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El revolucionario 'meaculpa' promovido por el Papa con ocasión del Jubileo del 2000.
Indice: La Iglesia en los medios de comunicación. Las tentaciones del liberalismo y modernismo; La iniciativa papal de 1994, inicio del una grave polémica teológica en el seno de la Jerarquía; Un enfoque eclesiológico-naturalista se impone al cristológico-místico; La Petición y la 'nueva' catequética, una hermenéutica ecléctica de la Palabra de Dios; Breve resumen del 'meaculpa' promovido por el Papa. Las declaraciones precisas de Mons. Marini; Tres objeciones principales al enfoque de la petición de perdón; La cuestión nuclear: la presunción de "errores históricos objetivos". ¿De que objetividad se trata?; Las exigencias de la prudencia. Los principales enemigos de la Iglesia, y la valiente voz de los 'fieles'; Una contrapropuesta: las verdaderas culpas del supuesto 'sujeto histórico singular'..
La Iglesia en los medios de comunicación. Las tentaciones del liberalismo y modernismo
Los mass-media en su más amplia acepción, en tanto que
"nuevos amos de la verdad", o lo que queda de ella,
acostumbran marginar y castigar con su silencio a la Santa
Iglesia, principalmente en lo que se refiere a su constitución y
misión sobrenaturales. Sin embargo, ¡a toda regla su
excepción! Y aun así, ésta viene a confirmar a aquella. ¿En
qué consiste pues esa dichosa excepción? Cabe resumirlo con un
solo concepto de fácil asimilación: la crítica. Desde los
albores de la Revolución francesa, o antes incluso, la Iglesia
se ha convertido en presa fácil de manipulación y objeto
público de animadversión y crítica emanzipadoras por parte de
una agil y versatil nomenclatura masónica, que es una especie de
inquisición al revés, ya no santa sino diabólica.
Si no fuera para ser acosada y criticada, de extraños o hijos,
hecho este último que es más grave, la Iglesia prácticamente
no llegaría a ser noticia en los medios dominantes de nuestro
mundo neopagano. Pero por donde sea que brote el acoso y la
crítica, la Iglesia vuelve a ser objeto predilecto de la
actividad mediática.
Todo lo que significa abandono de la tradición católica e ipso
facto adaptación, tentativa o abierta, a la actual corrección
de pensamiento y acción, que sin duda hunde sus raíces en la
autoidolatría del hombre caído, conforme a la promesa antigua
del 'seréis como dioses', eso sí que es noticia.
Cuando el Papa actual, por aducir sólo unos pocos ejemplos, besa
reverentemente el Corán (i), acaso movido por un desaforado celo
ecuménico, torrente fuera de cauce, capaz de trasportar la
doctrina de fe hasta a las mismas 'puertas del Infierno' (ii);
Cuando la Jerarquía, haciendo suya el fantasma de lo
'políticamente correcto', censura a su pasado, entre otras
cosas, por la actuación -jurídicamente, por cierto,
vanguardista- de los tribunales de la inquisición, en estricta
conformidad con la legislación imperial vigente (Jan Hus o
hereje notorio; Giordano Bruno o hereje confeso, etc.,);
Cuando se rehabilita a Galileo Galilei, aunque no por sus tesis
teológicas sino sólo las estrictamente científicas,
desautorizando así las eternas exigencias de prudencia de padre
y de madre en el gobierno de la Iglesia universal;
Cuando la Conferencia Episcopal, en uno de sus recientes
documentos, se dispone a pedir perdón por sus supuestas faltas
antes y durante la Cruzada del 36 al 39, es decir, por haber
defendido su derecho, e incluso su vida y supervivencia, ante los
desmanes anticatólicos de la Segunda República;
Cuando se repudia categóricamente a la pena de muerte, aunque el
Catecismo todavía diga lo contrario, asimilándose así la
Iglesia a la dominante sensibilidad pacifista -a pesar de que esa
'sensibilidad' se hace gustosamente portadora de una cada vez
más agresiva 'cultura de muerte' (aborto, tráfico y reciclaje
de los fetos abortados con fines comerciales; eutanasia; etc.);
Cuando defiende -en esa misma línea- los tan manipulados
derechos humanos, por encima de cualquier derecho a la legítma
defensa, que no debería corresponder sólo a los individuos sino
también a las comunidades, como la familiar o también la
eclesial;
Cuando, para no insistir más, se hace portavoz del humanitarismo
filantrópico -solidaridad (amor horizontal) vs. caridad (amor
vertical), tal como lo entiende también el nuevo voluntariado
social encarnado en los ONGs (iii);
En definitiva, cuando la Iglesia - en su jerarquía o sus demás
fieles más notorios- piensa, dice y hace eso, o otras muchas
cosas que no son ya 'signo de contradicción' sino de todo lo
contrario, abalanzándose por los derroteros propios del
criticismo ilustrado, hasta hacer traición a su propia historia
y tradición, sólo entonces es cuando a la Iglesia se le concede
un indulto, sólo entonces es cuando logra lucrarse indulgencias
ante la pagana opinión pública mundial, y sólo entonces es
cuando se le permite rebasar el umbral del silencio, y recuperar
así por efímeros y calculados momentes la esfera de lo
público, dominada e inquisitorialmente defendida por la nueva
comunidad mundial de egolatras, humanistas, filántropos y demás
enemigos del Dios-Hombre Jesucristo.
En esta línea, auspiciada por el loable afán de purificación y
penitencia, propio de este especialísimo Año Jubilar, se
inserta también la controvertida entonación del 'meaculpa' o
'petición de perdón', puesta en práctica por el Sucesor de
Pedro, que como era de esperar fue jubilosa, por no decir
morbosamente acogida, desde sus fases preliminares, por los
'pastores' del nuevo orden mundial, constituido en torno al nuevo
dios: el hombre-cuerpo, portador de placeres (iv).
La iniciativa papal
de 1994, inicio del una grave polémica teológica en el seno de
la Jerarquía
Todo comenzó con un documento de trabajo, que el propio Papa
había dirigido al Colegio Cardenalicio en la primavera de 1994.
En este documento, Juan Pablo II propuso cinco iniciativas para
el Año Jubilar 2000, entre ellas, aquella mediante la cual la
Iglesia "revisa por iniciativa propia los lados oscuros de
su historia y los evalúa a la luz de los principios del
Evangelio", en cierto modo, como si estos principios no
hubiesen iluminado a la Iglesia tradicional, pre-conciliar.
Anticipándose en cierto modo a la crítica por semejante
propuesta, continúa ahí que eso "no dañará en manera
alguna (sic) la reputación moral de la Iglesia; por el
contrario, saldrá fortalecida porque testimonia su sinceridad y
valentía a la hora de reconocer los errores que fueron cometidos
por los suyos, y en cierto modo, en su nombre (sic). Ya entonces
fue tal el escándalo, que algunos, apostando por la ortodoxia
del Papa, llegaron a creer que no fue éste sino algún
funcionario eclesial que había introducido semejante concepto.
Sin embargo, el autor y redactor del mismo no fue otro que el
propio Romano Pontífice, que no obstante de críticas
sustantivas recibidas dentro de su propia casa, prosiguió el
camino, aunque fuera por cuenta propia. (v)
¿Quién negará, como fiel hijo de la Iglesia, que pedir perdón
es muestra de insigne doctrina y actitud cristianas? Sin embargo,
la cuestión espinosa consiste en determinar quién pide perdón
a quién y por quién. Puesto que a todas luces no se trata de
una manifestación pontificia ex cátedra, cabe preguntarse
legítimamente si este 'gesto' de autocrítica y petición de
perdón nace de la voluntad del Papa Juan Pablo II o del hombre
Wojtyla. La tormenta doctrinal, jurisdiccional y disciplinar que
asola a la Iglesia Jerárquica desde la ambigüedad de los textos
conciliares (Gaudium et Spes, Dignitatis Humanae, etc.) ha
introducido una cada vez mayor disparidad de criterios en el
propio Vaticano (Curia, Dicasterios, Congregaciones, etc.) que,
para ceñirnos a nuesto caso concreto, ni siquiera el Cardenal
Prefecto de la Congregación de la Fe, Josef Ratzinger, se
encuentra con ánimos de seguir la argumentación eclesiológica,
en cierto modo acristológica, cuyo principal inspirador fue el
Secretario General de la Comisión Teológica Internacional, el
dominico suizo Georges Cottier, que mediante una subcomisión
especial, compuesta de teólogos de segunda fila, actuó
directamente por encargo del propio Romano Pontífice.
Un enfoque
eclesiológico-naturalista se impone al cristológico-místico
Ya en una fase muy temprana del debate intravaticano se
cristalizó una distinción conceptual, de mucho alcanze
metodológico, una especie de pre-jucio teológico que
pre-determina la 'verdad'. Por tanto, nos lo habemos con una
distinción que concierne la misma fundamentación teológica de
la iniciativa pontificia. En efectiva, algunos cardenales, entre
ellos también el mismo Ratzinger, defendieron la postura, más
fiel a la tradición, de dotar la articulación doctrinal del
documento de un acento más marcadamente cristológico, en vez
del eclesiológico (vi). Lo que ello significa, lo señaló con
palabras precisas ya en 1995 el Cardenal Giacomo Biffi, uno de
los más preclaros opositores de la intención pontificia. En una
carta pastoral a los fieles de su diócesis pudo limitarse, sin
embargo, a reincidir sin más en el Magisterio perenne de la
Iglesia, proclamado por los Padres de la Iglesia, entre ellos San
Ambrosio: "La Iglesia es sin pecado". Más
concretamente, reafirmó la verdad siempre creida de que, cuando
pecan los hijos de la Iglesia, estos pecados y errores no están
adheribles a la Esposa de Cristo. "La Iglesia no tiene
pecado, puesto que ella es el Cristo total: su cabeza es el Hijo
de Dios, al cual no puede atribuirse pecado alguno". En la
medida que los miembros de la Iglesia son santos, pertenecen al
Cristo total, mientras que sus hechos pecaminosos son actos
enteramente "extraeclesiales", y como tales no afectan
a la Iglesia como tal. Por lo tanto, y así lo advierte Biffi,
una vez más en concordancia con San Ambrosio, la Iglesia se
compone de miembros más o menos manchados, pero ella misma es
inmaculada (sine macula). Sólo a los ojos del mundo parece
pecadora, pero eso es una suerte que corrió ya su Esposo. Y
escrito está que "el discípulo no es mayor que el
maestro".
Para subrayar las discrepancias de criterio existentes en el
propio Vaticano, señalamos aquí que el Presidente de la
Comisión Teológica Internacional (CTI), el propio Ratzinger, no
difiere sino que comparte esas advertencias
cristológico-eclesiológicas tradicionales, de modo que sobre
este tema ya no hay diálogo entre Papa y el máximo guardián de
la ortodoxia, como no dudan en confesar una serie de purpurados.
La Petición y la
'nueva' catequética, una hermenéutica ecléctica de la Palabra
de Dios
No nos compete indagar en los pormenores de esta cuestión,
porque en principio bastaría la contundente enseñanza del
Evangelio que pone en evidencia que no es cosa prudente ni
aconsejable "echar perlas a los cerdos". ¿Qué quiere
decir esto? En nuestro caso parece evidente. Como toda realidad
humana profunda, también el perdón requiere un ámbito de
intimidad, de confianza, de amistad, como conditio sin qua non
que le otorga sentido y eficacia. Si esto ya es así en un
sentido horizontal (hombre-hombre), mucho más todavía lo es en
el vertical (Dios-hombre).
El hecho que la propia Jerarquía desoiga un consejo evangélico
bien claro, encuentra su perfecta analogía en otra reveladora
circunstancia: los eclesiásticos 'modernistas' han abandonado
uno de los pilares de la doctrina católica, a saber, que
demonio, mundo y carne son los principales enemigos del alma, y
por tanto también de la Iglesia. Sin embargo, por todas partes
consta que la revolución de ideas y actitudes en el seno de la
Iglesia frente a su pasado no ha logrado cambiar en nada la
animadversión del mundo frente a la Esposa de Cristo. Por
supuesto que no. Y a ningún alma de oración eso le extrañará.
He ahí otro de los capítulos oscuros por los que parece navegar
la actual teología católica, empapada de postulados
modernistas. Por colmo, esos no son ni nuevos, ni modernos. No lo
fueron ni siquiera, así lo constató ya el eminente teólogo
alemán Franz von Paula, en tiempos del Concilio Vaticano I. Y
sin embargo, despreciando de paso el más solemne magisterio de
santos pontífices, desde Pio IX hasta Pio XII inclusive, no se
muestra libre de ellos, todo lo contrario, la propia comisión
teológica vaticana, en cuyo foro se acogen y elaboran
doctrinalmente buen número de las iniciativas del Pastor Supremo
actual. Así ocurrió también en este caso. Pese a esa
trascendental responsabilidad, confrontada con multitud de
protestas contrarias al 'meaculpa', dicha comisión se limitó en
su día a afirmar lapidariamente que "no ha podido hacer
suya ninguna de las objeciones hechas", sin entrar en
detalles ni razones. Con ello manifiesta que si bien le faltan
razones teológicas, le sobra voluntad de promover un falso
'meaculpismo'.
Breve resumen del 'meaculpa' promovido por el Papa. Las
declaraciones precisas de Mons. Marini
Veamos a continuación algunos ejemplos claros, sin necesidad de
comentarios ulteriores, tal como relucieron ya en la
intervención (en italiano) de Mons. Piero Marini del día 7 de
Marzo, fiel reflejo del triunfo del liberalismo y modernismo en
la propia Iglesia jerárquica, errores éstos condenados con
firmeza de caridad desde la Cátedra de San Pedro, con
anterioridad a la revolución conciliar. El objeto de dicha
intervención son indicaciones sobre el sentido y alcance de la
celebración eucarística del Perdón presidida por el Santo
Padre el día 12 de marzo, primer domingo de la Cuaresma:
"The Church cannot cross the threshold of the new millennium
without encouraging her children to purify themselves through
repentance of past errors and instances of infidelity,
inconsistency and slowness to act" (Tertio millennio
adveniente, 33). Consequently, a liturgy seeking pardon from God
for the sins committed by Christians down the centuries is not
only legitimate; it is also the most fitting means of expressing
repentance and gaining purification.
Pope John Paul II, in a primatial act, confesses the sins of
Christians over the centuries down to our own time, conscious
that the Church is a unique subject in history, "a single
mystical person". The Church is a communion of saints, but a
solidarity in sin also exists among all the members of the People
of God: the bearers of the Petrine ministry, Bishops, priests,
religious and lay faithful.
This liturgy, by recalling the sins committed, concretizes the
request for forgiveness and opens the way to a commitment made
not only before God but also before men; it inaugurates a journey
of conversion and change vis-à-vis the past.
Confessing our sins and the sins of those before us is a fitting
act on the part of the Church, which has always felt bound to
acknowledge the failures of her children and to confront the
truth about sins committed.
Like the People of God in the Old Testament, who confessed the
sin of the golden calf and perpetuated its memory, and the early
Church in the New Testament, which recorded and recalled Peter's
denial without denying or diminishing it, so the Church today,
through the Successor of Peter, names, declares and confesses the
errors of Christians in every age.
The reference to errors and sins in a liturgy must be frank and
capable of specifying guilt; yet given the number of sins
committed in the course of twenty centuries, it must necessarily
be rather summary. It is also appropriate that it should take
into account the admissions of sin already made both by Pope Paul
VI and Pope John Paul II himself, on numerous occasions in the
course of his Pontificate.
These include:
a) a general confession of sin: purification of memory and
commitment to the path of true conversion
(cf. Paul VI, 4 January 1964 at Calvary in Jerusalem)
b) sins committed in the service of truth: sins of intolerance
and violence against dissidents, wars of religion, acts of
violence and oppression during the Crusades, methods of coercion
employed in the Inquisition...
cf. John Paul II, Pro Memoria for the Consistory of 13 June 1994,
7; "Tertio millennio adveniente", 35)
c) sins which have compromised the unity of the Body of Christ:
excommunications, persecutions, divisions...
(cf. John Paul II, "Tertio millennio adveniente", 34;
"Ut unum sint", 34 and 82; Paderborn, 22 June 1996)
d) sins regarding relations with the people of the first
Covenant, Israel: contempt, hostility, failure to speak out...
(cf. John Paul II, Mainz, 17 November 1980; Vatican Basilica, 7
December 1991; Commission for Religious Relations with the Jews,
"We Remember", 16 March 1998, No. 4)
e) sins against love, peace, the rights of peoples and respect
for cultures and other religions which took place during the work
of evangelization...
(cf. John Paul II, Assisi, 27 October 1986; Santo Domingo, 13
October 1992; General Audience, 21 October 1992)
f) sins against human dignity and the unity of the human race:
against women, races and ethnic groups...
(cf. John Paul II, Angelus Message, 10 June 1995; Letter to
Women, 29 June 1995)
g) sins against basic rights of the person and against social
justice: the defenceless, the poor and the unborn, economic and
social injustices, emargination...
(cf. John Paul II, Yaoundé, 13 August 1985; General Audience, 3
June 1992)
One thing must be forcibly stated: the confession of sins made by
the Pope is addressed to God, who alone can forgive sins, but it
is also made before men, from whom the responsibilities of
Christians cannot be hidden.
This confession does not entail a judgment on those who have gone
before us: judgment belongs to God alone and will be declared on
the last day. Christians today do not believe that they are
"better than their fathers" (cf. 1 Kg 19:4), but they
do wish to state what have been, in the light of the Gospel and
the Spirit of Christ, objective historical errors in ways of
acting. Consequently the confession clearly points to certain
historical failings, but the parties responsible are neither
judged nor named. The confession takes place within context of
the solidarity of sinners: the baptized of the present are
conscious of their link to the baptized of the past. Judgment is
not passed on Christians of earlier times, nor are extenuating
circumstances overlooked, but regret is expressed and the evil
done is confessed as we take upon ourselves the failings of those
who have preceded us.
Tres objeciones
principales al enfoque de la petición de perdón.
Nos basamos en estas breves consideraciones que sin embargo
señalan hasta en detalle la orientación teológica de toda la
iniciativa pontificia. El propio documento elaborado por la CTI,
de unas cien páginas de extensión, sirve de fuente directa para
las declaraciones de Marini. Se titula 'Memoria y
Reconciliación. La Iglesia y las culpas del pasado'. Como vimos
fue presentado ante el público mundial el día 7 de marzo aunque
el acto oficial litúrgico del Papa fue el domingo 12. A parte de
todo lo dicho anteriormente, conste que ya el propio título es
fuente de equívocos, porque no está claro si se está
refiriendo a 'culpas en el pasado' o 'las culpas del pasado',
sugeriendo acaso que el pasado como tal, es decir la tradición
-molesta- de la Iglesia, fuera el sujeto propio de errores o
culpas. No cabe duda que tras esta cuestión aparentemente sutil
se esconde todo un abismo teológico, signo de la pugna entre los
modernistas y un cada vez más disminuido 'resto' fiel.
Sin ánimo de ser reiterativo, la primera pregunta que podríamos
dirigir a dicha comisión, y al Romano Pontífice que la avala,
es suficientemente explicativa de la problematicidad de tal
empresa: ¿A quién se dirige la petición de perdón? ¿Acaso a
Dios, o al 'mundo' o las 'víctimas de los errores'? Las
'víctimas' como es evidente, ya no necesitan tal petición de
perdón, porque se supone que ya no cuentan entre los vivos dado
que el texto -lo criticaremos al final- se refiere
tendenciosamente a las 'actuaciones de los antepasados'. Y si tal
petición está dirigida a Dios, ¿para qué precisa de un acto
público y manifiesto? Dios no lo necesita; la propia confesión
de los pecados en el sacramento de la penitencia es todo menos
que pública. Es el propio 'mundo', por tanto, el término al que
se dirige esa 'petición'. El mismo Mons. Marini nos confirma
esta apreciación. Y de eso no se puede extraer otra conclusión
que la Iglesia se pone -volens nolens- a los pies del mundo
contemporáneo, y claudica ante sus parámetros ideológicos. Es
decir, aun si no estamos propiamente ante un acto de postración,
en el nombre de una concepción muy parcial -revolucionaria- de
la caridad, opuesta dialécticamente a la verdadvii, la
iniciativa pontificia al menos amenaza con degenerar en un acto
de congraciarse con el mundo. Así lo ve también el Cardenal
Biffi cuando se pregunta -a modo de conciliación con el proyecto
personal del Pastor Supremo- si dicha iniciativa es capaz de
servir a que "parezcamos menos antipáticos y mejoremos
nuestras relaciones con los representantes del llamado mundo
secularizado".
A esta primera cuestión, habrá que añadir otra de igual peso,
profundizando así los análisis hechos más arriba: ¿Quién es
el sujeto de las faltas? ¿La Iglesia como institución o sus
miembros? El texto, curiosamente no habla de miembros, sino con
lenguaje más ambiguo como si de una asociación humana o grupo
social más se tratara, eliminando así el inefable mysterium de
la Iglesia, porque los fieles son literalmente 'miembros' del
Cuerpo de Cristo (1 Cor 12, 27), y eso es la Iglesia (1 Cor 1,
18). Vayamos por partes. En el caso de que se tratara de culpas
-inexusables- de determinados miembros de la Iglesia, ya no
sería propio hablar de una 'petición de perdón' sino de una
acusación. ¡Imagínese que alguien en el confesionario pretenda
pedir perdón por las faltas de su padre, y luego pregúntese en
toda consecuencia si el confesor puede o no aceptar eso como
efectiva confesión de culpa por parte del propio padre! El
asunto está a la vista. Según las aseveraciones del documento
pontificio, sin embargo, los errores de los miembros
'antepasados' deben y pueden verse, al menos en parte, como
culpas de la Iglesia como tal.
Tras esta opinión se oculta una 'nueva moral' que ya no se
refiere a las personas concretas, sino a las comunidades, una
especie de moral despersonalizada; y por otra parte, como ya
hemos visto, confirma la reducción teológica de la Iglesia a
'sujeto histórico', por muy singular que sea. Marini dixit.
Con tal apreciación confusa se acepta como falta colectiva de
parte de la Iglesia curiosamente aquello que hoy se niega
encarecidamente cuando se trate del pueblo judío, a saber, la
presunción de falta colectiva por la muerte de Jesucristo.
Confutatis maledictis. Dicho de otra manera, cuando la Iglesia
aparece como comunidad de creyentes que trasciende el espacio y
el tiempo en que éstos actúan, en tal Iglesia entendida como
Pueblo de Dios existiría "una conciencia colectiva" y
una "solidaridad transgeneracional" - también en lo
que se refiere al pecado y a la asunción de responsabidades por
los pecados de generaciones pasadas. Al ponerse el acento en la
idea de Pueblo de Dios, peregrino en espacio y tiempo, y por
tanto sujeto histórico peculiar, de hecho se eclipsa
indebidamente la santidad de la Iglesia, no ya sólo la original
y perfecta de la Esposa mística, sino también la de los
miembros sin número que están ya en la Gloria; y por lo mismo
se impone la imagen de las injusticias y pecados, que por la
lógica del pecado original han estado acompañando a todo
caminar histórico.
Es en este punto delicado, por tanto, donde sobreviene la
principal aventura teológica, en analogía a un hecho
cristológico que es tan íntimo a nuestra fe que
-necesariamente- ha de resultar en 'escándalo para los judios y
necedad para los paganos'; a saber, el hecho que la doctrina
católica contempla a nuestro Dios y Señor mysticamente hecho
pecado en la Cruz, a pesar de ser enteramente libre de todo
pecado: "La Iglesia -concede el documento- no es pecadora en
el sentido de que ella misma fuera sujeto y agente de
pecado"; sin embargo, "se comprende como pecadora -he
aquí la pretensión teológica- en cuanto toma sobre sí con
solicitud materna el peso de los pecados de sus miembros, porque
quiere contribuir con su amor maternal a la superación del
pecado y del daño que de él se sigue para el individuo y la
comunidad". ¿Acaso estamos ante una innovación teológica,
de compleja estructura mística?
La tercera interrogación se refiere a una cuestión ya aludida.
¿Quién es el que expresa dicha petición de perdón?
Ciertamente, el Papa es el que la hace oficial. Pero cabe
preguntarse, ¿en nombre de quién? Conforme a lo anteriormente
expuesto, sólo cabe pensar que lo hace en nombre de la Iglesia.
El Papa no es, sin embargo, portavoz de la Iglesia sino que es
Petrus, la Roca, sobre la que está fundada la Iglesia, y cuya
cabeza es Cristo, Redentor en su Cuerpo (Ef.5,23). Por ende, la
Iglesia Católica, asistida por el Espíritu Santo, es infalible
en materias de fe y moral. Así es, y así lo creemos los
católicos. La Iglesia es, además, como Cuerpo Místico de
Cristo, santa. Sin embargo, no lo somos los laicos, ni lo son los
obispos, ni tiene por qué serlo el Papa en cuestiones que
atañen al gobierno pastoral de la Iglesia, o en asuntos
políticos, y mucho menos en asuntos de 'corrección política'.
La cuestión
nuclear: la presunción de "errores históricos
objetivos". ¿De que objetividad se trata?
En definitiva, resulta que muchos de esos errores y pecados que
atribuye el Papa a la Iglesia, no está tan claro que de verdad
lo sean. Ni en cuanto al nucleo duro de la petición de perdón,
referido a la división entre los cristianos, al uso de la fuerza
al servicio de la verdad, a la relación entre cristianos y
judios, ni tampoco en ninguno de los campos de 'corrección
política' reseñados por el documento o explicitados a la hora
de la celebración litúrgica. Aunque el documento (el Papa,
Marini, etc.) diga expresamente no pretender juzgar a nadie, de
hecho hace todo lo contrario al pretender que los contenidos
concretos de la petición de perdón sean considerados 'errores
históricos objetivos'. Comparado con esto, incluso podría
considerarse como cuestión menor el hecho que se pida perdón
por actuaciones que fueron protagonizados por otras personas en
situaciones, coyunturas y contextos muy diferentes a los que hoy
vivimos. Y si bien se afirma literalmente que los cristianos de
hoy no se consideran 'mejores que sus padres', toda la
argumentación del documento de hecho desdice dicha aseveración,
meramente ornamental, por no decir engañosa; y una vez más se
cae en el error tipicamente progresista de pensar que el hoy es
más humano y mejor que el ayer.
Las exigencias de
la prudencia. Los principales enemigos de la Iglesia, y la
valiente voz de los 'fieles'
Por último, y al margen de todo lo anterior, de ningún modo
puede decirse que el 'meaculpa' eclesial sea prudente; pues mucho
debe y puede dudarse de que vaya a atraer las simpatías de los
alejados y separados de la Iglesia; más bien, va a proporcionar
nuevos argumentos a sus enemigos de siempre. Entre ellos, en
primer lugar, figura el núcleo duro de la Sinagoga, que por
supuesto no debe confundirse con los judios en cuanto raza,
pueblo o nación, error capital del secular antisemitismo; y en
segundo lugar, actuando de 'estado mayor' al servicio de la
primera, habría que hablar de la Masonería, fuera y dentro de
la propia Jerarquía; sin olvidarnos del propio Islam, en tercer
aunque no menos eminente lugar. Todos ellos son enemigos mortales
del Mesías y de su Esposa, y que por supuesto ni casualmente
pedirán perdón por el sin-fin de carnicerías y destrucciones
organizadas contra los cristianos a lo largo de toda la historia
(supresión de los templarios, de los jesuitas; revolución
francesa, revolución rusa, leyes del divorcio, aborto), sin
hablar de la eficaz voluntad de marginación ejercida por una
renacida nomenclatura anti-católica, dotada de una poderosa
maquinaria mediática de dimensiones globales.
En resumen, las interrogaciones razonables cara a la acción
pontificia se traducen en la impresión cierta de que, no Dios,
sino el mundo -la no-Iglesia- es a quien se pide que perdone a la
Iglesia, que ya no sería - como siempre fue afirmado por ella
misma- una Iglesia de pecadores sino, por voluntad materna, una
Iglesia hecha ella misma pecadora. ¿Qué consecuencias tiene la
promulgación de semejante documento? Acaso apaciguar a un mundo
cada vez más alejado de la Iglesia. Mas, ¿puede o debe esperar
semejante efecto, puede y debe aspirar a ello (cf. Juan,
15,18ss)? Ya hemos visto que no. Con semajante declaración no se
consigue nada. Todo lo contrario. Las difamaciones contra la
Iglesia, en sus pilares tradicionales, no van sino aumentar,
incluso dentro de la Iglesia, porque con semejante
'reconocimiento oficial' se ofrece al mundo una entrada, voz o
guía, de una cualidad revolucionaria, que los enemigos de Dios
van a instrumentalizar y explotar lo más que la astucia propia
del mundo se lo permita; astucia que -como sabemos de fuente
autorizada- suele ser mayor que la prudencia de los 'hijos de la
luz'.
Como es lógico, y hay que reincidir en ello, el gesto no ha sido
bien encajado por los más diversos ambientes de Iglesia que no
consideran que muchos de las causas aducidas sean motivo de
arrepentimiento. Así lo expresó, entre otros, desde el
terremoto inicial de 1994, pero también hic et nunc, el pensador
católico Vittorio Messori, como lo muestran sus recientes
argumentos lúcidos ante la prensa italiana. Aun silenciando
cualquier otra objeción, la petición de perdón por el uso de
la fuerza, aunque sea al servicio de la verdad (cruzadas, guerras
de religión, inquisición, etc.), reabre con toda seguridad la
puerta grande a las leyendas negras (viii) sobre la Iglesia, que
en definitiva no son sino un falseamiento de la realidad
histórica. Para colmar la perplejidad de los católicos, es del
todo correcta la apreciación de que pedir perdón por los
pecados del mundo (sic) no es sino una muestra de inmolación;
pero linguísticamente parece que quien debe de pedir perdón es
quien comete la falta, no un tercero. Por todo ello, el gesto del
Papa se hace de difícil comprensión o aceptación, aunque no
cabe duda de que "doctores tiene la Santa Madre
Iglesia". ¿Acaso el significado teológico de este gesto
puede ser superior a los argumentos aquí esgrimidos? Dios
juzgará, y no sólo por las intenciones, sino por la corrección
del acto mismo.
Una
contrapropuesta: las culpas reales del supuesto 'sujeto
histórico singular'
Dicho esto, y a modo de conclusión, he aquí una invitación a
rectificar la orientación material del 'meaculpa' eclesial. No
hay lugar aquí para mayores desarrollos, sin embargo, quién
puede dudar que existe otro enfoque más certero de la espinosa
cuestión de la petición de perdón. En pocas palabras, si hay
que pedir perdón, qué se pida por cosas graves que todavía
están muy vivos. Por ejemplo, ¿acaso se ha pedido perdón por
las culpas de los representantes del Estamento eclesiástico
francés que, al unirse -contra todo mandato jurídico- con el
Tercer Estado en Asamblea Constituyente, ha entregado Francia a
los horrores de la Revolución francesa?, ¿o por las de los
obispos de México que, al firmar los famosos Arreglos de 1929,
sellaron el destino de México por 70 años, bajo el mortífero
yugo del jacobino PRI?, ¿o por los obispos de España, muchos de
ellos todavía vivos, por haber convertido a España en un país
laico?
A este último propósito, y para avalar y complementar las
anteriores apreciaciones sobre el carácter imprudente e
improcedente de la actuación pontificia sobre las supuestas
culpas de la Iglesia del pasado, nos vienen al dedo unas
interpelaciones realizadas por J.Mª. Permuy Rey que señala
agudamente otra línea muy diversa de 'meaculpa' que sí la
Iglesia debería convertir en documento y acto oficial y
litúrgico. Lo lamentable es sin embargo que no lo hará, ni por
casualidad, porque el único meaculpa que tendría plena razón
de ser no se encuentra dentro de los cánones considerados
'políticamente correctos'.
Este otro, silenciado, pero necesario 'meaculpa' ya lo manifestó
en su día uno de los más prestigiosos miembros del entonces
episcopado español, Monseñor Guerra Campos, que tuvo la
valentía de denunciar una y otra vez la incongruencia de
aquellos obispos, no sólo durante los confusos años de la
transición española, que "manifestaban una cosa y luego
hacían la contraria, de quienes denunciaban los frutos, y
exaltaban el árbol que daba tales frutos, y que ellos habían
contribuido a plantar". Aquí se refiere con especial
énfasis al pre-juicio 'liberal-democrático' de Tarrancón, por
encima de cualquier otra consideración, como veremos en cierto
detalle a continuación, a modo de somera proposición. Sin
embargo, hay que pedir perdón por una situación que permanece y
que es obra de personas que, en su mayoría, todavía están en
este mundo:
Por la responsabilidad de los obispos españoles y las
autoridades vaticanas en permitir que políticos cristianos
elaborasen una Carta Magna que ignora a Dios y que es fuente de
barbaridades como el aborto y otras no menos importantes.
Por la responsabilidad de los obispos españoles en hacer posible
que se aprobara el aborto recomendando el sí a una Constitución
que sabían que daría lugar a su despenalización.
Por la responsabilidad de los obispos españoles en la
legalización de partidos como el socialista y el comunista, que
sabían eran claramente partidarios del aborto.
Por la responsabilidad actual de los obispos españoles en
consolidar el aborto, recomendando el posibilismo, el mal menor,
el voto útil a un partido, el Partido Popular, bajo cuyo
Gobierno no dejan de aumentar los abortos en España; que está a
favor de la despenalización del aborto en los casos actualmente
contemplados en el Código Penal; que recomienda el aborto y la
píldora del día siguiente (que es abortiva) en publicaciones
editadas y repartidas por organismos públicos; que ha dado el
visto bueno a la comercialización de la píldora abortiva
RU-486, que no se preocupa lo más mínimamente de los efectos
multiabortivos de la fecundación artificial (in vitro).
Por la responsabilidad de los obispos españoles en ignorar,
marginar o desautorizar partidos políticos confesionales y de
inspiración cristiana totalmente contrarios al aborto,
contribuyendo así a la casi imposibilidad de que surja una
reacción y una alternativa política seria a la legislación y
la mentalidad abortista y anticristiana hoy imperante.
Por todo ello sí que habría que pedir perdón. O, al menos,
rectificar. Pero no de palabra, sino con obras. Pero para eso hay
que estar dispuestos a seguir al Maestro, que vino a traer la
guerra y no la paz; que no tuvo reparo en arrojar violentamente
las mesas de los mercaderes que profanaban el Templo; que no se
mordía la lengua a la hora de llamar a los hipócritas raza de
víboras y sepulcros blanqueados. Hay que tener el valor de
gobernar a los fieles. Primero con mansedumbre, amonestando para
que se corrijan. Pero si no se enmiendan, castigando.
¿Por qué no se imponen sanciones públicas contra los
políticos católicos que aprueban la píldora abortiva, o los
que defienden públicamente las parejas de homosexuales, o los
que sostienen que el aborto es un problema de conciencia? ¿Por
qué, al menos, los obispos no les amonestan públicamente, con
sus nombres y apellidos, para paliar el escándalo cometido?
Con su silencio y con su falta de autoridad, los obispos
españoles están consiguiendo que los fieles católicos crean
que lo que hacen tales políticos está bien, o, al menos, que no
es incompatible con su presunta condición de cristianos. ¡Pero,
si aún encima, recomiendan -acudiendo al argumento falaz del mal
menor- que se les siga votando!ix La actitud de la Iglesia hacia
los políticos católicos que actúan incoherentemente en
política, es muy similar. Los obispos condenan ciertas
prácticas políticas, hablan de la unidad de vida, critican que
la fe y la moral sean relegadas al ámbito de lo privado, etc,
pero cuando algún político católico incurre en alguna de estos
defectos, la Iglesia, por decirlo de alguna manera, no los
penaliza, no los sanciona, no los castiga. El resultado práctico
es que son muy pocos los católicos en los que su fe influye
verdaderamente en su participación política y condiciona su
manera de comportarse en la vida pública.
Así no hay arreglo posible. No obstante, la fe nos empuja a
mantener la esperanza contra toda esperanza. Sabemos que las
puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia, aun
cuando el "humo de Satanás" se haya infiltrado en ella
y asistamos a un proceso de autodemolición, como de hecho ya
advirtió otro Vicario de Cristo, Pablo VI, quien sin embargo,
contribuyó de manera eminente a tal autodemolición, entre otras
cosas porque accedió, sin necesidad alguna, y pese a las
objeciones del Cardenal Prefecto del Santo Oficio, Ottaviani, a
firmar las reformas litúrgicas, hechas por modernistas, que
dieron el golpe de muerte a la espléndida liturgia tridentina
emanada de la tradición, no de la revolución (así lo ha
señalado incluso el mismo Yves Congar, destacado eclesiástico
modernista, a quien Pio XII todavía había duramente censurado
por su teología filoprotestante).
Dirijámonos respetuosamente a nuestros Pastores para que
realmente nos orienten y gobiernen. Para que no se dejen vencer
por los respetos humanos. Para que tengan el coraje y la
gallardía de reconocer los errores reales en que hayan podido
incurrir, y rectificar cuanto antes. Para que se den cuenta de
que, desde el "establishment", y resignándonos a
tolerar indefinidamente el "mal menor" es imposible
cambiar las cosas.
Dr. Andreas Böhmler
Notas
i ) La tesis problemática, propagada ya desde antes del
Concilio, entre otros, por Charles Journet, en su Tratado acerca
de la Gracia, de la actuación gradual (analogía) del Espíritu
Santo en las diversas religiones, contribuyó a la suma
confusión que ha culminado recientemente en las afirmaciones del
Papa sobre orígen o beneplácito divinos con respecto a las
diversas (sic) religiones: "No raramente -dijo el Papa hace
poco en una audiencia- hallamos en su origen fundadores que
realizaron, con la ayuda del Espíritu de Dios (no dice Espíritu
Santo), una experiencia (sic) religiosa más profunda".
Frente a tal postura, es el propio Espíritu Santo que afirma en
Sab.14,12-14 que las otras religiones "entraron en el mundo
por el vano pensamiento de los hombres", y su ingreso
"fue el origen de la impiedad" y de la
"corrupción de la vida". Y para que la cosa se grabe
bien en la mente de los hombres, proclama en Sal. 147, 19-20 que
El no ha hablado nunca con nadie, salvo con Israel:
"Anunció a Jacob su palabra, sus estatutos y decretos a
Israel. Con ninguna nación hizo tal: no les manifestó sus
preceptos. Aleluya". Más claro no se puede decir las cosas,
sin necesidad de ser temerario. Mas, suponiendo que Jesús
dijera, interpretado fuera del contexto en que lo dijo, que el
Espíritu "sopla donde quiere", esto significa, en toda
lógica, justamente lo contrario de lo que interpretaría la
teología modernista, porque sopla precisamente donde quiere El,
no donde quieren o interpretan los hombres. Esto es, sopla fuera
de la Iglesia, para impeler hacia ella mediante gracias actuales
(!!!); en la Iglesia, a fin de vivificarla por medio de la gracia
santificante (!!!): "El es, finalmente, quien a la par que
engendra cada día hijos nuevos a la Iglesia con la inspiración
de la gracia, rehusa habitar con su gracia santificante en los
miembros totalmente separados de Cristo" (Pio XII, Mystici
Corporis, 29.6.1943, Denz. 2288). Que luego el Cuerpo Místico de
Cristo comprenda también excepcionalmente miembros in voto, in
desiderio, y no sólo miembros en acto, no se debe a la doctrina
confusa de Rahner, sino que es una doctrina siempre creída por
la Iglesia. Las llamadas 'semillas del Verbo', sin embargo, son
insuficientes para la salvación. Dice San Justino, Apol.II, n.10
que si es dado encontrar alguna verdad natural entre los errores
de las religiones falsas, "nos pertenece a nosotros, los
cristianos". No son 'un reflejo' del Logos en las 'distintas
tradiciones religiosas', sino un auténtico hurto al Logos, una
apropiación indebida por parte de las falsas 'religiones', a
propósito (procedente de Satanás, directa o indirectamente)
para hacer creibles doctrinas que de suyo, sin estas medias
verdades robadas a Aquél, no se sostienen en pié. En cambio, he
aquí un Papa que nos quiere hacer pasar los latrocinios por
reflejos divinos, y a los falsificadores, por hombres iluminados
por el Espíritu de Dios. Sin más comentarios.
En medio de las convulsiones pos-revolucionarias, ya J. Balmes
(1810-48), uno de los grandes filósofos europeos del siglo XIX,
denunció la tentación modernista para la Iglesia, que
actualmente encuentra en el falso diálogo 'interreligioso' su
falange principal. "No es posible -he aquí su aguda
observación, hecha en Criterio- que todas las religiones sean
verdaderas. Son muchas y muy varias las 'religiones' que dominan
en los diferentes puntos de la tierra; ¿sería posible que todas
fuesen verdaderas? El sí y el no, con respecto a una misma cosa,
no puede ser verdadero a un mismo tiempo. Los judíos dicen que
el Mesías no ha venido, los cristianos afirman que sí; los
musulmanes respetan a Mahoma como insigne profeta, los cristianos
le miran como solemne impostor; los católicos sostienen que la
Iglesia es infalible en puntos de dogma y de moral, los
protestantes lo niegan; la verdad no puede estar por ambas
partes: unos u otros se engañan. Luego es un absurdo el decir
que todas las religiones son verdaderas. Además toda religión
se dice bajada del cielo: la que lo sea será la verdadera; las
restantes no serán otra cosa que ilusión o impostura".
Luego precisa, "¿Es posible que todas las religiones sean
igualmente agradables a Dios y que se dé igualmente por
satisfecho con todo linaje de cultos? No. A la verdad infinita no
puede serle acepto el error, a la bondad infinita no puede serle
grato el mal; luego el afirmar que todas las religiones son
igualmente buenas, que con todos los cultos el hombre llena bien
sus deberes para con Dios, es blasfemar de la verdad y bondad del
Criador".
ii ) Recordemos lo que hizo la Iglesia en los momentos decisivos
de disputa con la doctrina luterana. El Card. Contarini fue
enviado como legado pontificio a la Dieta de Ratisbona para
facilitar la tentativa del Emperador Carlos V de un arreglo
amistoso que recondujese a los luteranos a la Iglesia Católica.
El Card. Contarini llegó a Ratisbona "lleno del máximo
celo y animado de la más sincera voluntad de hacer todo cuanto
estuviese en su poder para eliminar las turbulencias religiosas
de Alemania". Contarini respondió a Eck (quien consideraba
inútil dicho intento) que el cristiano debe siempre esperar
contra toda esperanza, y mostraba tanta "mansedumbre,
prudencia y ciencia" como era necesaria para imponerse tanto
a sus colaboradores como a los mismos luteranos, que "a la
larga no pudieron sustraerse al poder de su personalidad y de su
ejemplar conducta", y comenzaron "no sólo a amarle,
sino a reverenciarle". Los ministros de Carlos V expresaron
su convicción de que Dios, en su bondad, había creado a
Contarini nada más que con el fin de reconducir a los luteranos
a la Iglesia Católica. Y sin embargo se llegó a la ruptura: por
mucho espacio que se le quiera dar a la caridad, hay que ser
siempre estricto cuando se trata de errores doctrinales, a menos
que se quiera caer en la tolerancia dogmática, que pisotea los
derechos de la verdad y, en este caso, de la Verdad revelada. El
momento crucial llegó al tratar de la Eucaristía: "aquí
pudo verse que los protestantes no sólo rechazaban el término
'transustanciación' fijado por el IV Concilio de Letrán para la
transformación eucarística, sino que negaban también lo
esencial, la verdadera transformación de la sustancia del pan y
del vino en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo, añadiéndole
además otra herejía al sostener que el Cuerpo de Cristo sólo
estaba presente para quien comulgaba, y declarar en consecuencia
que la adoración del Santo Sacramento era una idolatría".
Hasta aquel momento, Contarini, "en su condescendencia,
había llegado hasta el límite y había inculcado fuertemente
[en sus colaboradores] la necesidad de no abordar (...) las
controversias teológicas en las cuales los mismos teólogos
católicos no estaban de acuerdo [es decir, las cuestiones
todavía disputadas y por tanto libres] (...) pero cuando se
intentó nuevamente poner en duda una de las doctrinas
fundamentales de la Iglesia, la transustanciación enseñada por
un Concilio ecuménico, con toda energía defendió la verdad
católica". Al Emperador Carlos V y a sus ministros, que
sorprendidos por esta imprevista intransigencia sugerían un
compromiso, el Card. Contarini respondió: "mi objetivo es
establecer la verdad. Ahora bien, en el caso actual ésta está
tan claramente expresada en las palabras de Cristo y de San
Pablo, y declarada por todos los doctores eclesiásticos y
teólogos de la Iglesia latina y griega antiguos y modernos, así
como por un célebre Concilio, que no puedo en modo alguno
consentir que se la ponga en duda. Si no puede establecerse un
acuerdo sobre esta doctrina ya sólidamente fijada, habrá que
abandonar el desarrollo ulterior de los acontecimientos a la
bondad y la sabiduría divinas; pero hay que mantener con firmeza
la verdad". Así fue como el Card. Contarini, precisamente
por estar lleno de fe en la Providencia, no pretendió
sustituirla en el gobierno general de la Iglesia, convencido de
que a los "administradores" no se les pide ejercer de
dueños, sino ser fieles (cfr. I Cor. 3, 4).
A quienes le objetaban que a fin de cuentas sólo se trataba de
una palabra, y por tanto sólo de una cuestión de palabras, el
cardenal, "con toda la razón, recordó el caso de los
arrianos y del Concilio de Nicea, donde también se había
tratado exclusivamente de una palabra [consustancial]. El legado
pontificio comprendía claramente que aquella simple palabra
[transustanciación] expresaba una de las doctrinas capitales de
la Iglesia, por la cual se tiene la obligación de exponer la
propia vida". De este modo, Contarini, precisamente por
estar lleno de caridad, rechazó el sacrificio de la verdad ante
una "caridad" que, sin fundamento en la fe, habría
sido una falsa caridad y un engaño recíproco inútil, destinado
sólo a agravar las cosas. "Comprendió en toda su
extensión las enormes dificultades que obstaculizaban la unión
religiosa, y si bien hasta entonces había creído que la
enfermedad perduraba a causa de los errores de los médicos
anteriores, ahora vio que era otra la razón principal (...)
'Dada la obstinación y pertinacia de los teólogos
protestantes', escribía el 13 de mayo, 'si Dios no hace milagros
no se logrará la unión' (...) Contarini declaró con gran
franqueza que veía claramente cómo la diferencia con los
protestantes se encontraba en la cosa misma, y que por tanto no
era posible ponerse de acuerdo en las palabras; que,
personalmente, él no quería una paz aparente (que sería un
engaño mutuo) ni toleraría que se pusiese en duda la doctrina
de la Iglesia mediante la pluralidad de expresiones; y que estaba
decidido a no alejarse en nada de la verdad católica".
Desde aquel momento, el Card. Contarini "dirigió su
atención con mayor intensidad a que en las fórmulas de
concordia no se aceptasen palabras que pudiesen interpretarse a
la vez en sentido católico y protestante. Él quería una paz
verdadera y leal, no una mera unión en las palabras". En
una carta a Roma, el Card. Contarini expresó los principios que
guiaban su conducta: "en primer lugar se debe en todo
mantener la verdad de la fe. En segundo lugar, no hay que dejarse
inducir a expresar el sentido de la doctrina católica con
palabras ambiguas, porque de tal proceder no nacerá sino mayor
discordia. En tercer lugar, se ha de actuar de modo que toda
Alemania y la Cristiandad comprendan que la discordia no procede
ni de la Sede Apostólica ni del Emperador, sino de la pertinaz
adhesión de los protestantes al error". Pastor, que como es
sabido es un converso del protestantismo, anota: "estas
severas palabras, pronunciadas por un hombre tan bondadoso y
conciliador como Contarini, tienen un valor doble" (ivi).
También es esclarecedor en nuestros días el análisis del Card.
Contarini sobre "la causa de que se hayan implantado las
ideas luteranas no sólo en las almas de los protestantes, sino
también en las cabezas de aquéllos que sin embargo se decían
católicos: la fascinación por la novedad, y las facilidades que
ofrecía al hombre mundano la nueva doctrina". Ayer como
hoy, el error encuentra su más poderoso aliado en la decadencia
espiritual de los católicos, que no se esfuerzan por vivir
seriamente la vida cristiana. También es muy interesante el modo
en que los consejeros eclesiásticos de Carlos V habrían querido
acomodar la cuestión: "al igual que antaño, ellos
concebían la causa religiosa como un asunto político, en el
cual se pudiese pactar sobre el dogma, aquí proponiendo algunos,
allá mitigando otros". Exactamente igual que los
ecumenistas hodiernos.
El Emperador Carlos V llegó incluso a proyectar que se
proclamasen como doctrina común en el Imperio los artículos
sobre los cuales católicos y protestantes habían encontrado un
acuerdo, suspendiendo temporalmente los artículos en disputa,
aunque estos concerniesen a las doctrinas fundamentales de la Fe.
A la actitud de Carlos I no era ajena la influencia en toda
Europa, incluida la Corte del Emperador, del pensamiento de
Erasmo de Rotterdam (vid. la ya clásica obra de Marcel
Bataillon, Erasmo y España; Fondo de Cultura Económica, Madrid
1991). Pero conviene recordar que la Contrarreforma Católica no
tuvo mejor paladín que el rey de España, que resultó ser el
único baluarte fiel contra el protestantismo en todo el
continente. Tampoco nos resistimos a citar las palabras del mismo
Bataillon en su prólogo de 1965 a la segunda edición española
de su obra: "el ambiente actual de ecumenismo favorece el
renacer del irenismo religioso de Erasmo, en especial en el seno
de la Iglesia Católica, pues en el II Concilio Vaticano dominan
tendencias en parte opuestas a las que hace cuatro siglos
triunfaron en el Concilio de Trento, imponiendo a Erasmo, en
1559, la nota de 'auctor damnatus primae classis'" (op.
cit., pág. XVII). Como se ve, Juan XXIII con su "fijémonos
en lo que nos une y dejemos de lado lo que nos separa", y el
Card. Ratzinger con su "unidad en la multiplicidad
[doctrinal]", no han inventado nada nuevo. Sin embargo, el
Card. Contadini, a aquella "línea media" dispuesta,
como los ecumenistas actuales, a "favorecer la caridad en
perjuicio de la Fe" (San Pío X), replicó que
"prefería todo, incluso la muerte, antes que transigir
contra las claras decisiones de la Iglesia sobre la tolerancia de
las falsas doctrinas" (pág. 298); decisiones que también
los ecumenistas de hoy día han relegado totalmente al olvido.
Igualmente enérgica fue la respuesta del Papa Pablo III al
"proyecto de tolerancia" imperial: en una instrucción
dirigida al Card. Contadini, declara "imposible la
tolerancia con los artículos no concordados, porque éstos
conciernen a puntos esenciales de la fe y no es lícito hacer
ningún mal, ni siquiera para que surja algún bien. La fe es un
todo inescindible del que no puede aceptarse una parte y rechazar
otra". Hasta aquí, todos tenemos que meditar. Pero lo que
sigue debería ser meditado en un 'lugar más alto': "si
alguna vez la Sede romana, llamada a custodiar la pureza de la
doctrina, consintiese, por poco que sea, con doctrinas erróneas,
los cristianos dejarían de buscar en ella la regla de su fe. Y
así, mientras con tal proyecto no se ganaría a los
protestantes, a quienes se dejaría en sus errores, se perdería
también al resto de la Cristiandad". Es exactamente lo que
en tiempos más próximos a nosotros respondió León XIII ante
análogas peticiones: "guárdense (..) de sustraer nada a la
doctrina recibida de Dios, o de omitir nada por ningún motivo,
porque quien lo hiciese tendería más a separar a los católicos
de la Iglesia que a reconducir a la Iglesia a quienes se han
separado de ella" (encíclica Testem Benevolentiae). La
advertencia, recordamos, se dirigía a los partidarios del
americanismo, precursor del modernismo hoy imperante.
iii ) ¿Quien puede dudar razonablemente de que, pese a la
proliferación -o acaso por ella- de las llamadas ONGs, en
excesiva dependencia de las instituciones de la ONU, sigue siendo
prácticamente imposible obtener (alta)voz para los más
indefensos?, y conste que a estas alturas de la historia no hay
lugar de mayor indefensión que el propio seno materno. De qué
sirve tanto voluntariado cuando los fines, motivaciones y
métodos de aquellas ONG's no suelen ser más que la cara
posmoderna, romántico-justiciera, de una misma modernidad
ilustrada, con sus prejucios muy propios sobre la corrección o
no-correción del pensamiento (verdad), y sobre lo que entra o no
en el nuevo decálogo del bien y del mal (derechos humanos
individuales).
Los organismos internacionales y un sin fin de organizaciones
no-gubernamentales -muchas de ellas con categoría de consultoras
de la ONU-, con los más variados pretextos -todos ellos
revestidos de un manto de altruismo-, ponen en práctica una
variedad abrumadora de medidas que no respetan la dignidad
humana. A la vez, los Estados tienen cada vez menos libertad de
acción para rechazar esos programas y proyectos, una maraña de
acuerdos y tratados internacionales, así como también la
opinión pública internacional, juegan un papel preponderante en
la creación de un ambiente internacional ciegamente favorable a
unos derechos humanos que no respetan los derechos fundamentales;
a una ética medioambiental elaborada para justificar la
ambición de los países centrales; a un concepto de una calidad
de vida que niega el derecho a la vida de los más pobres e
indefensos, etc. La variedad de temas es, evidentemente, muy
amplia. Algunos programas y proyectos de los organismos
internacionales, se proponen fines laudables. Pero, ¿entendemos
nosotros lo mismo que ellos cuando los estudiamos?. Esas
organizaciones, ¿no han implantado un lenguaje perverso, en el
que lo que se oculta es más que aquello que se expresa? ¿No
comprobamos en los hechos -por los informes que llegan de
distintas partes del mundo-, que con sus acciones niegan lo que a
simple vista aparece en los documentos? Este estado de cosas lo
confirma la reciente denuncia de monseñor Cordes, presidente de
«Cor Unum» (ZENIT.org). La fidelidad a la Iglesia y al
Evangelio son la única vacuna que inmuniza a las asociaciones
católicas que trabajan en el campo de la solidaridad ante el
peligro de perder su identidad. Esta fue la constatación que
hizo Cordes, al intervenir el 16 de marzo en un encuentro
organizado por el Centro Cultural de la Caridad de Florencia.
Explicó a su regreso de un viaje a Mozambique que «la fe y la
ética no pueden estar separadas en el cristianismo». «En
ocasiones se registra un desequilibrio perverso por el que para
muchos el amor a Dios es algo tan evidente que creen que no
tienen que "perder tiempo" en hablar con Él. Y este
silencio se difunde también en la actividad caritativa de los
mismos cristianos». Cordes ofreció algunos ejemplos en este
sentido, entre ellos el hecho de que en un pequeño país, una
agencia católica ha puesto en la lista de posibles proyectos de
financiación al V Encuentro de Lesbianas Feministas de América
Latina y del Caribe. «Si bien no estamos seguros de que al final
se haya concedido esa financiación, tan sólo el hecho de que se
dirijan a una agencia católica con este objetivo da a entender
cuál es la tendencia que sigue la misma agencia». Este tipo de
mentalidad está llevando -según él- a alterar los objetivos de
algunas instituciones católicas de ayuda, que de este modo se
convierten en instituciones burocráticas. En estas
organizaciones se constata la tendencia «a reforzar el personal
pagado», y a evitar todo «vínculo con la Iglesia».
iv ) Me limito aquí a referir unas advertencias muy especiales,
publicadas por el Movimiento Sacerdotal Mariano, que según
inscripciones formales cuenta con más de cien mil sacerdotes
adheridos (entre ellos unos 400 obispos), además de varios
millones de láicos. El MSM no es una obra humana, porque según
la propia Virgen María 'debe ser sólo obra mía. .. No hay jefe
entre vosotros: Yo misma seré vuestra Capitana. .. Os prepararé
para un heróico testimonio.. (que) será hasta la efusión de
sangre. Y cuando haya llegado el momento, entonces el Movimiento
saldrá al descubierto para combatir abiertamente a la tropa que
el demonio, mi adversario de siempre, está formándose entre los
sacerdotes". Desde el 8 de mayo de 1973 hasta el 31 de
diciembre de 1998, el MSM ha estado formándose de la mano de la
Virgen como "pequeño resto fiel" en el seno la
Iglesia, alentado por las locuciones interiores recibidos por Don
Stefano Gobbi. Entre las miles de locuciones, en la fiesta del
Corazón Inmaculado de Maria, el 3 de Junio de 1989, la Virgen
comunica a Gobbi que en la lucha terrible entre Satanás y Ella,
"sube del mar, en ayuda del Dragón, una bestia semejante a
una pantera. Si el Dragón Rojo es el ateismo marxista, la bestia
negra es la Masonería. El Dragón se manifiesta en el vigor de
su potencia; la bestia negra, en cambio, obra a la sombra, es
esconde, se oculta.. Obra por doquier con la astucia y con los
medios de comunicación social. .. La masonería domina y
gobierna en todo el mundo por medio de diez cuernos. El cuerno,
en el mundo bíblico, siempre ha sido un instrumento de
amplificación. .. Si el Dragón Rojo obra para llevar a toda la
humanidad a prescindir de Dios, a la negación de Dios.. el
objetivo de la Masonería no es el de negar a Dios, sino el de
blasfemarlo. .. La mayor de las blasfemias es la de negar el
culto debido sólo a Dios para darlo a las criaturas y al mismo
Satanás. .. Si el Señor ha comunicado su Ley con los diez
mandamientos, la masonería difunde por todas partes, con la
potencia de sus diez cuernos, una ley que es completamente
opuesta a Dios. .. (Instaura) falsos ídolos, que son exaltados y
adorados por un número creciente de hombres: la razón, la
carne, el dinero, la discordia, el dominio, el placer. De esta
manera, las almas son precipitadas.. en el estanque de fuego
eterno que es el infierno. .. Para alcanzar este fin, a la bestia
negra que sube del mar, acude en ayuda, desde la tierra, una
bestia que tiene dos cuernos, semejantes a los de un cordero. ..
(Esta) indica la Masonería infiltrada dentro de la Iglesia, es
decir, la masonería eclesiástica, que se ha difundido sobre
todo entre los miembros de la Jerarquía. Esta infiltración
masónica dentro de la Iglesia, ya os ha sido predicha por Mí en
Fátima, cuando os anuncié que Satanás se introducirá hasta el
vértice de la Iglesia. .. El fin de la masonería eclesiástica
(no es el de blasfemar sino) el de destruir a Cristo y a su
Iglesia, construyendo un nuevo ídolo, es decir, un falso Cristo
y una falsa Iglesia. .. Trata de destruirla con el falso
ecumenismo, que lleva a la aceptación de todas las iglesias
cristianas, afirmando que cada una de ellas posee una parte de la
verdad. Cultiva el designio de fundar una Iglesia ecuménica
universal formada por la fusión de todas las creencias, entre
las cuales estaría la Iglesia católica" (pp. 763-72,
19ªedición española, 1997).
v ) Así ha quedado documentado por un periodista acreditado ante
el Vaticano, Luigi Accattoli, en su esclarecedor libro Cuando el
Papa pide perdón (Tyrolia, 1999).
vi ) Hay que advertir que en la doctrina eclesiológica
preconciliar, centrada en la doctrina del Corpus Mysticum, no
cabía divergencia alguna entre ambos. Desde la acentuación
conciliar del carácter de 'Pueblo de Dios', sin embargo, como
eje de comprensión de lo que es la Iglesia, ésta -tanto
doctrinalmente como en la conciencia de los católicos- ha
sufrido un giro hermeneutico hacia posturas naturalistas, donde
la distinción real entre su constitución natural y sobrenatural
ya no queda tan claro. A ello contribuyó en la misma lógica
filoprotestante, la marginación práctica de la Inmaculada
Virgen María como prefiguración acabada de lo que es la
Iglesia. Con la consecuencia de que la Iglesia se autopresenta
más como 'sujeto histórico' sui generis, ya no tanto como
Esposa místicamente unida a Cristo.
vii ) He aquí una vez más el prejuicio típicamente liberal y
modernista de que "es necesario que el cristiano actúe
según la caridad". Sí, así es verdaderamente. No hay
excepción a dicha regla. Pero la caridad no es un movimiento
informe, desordenado y confuso. Precisamente es el Apóstol, en
el célebre himno a la caridad, el que encamina la fuerza del
amor por el único cauce posible, amén de justo: "la
caridad se complace en la verdad" (Ef. 13, 6). Por lo cual
también la severidad forma parte de la caridad y expresa
dignísimamente aspectos misericordiosos de ella, salvaguardando
y tutelando la inocencia de las almas, que pueden recibir malas
enseñanzas y motivos de escándalo.
viii ) Remitirse a "Leyendas negras de la Iglesia", de
Vittorio Messori (Planeta, col. Testimonio, 1999), donde el autor
refuta todos los tópicos que se han vertido contra la Iglesia y
contra España. De lectura amena y rápida nos informa y nos
carga de argumentos para poder rebatir los lugares comunes que el
discurso cultural dominante del Nuevo Orden Mundial pretende
imponer. Repasa todos los asuntos típicos, desde la Inquisición
hasta la conquista, desde Galileo hasta la Revolución Francesa,
desde la Cruzada hasta la pena de muerte.
ix )En esto, curiosamente, la Iglesia se asemeja al Estado
español en relación al aborto. Me explico. En España el
aborto, realmente, sigue siendo un delito. Sin embargo, está
despenalizado. Es decir, no se aplican medidas punitivas contra
quienes recurren a él o lo practican. De todos es sabido, e
incluso algunos obispos valientes lo han dicho más de una vez,
que a efectos prácticos, es lo mismo que si el aborto hubiera
dejado de ser delito.
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