Cuando Colón inició su
aventura, ya suponía que iba a encontrar lenguas
extrañas, y Ilevó con él dos intérpretes:
Rodrigo de Jerez, que anduvo por la Guinea, y
Luis de Torres (judío converso que sabía
hebreo, caldeo y algo de árabe: dos hombres con
alguna experiencia lingüística, pero cuando
llegaron a la isla de Guanahaní tuvieron que
recurrir al lenguaje más universal de las
señas: "Las manos les servían aquí de
lengua" dice el P. Las Casas. La
preocupación constante de Colón era la lengua,
entenderse con aquella gente: Tomar Iengua, haber
Iengua es su obsesión. En dos ocasiones, envió
a España grupos de indios para aprender el
castellano, pero fracasó: unas veces se
murieron, "por el cambio contrario de
tierra, aire y comidas", dice Pedro
Mártir de Anglería; otras, al volver huyeron, y
otras veces, los indios que permanecieron con él
no le sirvieron de nada porque aquellos
territorios eran en aquella época un mosaico de
lenguas y "no se entienden los unos con
los otros -dice el Almirante- más que
nos con los de Arabia". El cronista
Gonzalo Fernández de Oviedo se asombra también
de esta pluralidad lingüística cuando dice: "Cosa
es maravillosa que en espacio de una jornada de
cinco o seis leguas de camino y próximas y
vecinas unas gentes con otras, no se entienden
los unos a los otros indios". La
ilusión colombina de llevar la fe a aquellos
territorios se ve frustrada por el problema de la
lengua. Por eso quiere castellanizar a esos
indios, para penetrar a través de ellos en aquel
mundo con el que estaban incomunicados a pesar de
vivir inmersos en él. Los indios-lengua o los
lengua -indios bilingües que Ilegaron a conocer
el español además de la lengua materna-, como
se les llamaba, fueron el primer instrumento de
entendimiento, pero no abundaron. También hubo
españoles que convivieron muchos años con los
indígenas y aprendieron sus lenguas. Los
"lenguas", indios o españoles,
representaron una primera etapa de aproximación.
La hispanización a través de las
instituciones políticas, económicas y
jurídicas del Estado tenía que ser
necesariamente lenta. Pero la hispanización
tenía también una vertiente religiosa: la
evangelización, la extirpación de las
idolatrías, que no podía ser lenta. Los
misioneros predicaban y confesaban al principio
valiéndose de intérpretes, o por el lenguaje de
los gestos, o recurriendo a representaciones
gráficas, como grandes cuadros, catecismos en
imágenes coloreadas, como el de fray Pedro de
Gante, etcétera. Pero la labor es lenta, y como
el indio no aprende el castellano, los misioneros
deciden aprender las lenguas indígenas.
Fray Juan de Torquemada, en su Monarchia
indiana, ha dejado una viva estampa de los
primeros pasos de aquel aprendizaje lingüístico
de nuestros frailes mendicantes: los frailes
"se ponían a jugar con ellos [los
niños] con pajuelas o pedreçuelas, los
ratillos que tenían de descanso; y esto hacían
para quitarles el empacho con la comunicación; y
traían siempre papel, y tinta en las manos, y en
oiendo el vocablo al indio, lo escrivían, y el
propósito que lo dijo. A la tarde juntábanse
los religiosos, y comunicaban los unos, a los
otros, sus escritos, y lo mejor que podían,
conformaban a aquellos vocablos el romance que
les parecía convenir. Y acontecióles, que lo
que oi les parecía que avían entendido, mañana
les parecía no ser así... Y ya que por algunos
días fueron probados en este trabajo, quiso
Nuestro Señor consolar a sus siervos por dos
vías.
Unas dellas fue, que algunos de los niños
maiorcillos, que enseñaran, les vinieron a
entender bien lo que decían; y como vieron el
deseo que los frailes tenían de deprender su
lengua, no solo les enmendavan lo que erravan,
mas también les hacían muchas preguntas, que
fue sumo contento para ellos". A la
tarea de aprender lenguas indígenas se dedicaron
con toda su alma aquellos misioneros. La mayoría
de los monjes de Nueva España aprendieron
náhuatl; otros mixteco, zapoteco, huasteco,
chontal, otomi, totanaco, tarasco, etcétera. Los
franciscanos tuvieron un grupo de lingüistas
notables: era bastante frecuente que hablasen
tres lenguas indígenas, y se dice que el P. fray
Pedro de Olmos predicaba en diez lenguas (por lo
menos dejó escritas gramáticas del totanaco,
del tepehua, del huasteco y del náhuatl).
Antes, nos hemos referido al polimorfismo
lingüístico de América. A medida que la
conquista avanzaba, aparecían nuevas lenguas, y
esta situación desesperaba a los misioneros. La
Corona, por regla general, recomendaba la
enseñanza del castellano, pero los misioneros
veían que esto era imposible. El P. Blas Valera
decía: "Si los españoles que son de
ingenio muy agudo y muy sabios en ciencias, no
pueden como ellos dicen, aprender la lengua
general del Cuzco, ¿cómo se podrá hacer, que
los indios no cultivados ni enseñados en letras
aprendan la lengua castellana?". En
1551, el comisario general de Guatemala, se
dirige al emperador: "Somos muy pocos
para enseñar la lengua de Castilla a indios.
Ellos no quieren hablalla. Mejor seria hacer
general la mexicana, que es harto general y le
tienen afición, y en ella hay escrito doctrina y
sermones y arte [gramatical] y vocabulario".
De este modo, se empiezan a enseñar las
lenguas que creyeron más universales a los
indios de las nuevas regiones; a estas lenguas se
les daba el nombre de "lengua general",
y eran el náhuatl, el quechua, el chibcha y el
tupí-guaraní, pero no el español. La Real
Cédula de 19 de setiembre de 1580, otorgada por
Felipe II, ordena que en las Universidades de
Lima y México y en las ciudades donde había
Real Audiencia se establecieran cátedras de la
"lengua general de los indios",
y que los prelados de Indias no ordenaran
sacerdotes, ni dieran licencia a clérigo que no
supiera la "lengua general de los indios
de la provincia". Pero ya antes había
publicado fray Domingo de Santo Thomás, en
Valladolid, en 1560, sus dos obras: Lexicón o
Vocabulario de la lengua general del Perú y Gramática
o Arte de la lengua general de los indios de los
reinos del Perú, y fray Alonso de Molina el Arte
de la Iengua mexicana y castellana, impresa
en México, en 1571. Y es de este modo como las
lenguas generales indígenas se impusieron como
superestratos en grandes extensiones
territoriales.
En 1584, el náhuatl se hablaba desde
Zacatecas hasta Nicaragua: se dio así el caso
paradójico que bajo la dominación española
alcanzara una expansión que no había tenido en
la época de máximo esplendor del imperio
azteca, y ello por obra de los misioneros
españoles. También pasó lo mismo con el
quechua: lo extendieron por diversas partes del
Perú, alcanzando hasta el NO. argentino (por eso
se conserva hoy en la provincia de Santiago del
Estero) y también gran parte del Ecuador, S. de
Colombia y Alto Amazonas. Igual ocurrió con la
lengua muisca o chibcha, de la meseta de
Colombia, de la que en 1619 publicaba en Madrid
Fr. Bernardino de Lugo la Gramática en la
lengua general del Nuevo Mundo lIamada mosca.
O con el tupí-guaraní de las misiones
jesuíticas, extendida por todo el Paraguay, gran
parte del litoral rioplatense y de Río Grande
del Sur y gran parte del Brasil. Pero no por eso
abandonaron los misioneros los estudios de otras
lenguas menores.
Junto a esta labor lingüística, con fines
evangélicos, hay también que destacar la tarea
de expansión cultural de España en aquellos
territorios: en Méjico se funda la imprenta en
1535, en Perú en 1584 (compárese con el Brasil,
en 1808). En 1538 Sto. Domingo tenía dos
universidades. En 1551 se fundan las de Méjico y
Lima; en 1580 en Bogotá, en Quito, en 1586; en
la época colonial hubo un total de 24
universidades. (En Brasil, hasta mediados del
XIX, no se funda la primera.) En estas
universidades se enseñaban las artes liberales,
empezando por la gramática latina, base de la
enseñanza, desde el principio. Se fomentaba el
estudio del latín y de las lenguas generales,
más que el del español. En latín aprendían
los alumnos retórica, poética, lógica,
filosofía y también medicina.
De aquellas universidades salían buenos
latinistas. El consejero del virrey, Jerónimo
López, decía de los alumnos de la Universidad
de Méjico: "Hablan tan elegante el
latín como Tulio". Fray Toribio
Motolinia, en su Historia de los Indios,
nos lo ha dejado bien plasmado: "Hasta
comenzarles a enseñar latín o gramática hubo
muchos pareceres, así entre los frailes como de
otras personas, y cierto se les ha enseñado con
harta dificultad, mas con haber salido muy bien,
con ello se da el trabajo por bien empleado,
porque hay muchos de ellos buenos gramáticos, y
que componen oraciones largas y bien autorizadas,
y versos exámetros y pentámetros...".
Y nos cuenta el mismo Motolinia una curiosa
anécdota: "Una muy buena cosa
aconteció a un clérigo recién venido de
Castilla, que no podía creer que los indios
sabían la doctrina cristiana, ni Pater Noster,
ni Credo bien dicho; y como otros españoles le
dijesen que sí, él todavía incrédulo; y a
esta sazón habían salido los estudiantes del
colegio, y el clérigo... preguntó a uno si
sabía el Pater Noster y dijo que sí, e
hízosele decir, y después hízole decir el
Credo, y díjole bien; y el clérigo acusóle una
palabra que el indio bien decía, y como el indio
se afirmase en que decía bien, y el clérigo que
no, tuvo el estudiante necesidad de probar cómo
decía bien, y preguntóle hablando en latín:
Reverende Pater, cujus casus est? Entonces como
el clérigo no supiera gramática, quedó confuso
y atajado". También favorecía la
enseñanza del latín y de las lenguas generales
el temor de que con la lengua española
penetrasen las doctrinas heterodoxas reinantes
por aquel entonces en Europa.
En general, las circunstancias que se daban en
tierras americanas no eran propicias a la
expansión del español: el aprendizaje de las
lenguas indígenas por parte de los misioneros,
la evangelización por medio de las lenguas
generales de Indias, la enseñanza del latín son
claros exponentes del fomento de instrumentos
lingüísticos no españoles, aunque, claro es,
también se enseñaba nuestra lengua, pero no con
la intensidad ni la extensión de las otras.
La postura de la Corona fue variable, aunque
en general más propicia a la enseñanza del
castellano. Sin embargo, el 14 de julio de 1536
las Instrucciones de La Reina, en nombre de
Carlos V, al virrey de Nueva España don Antonio
de Mendoza insistían en el adoctrinamiento como
cuidado primordial y recomendaban que los
religiosos y eclesiásticos se dedicaran a
estudiar la lengua de los indios, a reducirla a
arte [gramatical] para facilitar su aprendizaje y
a enseñarla a los niños españoles que podían
ser llamados al sacerdocio o al desempeño de
cargos públicos. Y la razón fundamental era: "pues
siendo los indios tantos, no se puede dar orden
por agora cómo ellos aprendan nuestra
lengua".
Felipe II, en Real Cédula del 15 de julio de
1573, resuelve: "No parece conveniente
apremiarlos a que dejen su lengua natural, mas se
podrán poner maestros para los que
voluntariamente quisieran aprender la castellana,
y se dé orden como se haga guardar lo que está
mandado en no proveer los curatos sino a quien
sepa la de los indios". Carlos III, en
1782, ordena "que se extingan los
diferentes idiomas y sólo se hable el
castellano" y propone dotar de maestros
aquellos territorios para que enseñen la lengua
de Castilla. Pero esto era materialmente
imposible. Piénsese que en 1650 había en la
ciudad de Méjico unos 8.000 vecinos españoles y
en su jurisdicción más de dos millones de
indios. No había no sólo maestros, sino
españoles suficientes para llevar el español a
tan inmensos territorios.
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