|
Poética lección de amor.
Por encima de externas conmemoraciones mundanas, la Navidad dentro del cristianismo es un hecho trascendental y permanente, que siempre empieza y nunca termina
Las fiestas navideñas son, por
múltiples razones, una de las más arraigadas en la tradición
poética española. El nacimiento del Hijo de Dios es motivo más
que suficiente para que la poesía -culta o popular- "se
haga niña", como dijera en alguna ocasión Gerardo Diego.
Pero este Niño recién nacido -hijo también de mujer- viene al
mundo rodeado de extrema pobreza y en las difíciles
circunstancias que todos conocemos. Y es precisamente este rasgo
tan "humano" del Niño Dios lo que hace que el alma
popular se sienta especialmente atraída hacia el Divino Misterio
y que conmemore con gozo el acontecimiento año tras año, con su
emotiva carga de costumbres y tradiciones y su carácter
entrañablemente familiar. No es de extrañar que, si el pueblo
celebra con alegres canciones y bailes el nacimiento de cualquier
niño, cante también con júbilo a este recién nacido, Hijo de
Dios, pero que -como cualquier niño- llora, duerme acunado por
su madre y recibe, junto con el oro de reyes, los humildes
regalos de unos pastores.
Y si al Niño cantaron ángeles y pastores, al correr de los
siglos por poetas cultos y populares le han ofrecido también sus
creaciones: letrillas, canciones y villancicos de éstos,
antiquísima tradición popular recogida en múltiples ocasiones
por aquellos: recordemos en España al marqués de Santillana,
Lope de Vega, Góngora... hasta llegar a los más inmediatos:
Gerardo Diego, Federico Muelas, Rafael Alberti... Naturalmente,
el tratamiento del tema difiere según las épocas y los autores:
mientras unos han centrado su atención en el aspecto
estrictamente religioso, otros -los más apegados, sin duda, al
sentimiento popular- han preferido "humanizar" el
divino misterio, continuando -y recreando- la tradición popular.
Por encima de externas conmemoraciones mundanas, la Navidad
dentro del cristianismo es un hecho trascendental y permanente,
que siempre empieza y nunca termina.
Poética lección de amor.
Perseguido, acorralado, sobre puertas que no se abren, frente al
frío y la incomodidad nace un Niño. Se inclinan sobre su cuerpo
pequeño una mula y un buey, aperos de trabajo de cualquier
campesino. Así empieza una vida. Luego, vendrán, confundidos,
pastores y reyes. Depositarán a sus pies, oro, incienso... como
una ofrenda auténtica de la ambición y el orgullo.
Entre matanzas de niños inocentes, huirá por caminos de
palmeras, perseguido por soldados y lanzas de centinelas.
Crecerá en el taller de un carpintero y escogerá sus amigos
entre pescadores humildes. Sin atender la enseñanza de leyes
injustas, explicará las suyas con palabras de amor y perdón. Y
al final, escarnecido, humillado y apaleado, será condenado a
morir en una cruz dentro de un Estado de Derecho.
Cuando el Hijo del Hombre surgió sobre la vida y el mundo,
latía un Estado jurídico en apariencia perfectamente
constituido, el Derecho Romano de entonces es hoy todavía base
en el armazón de todas las leyes.
Sobre aquel mundo de ricos y pobres, de zonas de influencia
política, de vandalismo y de cultura, con tantos puntos de
semejanza aún en el paso de los siglos con este mundo que hoy no
ha tocado vivir, se alza la voz de aquel Niño para defender a
los pobres contra los abusos de los poderosos, para perdonar a la
Magdalena, para echar a latigazos a los mercaderes del Templo.
Eso supone romper un orden establecido y ponerse de frente a los
que defienden ese orden. Y al final, aquel Niño que nace desnudo
sobre las pajas de un pesebre, escarnecido, humillado y apaleado,
será condenado a morir en una cruz.
Dios está desnudo, había dicho Séneca. Para nacer y morir como
hombre, Dios está desnudo. Sobre la cuna del pesebre al nacer
como sobre la cruz al morir. Ante los hombres de buena fe, de
buena voluntad, Dios está desnudo, como niño como hombre, nace
y muere, humanamente y divinamente desnudo.
Así lo entiende Lope, en este maravilloso villancico:
"No se dejaba mirar / envuelto en nubes y velos: / ahora en
pajas y hielos / se deja ver y tocar".
Porque en su corazón de niño, de hombre -de poeta-, ha latido
esa poética lección de amor del nacimiento de un niño desnudo.
Y en su carne, en su cuerpo vivo, se estremece, por ello, de
alegría.
"La vida es un soplo", en efecto. La vida nació para
los hombres, de este soplo divino. Lo que tiene la vida humana de
divino es este soplo, este aire, este movimiento de amor, que
desde el sol y las estrellas al mínimo corazón humano,
repercute en nuestro cuerpo vivo, en nuestra carne, haciéndola
temblar, estremecer de alegría en la desnudez de este Niño.
Hasta los huesos se nos ríen, en esta alegría viva de Navidad.
En la que volveremos a cantar aquel villancico que aprendimos en
nuestra infancia:
"Gloria a Dios en las alturas / y en la tierra, al hombre,
paz; / así los ángeles cantan / de Belén en el portal".
Francisco Arias Solis.
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
La reproducción total o parcial de estos documentos esta a
disposición de la gente siempre bajo los criterios de buena fe y
citando su origen.