . Por tanto, no había oposición, la integración de Zaragüeta se explicaría como el humanismo cristiano que culminaría la realización moral y racional del hombre.
Un discípulo directo de Ortega y Gasset fue Joaquín Xirau, quien desde un planteamiento platónico-agustiniano subrayó la importancia del amor como fuente del conocimiento. Su obra pretendió recuperar el amor por ser una parte importante y necesaria del conocimiento para formar nuestra conciencia. Algo problemático, en un periodo histórico dominado por una mentalidad racionalista que consideró el amor disuelto y sin peso específico en la conciencia de un hombre racional. Xirau pretendió con esto tener una visión de la realidad más allá del puso pragmatismo.
Por último, Xavier Zubiri, alumno de la Universidad Católica de Lovaina, influenciado por Ortega y Gasset, buscó también a través de la fenomenología el camino más objetivo para ver la realidad, sin caer en el pragmatismo, ni en el transcendentalismo, sino tomando elementos de ambos. A pesar de todo, aunque Zubiri inició sus trabajos en este periodo y defendió su tesis doctoral en 1921, "Ensayo de una teoría fenomenológica del juicio" sus elaboraciones más importantes pertenecieron a épocas posteriores, donde fue el máximo inspirador de la generación de pensadores del 36.
Otro prototipo de la generación clásica fue el doctor Gregorio Marañon, fiel exponente del humanismo liberal. Este hombre huyó de las especialidades por su pobreza en dar sentido a la vida al no saber nada de los demás campo del saber, y también del enciclopedismo, que lo definió como el intento de saber de todo, lo que resultaba imposible, pero de forma incoherente y desorganizada. Por ello, en un intento de dar sentido universal a su vida, se orientó hacia el humanismo, que él lo definió como el intento de saber únicamente lo esencial, por lo que lo que se sabía de los diferentes campos de la sabiduría estaba unido por un sentido que era la finalidad de esa esencialidad.
De este modo, huyendo de los dogmatismos intentó conciliar la ciencia, de la cual era un claro prohombre como médico, con su humanismo moral, por el cual desarrolló amplios estudios en otros campos como el ensayo y la biografía histórica.
Gregorio Marañon desde una profunda crítica de la situación decadente de España orientó su solución hacia la vocación. Esta adquisición del término religioso sería el instrumento necesario en la sociedad secular para realizar los deberes a los cuales cada uno estaba obligado. Algo importante si se tiene en cuenta que la generación anterior únicamente había protestado contra la sociedad oficial restauracionista reivindicando los derechos a los cuales decía tener derechos pero olvidando sus deberes, que Marañon recordó. Para realizarlos eran necesarios generosidad, sacrificio, disciplina, entusiasmo... virtudes todas ellas que emanaban de la vocación. Sin ésta no se podía cumplir los deberes que eran necesarios para levantar al país de su crisis espiritual.
La visión social de Gregorio Marañón es tolerante, se sintió liberal por conducta y no por política, ser liberal para él no era pertenecer a un partido liberal, sino una conducta referente en respetar la opinión del contrario y nunca justificar los medios por el fin.
Del mismo modo, Ortega y Gasset creyó que debía restaurar España no desde el liberalismo político restauracionista, sino desde uno nuevo, más social y progresista. Su visión de reformista laico concebía el liberalismo como un ideal de la razón, era una postura sobre la vida. Con su concepción kantiana de autonomía personal del hombre. Este debía ser libre para cumplir con su destino individual y el liberalismo le ayudaría a reforzar su potencial creativo. Por tanto su idea de liberalismo ayudaría a potenciar la personalidad individual contra la creciente despersonalización venida de la sociedad de masas .
En correspondencia con esta interpretación del liberalismo, Ortega y Gasset le dio un sentido social al reconocer que el trabajo creaba en los hombres una relación común. Este planteamiento le acercó a un socialismo de tipo lassalliano muy diferenciado del marxista. Al concebir un híbrido de liberalismo y socialismo reformista esencialmente antirrevolucionario.
Si en filosofía su piedra clave fue la integración, en política también lo fue al querer articular las fuerzas sanas de la sociedad burguesa en una postura regeneradora de la vida política española. La solidaridad de todos, orientados por la élite intelectual era el único modo de levantar el país. Una burguesía de nuevo cuño sin intereses comunes con la oligarquía restauracionista debía ser quien dirigiese las reformas necesarias de la nación española como una empresa común. España concebida por Ortega y Gasset como una comunidad de destino muestra en esto una clara influencia del socialismo de Lassalle. Esta idea pasará posteriormente a nuevos sectores políticos que surgirán en el periodo de la II república. Su postura de una vertebración del nacionalismo español enfrentará al pensador madrileño con los posicionamientos de los independentismos periféricos.
En Eugenio D'Ors el término de integración también va a ser importante, pero el catalán no va a resaltar el papel de la nación como empresa común, de clara inspiración orteguiana. Por el contrario, D'Ors va a luchar por la idea de Imperio, que era una imagen más universal y aglutinadora de elementos diversos, mostrando un recuerdo por el Sacro Imperio Romano Germánico. Una institución clásica que ordenaba lo informe haciendo desaparecer las fronteras nacionales obra del hombre. Del mismo modo, la individualidad del trabajador la integra en el sindicato para crear un orden armonioso entre los intereses individuales del obrero y los sociales de su corporación.
Pero si en la mayor parte de los miembros de la generación del 14, hemos visto, que lo principal era la búsqueda de un camino objetivo para que el hombre se realizase en su destino, aunque cada uno lo hiciese por caminos diferentes. Julian Besteiro y Fernando de los Ríos creyeron que el socialismo era el camino político más idóneo para la regeneración del país desde un punto de vista racionalista, laico y que creyese que el hombre libre con su autonomía personal podría efectuarlo.
Sin embargo, sus planteamientos filosóficos resultaron ser antagónicos porque mientras De los Ríos fue heredero de esa corriente reformista laica que desde el kantismo, el krausismo y el liberalismo orteguiano pretendía reformar España. Besteiro fue un empirista científico que volvió a retomar el marxismo como orientador de su visión de la vida. Aunque con la diferencia que nunca creyó desde su planteamiento la necesidad del camino revolucionario, y creyó óptimo el reformista que le ofreció la democracia burguesa. Esta actitud le acercó al resto de los componentes de la generación del 14.
Sin embargo, el único miembro de esta generación que intentó de forma activa llevar a cabo sus ideas en los más importantes puestos de la política española fue Manuel Azaña. Este pensador fue un fiel exponente de liberal jacobino, creyente en el papel reformador del laicismo, en "su" libertad del hombre, y en la labor dirigente de la inteligencia racional en la sociedad. Extremadamente sensible por la decadencia española, sintió repulsión por los criterios radicales del 98. Su visión fue clara, España estaba atrasada debido al lastre tradicional y reaccionario de su herencia católica y ese peso debía ser cortado de raíz.
El pasado debía ser olvidado para elaborar una nueva España desde los presupuestos laicos y precisos de la razón. Pero para ello, el intelectual no debía ser un profeta, como era la opinión de Unamuno, o ser un simple consejero orientador, como creía Ortega y Gasset. La impresión de Azaña era que el intelectual debía integrarse en el pueblo y tomar un papel político activo como el que él llevó en la II República. Por el contrario, Ortega y Gasset que había fracasado con su Liga de la Educación Política, volvió a intentarlo en el periodo republicano con la Asociación por la República, pero asumiendo una labor más consultiva que protagonista como pretendía Azaña.
Su pasión por remedar la situación de España, hizo de Azaña un furibundo anticlerical, porque en su creencia del Estado educador creyó que su principal misión debía ser la implantación de una educación laica similar a la francesa. De este modo se estirparía de las nuevas generaciones los valores del pensamiento católico imperante en el periodo de la Restauración. Si otros fueron moderando sus opiniones, como los miembros de la generación del 98, Azaña, por el contrario, se fue radicalizando.
Su creencia en que estaba en la razón le llevó a impedir la integración de los que no tuviesen sus ideas. En contra de la idea de integración del resto de los componentes de su generación. Azaña, llevado de su radicalismo político excluyó totalmente a todos los que representasen cualquier tipo de pensamiento opuesto a su ideal liberal democrático. Su misión estaba clara, la instauración de un Estado liberal acreedor a los principios fundamentados en la Revolución francesa.
Todo lo que pasase esos límites debía ser eliminado desde la raíz por el bien del futuro. Su papel político y su mayor radicalismo fueron protagonistas en la década de los años treinta. Pero su modo de pensar, la base intelectual sobre la cual alzó su construcción ideológica la inició en el periodo restauracionista. Azaña mostró un amplio desprecio por aquella España oligárquica y aunque militante del reformismo de Melquíades Álvarez, decidió como casi todos los miembros de su generación desbrozar su propio camino para la regeneración de España.
Después del desastre ultramarino, los pintores del 98 recordaron la pintura del Greco y ellos mismos descubrieron la solemnidad y tristeza del negro, como si hubiesen querido guardar luto por el hundimiento español. Autores como Ignacio Zuloaga, Darío de Regoyos y José Gutiérrez Solana reflejaron con sus pinceles una España negra, lúgubre que parecía sacada de los tiempos de la decadencia imperial, tres siglos anteriores.
Por el contrario, en los círculos catalanes y valencianos la luz fue la protagonista. Joaquín Sorolla fue el más representativo pintor de unas imágenes claras, rítmicas, con amplias gamas de luz y color, que eran del gusto de la sociedad restauracionista. Del mismo modo, en el País Vasco, Ricardo Baroja, Francisco de Echeverría, Francisco de Iturrino y otros reflejaron temas rurales clásicos popularizando unos motivos cotidianos, pero que eran del gusto de la burguesía local deseosa de temas autóctonos.
Sin embargo, la verdadera aportación de la pintura española fuera de nuestras fronteras será la de los vanguardistas. Desde 1904, Pablo Picasso se establecerá en París iniciando su época rosa centrada en temas circenses, dando fin al periodo azul de tonalidades frías. Pero será de 1907 a 1920 cuando Picasso entre en unos de sus periodos más fructíferos y reconocidos con sus cuadros del género cubista. El artista malagueño no será el único, Juan Gris y María Blanchard reforzarían la contribución hispana al cubismo internacional.
En este mismo periodo histórico, Joan Miró iniciará su camino hacia el surrealismo. El autor balear viajó a París donde conoció e hizo amistad con Picasso y fue entonces cuando se relacionó con los principales literatos franceses del género surrealista como Aragón y Bretón.
En el campo musical, París fue la Meca de los músicos como lo fue del de otras disciplinas. Además, dos de los principales exponentes de un tardío romanticismo español como Albeniz y Granados vivieron en la capital gala, donde dieron una imagen de la España soñada por ellos. En la ciudad del Sena se les reunieron Manuel de Falla y Joaquín Turina, los dos autores andaluces que se hicieron eco de un cierto regeneracionismo nacionalista musical proveniente de la catástrofe del 98. Junto a ellos, Bilbao, San Sebastián y Barcelona aportaron a varios músicos de calidad provenientes de las numerosas corales y orfeones con arraigo en esas tierras. Guridi, Usandizaga y Arriaga pusieron un tono de gusto autóctono contribuyendo a la música nacional, país guía del arte musical por el entonces debido a la presencia de Debussy.
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José Luis Orella.
"ARBIL, Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el Foro Arbil
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