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Portada revista 41

¿Un partido político católico?: el gran silencio. Indice de Revistas Del culto al cuerpo y a la juventud

ARBIL, anotaciones de pensamiento y critica

Editorial.

"De algo que pareciendo Liberalismo no lo es, y de algo que lo es aunque no lo parezca"

Las observaciones de Sardá nos hacen reflexionar sobre un punto crucial cuando la confusión de los términos, y del lenguage en general, es un elemento de manipulación que actúa como caballo de Troya en las conciencias políticas y sociales de los pueblos, haciéndoles aceptar regímenes relativistas y tiránicos, por no estar sometidos en su funcionamiento y legislación a las limitaciones éticas y morales de la ley natural.

Liberalismo es para unos las formas políticas de cierta clase; Liberalismo es para otros cierto espíritu de tolerancia y generosidad opuestas al despotismo y tiranía; Liberalismo es para otros la igualdad civil; Liberalismo es, en fin, para muchos una cosa vaga e incierta, que pudiera traducirse sencillamente por lo opuesto a toda arbitrariedad gubernamental.

Urge, pues, volver a preguntar aquí: ¿Qué es el liberalismo? O mejor ¿qué no es?

En primer lugar; no son ex se Liberalismo las formas políticas de cualquier clase que sean, por democráticas o populares que se las suponga. Cada cosa es lo que es.

Las formas son formas, y nada más. Una república unitaria o federal, democrática, aristocrática o mixta; una monarquía democrática con Gobierno representativo o mixto, con más o menos atribuciones del poder Real, o con el máximun o minimum de rey que se quiera hacer entrar en la mixtura; la monarquía absoluta o templada, hereditaria o electiva, nada de eso tiene que ver ex se (repárase bien este ex se) con el Liberalismo.

Todos estos tipos de Gobiernos pueden ser perfecta e íntegramente legítimos. Como acepten sobre su propia soberanía la de Dios y reconozcan haberla recibido de El, y se sujeten en su ejercicio al criterio inviolable de la ley natural, y den por indiscutible en sus Parlamentos todo lo definido, y reconozcan como base del derecho público la supremacía moral de la Verdad y el absoluto derecho suyo en todo lo que es de su competencia; tales Gobiernos son verdaderamente legítimos, y nada les puede echar en cara el más exigente

La historia nos ofrece repetidos ejemplos de poderosísimas repúblicas, fervorosísimas católicas. Ahí está la aristocrática de Venecia; ahí la mercantil de Génova y ciertos cantones suizos.

Como ejemplo de monarquías mixtas muy católicas, podemos citar nuestra gloriosísima de Cataluña y Aragón, las más democráticas y a la vez la más católicas del mundo en los siglos medios, la antigua de Castilla hasta la Casa de Austria; la electiva de Polonia hasta la inicua desmembración de este religiosísimo reino.

Es una preocupación creer que las monarquías han de ser ex se más religiosas que las repúblicas. Precisamente los más escandalosos ejemplos de persecución al Catolicismo los han dado en siglos anteriores monarquías como la británica y la de Prusia.

Un Gobierno de cualquier forma que sea, es legítimo si basa su Constitución y legislación y política en principios de derecho natural; es liberal si basa su Constitución, su legislación y su política en principios racionalistas.

No en que legisle o gobierne el rey en la monarquía, o en que legisle o gobierne el pueblo en la república, o en que legislen o gobiernen ambos en las formas mixtas, está la esencial naturaleza de una legislación o Constitución; sino en que se haga o no se haga todo bajo el sello inmutable de la fe y conforme a lo que manda a los Estados como a los individuos la ley natural.

Así como lo mismo puede ser católico un rey con su púrpura, un noble con sus blasones o un trabajador con su blusa de algodón; de igual suerte los Estados pueden ser legítimos, sea cual fuere la clasificación que se les dé en el cuadro sinóptico de las formas gubernativas.

De consiguiente, tampoco tiene que ver el ser liberal o no serlo, con el horror natural que todo hombre debe profesar a la arbitrariedad y tiranía, con el deseo de la igualdad civil entre todos los ciudadanos, y mucho menos con el espíritu de tolerancia y generosidad, que (en su debida acepción) no son sino virtudes cristianas.

Y sin embargo, todo esto en el lenguaje de ciertas gentes, y aun de ciertos periódicos, se llama Liberalismo. He aquí, pues, una cosa, que pareciendo Liberalismo, no lo es en manera alguna.

Hay en cambio alguna cosa que, no pareciéndose a Liberalismo, efectivamente lo es.

Suponed un Gobierno de los llamados conservadores de hoy, el más conservador que os sea dable imaginar, y suponed que tal Gobierno conservador tengan establecida su Constitución y basada su legislación, no sobre principios de derecho natural, ni sobre el recocimiento de la existencia de una Verdad, sino sobre el principio, o de la voluntad libre del Jefe del Estado, o de la voluntad libre de la mayoría conservadora. Tal Gobierno conservador son perfectamente liberales y contrarios al derecho natural y con ilimitación jurídica, y por ello tiránicos.

Que el librepensador sea un monarca, con sus ministros responsables, o que lo sea un ministro responsable, con sus Cuerpos colegisladores, para el efecto es igual.

En uno y otro caso anda aquélla informada por el criterio librepensador, y de consiguiente liberal Que tenga o no tenga, por sus miras, aherrojada la prensa; que azote por cualquier nonada al país; que rija con vara de hierro a sus vasallos, podrá no ser libre aquel mísero país, pero será perfectamente liberal

Tales fueron los antiguos imperios asiáticos; tales varias modernas monarquías; tal el Imperio alemán de Bismarck; tal la actual monarquía española.

Y he aquí el caso de algo que pareciendo no ser Liberalismo, lo es sin embargo, y del más refinado y del más desastroso, por lo mismo que no tiene apariencia de tal.

Por donde se verá con qué delicadeza se ha de proceder cuando se tratan tales cuestiones. Es preciso ante todo definir los términos del debate y evitar el equívoco, que es lo que más favorece al error.

Hemos dicho que no son ex se liberales las formas democráticas inorgánicas, tal como se entienden hoy, puras o mixtas. Sin embargo, esto que especulativamente hablando, o sea en abstracto, es verdad; no lo es tanto en praxis, o sea en el orden de los hechos, al que principalmente debemos andar siempre atentos.
En efecto; a pasar de que, consideradas en sí mismas, no son liberales tales formas de gobierno; lo son en nuestro siglo.

Tampoco es rigurosamente exacto que las formas políticas sean indiferentes al derecho natural, aunque ésta las acepte todas. El sano filósofo las estudia y analiza, y sin condenar alguna, no deja de manifestar preferencia por las que más a salvo dejan los principios.

 



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