|
Una experiencia histórica de economía cooperativa: La República Guaraní .
Una ejemplo de organización política, con la justicia social como pilar, destruido por los políticos afrancesados siguidores de la Ilustración
Estando empeñado en la dignísima tarea
de recoger exhaustivamente diversas experiencias de economía
cooperativa, me ha parecido interesante traer a colación el
eficacísimo, y muy nuestro por otra parte, modelo jesuítico de
las "reducciones indígenas", llamado también
República Guaraní, o Estado Jesuítico, o República
jesuítica, o Imperio jesuítico en Paraguay..
Se establece dicha República Guaraní en una amplia zona que
abarca la ribera del río Uruguay y la margen izquierda del río
Paraná, ocupando lo que actualmente es Paraguay, parte de Brasil
y Uruguay y las provincias argentinas de Misiones y Santa Fe.
El proyecto lo imagina inicialmente el gobernador Hernandarias de
Saavedra, autor también de las llamadas "Ordenanzas de los
indígenas" (1603) y promotor de numerosas misiones
franciscanas en el Paraná. No se trata sin embargo de una
empresa privada, o puramente eclesial, pues los jesuitas actúan
en cumplimiento de las recomendaciones de la Junta Magna del
Consejo de Indias de 1568 y en las disposiciones de Trento, que
piden, entre otras cosas, la concentración de los indígenas en
poblados regidos por un doctrinero y la evangelización en la
propia lengua de los nativos. Hacia finales de siglo el padre
Caludio Acquaviva, superior de los jesuitas, propone la creación
en la zona antes mencionada de una provincia jesuítica
independiente de la del Perú, que es finalmente aprobada por el
Papa en 1607, y se pone en marcha en 1609 bajo la dirección del
provincial Diego de Torres con el apoyo económico de la Corona
española y el apoyo inestimable del gobernador Hernandarias de
Saavedra.
El primer ensayo, realizado en 1609 en el río Piraga, al norte
de Iguazú, sobre poblaciones nómadas, fracasa estrepitosamente;
en cambio el segundo, llevado a cabo en 1610 en el Paranapanema
sobre tribus guaraníes, tradicionalmente agrícolas, resulta un
éxito. De 1610 a 1640, se funda una treintena de
"reducciones" en el arco de los ríos Paraná y
Uruguay, que llegan a albergar en conjunto, en su mejor momento,
a casi 140.000 indígenas.
Los conflictos de jurisdicción con los encomenderos de la zona
-que surgen pronto- los soluciona la Corona enviando a Francisco
de Alfaro, oidor (inspector) con plenos poderes que, en 1611,
dicta las llamadas "Ordenanzas de Alfaro", verdadera
acta constitucional de las "reducciones" en la que se
ordena la reunión en poblados de nueva planta de todos los
indios de la zona, aun aquellos que presten ya servicio a un
encomendero. Dichos poblados o "reducciones", que deben
disponer de cabildo propio y de un relativo autogobierno, están
vedados a españoles, mestizos y negros, con la excepción obvia
del cura y del encomendero, a quien, en todo caso, se le prohíbe
pernoctar en ellos. Apuntemos que se trata, en todo caso, de una
"ordenanzas" pronto superadas por otras posteriores en
el sentido de sustraer definitivamente a la población indígena
de la servidumbre a cualquier encomendero. Dicha normativa será
recopilada en el "Libro de Órdenes", un ejemplar del
cual es custodiado en cada comunidad.
La estructura física de una "reducción" tipo, es
similar a la de una ciudad española de su tiempo, bien que
modificada por las nuevas ideas urbanísticas planteadas desde el
renacimiento. El núcleo del poblado es, pues, la plaza, un
espacio rectangular de unos 120 por 100 metros presidido por la
iglesia y rodeado de árboles y estatuas religiosas, entre las
que se sitúa una fuente. Alrededor de la plaza, además de la
iglesia y la escuela, la casa de las viudas, el hospital, el
cementerio, el arsenal, el granero público, el alojamiento para
transeúntes y, en fin, todas las instituciones de asistencia,
más la casa del pueblo, un espacio de uso comunitario dotado de
grandes salas de reunión y talleres flanqueados por galerías.
De la plaza salen tres o cuatro avenidas, de entre 15 y 20 metros
de ancho, frecuentemente pavimentadas, que se abren a la ciudad
propiamente dicha, trazada de forma regular con calles
entrecruzadas en forma de cuadrícula y agrupadas en manzanas de
seis u ocho casas rodeadas por la "veranda", una
galería corredera cubierta y elevada casi un metro por encima
del suelo que permite la movilidad al abrigo del sol y de la
lluvia.
Desde el punto e vista de la organización social y económica,
las "reducciones" se constituyen sobre la base de una
fuerte cohesión interna y una economía mayoritariamente
cooperativa que algunos han querido definir exageradamente como
una especie de "socialismo cristiano".
Hay que decir que los jesuitas respetan la original organización
familiar de los indígenas guaraníes, bien que matizada merced a
la imposición -lógica, por otra parte- de la monogamia.
También respetan, al menos en los primeros años, su estructura
política, manteniendo la autoridad de los caciques como jefes de
barrio en la "reducción", aunque la fusión en el
ámbito urbano de grupos tribales diversos acaba por diluir las
dignidades antiguas. También la legislación penal es, en gran
medida, específica para las "reducciones", y adecuada
a las costumbres de los indígenas: descarta, por ejemplo, la
pena de muerte y los castigos de prisión superiores a los diez
años.
El órgano de autogobierno de la "reducción", y en
esto no hay diferencia con otras muchas ciudades españolas, el
Cabildo, formado por dos alcaldes, fiscales y otros cargos
concejiles elegidos cada año por los propios habitantes sobre
una lista de candidatos preparada por el Cabildo saliente. El
cargo de corregidor, el el único que puede ejercerse durante
cinco años seguidos. La Asamblea popular es convocada, en
cambio, con bastante frecuencia.
Conviene, sin embargo, destacar la importancia de la comunidad
jesuita en la vida política y social de las
"reducciones". Aunque el Cabildo celebra reuniones
periódicas, el corregidor y los dos alcaldes indígenas
despachan a diario con los dos padres jesuitas encargados e la
misión: el Pai Mini o doctrinero, encargado de lo espiritual, y
el Pai Tuya o administrador, a quienes se someten también los
problemas de mayor dificultad. Todo viene supervisado, en última
instancia, por el superior general provincial de los jesuitas,
que está capacitado para cesar, en casos de flagrante
incompetencia o deshonestidad, la mismo Corregidor de una
comunidad. Los conflictos territoriales entre
"reducciones" diferentes son estudiados y dirimidos por
tribunales formados por tres jesuitas ajenos a la región, de
forma que los planteados en el Uruguay los resuelven padres
asentados en el Paraná, y viceversa.
En cuanto a la organización económica, el sistema jesuítico
divide la tierra de laboreo, según una fórmula trinitaria, en
tres partes: la tierra de Dios o Tupambaé, que se trabaja de
forma cooperativa durante varios días a la semana y cuyos
beneficios se destinan a la manutención del templo y de los
asilos de viudas, huérfanos y ancianos; la tierra comunal o
Tavambaé, cultivada también de forma cooperativa para sostener
el pago de los tributos reales e infraestructuras locales (nuevos
talleres, hospedajes, caminos, herramientas y medios de
transporte); y la tierra familiar o Avambaé, que no puede ser
enajenada y sirve al sustento particular de cada núcleo
familiar. Es la comunidad, en todo caso, la que provee a las
familias de las semillas necesarias para la siembra, la que les
presta los animales precisos para el laboreo y la que, en
definitiva, les facilita graneros en los que acumular parte de la
cosecha, para prevenir necesidades familiares futuras.
Es importante también referirse a la vida económica de las
"reducciones" jesuíticas, el pastoreo de la
ganadería, imprescindible para la alimentación de la
población, las labores agrícolas y el transporte de las
mercancías. Cada "reducción" dispone de una estancia,
a veces de miles de hectáreas, en la que pastan con frecuencia
entre 5.000 y 6.000 cabezas de ganado.
Existen igualmente, como ya he mencionado, talleres artesanos
dedicados a la elaboración de productos comercializables, como
el algodón, el cuero, el aceite, el azúcar o el mate, además
de la industria del ladrillo, los astilleros y las fundiciones.
Se instalan para ello con frecuencia molinos fluviales. De hecho,
algunas "reducciones" forman núcleos industriales cuyo
volumen de producción en nada tiene que envidiar al de muchas
ciudades europeas de su tiempo.
Se desarrolla también la imprente, existente en las
"reducciones" de Loreto, Candelaria, San Javier y Santa
María la Mayor, donde se publican libros en lengua guaraní,
como la famosa gramática de Restivo, mapas cartográficos
americanos y algunas obras de temática religiosa.
La jornada laboral, por otra parte, no excede nunca de seis
horas, interrumpidas en ocasiones para el descanso, la música o
los juegos comunitarios. Un horario que contrasta con la de
cualquier otro campesino europeo o americano de su tiempo,
sometido a menudo a jornadas de doce o catorce horas. Es
significativo, sin embargo, el hecho de que el rendimiento de
estas explotaciones supera ampliamente el de otras fórmulas más
tradicionales. De hecho, las "reducciones" no tarden en
convertirse en centros de producción muy rentables, que llegan a
conseguir hasta cuatro cosechas anuales de maíz.
No debemos olvidar, en fin, la abundantísima vida interior de
intercambio de que disfrutan estas comunidades: aún siendo
inexistente en ellas la moneda, el abastecimiento queda
garantizado por los almacenes comunitarios. Una vez asegurada la
subsitencia, se otorga a las mercancías un valor ficticio, en el
que la capacidad de compra viene definida por la mayor o menor
aportación al trabajo cooperativo. El resto de los excedentes
comunitarios y particulares se destinan a la comercialización
externa, bien con mercaderes visitantes, que pueden acceder a la
"reducción" durante un tiempo máximo de tres días y
tratar con sus habitantes en una especie de lonja llamada Tambo,
bien con otras "reducciones", bien con otras economías
exteriores en los mercados de Santa Fe o Buenos Aires. Ésta
último modo, administrado en exclusiva por los mismos jesuitas,
es el que permite completar los pagos tributarios anuales y abrir
la comunidad a materias primas de las que la comunidad no dispone
(sobre todo metales: oro, plata, cobre, acero).
Conviene recordar que las "reducciones" no son núcleos
autosuficientes en sí mismos: de hecho, todas ellas forman parte
del gran proyecto jesuítico (de ahí lo del Estado Jesuítico
del Paraguay), un todo regido por el padre provincial de la
Orden. Se trata, en todo caso, de comunidades autogestionadas, y
en cierto modo autogobernadas, pero asistidas por la tutela
espiritual y técnica de los jesuitas.
No podemos, con todo, considerarlas como una "experiencia
más" dentro de la búsqueda humana por encontrar un modelo
de convivencia económica comunitaria. De hecho, aunque a menudo
se desconozca, es el ensayo cooperativo más largo (dura más de
ciento cincuenta años) y más exitoso de cuantos el hombre ha
llevado a cabo nunca, incluidas las trágicas experiencias
comunistas. Y lo pone en práctica, no la Modernidad, sino la
España católica de la Contrarreforma. De ahí, seguramente, la
enorme cantidad de enemigos con que tropieza, sobre todo a raíz
de la generalización en Europa del pensamiento ilustrado.
¿Cómo soslayar que es precisamente la monarquía ilustrada
borbónica la que le pone fin?
Desde la llamada Cédula Grande y, sobre todo, el Tratado de
límites de 1750, en que España cede a Portugal el oriente del
río Uruguay, la actitud de la Corona española cambia
radicalmente respecto al proyecto guaraní. El advenimiento al
trono de Carlos III en 1759, agudiza todavía más esa tendencia:
en 1767, los jesuitas son expulsados de América y sustituidos al
frente de las "reducciones" por otros clérigos, menos
preparados y más dóciles al nuevo programa ilustrado, y por
funcionarios corruptos que no tardan en provocar el colapso y la
consiguiente desaparición del proyecto guaraní.
Miguel Argaya Roca.
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
La reproducción total o parcial de estos documentos esta a
disposición de la gente siempre bajo los criterios de buena fe y
citando su origen.