La Ley Orgánica de Calidad de la
Educación (LOCE) comienza, realmente, este curso
académico su andadura significativa tras los
primeros cambios introducidos en el curso
anterior. Con éste se realiza un profundo
cambio, sin cerrarla del todo, de la LOGSE,
probablemente la Ley de Educación más negativa
de la historia de España desde los tiempos de
Isabel II. La LOCE nace con la intención de
buscar soluciones y salidas al problema de la
Educación en España, sin obviar, por otra
parte, las necesarias adecuaciones a los sistemas
educativos europeos. A pesar de los anuncios y de
la propaganda que suele acompañar estas medidas,
son muchos los que se preguntan por la realidad
de la Ley. La LOCE que, para muchos
profesionales de la enseñanza,
independientemente del signo ideológico
particular, se presentaba como una luz al final
del túnel a que les había conducido la LOGSE,
se ha convertido, pese a la polémica, en una
esperanza de cambio real. Lo que no oculta que la
Ley presenta tantas luces como sombras.
No ha escapado a la Ley Orgánica de Calidad
de la Educación la tradición de aplicar las
reformas de forma tan pausada que, los positivos
efectos correctores que de ella pueden derivarse,
tardarán tiempo en demostrarse; a ello
acompaña, pese a las cifras genéricas que se
publican, una insuficiente dotación
presupuestaria que permita transformar las buenas
intenciones en realidades tangibles.
Hasta el año 2007 no concluirá el proceso de
aplicación global de la LOCE, lo que,
evidentemente, introduce importantes elementos de
incertidumbre en su futuro, ya que las decisiones
políticas y la presión demagógica de la
oposición podrían introducir variables no
deseadas por la cerrada defensa del espíritu de
la LOGSE que realizan. Sobre todo si tenemos
presente que una buena parte de los decretos que
deben desarrollar la LOCE todavía se encuentran
en fase de elaboración.
La LOCE no sólo no supone -pese a lo que se
dice- la puesta en marcha de un sistema de
enseñanza discriminatorio para los alumnos en
función de sus capacidades y rendimiento, sino
que presenta una solución legal a las
posibilidades de continuar estudios que la LOGSE
dejaba sin solventar para aquellos alumnos de
inferiores resultados. Sin embargo, la ley falla
a la hora de asumir y solucionar un problema que
ya planteaba la puesta en marcha de la LOGSE, la
falta de igualdad de oportunidades reales por la
falta de oferta por parte de los centros al no
garantizarse la obligatoriedad en los itinerarios
de estudios que impone la Ley, que debería ser
de obligado cumplimiento en, al menos, todas las
localidades. Menor importancia reviste el siempre
polémico diseño de los currículos, donde
también pesan los intereses corporativos, ya que
los defectos de éste pueden ser subsanados por
la práctica.
En esa línea otro de los aspectos negativos
es la supresión de todo lo referente a los
mínimos que debían reunir las instalaciones,
los ratios profesor/alumno/aula, etc. que pueden
acabar afectando negativamente a la calidad de la
enseñanza.
Las competencias de las Comunidades Autónomas
en materia de Educación también suponen
incógnitas, ya que una parte de la aplicación
de lo dispuesto queda a expensas de la
legislación de las Comunidades y ahí los
problemas de financiación podrían acentuar
tanto las diferencias como la aplicación y
efectividad de las reformas. Algo que afecta, por
ejemplo, a la gratuidad de la etapa de tres a
seis años en los centros privados concertados.
Lo positivo es que la Ley aspira a establecer la
gratuidad absoluta desde el nivel más bajo.
Igualmente las posibilidades de autonomía que
abren para los centros pueden abrir espacios para
la discusión al entrar en los aspectos de
contratación, aunque también sea positiva a la
hora de abrir esos espacios para la
investigación.
¿Qué aporta la LOCE?
Desde el punto de vista académico quizás lo
más llamativo, por el escándalo y el daño que
producía, sea la eliminación de la denominada
promoción automática que permitía a los
alumnos pasar de curso sin haber superado una
sola materia (caso flagrante que sucedía, por
ejemplo, en los alumnos que pasaban de primero a
segundo de la ESO, suponiendo, en la realidad,
elevar un muro infranqueable para el futuro de
esos alumnos convirtiéndolos en aspirantes a un
fracaso escolar garantizado); también elimina la
posibilidad de superar la ESO con
importantísimas lagunas de conocimiento,
reduciendo a la categoría de excepcionalidad la
posibilidad de obtener el título con dos
materias no superadas (siempre que no sean
Matemáticas y Lengua conjuntamente); se vuelven
a establecer las pruebas de recuperación que
permitían a muchos alumnos reintegrarse al curso
con mayores posibilidades al mantener una
continuidad en el esfuerzo.
Mejora también tanto la Educación Preescolar
como la Infantil, sobre todo hasta los seis años
ya que adelanta el aprendizaje de lectura y
escritura, así como de pequeños cálculos a los
cuatro años. También incluye, a partir de seis,
el aprendizaje de una lengua extranjera,
adelantándolo en dos años. Al mismo tiempo
amplia en primaria las horas de Matemáticas o
Lengua intentando subsanar así las deficiencias
que este aspecto presentan muchos alumnos cuando
llegan a la secundaria.
Por su parte, la Formación Profesional
quizás sea la que menos reformas demandaba.
Entre ellas la apertura de posibilidades de
continuar los estudios. De ahí que, como en la
antigua FP, los Programas de Iniciación
Profesional, integrados en el sistema, aseguran
al alumno la obtención, al mismo tiempo, en caso
de superarlos, el título de ESO.
Mucho más discutible es la creación y
aplicación de los itinerarios en la ESO, que, de
algún modo, aunque de forma no reglada y con
cierto engaño indirecto al alumno, también
estaban en la LOGSE. Aunque la elección de un
itinerario permite su cambio al curso siguiente,
no es menos cierto que la mayoría de los
profesionales de la Educación son conscientes de
la falta de madurez del alumno en esas edades
(trece-quince) y la falta de decisión a la hora
de tener pensado que tipo de estudios quieren
hacer. Lo lógico sería que el currículo
básico de cualquier itinerario de la ESO
permitiera continuar estudios en cualquier
bachillerato, tal y como sucedía con las
materias de su antiguo equivalente, el segundo de
Bachillerato Unificado Polivalente. Algo que
podría subsanarse con la introducción de
optativas en el curso 2005-2006, pero que queda
al libre ejercicio de la voluntad.
Los problemas y puntos oscuros de la LOCE que
hemos subrayado de forma sintética han quedado o
van a quedar sepultados por la polémica que
levanta la implantación de la llamaba Prueba
General del Bachillerato, la Reválida. Ejercicio
que se pondrá en marcha, por vez primera, en el
curso 2005-2006, pero cuya forma y tipo se
desconoce. Esta prueba sustituirá a la
Selectividad y a diferencia de ésta será
obligatoria para todos los alumnos que quieran
obtener el título de Bachiller. La imposición
de la prueba viene, en realidad, determinada por
dos razones que, a muchos, parecen
incontrovertibles: la primera, que este tipo de
prueba existe en los países más importantes de
la UE y que, por tanto, es precisa para la
correcta convalidación de estudios; segunda, y
esta es menos asumible, que sirve para asegurar
tanto el nivel medio de los conocimientos
impartidos, así como los mínimos exigibles para
todos, como para introducir elementos de
corrección en las notas que salen de los
centros. Pese a su polémica, de todos modos,
dados los resultados generales de la
Selectividad, con un altísimo porcentaje de
aprobados, hada indica que ésta se convierta en
un problema para los alumnos difícil de superar.
Con estas medidas se propone introducir en el
sistema educativo, otra vez, la denominada
cultura del esfuerzo que había sido proscrita
por la LOGSE, siendo éste, para muchos, uno de
sus grandes males.
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Francisco Torres García
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