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Editorial
Muy frecuentemente se cae en la corrupción del corazón por extravío de la inteligencia, empero más frecuente es todavía caer en el error de la inteligencia por corrupción del corazón.
(Sardà)
Marañón acierta cuando escribe que es el deber y no el derecho el que marca las diferencias esenciales y las categorías entre unos hombres y otros.
En una sociedad marcada por la general reivindicación de derechos no es muy popular hablar de nuestros deberes. Y nuestro principal deber, el que nos da categoría y nos diferencia de la masa, es nuestro deber para con la verdad. La verdad en todas sus vertientes, la horizontal, hacía las cosas, los hechos y los sucesos humanos, y la ascendente, hacia la Transcendencia, hacia la Verdad con mayúscula.
La verdad que no surge ni se crea del concurso de las voluntades sino que se descubre por la inteligencia la primera, y la Gracia la segunda.
Quizá la época no es propicia para invocar el deber y la responsabilidad de aquellos que por conocer la validez y necesidad de los valores, les corresponde rescatarlos, mostrarlos y ofrecerlos a una sociedad a la que, mayoritariamente, se les han robado y no puede disfrutarlos.
Pero como indica Thomas Carlyle de nada le sirve al hombre lamentarse de los tiempos en que vive, pero siempre le es posible mejorarlos, por lo que la labor de los depositarios del conocimiento de los valores es cambiar una sociedad para crear otra nueva basada en ellos.
Además Aristóteles nos da expectativas cuando dice que de la corrupción de una cosa corresponde necesariamente a la generación de otra. Nosotros confiamos en que las gentes pueden generar una nueva sociedad de valores sobre los detritus de una sociedad corrupta que los había perdido.
Pero es un error, y error trágico, juzgar poder cambiar las condiciones del mundo que nos rodea, sin primero crear un nuevo espíritu. Un espíritu que para que sea positivo ha de tener unos fundamentos firmes.
La firmeza que da la reivindicación de la Vida, desde la concepción, hasta su desaparición natural, la Familia, la de verdad, según el derecho natural, la Educación en ideas veraces y con valoraciones éticas seguras, el Trabajo, creador de riqueza para todos y en condiciones dignas, la Unidad y la solidaridad de todos los ciudadanos, sea cual sea su condición y la Regeneración moral y material, transformadora de una sociedad decadente
Y para evitar involucrarse en esta empresa por los valores no vale refugiarse en la excusa de sentirse poco capacitados, pues siguiendo el consejo de Agustín de Hipona, donde nos falte la destreza la podemos suplir con la diligencia.
Que nuestro corazón, limpio, nos señale nuestros deberes para con la sociedad y nos empuje al trabajo. *
"ARBIL, Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el Foro Arbil
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