1.- Una de las experiencias
acumuladas de la revolución científico-técnica
es que los descubrimientos y avances agregan
poder allí donde este se encuentra. Por eso la
democracia no puede considerarse nunca como una
tarea acabada sino que hemos de verla como un
proceso que puede estancarse en la medida en que
los centros de toma de decisiones no distribuyan
poder a la gente de manera continua y sostenida. 2.-
La proximidad entre poder y conocimiento, hoy
más juntos que nunca, hace conveniente que los
que nos dedicamos a la tarea universitaria nos
planteemos de manera cíclica nuestra dependencia
de los centros de toma de decisiones. En esta
línea la cuestión que planteamos en nuestra
intervención es si el científico puede ser
político en el contexto actual.
3.- La ciencia tiene indudablemente una
misión social. Se trata de dar a conocer.
La profesión de científico entraña dar a
conocer saberes útiles y ello supone la suma de
dos logros. El primero es saber, conocer lo
desconocido, darse cuenta de lo escondido. Y el
segundo es darlo, compartir la alegría del
descubrimiento apercibiendo a los demás del
hallazgo.
4.- No obstante esto que acabamos de decir es
matizable y creemos que en aras de una mejor
comprensión del mensaje que queremos transmitir
aquí conviene preguntarse a quién se ha
de transmitir el saber y cómo. Es
precisamente estudiando estos aspectos cuando
descubrimos los grandes obstáculos que tiene la
ciencia moderna, y en concreto la institución
universitaria, para cumplir su misión de
servicio social.
5.- El científico, y en concreto el profesor
universitario, se debe en primer lugar a sus
colegas y alumnos y ellos constituyen el quién
propio del ámbito académico. El prójimo son
los próximos y la transmisión y el diálogo de
saberes en el entorno universitario es el mejor
atajo para establecer una comunicación fluida
entre ciencia y sociedad. Esa y no otra es la
razón de ser del prestigio académico. Un
científico comunica su saber con sus escritos y
sus clases, por eso pensamos que la pretensión
de no pocos colegas de establecer lazos de
prioridad comunicativa con el poder político es,
cuanto menos, sospechosa de falta de rectitud de
intención.
6.- Por otra parte, pensamos que el medio de
acercamiento al prójimo, el cómo transmitimos
el saber, no debe de estar condicionado por el
planteamiento mercantil. El sabio no puede
venderse ni a banderías ideológicas ni,
sobretodo, al dinero. He aquí la razón de ser
de la gratuidad que está en la entraña del
proyecto que nos congrega aquí en la Fundación
Interamericana Ciencia y Vida y en la Universidad
Libre Internacional de las Américas.
7.- Pero sin duda todo esto del regalo de lo
mejor ya lo sabíamos, los universitarios
aspiramos a donar conocimientos en marcos de
excelencia reglada. Se trata en efecto de un
planteamiento viejo, algunos pueden calificarlo
acertadamente de medieval, pero no obstante, es
un planteamiento que sigue pareciendo nuevo por
raro. ¿Por qué? ¿A qué se debe que la ciencia
se haya aproximado tanto al poder político y al
dinero? Veamos tres posibles razones.
Puede ser porque desgraciadamente muchos
confunden excelencia con influencia. La
universidad y el científico tienen que ser sin
duda alguna excelentes, pero ello no implica
necesariamente que sean influyentes en el sentido
que hoy se da al término como cuando hablamos de
unas modas, unos famosos, o una publicidad
influyente. De hecho sabemos que muchas de las
influencias modernas no son nada excelentes y
conocemos a no pocos colegas nuestros, profesores
que han sido de instituciones modélicas, que por
el ansia de influencia han perdido la excelencia.
En segundo lugar, la estrecha relación entre
ciencia y poder también puede deberse a que la
intensidad de los procesos comunicativos que trae
pareja la modernidad nos obliga de continuo a
innovar y mejorar las formas y como consecuencia
a prestar menos atención a los contenidos, es
decir a la pureza del mensaje. Por eso algunos
colegas huyen con pavor de la crítica de base
que a veces hacen los medios de comunicación
como la de "es usted un
fundamentalista", cuando uno se cree lo que
dice, o "es usted un maximalista",
cuando uno se atreve a separar lo mejor de lo
peor y como consecuencia a señalar la
mediocridad.
Por último, puede ser también porque los
científicos en el esfuerzo por alejar de
nosotros la responsabilidad ante nadie, y menos
ante ningún Dios que no sea nuestro propio ego,
hemos desechado la esperanza de alcanzar una vida
virtuosa y en ese empeño confundimos la igualdad
humana con la pasividad ante los vicios propios
que también llamamos privados, con lo que
aquello que no nos proponemos para nosotros
tampoco lo proponemos a los demás.
En cualquier caso, estas tres posibles
"razones" empujan y presionan al
científico a acercarse al poder adoptando una
actitud que se ha dado en llamar lo
políticamente correcto.
8.- Sea lo que fuere, sí que parece que el
científico y el profesor actual deben de hacer
esfuerzos decididos para valorarse a sí mismos
en un mundo que parece que no valora la
excelencia del quehacer sin pago. La tentación
es creer que uno merece una consideración que
solo puede dar quien tiene el monopolio del
dispendio, es decir el poder. Por eso pensamos
que un científico no puede ser político, que un
científico se corrompe cuando se arrima al
poder, que un científico no debe aspirar a ser
famoso como son famosos los famosos mediáticos
que no han escrito libros académicos ni formado
discípulos, debe si acaso aspirar a ser
anónimamente escandaloso como quien se atreve a
perseverar navegando contra corriente en un mundo
que ignora, cuando no desprecia, la integridad y
la fidelidad.
9.- Con el rechazo de la corrección
política, el científico y por extensión el
profesor que prepara ese mundo mejor que queremos
legar a nuestros hijos, debe de aspirar a ser coherente,
pobre, e incómodo. Estas son las tres
caras del escándalo al que nos referimos.
Coherente para ser veraz consigo mismo. No
debemos olvidar que los que mejor viven son los
sabios en la medida en que cambian de vida al
mismo ritmo con el que adquieren nuevos
conocimientos, porque la verdad que no se vive
deja de serlo a los ojos del prójimo.
Pobre para certificar su rectitud, en el
entendimiento que la venta de saber al mejor
postor prostituye su misión y le convierte en un
enemigo de la gente, en un esclavo del poder en
vez de en un servidor público.
E incómodo porque gran parte de los valores
de nuestra sociedad no son valores excelentes y
recordar los defectos al mundo escuece a todos
los que somos mundanos. Ello produce cierto
rechazo y hace que muchas veces la soledad
acompañe la tarea de la ciencia, por eso pienso
que se han inventado los premios a la excelencia
científica, para intentar mitigarla.
10. He de decir que en mi opinión hay ciertas
incomodidades que no se pueden acomodar en el
contexto sociocultural actual aunque pueda
pensarse que ello podía hacerse en otra época y
lugar. El científico no puede renunciar hoy a
ser manifiestamente incómodo en ciertos temas y
a arrostrar las consecuencias de su actitud.
Disiento aquí de los que plantean la
conveniencia de adoptar la deriva del mal menor
en el consejo académico manifestado sobre la
defensa e inviolabilidad de toda vida humana. No
pocos de nuestros colegas expresan públicamente
su apoyo a opciones políticas que indirectamente
procuran y consienten el mantenimiento de
situaciones de tortura humana como pueden ser la
permisividad con la congelación de personas en
estado embrionario, con el argumento de que
todavía sería peor apoyar otras opciones
políticas alternativas que procuran y fomentan
esas torturas de modo directo. Creo que debemos
recordar que el compromiso político no está
incluido en la misión de la ciencia. El
científico puede como ciudadano tener opciones
políticas pero nunca debe hacer sufragánea a la
ciencia de su elección partidista, antes bien
debe procurar que su vocación de servicio a
todos nunca sea instrumentalizada por el
ejercicio del poder y las lealtades ficticias que
este crea. Un signo de esa ficción que
desgraciadamente convierte a algunos colegas
nuestros comprometidos en banderías políticas
en caricaturas de científicos, es el silencio
cuando no la complicidad con cualquier muerte,
aunque solo sea una, de cualquier humano en
cualquier momento de su desarrollo.
11. La ciencia, como dice el lema de nuestra
reunión es para todos, para todos sin
distinción. Un científico solo puede
comprometer su labor como tal en la lealtad a una
opción política si esta está manifiestamente
abierta a la vida y dignidad de todos sin
exclusiones. El científico, repetimos, no está
obligado a tener lealtades políticas, pero si
quiere tenerlas y en ausencia en el panorama
político de una opción que vele por todos, su
obligación primera es la denuncia. Por eso la
corrección política, que lleva muchas veces al
anonimato o al compromiso con el estatus quo, en
la medida en que cercena el derecho de algunos a
los beneficios de su reconocimiento como humanos
y a sus derechos de pertenencia en la vida
social, supone en nuestra opinión corrupción
intelectual. Por eso para nosotros los
universitarios, a veces ser correcto es ser
corrupto.
12. Los intelectuales no podemos desear para
nuestra tarea unas cotas de excelencia menores
que las metas que ponemos en otros empeños. La
aspiración de una ciencia genuinamente
democrática nos parece una meta loable. La
ciencia democrática es una ciencia para todos,
al servicio de todos: una ciencia al servicio de
la gente y no al servicio del poder, una ciencia
que si es necesario renuncie explícitamente a
ser influyente para ser excelente.
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José Pérez Adán
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