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Revista Arbil nº 73
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La izquierda capitalista
por
Ignacio San Miguel
...La
sociedad había sido subvertida mediante la
violencia, pero ésta únicamente había afectado
a su corteza externa. El hombre seguía siendo el
mismo. Los valores "burgueses" del
cristianismo persistían en las almas. Era ahí
donde había que actuar: en las almas...
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La antigua creencia de que la
izquierda defiende a los menesterosos y la
derecha a los ricos no deja todavía de tener
alguna vigencia entre bastante gente sencilla y
muchos intelectuales progredecadentes que no
tienen nada de sencillos y sí mucho de
resentidos. Claro está que la vigencia que tal
idea tiene en estos últimos es simplemente
utilitaria (ya que no creen en ella) y está
derivada exclusivamente de su resentimiento. Y si
hay un guerra civil de por medio, como en
España, el resentimiento ha de ser mucho mayor.
Pero si existen motivos para ese rencor, también
los hay para que se sientan satisfechos. Es
lógico que les encolerice la perdurabilidad del
capitalismo, pero otras cosas que deseaban que se
derrumbasen, de hecho se han derrumbado. Pero
esto no acaba de contentarles, pues su fin
último no era ese.
La teoría tradicional marxista es que si se
genera un cambio en las condiciones económicas
(infraestructura) de una sociedad, esto ha de
conllevar un cambio en el pensamiento y la moral
(superestructura) de los hombres de esa sociedad.
La revolución ha de iniciarse, pues, desde
abajo, con la destrucción de la infraestrucura
económica capitalista. De esta revolución, ha
de surgir un "hombre nuevo".
Ya por los años veinte surgieron teóricos del
marxismo que disintieron de esta estrategia. El
húngaro György Lukács y también el italiano
Antonio Gramsci, al analizar fríamente la
realidad de la sociedad soviética, coincidieron
en un diagnóstico pesimismta: el hombre nuevo no
estaba surgiendo del nuevo régimen comunista. La
sociedad había sido subvertida mediante la
violencia, pero ésta únicamente había afectado
a su corteza externa. El hombre seguía siendo el
mismo. Los valores burgueses del cristianismo
persistían en las almas. Era ahí donde había
que actuar: en las almas. Y era ilusorio pensar
en una traslación de la revolución soviética a
los países de Occidente, como no fuese mediante
revoluciones sangrientas, y era igualmente
utópico pensar en ello. El capitalismo no estaba
empobreciendo al proletariado, sino al revés, y
no era realista contar con este proletariado
demasiado conformista para meterse en
revoluciones.
Había que actuar sobre la cultura. Desarraigar
los valores cristianos, el arma suprema de la
burguesía. Actuar en medios de comunicación, en
Universidades, en editoriales, en el cine; ir
cambiando la mentalidad de la gente. Es decir,
actuar directa y primordialmente sobre la
superestructura de la sociedad. Una vez
conseguido el cambio cultural mediante esta
revolución incruenta, el poder "caería
en el regazo marxista como fruta madura",
decía Gramsci.
Lukács y otros miembros del Partido Comunista
alemán fundaron en 1923 un Instituto Marxista
con sede en la Universidad de Frankfurt. Pronto
recibió el nombre de Escuela de Frankfurt. Con
la llegada de Hitler al poder, sus miembros
tuvieron que emigrar y lo hicieron a Estados
Unidos. Con el patrocinio de la Universidad de
Columbia instalaron en Nueva York su nueva
Escuela de Frankfurt y se dedicaron activamente a
minar los valores de la nación que les había
acogido. Miembros prominentes fueron Max
Horkheimer, Theodor Adorno, Erich Fromm, Wilhelm
Reich, Herbert Marcuse.
Sus teorías consiguieron fácil arraigo entre
los "liberals" que entonces estaban en
auge bajo la presidencia de Franklin Delano
Roosevelt. La semilla fructificó. Paralelamente,
en Europa, esta variación o derivación de la
teoría marxista fue preparando a las
generaciones sucesivas. En resumen, la cultura
occidental cristiana fue minándose
progresivamente. El proceso llegó a su
florecimiento durante los años sesenta, con la
revolución del 68, los hipis y la contracultura.
En las décadas siguientes acrecieron los
supuestos avances progresistas con la
legalización del aborto, la permisividad
respecto de la droga, la dignificación del
homosexualismo, el desprestigio de los valores
tradicionales y las figuras históricas, etc.,
pudiéndose afirmar que lo vigente en la
actualidad en las sociedades occidentales es
precisamente la contracultura, bajo el nombre de
progresismo.
Dado que la raíz de este proceso es el marxismo,
en buena lógica debieran los marxistas estar
satisfechos. No hay duda de que las ideas
izquierdistas predominan en cualquier expresión
cultural. No es de extrañar que en el campo de
la política, los partidos de derecha hayan
aceptado la mayor parte de los presupuestos
culturales izquierdistas, ya que los partidos
aspiran a ser un reflejo de la sociedad y no a
reformar ésta, por lo que se amoldan a las
directrices marcadas por los hacedores de
opinión izquierdistas. Hoy en día no existen
grandes diferencias entre los partidos de
izquierda y de derecha en el plano de las
costumbres.
Pero hay que comprender que el auténtico
revolucionario marxista no puede estar conforme
con esta situación. Porque no se ha cumplido la
profecía de Gramsci: "el poder caerá
en el regazo marxista como fruta madura."
Es decir, la estructura capitalista se
derrumbará y el poder pasará a los comunistas.
Esto no ha ocurrido. Por el contrario, la Unión
Soviética sí que se ha derrumbado y el sistema
comunista se ha esfumado en sus territorios y el
de los satélites. Y el capitalismo ha salido
triunfante como nunca lo estuvo hasta la fecha.
Porque han desaparecido tanto los enemigos
ideológicos como las trabas morales. Éstas
últimas, por efecto de la acción del marxismo
cultural ya señalado. Por tanto, el capitalismo
actual resulta más feroz y salvaje que nunca. Y
es que aquellos valores religiosos y morales que
con tanta saña y eficacia se atacaron por
considerarlos el blindaje de la burguesía
capitalista, es decir, el blindaje del
capitalismo, eran precisamente los factores que
podían reprimir o suavizar su acción. Estos
valores tenían, y tienen, su fundamento más
allá de conceptos tales como burguesía o
proletariado. Tienen su fundamento en lo íntimo
de la naturaleza humana, en su parte buena. La
burguesía no los inventó. No eran, por tanto,
valores burgueses. Si acaso, la burguesía los
utilizó con fines interesados. Pero todo en el
hombre puede ser corrompido y utilizado.
El capitalismo está ahora firmemente asentado en
sociedades culturalmente de izquierdas, no
obstante lo cual no se debilita, como Lukács y
Gramsci pensaban, sino que se fortalece. Porque
el capitalismo tiene su asiento y su motor en la
codicia humana, y son codiciosos igualmente los
hombres de derecha que los de izquierda, pero
estos últimos no están sujetos a las trabas
morales que se ocuparon de destruir; y los
primeros sólo conservan jirones de ellas. El
capitalismo sufre ahora deformidades que antes se
reprimían en función de valores morales
vigentes. Y no sólo eso: surgen negocios
fabulosos alrededor de la droga, la
prostitución, el aborto, la pornografía, etc.,
actividades prohibidas antes y que ahora son
legales o cuasi legales.
Uno puede imaginarse la frustración que ha de
sentir el auténtico revolucionario marxista
(tanto si lo es por razones idealistas como por
razones de odio de clase) al percibir este
capitalismo de izquierdas. Y al averiguar que ha
sido engañado miserablemente por los
detentadores del poder marxista, auténticos
granujas. Al enterarse, por ejemplo, de que su
ídolo Fidel Castro es una de las mayores
fortunas del mundo; de que los antiguos
dirigentes de la Unión Soviética son los
grandes capitalistas de la Rusia democrácita de
hoy; de que, por ejemplo, el antiguo dirigente
comunista, Viktor Chernomirdin, es el dueño de
Gazprom, el monopolio del gas en Rusia, y su
fortuna asciende a cinco mil millones de
dólares; y de que multimillonarios de otro
origen, como Bill Gates o Ted Turner (dueño de
la CNN y amigo íntimo de Castro), o políticos
millonarios como Ted Kennedy, son hombres de
izquierda. ¿O sea que son como yo? se ha de
preguntar con sarcasmo el auténtico
revolucionario marxista. ¿Esta es la revolución
a la que aspirábamos?
La Escuela de Frankfurt alcanzó la primera etapa
de sus objetivos, pero no la segunda. Algún
marxista de a pie podrá contentarse con lo
conseguido, sobre todo si una de sus grandes
aspiraciones fuera el sexo libre. Pero el
auténtico revolucionario marxista no puede estar
satisfecho. Y quiere rebelarse. Pero sabe que su
rebeldía es inútil. ¿Cómo, a estas alturas,
alguien puede siquiera imaginar la dictadura del
proletariado? ¿Y qué sentido tiene "acabar
con la moral burguesa", si de ésta sólo
quedan residuos ínfimos? ¿Contra qué,
entonces, rebelarse? ¿Contra la Iglesia? Pero la
Iglesia está callada, y de atacarla ya se ocupan
los izquierdistas bien instalados, liberales o
marxistas, cuando quieren desentumecerse un poco.
Tiene que ser deprimente para un auténtico y
honesto hombre de izquierdas de, por ejemplo,
Madrid, ver a la socialista Ruth Porta declarando
en el parlamento local que sus patrimonio se
reduce a diecisiete casas y una pinacoteca; y
saber que su esposo tiene negocios inmobiliarios
de muchísimos millones; y enterarse de que los
socialistas Balbás, Tamayo, y los demás
protagonistas de un escándalo político de esa
Comunidad, poseen igualmente intereses
inmobiliarios de muy grande cuantía.
Cocidos en su propia salsa, estos disgustados
izquierdistas, si tienen algún talento,
exudarán su amargura en artículos venenosos
como lo hace Eduardo Haro Tecglen. Pero es fácil
prever que no reconocerán el error de no haber
contado con la naturaleza humana en sus
previsiones y que no cabe otra alternativa que
humanizar y socializar el capitalismo con el
encauzamiento en lo posible de esta naturaleza
mediante la recuperación de los valores
tradicionales; los mismos que se encargaron muy
bien de denostar, desprestigiar y destruir. ·-
·-· -··· ·· ·-··
Ignacio San Miguel
isanmiguel@bancogui.es
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Revista Arbil nº 73
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La
reforma de la vigente Ley sobre Técnicas de
Reproducción Asistida de 1988, comunicada por el Consejo
de Ministros el 25 de julio, permite, según la propia
interpretación de la ministra de sanidad Ana Pastor, la
experimentación con embriones crioconservados.
El gobierno del PP, con mayoría absoluta, potencia la
"cultura de la muerte" y suma a los cientos de
miles de niños abortados la exterminación de centenares
de miles de seres humanos «sobrantes» de las clínicas
de fecundación asistida.
Célula Madre de un hombre a los pocos
días de su concepción
Los
ignorantes por ser muchos, no dejan de ser ignorantes.
¿Qué acierto, pues, se puede esperar de sus
resoluciones?
(Feijóo)
****
La sociedad reposa sobre la conciencia y no sobre la
ciencia
La sociedad es ante todo una cosa moral
(Amiel)
****
La misión de la ciencia es catalogar el mundo para
volverlo a Dios en orden
(Unamuno)
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