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La pasion política (o el político de pasión).
"A nadie le es lícito permanecer ocioso" (Juan Pablo
II)
Introducción
En los últimos años, el mundo ha experimentado cambios, muchos
de ellos vertiginosos y de una importancia extraordinaria, en
todos los órdenes de la vida: sociales, políticos, morales,
tecnológicos,... Lógicamente nuestro país, España, no ha sido
ajeno a muchos de ellos, aunque con respecto a otras naciones de
su entorno ha seguido una trayectoria particular y ha vivido su
propio proceso de evolución.
Todos estos cambios han marcado de forma profunda la manera de
entender la sociedad y la política, y ante ellos, los hombres
ejerciendo su libertad, en mayor o menor medida han ido optando y
configurándose como personas y como colectividad, dando como
resultado, la sociedad actual.
Si se solicitase a algún observador interesado en las cuestiones
históricas y políticas de este final de siglo que destacase
algún aspecto de la sociedad del hombre de hoy posiblemente
resaltaría, entre otros elementos, dos datos de situación.
Una sociedad sin vida...
En primer lugar remarcaría una nueva variación en el peso
asignado a la sociedad dentro del binomio sociedad-Estado. Así,
uno de los eslóganes más repetidos en los últimos tiempos es
el de "menos Estado y más sociedad", eslogan que ha
ido siendo utilizado desde distintos campos con muy diversas
interpretaciones.
Tras unas décadas en las que el Estado había ido
introduciéndose en todos los ámbitos de la vida del hombre
llegando incluso a intentar orientar en temas tan privados como
son las relaciones íntimas de las parejas, empieza a surgir
ahora una mentalidad contraria, una mentalidad de
"descubrimiento" de las posibilidades de la llamada
sociedad civil (al menos en lo teórico) para la realización de
muchas de las tareas que hoy tiene acaparadas el Estado. Esto no
quita que se mantenga una tensión exigente para que sea el
Estado el que llegue incluso a facilitar el llamado bienestar,
pero sí hay una nueva conciencia, todavía no muy madura, de que
existen ciertas parcelas en las que su actuación no ha producido
más que ineficiencias, o en las que, simplemente, no ha estado a
la altura de las circunstancias.
Como aparente contradicción se observa en buena parte de la
sociedad una enorme apatía y una ausencia de cuerpos intermedios
lo suficientemente vigorosos como para poder ir asumiendo esta
labor que nunca le debió ser arrebatada. No sólo se echan en
falta dichas instituciones, sino que, a veces, se tiene el riesgo
de caer en desazón al ni siquiera detectar personas que
quisiesen o pudiesen crearlos. Se observa una patológica falta
de liderazgo y de interés para afrontar los nuevos retos, para
vencer el individualismo que tanto daño hace al dinamismo propio
de lo social. Da la impresión de que en gran medida, el hombre
de hoy sólo es capaz de esforzarse en proyectos sociales que le
reportan beneficios económicos. Se ha perdido esta pasión
activa por los problemas del momento, problemas que ya no forman
parte ni siquiera de las tertulias de los cafés.
Es esta una sociedad que vive muy cómoda y en la que, sobre todo
para los jóvenes, parece que no hay problemas, pero más que no
haberlos es que no se aprecian. Es una sociedad en la que no hay
corazón para sentir los males que la aquejan. Muestra de esto es
la entronización de la tolerancia, siendo esta tolerancia en la
actualidad, sobre todo, falta de aprecio, falta de amor. Así se
tolera la drogadicción, la prostitución, la disolución de las
familias, el sexo desenfrenado,... pero se toleran porque en el
fondo no importa el que lo está sufriendo. Una madre que ve a su
hijo atrapado por la droga no puede tolerar la drogadicción
porque quiere a su hijo, porque siente con él. Lo mismo pasa con
la prostitución. Tampoco una madre toleraría la prostitución
aunque esta se lograse alejar de las ciudades, con la creación
de nuevos "barrios chinos" fuera del núcleo urbano,
mientras su hija estuviese metida en ese mundo. Se tolera el mal
de otros sólo cuando no hay amor por el prójimo. ¡Qué enorme
diferencia con la tolerancia cristiana!
Es por esto por lo que se puede afirmar que no es que no haya
problemas, ya que los hay, y algunos de ellos extraordinariamente
graves, sino que lo que no hay es una sociedad con corazón como
para sentir el dolor por sus males presentes. Lejos quedan ya
aquellos pensadores del 98 a los que les dolía España.
...guiada por una política sin vida
El político de hoy es fiel reflejo de esta sociedad porque forma
parte de la misma. Así nos encontramos el político del
pensamiento débil, el político que deja de ser político y se
convierte en gestor. Sólo se puede ser gestor si se está
contento con lo que se tiene y se pretende sacar la máxima
rentabilidad ya que la gestión habla sólo de recursos. De esta
forma se reduce el Estado a una empresa y a la persona a su
cartera. Así, para utilizar un ejemplo al que ya estamos
acostumbrados por los medios de comunicación, el hombre deja de
ser no ya un hijo de Dios, sino de ser un simple ciudadano y se
convierte en un mero consumidor. A partir de ahora, Europa será
un mercado de muchos millones de consumidores y poco más.
Es una política de encuestas, donde lo fundamental es abordar lo
que la sociedad dice querer en el momento en el que lo dice
querer, pero sin ofrecer modelos de sociedad y de persona a medio
y largo plazo. Muestra de esto han sido las recientes actuaciones
gubernamentales en aspectos tales como las mujeres maltratadas o
los perros asesinos. Lo importante de las mismas no es tanto
solucionar un problema, sino responder a lo que se ha venido a
llamar una demanda social expresada esta mediante las encuestas
de opinión. Esta encuestofilia ha ido originando una progresiva
confluencia de mensajes. Se ha llegado a la situación de no
saber hacer oposición al no tener banderas que ofrecer al
votante porque el gobierno es capaz de resolver en parte el
problema económico. El político, vacío de contenido, reduce su
labor a la de mantenerse en el poder, es "el poder por el
poder". El objetivo de la encuesta es responder al corto
plazo, ya que en el corto plazo se juega el futuro del político
en una de las múltiples elecciones que se realizan en nuestro
país todos los años. Todo se justifica por medio de motivos
electoralistas, y en ningún momento en motivos de bien común.
Unas ideologías en decadencia
El segundo dato de situación es el de la muerte de las
ideologías que han marcado la historia europea durante el siglo
XIX, y en mayor medida, el siglo XX. Las ideologías de la
modernidad han dado paso a una posmodernidad que refleja de forma
descarnada un pensamiento en profunda crisis y unas respuestas
vitales fragmentadas y difusas.
Esta muerte de las ideologías no se refiere tanto a su
desaparición, la cual no se ha producido, sino de su incapacidad
de ofrecer ideas nuevas, de apasionar, de transformar la
realidad. Han dado todo lo que su reducción de la realidad
podía dar, pero agotadas no son capaces de generar ningún tipo
de fuerza creativa. Se abrió la caja de Pandora y todos los
males que contenía se desperdigaron por el mundo. Han sido
necesarias guerras mundiales, regionales y civiles, campos de
concentración, gulags, disolución de imperios y naciones,
conflictos raciales, millones de muertos de hambre,
descomposición moral y humana para que sociedades enteras se
desencantasen de estas construcciones teóricas racionalistas.
En consecuencia, hoy más que nunca la sociedad se encuentra a la
deriva ya que se han ido apagando poco a poco todas aquellas
luces que desde el iluminismo pretendieron alumbrar a la sociedad
fuera de la luz del único que es la Luz del mundo. Caída la
careta de la aparente bondad de sus planteamientos, lo que ha
quedado ha sido una enorme estela de egoísmos económicos y
políticos, como la que deja en el aire un avión tras atravesar
el firmamento. Han fracasado las ideas, pero se mantiene el mal
que sembraron en los corazones de los hombres, los cuales en
muchos casos se han formado durante años en el odio, el egoísmo
o la mentira. Queda la esperanza de que no ocurra como en aquel
pasaje del Evangelio y que estas doctrinas no vuelvan con siete
espíritus peores que ellas (Lc 11,24-26).
¿La respuesta cristiana?
Es aquí y ahora, donde el cristiano entra en juego.
Desaparecidas las ideologías vuelve a verse claro que la única
fuente para la salvación del mundo es Cristo. Sólo queda lo que
pueda ofrecer la fe al mundo, pero, ¿qué se está ofreciendo a
la sociedad española desde el cristianismo?
La visión que parece que existe
Uno de los errores más graves que ha ido infiltrándose poco a
poco en la mentalidad de los fieles católicos en esta cuestión,
ha sido la de que no había una forma propia de entender la
política por parte de la Iglesia, de que religión y política
no se hablaban. Cada vez que algún cristiano entraba en la vida
pública como lo que era, católico, se convertía
automáticamente en sospechoso de teocracia, de querer mezclar
ambas cosas, sufriendo el abandono incluso por parte de aquellos
que aparentemente debían ser sus aliados naturales. Se ha
producido lo que Santa Teresa llamó "la incomprensión de
los suyos". Se ha pensado que los que debían dirigir la
construcción del edificio del mundo eran "otros"
hombres y que el cristianismo lo que debía hacer era poner su
ladrillo en este nuevo edificio que se creaba. Así católicos de
buena fe han colaborado activamente en el desarrollo del modelo
liberal, del modelo marxista, del modelo democratista, del modelo
socialista, o de tantos otros proyectos y modelos construidos
fuera del amor de Dios. No era por tanto difícil encontrar
católicos marxistas o socialistas o liberales, pero
difícilmente se les encontraba sólo como católicos, intentando
aplicar la riquísima Doctrina Social de la Iglesia a las
circunstancias particulares del tiempo presente. Como botón de
muestra de este aspecto se puede ofrecer la progresiva
desaparición de las muy enriquecedoras obras sociales que
generó el catolicismo social, y que no han venido siendo
sustituidas por experiencias nuevas. Es difícil encontrar
sindicatos católicos, empresas con esquemas organizativos no
liberales, prensa católica, asociaciones cinematográficas,
literarias o, en general, culturales católicas, agrupaciones de
pensamiento y todo tipo de cuerpos intermedios similares, y eso,
sin citar el controvertido y espinoso tema de la inexistencia de
partidos políticos de orientación católica, en nuestro país.
Si los requisitos se restringen aún más, como podría ser el
exigir que fuesen de reciente creación (a partir de nuestra
transición política), la tarea de localizar entidades de estos
tipos se tornaría en algo cercano a lo imposible. En muchos
aspectos la situación, salvando las enormes diferencias
históricas, es parecida al panorama que se tuvo que haber
encontrado don Angel Ayala cuando con ese puñado de muchachos
fundó lo que acabó llamándose, tras diversas denominaciones,
la ACdeP.
Una política sin Dios
El cristiano, en muchas ocasiones, y sobre todo en España, ha
ido alejando a Dios del pensamiento y de la vida pública para
esconderlo en la vida privada. Cuando ha sentido la inquietud por
trabajar en el extenso campo de lo social, ha aportado sus brazos
en partidos políticos, empresas y asociaciones, pero no sus
principios sociales. Las encíclicas sociales han pasado a ser de
las más desconocidas. Todavía hoy persiste la mentalidad de que
la doctrina moral de la Iglesia obliga mientras que la doctrina
social es potestativa, sin acabar de entender que no es nada más
que su doctrina moral aplicada a la sociedad. No ha de
extrañarnos en este contexto la cantidad de políticos en activo
que comenzaron en pequeños grupos parroquiales o de
confirmación y que de tanto trabajar en grupos con
planteamientos equivocados (sin dudar que comenzaran de buena fe)
transformaron su sana inquietud política y de caridad social en
opciones que poco tienen que ver con sus comienzos. Muchos de los
que hoy persiguen a la Iglesia hace unos años la seguían.
Una vieja pasión, una nueva pasión: la pasión política
Todo este panorama, dibujado forzosamente con trazo grueso por
las propias limitaciones inherentes a la exigencia de brevedad,
muestran de forma patente la necesidad de un planteamiento de la
figura del político adaptada al aquí y ahora. Experiencias,
urgencia y buena voluntad no faltan, pero es necesario que estos
ingredientes, unidos a las llamadas que está realizando nuestro
querido Papa Juan Pablo II como cabeza actual de la Iglesia, se
concreten en nuevos impulsos y actuaciones.
En este sentido, no hay que olvidar que para esta vocación tan
noble como es la de conducir a la sociedad al bien común y
reordenar las realidades temporales a Cristo no es suficiente una
profunda vida de fe, o una extensa formación doctrinal, sino que
es necesario además una adecuada tipología humana.
Hoy más que nunca es necesario un cierto tipo de político.
Un modelo político...
...que mueva corazones...
Un político que sea capaz no sólo de modificar las leyes, sino
también de mover las voluntades. Hay que ser conscientes de que
todo hombre tiene un punto en el corazón que si se le toca es
capaz de impulsarle a trabajar por lo mejor. Como hace ya algún
tiempo reflejaba un estudio sociológico: toda persona tiene
deseos de ser mejor de lo que actualmente es.
Debe presentar sus opiniones en un lenguaje moderno, atractivo,
simpático, porque sus palabras responden a lo que todo hombre
lleva inserto en lo más profundo de su ser. Con un lenguaje que
refleje lo antiguo pero lo haga de forma actual y que recuerde a
su interlocutor verdades que tiene ya muy sabidas porque todas
las piedras que ha visto a lo largo de su vida se las han ido
susurrando al oído. Que ocurra lo contrario a lo que pasa hoy en
España, en la que las piedras de sus calles, catedrales,
iglesias,... intentan gritar lo que ningún político tiene valor
de susurrar. Es importante saber saltarse todo el vocabulario
moderno que de tanto repetirse ha ido perdiendo su sentido para
ir poco a poco incorporándose al libro de lo políticamente
correcto. Son términos que como todo el mundo usa no causan
rechazo pero tampoco levantan pasiones, que no son fríos ni
calientes, y en los que el hombre no se juega la vida ya que lo
que dicen no le afecta en nada.
...que haga suyos los problemas...
El modelo de político que se ha ofrecido no ha sabido dar
respuesta a los problemas que tiene el mundo. Se necesita un
político que conozca los problemas y que los sienta como suyos,
porque son suyos y que, por lo tanto, vea los medios de
comunicación y sea capaz de indignarse o de compadecerse con lo
que allí aparece. Que este compadecerse sea auténticamente
"padecer con", pues el que está allí delante le ha
sido encargado de alguna manera. Algo falla en una sociedad donde
es el más viejo el que al observar ciertas situaciones se
indigna mientras que el más joven de la familia es el que le
tranquiliza. Es como si el mundo se hubiese vuelto del revés y
el que tenía que ser idealista ya no lo es, mientras que el
prudente, al que la vida le ha curado de sueños, vuelve a ser
joven.
Es este sentir los problemas del otro la base de la llamada
caridad política, caridad realmente excelsa, pues supone el
hacer el bien a una enorme cantidad de personas (cuando se trata
de las más altas instituciones u organismos oficiales a
millones), muchas de las cuales ni se conocen, ni se conocerán,
incluso que en algún caso trabajen por arruinar la labor que
tanto les beneficia. Esta caridad es un reflejo de la misma
bondad de Dios que hace que salga el Sol sobre justos y
pecadores, así una buena política no hace distinción de
personas, sino que responde al Bien Común. Manifiesta también
(de nuevo en una mínima medida) la misericordia del Señor que
nos invita a hacer el bien y amar incluso al enemigo.
...que sueñe y sea intrépido...
Otra de las cualidades que deben marcar al político debe ser su
intrepidez. Hay que volar alto y ofrecer grandes soluciones a los
grandes problemas que se han puesto sobre el tapete social. Ya no
valen aquellos cristianos en política que se limitan a estar
para que no esté en el puesto otro peor, o aquel que dice que no
se puede hacer nada. Es sorpresiva la cantidad de cristianos que
han estado en puestos de responsabilidad durante los últimos
años y lo poco que se ha ido notando su influencia. Pruebas
evidentes de esta sociedad sin influencia sana se encuentran con
solo abrir la ventana y mirar fuera. Es una necesidad vital el
afrontar con arrojo, aunque con prudencia, temas difíciles como
puede ser el aborto, la pornografía, la delincuencia, la droga,
el nacionalismo, o tantos otros de los que todos somos tan
conscientes.
Los primeros que seguro responderán a una política de altos
vuelos serán los jóvenes, deseosos, si se les sabe presentar
bien, de hacer cosas grandes, cosas de las que sentirse
orgullosos en el futuro. Los jóvenes hoy muestran un desinterés
por la política actual porque lo cierto es que no hay nada en
ella que logre engancharlos. Una política de cara a ellos que se
reduce exclusivamente al lema "empleo, fiestas y
preservativo" que a largo plazo mata toda inquietud de
rebeldía sana. Esto se ve con claridad en regiones como Galicia
o Vascongadas, donde partidos políticos de orientación muy
cercana al terrorismo han contado siempre con una amplia base
juvenil. Estos partidos, a pesar de utilizar para ello la
mentira, el odio y la falsedad, han logrado pervertir la natural
inclinación de los jóvenes a lo intrépido y aventurero
gracias, en parte, a que enfrente, desde el bando de la
legalidad, sólo se les ofrece el "ser buenos",
"conseguir un buen trabajo" o "no meterse en
problemas", es decir, vivir una vida pobre, sin perspectivas
fuera de uno mismo.
Sólo una política apasionada y soñadora será capaz de
encauzar estas energías juveniles hacia algo motivador y
positivo en lo político. Sólo esta será capaz de convertir la
acción social del joven en una esperanza y no en una amenaza, y
de orientar la rebeldía juvenil, no contra los padres, contra la
Iglesia o contra lo bueno, sino contra la injusticia y el mal.
...que sea prudente...
La prudencia política es la principal virtud de un hombre
público, pero muchas veces está política ha sido sinónimo de
mediocridad o de cobardía. En su sentido más profundo la
prudencia es el conocimiento verdadero de la realidad. Entendida
la prudencia de esta manera, puede ser igualmente prudente una
acción aparentemente intrépida, que otra aparentemente más
conservadora, y puede ser imprudente una acción más pausada.
Tal como se ven los tiempos, el arrojo y el idealismo muy
posiblemente sean hoy actitudes mucho más adecuadas a la
realidad que el camuflaje o la timidez. Sólo hay que ver a la
situación que nos ha conducido un tipo de política más
orientada al estar en el puesto de responsabilidad, que al hacer
desde el mismo el mayor bien posible. Es la hora de los
prudentes, porque la prudencia de hoy es valentía, sueño,
ilusión.
...que consiga objetivos...
Un buen político es aquel que logra hacer realizable algo que
parecía difícil, aunque en el empeño transcurran varios años.
Es, en el más exacto sentido de la palabra, un conquistador.
Esto esta inserto en la misma palabra dirigir. Se dirige hacia
algún lugar en el que no se está; se busca el camino mejor, se
procuran los mejores medios, se alienta cuando se desfallece. El
"no se puede hacer nada" es extraño al buen político.
Muchas veces se ha transmitido un mensaje profundamente
desilusionante a la gente, cuando ciertos hombres públicos,
aparentemente afines, han dicho en privado que no podían hacer
nada sobre un cierto tema. El mensaje silencioso que queda es que
si ellos, que están en posiciones en las que gozan de un cierto
poder, no pueden hacer nada, que va a poder hacer el hombre de la
calle que no tiene ni la mitad de medios.
Evidentemente, el conseguir las cosas no implica el tener que
hacerlas necesariamente de forma inmediata, por medio de un
puñetazo en la mesa. La prudencia, aliada con la visión
estratégica, indicará la forma más adecuada de enfrentarse a
la realidad, de ir realizando una acción sistemática, paciente,
progresiva que conduzca al logro de beneficiosos resultados. De
esta forma, problemas que hoy se encuentran enquistados en la
sociedad, y que aparentemente son inabarcables como el aborto, el
divorcio, la pornografía o el anticoncepcionismo podrán ser
tratados de forma eficaz.
...que sepa lo que quiere...
Política es un camino, y por lo tanto un proyecto, proyecto que
para poder ser transmitido tiene que ser primeramente amado y
tener la creencia firme de que es lo mejor que se puede ofrecer.
Hay que tener la profunda confianza en que lo que se está
ofreciendo realmente vale la pena y que por ello no es
indiferente que se lleve a cabo o que no se realice. Este
proyecto debe ser a medio y largo plazo, y que por lo tanto no se
circunscribe a unas elecciones particulares, ni se justifica por
el efímero esfuerzo de mantenerse en el poder.
El saber lo que se quiere implica que se distinga de forma clara
lo que es esencial de lo que es accesorio, aquellos puntos en los
que renunciar supondría una capitulación inadmisible, de
enormes consecuencias; de aquellos otros en los que aferrarse
contra viento y marea tiene como consecuencia la aparición de
talantes poco flexibles y poco adecuados para la negociación y
el diálogo.
...que busque el Bien Común...
Sólo un dirigente que busque el Bien Común con espíritu de
verdadero servicio puede hacer de su vida un regalo para sus
semejantes. Pero este Bien Común no debe ser entendido como una
respuesta a lo que el pueblo pide con la boca, sino lo que
responde a la naturaleza humana, es decir, a lo que facilita el
desarrollo de las personas. Hay que ser conscientes de que lo que
las encuestas afirman no siempre es realmente deseado. Hemos
visto en nuestro país como un gobierno ha sido capaz de ir dando
a los ciudadanos todas aquellas cosas que solicitaban y que
aparentemente movían a los votantes: supresión del servicio
militar, preservativos, reducción del paro, desaparición del
terrorismo, infraestructuras, servicios sociales,... y sin
embargo muchos electores les siguen negando persistentemente el
voto, hasta el punto de que las diferencias con el principal
partido de la oposición no llegan a ser significativas.
Este Bien Común debe ser entendido en toda su amplitud, sin
reducciones de ningún tipo, y abarcaría el conjunto de
condiciones para que todo el hombre y todos los hombres puedan
desarrollarse con plenitud. Supone ver la sociedad como realmente
es y reconocer en las personas una dimensión material y otra
espiritual, un aspecto colectivo y otro individual, en
definitiva, acogerlo como lo que fue creado, un ser dotado de
trascendencia y amado por Dios por si mismo. Este reconocimiento
se debe plasmar en actitudes y acciones concretas, no debiendo
quedarse, a la hora de la verdad, en mera teoría y acabar
gobernando "como si Dios no existiera", pues sería
similar a intentar tripular un cohete a la luna como si la ley de
la gravedad no existiera.
Lógicamente, el hablar de Bien Común implica el olvido de todo
interés personal, de toda aspiración miserable para entregarse
de lleno a una gran labor. Pocas cosas hay más incompatibles que
el trabajo por los bienes colectivos, y los deseos de
enriquecimiento fácil, el favoritismo o la persecución de
ilegítimas ventajas o prebendas personales. Decir política es
decir renuncia, es decir confianza en Aquel que ve en lo
escondido y sabe dar el ciento por uno y la vida eterna.
La santidad en la política
...pero sobre todo tiene que ser santo...
Todo cristiano está llamado en todo lugar y en todo tiempo a la
santidad. Esta es una vocación universal e irrenunciable de la
que ninguno puede sustraerse. La acción política para el
político constituye el campo que le tiene reservado el Señor
para cumplir esta llamada a una vida en perfección. El político
se juega en cada decisión y acción la respuesta a la Voluntad
de Dios, y al estar en una parte de la viña de especial
transcendencia para la salvación de otras muchas almas, recibe
la garantía de recibir gracias del Espíritu Santo de forma
especialísima. No en vano se puede afirmar que la política es
la más alta vocación del cristiano después, lógicamente, de
la vida consagrada.
La Iglesia a lo largo de los siglos ha sido profundamente
consciente de la importancia que tenía un político y en ciertas
épocas ha hecho un especial hincapié en la evangelización de
los hombres investidos con responsabilidades públicas. No se
puede olvidar, por ejemplo, que la conversión de reyes y
príncipes aceleró de forma vertiginosa la cristianización y
evangelización de Europa. En muchas partes se celebra como la
constitución de la nación la fecha en que tal o cual monarca se
convirtió, suceso que trascendió lo meramente religioso, para
convertirse en un acontecimiento social y político de primer
orden.
Si nunca ha sido suficiente, en el tiempo presente, no basta con
ser un buen político, se necesita santidad en la política, el
mundo clama por santos, y en especial santos políticos. La tarea
de hoy es tan ingente que sólo hombres injertados en la vid como
sarmientos, hombres de profundo conocimiento del Señor en la
oración y de una vida intensa de sacramentos pueden ofrecer algo
los suficientemente empapado de amor que venza todos los
egoísmos, orgullos y soberbias petrificados en estructuras de
pecado.
De nada le vale a la sociedad el construirse alejada de Cristo,
pues es arar en el mar o construir sobre arena. El conformarse
con una visión terrena, intranscendente de la sociedad y del
hombre niega la verdad más profunda de su ser, la de ser creado,
la de no explicarse a si mismo. Es volver a ser arquitectos
desechando la piedra angular, y lo que, para el político es
gravísimo, es no ser hombre prudente. El prudente, en su
conocimiento exacto de la realidad, se da cuenta de que los males
que hoy achacan al mundo no son meramente humanos o materiales,
sino que se juegan en el mundo pero lo superan.
...fiel hijo de su madre...
Como intercesora se cuenta con la misma Madre de Dios y madre
nuestra, la Virgen María, estrella silenciosa en las
dificultades y guía de todo cristiano en su peregrinar por la
vida. La Virgen es modelo para todo hombre, y en consecuencia,
para todo político católico, que sabe que esta niña del Cielo
jamás ha abandonado a nadie que ha acudido a ella. Es la Reina
de Cielo y Tierra, soberana sobre todas las cosas, que reinando
hará que su Hijo reine, comenzando por los corazones de los
hombres, para proyectarse a la sociedad del momento. Podemos ser
santos porque la Virgen existe, verdad esta que al haber estado
escrita en los corazones de los españoles durante siglos, no
admita excusas, peros o matizaciones.
...dispuesto al martirio...
Esa santidad, debe predisponer al político a la siempre realidad
presente del martirio por causa de los bienes eternos. Este
martirio es conclusión de una mirada al mundo con unos ojos que
trascienden y dan significado a los acontecimientos más allá de
interpretaciones terrenales y lo sitúan todo en el plano más
elevado de la Economía de la Salvación. El que actualmente la
política nacional e internacional sea caja de resonancia de
valores contrarios al Evangelio y la Voluntad de Dios no va a ser
tan fácilmente transformable, y va a exigir de los cristianos
sangre, sudor y lágrimas. No es necesaria tampoco una excesiva
visión mística para deducir esto, pues sólo el valorar los
miles de millones que dejarían de ganar los traficantes de
droga, de armas o de sexo debido a una sana política, pueden dar
una idea de lo que ciertas personas estarían dispuestas a hacer
para mantener lo que tienen.
...a perseverar hasta el final...
Por último, santidad para perseverar hasta el final, como los
atletas en el estadio, para seguir con la comparación dada por
San Pablo. Hay que tener siempre bien presente que el político
está siempre sometido a fortísimas tentaciones que muestran de
forma muy palpable la fragilidad del ser humano, que sin la
gracia no es capaz de hacer nada. Estas tentaciones, como el
orgullo, la soberbia, la lujuria (entendida no sólo como apetito
por la carne, sino también como ansia desenfrenada por los
bienes materiales), para citar algunas de las más comunes, que
sólo podrán ser vencidas con el recurso constante a la oración
personal y el apoyo y perseverante intercesión del resto de la
Iglesia ante el Señor.
...y recoger los tesoros de los que le precedieron...
El político cristiano ha de sentirse solidario con lo que hizo
la Iglesia militante durante siglos antes que él, porque se sabe
parte de una corriente de unidad que nace del mismo Cristo y se
ha transmitido hasta la actualidad por ser todos parte de un
mismo cuerpo. Esto le debe hacer percatarse de que en cierta
medida, sin caer en extrañas actitudes salvadoras, es la
respuesta del mismo Dios a la oración de cientos de buenos
cristianos que han visto como nuestra patria y el mundo entero se
alejaban del Creador. Como se pasaba de congresos eucarísticos
de miles de personas a parroquias vacías y cerradas, como
disminuían las vocaciones sacerdotales hasta casi secarse, como
los colegios quitaban los crucifijos de las paredes, y tantos
otros "comos" que no pueden citarse sin notar un nudo
en la garganta. Ahora sí, el político cristiano es gestor, pero
gestor de un montón de gracias ganadas con el sufrimiento de
muchas almas, bastantes de ellas ancianitos que morían, al menos
aquí en España, con la enorme tristeza de esperar un cambio que
nunca llegaron a ver. Ancianos que conquistaron la ternura del
mismo Cristo cuando rezaban de rodillas humildemente en las
parroquias. Viejecillos incomprendidos por sus hijos y nietos.
Para estos el mundo había cambiado, y en ese mundo cambiante no
había lugar par rosarios, misas, familia, ni el mismo Señor.
A este Cristo abandonado, y a estos fieles cristianos se les
debe, entre otras muchas cosas, políticos santos.
...porque no es sólo pasión humana.
El político de pasión, o la pasión política, no es mera
virtud humana sino que es fuego porque arde en un fuego que no se
apaga. Es como la vela que los fieles cristianos reciben el día
de Pascua de Resurrección, la cual no puede ser encendida por
uno mismo, sino que proviene de la única fuente de luz. No es
una pasajera excitación de los sentimientos sino un sentir del
mismo Corazón de Cristo que sufre con los males y los pecados de
los hombres y goza infinitamente con nuestras respuestas a su
profundo amor. Es comprender con los ojos de la Fe la frase del
Evangelio que nos cuenta la alegría que se siente en el cielo
cuando hay un pecador que se arrepiente y vuelve al redil.
Sólo ese fuego salva y convierte corazones, ya que es el mismo
fuego que lo hace en la Eucaristía y en la oración; en la
enseñanza, en el mundo de la cultura, en los medios de
comunicación, en el trabajo profesional y en todos los campos de
la vida humana, aunque en cada uno de ellos deba ser vivido de
una forma bien distinta.
Es la pasión de aquel que siendo consciente de su miseria se
sabe capaz de cosas colosales porque no es él quien actúa, sino
que lo puede todo en aquel que le conforta. No es, por tanto, el
superhombre voluntarista el que va a dar respuesta a las
necesidades del mundo, sino el alma humilde que sabe que lo
grande es posible porque Cristo está intercediendo por nosotros
junto al Padre. Ya hemos tenido suficiente soberbia en la
política como para aportar un poco más, ya hemos tenido
suficientes ideas sin Dios que se han vuelto contra los seres
humanos como para añadir alguna otra. Es la hora de Dios y no la
de los meros instrumentos inútiles.
A modo de conclusión
Es evidente que este rápido recorrido por las actitudes que, en
mi opinión, deben marcar al político no agota, ni mucho menos,
el tema. Posiblemente, virtudes importantísimas hayan quedado
sin tratar, incluso que ni siquiera hayan sido citadas a lo largo
del texto, pero aun así creo que las que se han descrito, sí
que pueden resultar de utilidad para todos aquellos que formados
en ambiente y grupos católicos se planteen la posibilidad de
vivir su experiencia cristiana con marcada vocación al ser
políticos. Quizás mucho de lo que queda incompleto sólo pueda
ser aportado por la experiencia cercana de actividad política
actual. Será, por tanto en la realidad de la acción política
concreta donde se verifique o refute la validez de las
orientaciones contenidas en esta ponencia, pues la política es,
ante todo, llamada a la puesta en práctica de la doctrina. No es
suficiente la sola actuación, pero tampoco es válida la
política de laboratorio.
Como conclusión, es suficientemente ilustrativa la anécdota de
aquel recluta de reemplazo que al ser preguntado, le comentaba a
otro el motivo de su enorme afición a las corridas de toros. Su
contestación no pudo ser más clarificadora. Afirmaba que había
adquirido esta afición porque se la había contagiado un amigo
suyo que era un auténtico apasionado de la fiesta nacional. Es,
en este momento, importante retomar una de las ideas centrales de
esta ponencia y preguntarnos: ¿Cuándo surgirá inquietud
política entre los cristianos y entre la sociedad? La respuesta
parece clara, surgirán vocaciones políticas cuando apasionados
de la política transmitan esta pasión que les hierve en las
venas a todos aquellos que están a su alrededor y al mundo
entero.
Y en esta ocasión no se trata de toros...
Carlos Gredilla.
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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