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CARTAS

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Revista Arbil nº 73

Tiempo de construir

por Carla Díez de Rivera y Pérez de Herrasti

En una sociedad que ha tomado por bandera la tolerancia y que, supuestamente, no se escandaliza por nada está descartado y anatematizado el pensar orgánico, el actuar congruente, el pensamiento independiente. No pocas rotativas o productoras de radio y tv han borrado o quieren borrar --vano intento- de sus registros las palabras hombre, religión y Dios.


No existe un verdadero debate cultural y político, un nuevo integrismo cultural no admite el pensamiento alternativo. Este es o bien ninguneado -no existe, es pobre y parcial, se silencia y no se difunde- o biern es implacable atacado como profundamente inconveniente e intolerable. Señorea un pensamiento cerrado, elbaorado por grupos de presión que pretenden conformar la sociedad. Los analistas y comentaristas políticos, los creadores de opinión, se convierten en meros comparsas del mismo o se limitan a poner tiritas a la herida, sin entrar a plantearse seriamente la raíz de los problemas.

Las asociaciones internacionales denuncian constantemente violaciones de la libertad de expresión en los países no democráticos. Nadie se plantea que en las democracias occidentales existen restricciones más sutiles, pero quizá más lamentablemente eficaces. Vivimos en una sociedad en la que parece que no está prohibido hablar; pero dolorosamente parece estar prohibido hasta pensar.

Buscan que bien pretenda vivir de acuerdo con sus principios, con su fe, se vaya poco a poco convirtiendo en un marginado social y tenga que moverse en unos marcos preestablecidos que han desterrado toda coherencia; unos marcos que determinan el criterio de pensamiento sobre los principios de libertad, justicia, igualdad, autoridad, que van a conformar realidades tales como la vida, la familia, la educación, la economía, la globalización, la interculturalidad, ... y que tanto pueden responder a una concepción del hombre alejada de todo valor trascendente, como a una carencia absoluta de modelo. Si se lo permitimos lo conseguirán. Está en nuestras manos y es nuestro derecho no consentir que aquí sólo hablemos un poco y siempre los mismo.

Con una reacción tardía frente a una situación que aúna lo chabacano con lo dramático, el poder político y legislativo dicta leyes restringiendo el uso y el abuso del alcohol y del botellón, sin que nadie se plantee a fondo -y quiera atajar el problema de raíz- el porqué de la crisis vital del hombre y del joven, el porqué de la angustia y de la falta de respuestas.

Los jóvenes no han cambiado, siguen siendo altristas, entregándose y luchando sin reservas por un ideal; pero se les obliga a moverse en un medio adverso. Hemos desenraizado al hombre, hemos desmontado todo aquello que le daba seguridad interior -familia, tradición, autoridad-, sin aportar nada a cambio. El hombre actual vive en un mundo en el que se pretende que no existan certezas, dónde se quiere que todo sea relativo; en el que el ser humano no encuentra la confianza y seguridad necesarias para el desarrollo de su personalidad. Y sin embargo, hay certezas, la verdad existe, la vida es real no virtual y todo nos da igual.

El hombre no puede ser dejado al borde del abismo para luego pedirle que no se tire.

El racionalismo cartesiano alejó al hombre de Dios, el modernismo le desenraizó, el existencialismo le alejó del mismo orden natural, el relativismo mata sus certezas, la sociedad postradicional le ha abocado a un pensar vitalista basado en la experiencia de nuevas sensaciones o vivencias. El eclecticismo cultural pagano encarnado en el New Age, responde con un mensaje esotérico, irenista, a la confusa necesidad espiritual del hombre contemporáneo.

Hemos desmontado al hombre, la sociedad, como si fuera un mecano; desmenuzándolo en piezas que luego no sabemos volver a montar. Sin que cambie el hombre, no cambiará la sociedad. Sobre las ruinas debe alzarse la nueva ciudad. Es tiempo de construir..

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Carla Díez de Rivera y Pérez de Herrasti

 


Revista Arbil nº 73

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