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Miedo a España
Siempre hay una gran diferencia entre lo que nosotros queremos para España y el modo en que la vemos.
¿Tenemos miedo a España los españoles?
Quizá sí. Nos asusta nuestra historia, y no sólo la reciente.
Nos asusta nuestra responsabilidad actual de españoles frente a
todos los españoles muertos y frente a todos los españoles por
nacer (si consiguen sobrevivir al aborto sancionado por las
autoridades).
Tenemos miedo a ser solamente españoles y, también, a ser
definitivamente como los que no lo son, porque sentimos que al
«homologarnos», al ser Unión Europea sin habernos consultado,
tendremos que dejar atrás importantísimas partes de nuestra
personalidad.
Siempre que pienso en esto, en los muchos miedos que tenemos
tanto a ser como a dejar de ser lo que somos, no tengo más
remedio que recordar al hombre frustrado, al pobre enfermo que
quiere y teme a la vez y queda bloqueado, pasivo, quieto, campo
inerte de todos los miedos y de todas las luchas.
¿A que hay algo de esto en el comportamiento de España? España
como frustración, condenada a destructora pasividad, empeñada
en negar su propia realidad y hasta su esencia. Querer y no
poder. Querer y no atreverse.
¿Pero qué es lo que quiere España hoy? Ser España. Y así hay
que aceptarlo: como una de las claves del problema de la Patria.
Los seres humanos frustrados adoptan conductas de emergencia,
algo así como rodeos que tratan de evitar u olvidar su problema
fundamental. En muchas ocasiones se infantilizan, retrocediendo a
una época en que la situación frustrante no había aparecido.
Con esto no pretendo equiparar lo que España sea con un ser
humano, pero no me cabe duda de que muchos seres humanos en
España han estado reaccionando así durante siglos, tratando de
escapar de una realidad - la española- frustrante y poco
gratificadora.
Siempre hay una gran diferencia entre lo que nosotros queremos
para España y el modo en que la vemos. Aún sin pensar en este
problema, una visita al extranjero, la lectura de un titular de
prensa o una simple película nos fuerzan a la comparación. Y
esa comparación es doblemente dolorosa porque, además de la
diferencia entre la realidad y los sueños, se nos aparece,
automáticamente, la referencia al pasado.
¡A qué pasado? ¿Al imperial, quizá? ¿Al de hace apenas
veinticinco años? El pasado, por serlo, nos llega idealizado,
vestido de gala en ocasiones y, lo que es peor, explicado por
quien quiere sacarle beneficios. Sin embargo España ha sido
siempre problemática. Su existencia no es fruto de la casualidad
sino del esfuerzo.
El Esfuerzo. Esa es otra clave del ser de España. Todas las
generaciones, con mayor o menor intensidad, han tenido que hacer
a España. Cuidado: no la han rehecho, porque el resultado ha
sido siempre el mismo, siempre la misma España preocupada por
sí, con la tentación permanente de dejar de ser y el eterno
desafío de llegar a ser con plenitud.
Me parece muy de tenerse en cuenta el esfuerzo del español por
hacerse una Patria a lo largo de los siglos, formando una
característica básica en nosotros: la alternancia entre las
épocas de exaltación y las de indolencia.
Ese esfuerzo continuado no parece habernos dado, con su
práctica, ni el don de la voluntad ni el de la constancia, sino
la periódica tentación de caer en la exaltación y en el
pesimismo.
¿Por qué? ¿Quizá por lo que ahora se llama fatiga de combate
y no es más que miedo? ¿Por un exceso de tensión vital que
acaba devorando las energías nacionales?
Lo que sí es seguro es que España oscila entre ambas actitudes,
entre el sueño y la vigilia apasionada, y que no pocas veces
olvidar el ser de España se debe a no tener ya nuevos sueños,
nuevas ilusiones, grandes objetivos. Y es terrible vivir en la
desesperanza.
Arturo Robsy *
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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