|
Conciencia moral y existencia de Dios .
Lo esencial de la naturaleza humana -lo que determina a cualquier hombre como tal- es definido y estable; por esto, también su ley básica también lo es.
La ley natural está inscrita y grabada
en el alma de todos y cada uno de los hombres, porque es la
razón humana la que ordena hacer el bien y prohibe pecar... Pero
esta prescripción de la razón humana no podría tener fuerza de
ley si no fuese la voz y el intérprete de una razón más alta a
la que nuestro espíritu y nuestra libertad deben estar sometidos
(León XIII, Enc. Libertas præstantissimum)
El término conciencia moral, en su uso corriente, puede, a
veces, intercambiarse con el de sujeto moral o persona. Esto
concuerda con los modos de expresión de la tradición bíblica y
patrística, que ha mantenido una visión unitaria, global e
integradora de la persona(1). Así puede verse, por ejemplo, en
el uso de la palabra corazón para designar el núcleo de la vida
biológica y del siquismo, y, también, al mismo sujeto -con
todas sus concepciones, ideales, sentimientos y acciones-(2).
Más específicamente, por conciencia moral entendemos el juicio
de la razón por el que nos damos cuenta de la cualidad moral de
nuestros actos. La conciencia moral comprende la percepción de
los principios de moralidad (sindéresis), su aplicación
concreta mediante un discernimiento práctico de las razones y de
los bienes y, en fin, el juicio formado acerca de los actos
mismos.(3)
Disponemos, pues, de unas normas o pautas de conciencia, que nos
definen, en rasgos generales, el comportamiento conveniente,
acorde con nuestra naturaleza. Normas de este tipo son, por
ejemplo, el adagio haz el bien y evita el mal, o -lo que es lo
mismo- que cada cual debe actuar de manera genuinamente humana y
procurar su realización. Estas fórmulas, que conciernen a toda
persona como tal, trascienden las particularidades -son
analíticas y universales-. A partir de estas normas, pueden
deducirse otras, también universales, referentes a las distintas
dimensiones de la vida humana, v.gr., ser "racional" o
"humano" en el desempeño de la sexualidad (ser casto),
en la administración de la vida terrena o en la distribución de
los bienes (ser justo), o que uno debe ser sincero y veraz, no
ser cruel, etc.
Las normas prácticas y efectivas que determinan el
comportamiento virtuoso, en términos tales como castidad,
justicia, fidelidad y sinceridad dependen mucho de la experiencia
de la realidad global -de la vida humana-. Su concreta
determinación sólo puede ser hecha a través de un proceso
valorativo, sopesando diversos elementos, de acuerdo a las
exigencias. Las posiciones asumidas y los juicios formulados -y,
por tanto, las normas deducidas- estarán así ajustadas a la
realidad concreta(4). Anuque la aplicación de la ley natural
varíe, ésta subsiste bajo el flujo de ideas y costumbres y
sostiene su progreso(5).
La ley natural -presente en la conciencia- se funda en los
componentes esenciales de la persona humana -y, más
profundamente, en Dios, que la conforma-. Lo esencial de la
naturaleza humana -lo que determina a cualquier hombre como tal-
es definido y estable; por esto, también su ley básica también
lo es.(6)
A partir de lo percibido del exterior, formamos una imagen de la
realidad presente fuera. De igual manera, a partir de los
sentimientos de aprobación y confianza, o de reprobación y
dolor, que siguen a nuestras acciones buenas o malas,
configuramos la imagen de un legislador que está por sobre
nuestros arbitrios. "La conciencia se extiende hacia algo
que la trasciende, y puede entrever borrosamente una sanción
más alta que ella misma en sus decisiones, como se ve por el
agudo sentido de obligación y responsabilidad que las
informa"(7). Esta aprehensión aparece de modo muy natural,
es viva, y está a la base de la religiosidad.
Sea cual sea el influjo familiar y social en la génesis de esta
concepción íntima, lo cierto es que, cuando, siendo aun niños,
ya nos mostramos capaces de actos deliberados, al mismo tiempo,
dominamos y nos hemos apropiado de ciertos parámetros básicos
de juicio comportamental. Así, estos parámetros se muestran muy
afines -si no connaturales- con la actuación personal temprana.
Un niño de edad preescolar -con influencias favorecedoras de su
instinto religioso- entiende que hay cosas y acciones buenas o
malas -aunque sin que pueda explicar, propiamente, por qué lo
son-. En el dictamen de su conciencia -sin un razonamiento
analógico- puede percibir algo así como el eco de la voz de un
gobernador moral -que está sobre él, que lo conoce todo, que es
justo- a quien da cuenta de sus actos, aunque no pueda verle.
Tiene, en fin, la impresión de un Ser invisible, benévolo,
providente, en relación inmediata e íntima. Los niños
aprehenden fácil, y cuasi-espontáneamente, las verdades
religiosas.
Esta concepción interior es la imagen de Uno que es bueno porque
manda lo que es justo y bueno. El niño adhiere su juicio y
sentido moral a Él y se enciende en sentimientos de gratitud y
de amor.
Los diversos elementos de la ley moral -la verdad, la pureza, la
justicia, la bondad-, de por sí, son atrayentes; son aspectos de
la misma bondad. El niño es sensible hacia todas estas virtudes
y se mueve, por ello, a amar al legislador. No tiene dificultad
en concebirlas como algo indivisible, en una misma personalidad.
La idea de una perfección que abarque todas las excelencias
posibles es connatural a nuestra mente.
Es posible constatar, que alguno que otro niño posee la
concepción -aunque sea de manera muy rudimentaria- del Dios
bueno. Esta imagen precede a toda reflexión y a todo
reconocimiento de su carácter nocional. Aunque el niño no pueda
definir o explicar el significado de la palabra Dios, muestra, en
su misma vida, cuanto implica para él. Es cierto que tiene un
sentido borroso de lo que oye acerca de personas y cosas, y
escucha con interés fábulas e historias; pero, en conciencia,
vibra, confiere un significado profundo y responde a las primeras
enseñanzas acerca de la voluntad y providencia divinas.
La imagen y aprehensión de Dios es susceptible de profundizarse
y completarse -o, por el contrario, de debilitarse- en el decurso
de la vida, bajo los influjos externos e internos -por las varias
experiencias en el trato social, la educación...-
Gracias a esta conciencia religiosa podemos obtener, a partir de
materiales aparentemente menos aptos, una visión de Dios más
consistente y luminosa que la forjada de modo meramente nocional
y no vivencial.
El conocimiento teórico se funda en nociones; la conciencia
religiosa, en vivencias. La adhesión más perfecta a las
verdades teológicas proviene de este hábito de religión
personal. El credo dogmático se armoniza con la devoción
religiosa. En conciencia, pues, con conocimiento y afecto, nos
mantenemos en comunión con Dios, lo descubrimos presente en
nosotros, en los demás, y en todo, vivimos en su intimidad, le
contemplamos constantemente y adoramos.(8)
Con San Agustín, cada uno de nosotros puede afirmar:
"encuentro a Dios en mi corazón" -ad ipsius animi mei
sedem-; "inmanente y trascendente" -in te, supra me-;
"más íntimo que mi misma intimidad y superior a lo sumo
mio" -Tu autem eras interior intimo meo, et superior summo
meo-; "he aquí su morada, está allí en donde se aprecia
la verdad: en el fondo del corazón" -intimus cordi est-.(9)
Octavio A. Rodríguez
____________________
Referencias
1. cf. MIRANDA, VICENTE, "El tema de la conciencia en la
reflexión moral de nuestros días", en Moralia, Instituto
Superior de Ciencias morales, Madrid, Vol. 19, No. 4, 1996, p.
375-376.
2. cf. PIO XII, Carta Encíclica Haurietis aquas, Sobre el culto
al Sagrado Corazón de Jesús, 1956.
3. cf. Catecismo de la Iglesia Católica, Coeditores litúrgicos
et alii-Libreria Editrice Vaticana, 1992, No. 1777-1780.
4. cf. FUCHS, JOSEF, "Epikeia Applied to Natural Law?",
en Personal Responsability and Christian Morality, Georgetown
University Press, Washington, 1983, p. 185-199.
5. cf. Catecismo de la Iglesia Católica, o.c., No. 1957-1958.
6. cf. Ibidem, No. 1955.
7. BEATO JOHN HENRY NEWMAN, o.c., p.119
8. cf. BEATO JOHN HENRY NEWMAN, o.c., p. 126.
9. cf. Confesiones, Lib.III, X y XII.
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
La reproducción total o parcial de estos documentos esta a
disposición de la gente siempre bajo los criterios de buena fe y
citando su origen.