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Editorial.
"De algo que pareciendo Liberalismo no lo es, y de algo que lo es aunque no lo parezca"
Las observaciones de Sardá nos hacen
reflexionar sobre un punto crucial cuando la confusión de los
términos, y del lenguage en general, es un elemento de
manipulación que actúa como caballo de Troya en las conciencias
políticas y sociales de los pueblos, haciéndoles aceptar
regímenes relativistas y tiránicos, por no estar sometidos en
su funcionamiento y legislación a las limitaciones éticas y
morales de la ley natural.
Liberalismo es para unos las formas políticas de cierta clase;
Liberalismo es para otros cierto espíritu de tolerancia y
generosidad opuestas al despotismo y tiranía; Liberalismo es
para otros la igualdad civil; Liberalismo es, en fin, para muchos
una cosa vaga e incierta, que pudiera traducirse sencillamente
por lo opuesto a toda arbitrariedad gubernamental.
Urge, pues, volver a preguntar aquí: ¿Qué es el liberalismo? O
mejor ¿qué no es?
En primer lugar; no son ex se Liberalismo las formas políticas
de cualquier clase que sean, por democráticas o populares que se
las suponga. Cada cosa es lo que es.
Las formas son formas, y nada más. Una república unitaria o
federal, democrática, aristocrática o mixta; una monarquía
democrática con Gobierno representativo o mixto, con más o
menos atribuciones del poder Real, o con el máximun o minimum de
rey que se quiera hacer entrar en la mixtura; la monarquía
absoluta o templada, hereditaria o electiva, nada de eso tiene
que ver ex se (repárase bien este ex se) con el Liberalismo.
Todos estos tipos de Gobiernos pueden ser perfecta e
íntegramente legítimos. Como acepten sobre su propia soberanía
la de Dios y reconozcan haberla recibido de El, y se sujeten en
su ejercicio al criterio inviolable de la ley natural, y den por
indiscutible en sus Parlamentos todo lo definido, y reconozcan
como base del derecho público la supremacía moral de la Verdad
y el absoluto derecho suyo en todo lo que es de su competencia;
tales Gobiernos son verdaderamente legítimos, y nada les puede
echar en cara el más exigente
La historia nos ofrece repetidos ejemplos de poderosísimas
repúblicas, fervorosísimas católicas. Ahí está la
aristocrática de Venecia; ahí la mercantil de Génova y ciertos
cantones suizos.
Como ejemplo de monarquías mixtas muy católicas, podemos citar
nuestra gloriosísima de Cataluña y Aragón, las más
democráticas y a la vez la más católicas del mundo en los
siglos medios, la antigua de Castilla hasta la Casa de Austria;
la electiva de Polonia hasta la inicua desmembración de este
religiosísimo reino.
Es una preocupación creer que las monarquías han de ser ex se
más religiosas que las repúblicas. Precisamente los más
escandalosos ejemplos de persecución al Catolicismo los han dado
en siglos anteriores monarquías como la británica y la de
Prusia.
Un Gobierno de cualquier forma que sea, es legítimo si basa su
Constitución y legislación y política en principios de derecho
natural; es liberal si basa su Constitución, su legislación y
su política en principios racionalistas.
No en que legisle o gobierne el rey en la monarquía, o en que
legisle o gobierne el pueblo en la república, o en que legislen
o gobiernen ambos en las formas mixtas, está la esencial
naturaleza de una legislación o Constitución; sino en que se
haga o no se haga todo bajo el sello inmutable de la fe y
conforme a lo que manda a los Estados como a los individuos la
ley natural.
Así como lo mismo puede ser católico un rey con su púrpura, un
noble con sus blasones o un trabajador con su blusa de algodón;
de igual suerte los Estados pueden ser legítimos, sea cual fuere
la clasificación que se les dé en el cuadro sinóptico de las
formas gubernativas.
De consiguiente, tampoco tiene que ver el ser liberal o no serlo,
con el horror natural que todo hombre debe profesar a la
arbitrariedad y tiranía, con el deseo de la igualdad civil entre
todos los ciudadanos, y mucho menos con el espíritu de
tolerancia y generosidad, que (en su debida acepción) no son
sino virtudes cristianas.
Y sin embargo, todo esto en el lenguaje de ciertas gentes, y aun
de ciertos periódicos, se llama Liberalismo. He aquí, pues, una
cosa, que pareciendo Liberalismo, no lo es en manera alguna.
Hay en cambio alguna cosa que, no pareciéndose a Liberalismo,
efectivamente lo es.
Suponed un Gobierno de los llamados conservadores de hoy, el más
conservador que os sea dable imaginar, y suponed que tal Gobierno
conservador tengan establecida su Constitución y basada su
legislación, no sobre principios de derecho natural, ni sobre el
recocimiento de la existencia de una Verdad, sino sobre el
principio, o de la voluntad libre del Jefe del Estado, o de la
voluntad libre de la mayoría conservadora. Tal Gobierno
conservador son perfectamente liberales y contrarios al derecho
natural y con ilimitación jurídica, y por ello tiránicos.
Que el librepensador sea un monarca, con sus ministros
responsables, o que lo sea un ministro responsable, con sus
Cuerpos colegisladores, para el efecto es igual.
En uno y otro caso anda aquélla informada por el criterio
librepensador, y de consiguiente liberal Que tenga o no tenga,
por sus miras, aherrojada la prensa; que azote por cualquier
nonada al país; que rija con vara de hierro a sus vasallos,
podrá no ser libre aquel mísero país, pero será perfectamente
liberal
Tales fueron los antiguos imperios asiáticos; tales varias
modernas monarquías; tal el Imperio alemán de Bismarck; tal la
actual monarquía española.
Y he aquí el caso de algo que pareciendo no ser Liberalismo, lo
es sin embargo, y del más refinado y del más desastroso, por lo
mismo que no tiene apariencia de tal.
Por donde se verá con qué delicadeza se ha de proceder cuando
se tratan tales cuestiones. Es preciso ante todo definir los
términos del debate y evitar el equívoco, que es lo que más
favorece al error.
Hemos dicho que no son ex se liberales las formas democráticas
inorgánicas, tal como se entienden hoy, puras o mixtas. Sin
embargo, esto que especulativamente hablando, o sea en abstracto,
es verdad; no lo es tanto en praxis, o sea en el orden de los
hechos, al que principalmente debemos andar siempre atentos.
En efecto; a pasar de que, consideradas en sí mismas, no son
liberales tales formas de gobierno; lo son en nuestro siglo.
Tampoco es rigurosamente exacto que las formas políticas sean
indiferentes al derecho natural, aunque ésta las acepte todas.
El sano filósofo las estudia y analiza, y sin condenar alguna,
no deja de manifestar preferencia por las que más a salvo dejan
los principios.
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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