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La condición española.
Los pueblos con carácter lo tienen en un sentido definido, conformado a través de siglos de historia, de experiencia. Pueblos así no están disponibles a cambios que puedan alterar su esencial forma de ser. Son pueblos rectores, que pueden colonizar, pero no ser colonizados
Con alguna recurrencia, Julián Marías
escribe artículos en que manifiesta optimismo sobre la sociedad
española actual. Sobre todo, destaca su apertura y
disponibilidad ante lo nuevo, ante el progreso; su adaptabilidad
a los nuevos tiempos, y su dinamismo, vitalidad y creatividad.
Pero entre artículo y artículo orientado en este sentido, son
muchos sus trabajos en que manifiesta preocupación, grave
preocupación, por diversos aspectos muy negativos de esta
sociedad. Y no tendrían tanta importancia, si no se trataran de
aspectos sustantivos que afectan al pensamiento, costumbres,
ética y estética.
Uno de los últimos artículo que he leído se titula
"Estado de error". El título no puede ser más
revelador. Y no puede ser más negativo el juicio que estima que
la sociedad española, y la occidental, se encuentran en estado
de error.
La aparente contradicción existen entre estas dos clases de
artículos, me ha movido a algunas reflexiones al tratar de
explicármela.
Creo que es un hecho que el pueblo español es vital y activo. En
la actualidad, por lo menos. Hubo otras épocas de apatía e
indolencia. Sin ir más lejos la época en que Azorín escribió
"La voluntad", donde trató de este tema. Pero en la
actualidad es industrioso y en el último medio siglo España ha
prosperado enormemente.
También parece cierto que Marías estima a la democracia liberal
como el mejor de los regímenes, y es posible que esta
preferencia le haya llevado a un prejuicio: el de considerar que
puesto que España ha encauzado sus pasos históricos adoptando
ese régimen, que es el mejor, las cosas necesariamente tienen
que ir mejor. Y el evidente desarrollo económico, debido a la
actividad de los españoles, puede mover a Julián Marías a un
cierto entusiasmo en algunas ocasiones, extendiendo su favorable
consideración a todos los ámbitos de la vida española. Mas a
su aguda percepción no se le pueden escapar las graves
desviaciones del espíritu que se dan en el español actual, lo
que le impele a escribir en muy otro sentido muchas más veces,
hasta el punto de hablar de un estado de error.
No es necesario citar nombres ni establecer comparaciones. Todos
sabemos que en el campo de la actividad del espíritu, los
tiempos anteriores al establecimiento del actual régimen, fueron
más plenos, más ricos. En filosofía, literatura, pintura,
música, etc. las realizaciones fueron más numerosas y más
notables. Hasta el cine de los cuarenta y cincuenta es ahora
valorado grandemente.
En resumen: ha habido progreso material y retroceso espiritual. Y
aún en lo material habría que hacer dos importantes salvedades:
la escasez de la vivienda, que la sitúa a precios astronómicos,
y la precariedad del empleo. Estas dos crueles realidades
constituyen la causa de la reducción de nacimientos hasta el
punto de que la población española vaya descendiendo de forma
progresiva.
No hay, pues, motivos indiscutibles para el optimismo, sobre todo
en el campo del espíritu, del arte y la cultura.
Se relaciona esto con esa pretendida virtud expuesta en los
artículos más rosados de Marías, que me permito modestamente
criticar. Se trata de esa apertura, de esa disponibilidad de los
españoles a asimilar las novedades que depare el futuro. Me
recuerda extraordinariamente lo que decía Fedor Dostoyevsky de
los rusos en "Diario de un escritor". Dostoyevsky no
sólo era un patriota; también era nacionalista. Esto le llevaba
a sobrevalorar el carácter y las virtudes rusas y a despreciar
al resto de los europeos. Y entre las supuestas virtudes de los
rusos destacaba esa conformidad, esa apertura a todo, esa
adaptabilidad que, según él, constituía la más notable
característica de los rusos, de la que los demás europeos
carecían. Pero... ¿todo esto no suena a hacer de la necesidad
virtud?
Porque lo cierto es que esa adaptabilidad o maleabilidad más
bien apuntan a una ausencia total de carácter. Los pueblos con
carácter lo tienen en un sentido definido, conformado a través
de siglos de historia, de experiencia. Pueblos así no están
disponibles a cambios que puedan alterar su esencial forma de
ser. Son pueblos rectores, que pueden colonizar, pero no ser
colonizados. España fué así en su mejor época.
Dostoyevsky se ilusionó vanamente con el pueblo ruso. Auguró
grandes males para Europa y su salvación gracias al cristianismo
de Rusia. Ocurrió justamente al revés. Hubo grandes males en
Europa, en efecto, pero Rusia no ejerció ningún papel salvador.
Por el contrario, convertida en gran potencia atea, engulló
buena porción de Europa y amenazó al resto. Su versión del
marxismo fué la más degradada. Desde hace una década, caído
el régimen comunista, su versión del capitalismo es asimismo la
más salvaje y delictiva.
Uno no tiene más remedio que relacionar estas trágicas
circunstancias con esa condición de magma disponible y maleable
del espíritu ruso, que lo inclina a aceptar pasivamente las
peores influencias, las peores desviaciones.
William Somerset Maugham, muy aficionado a España, declara en
"Don Fernando" que lo que precisamente hizo grandes a
los españoles, más que el arte, la literatura o el pensamiento,
fué el carácter. El carácter, en el que no han sido
sobrepasados por ningún pueblo, y solamente igualados por los
antiguos romanos, según afirma.
Pero ¿queda algo de aquel antiguo carácter? Aparentemente, no.
Porque lo que más distingue a la España actual es la
aceptación acrítica de lo foráneo, manifestación evidente de
la falta de carácter. Sigue siendo un país excepcional, pero en
el sentido de su obsesión por dejar atrás todo lo que le
distinguió; por borrarlo, en suma. Su ideal presente consiste en
parecerse lo más posible al resto de Europa. Acepta todo lo que
considera más avanzado y pretende colocarse en primera línea.
No se espere que oponga reparos morales a las costumbres más
deterioradas del mundo occidental. Admite el aborto, como era de
esperar, y se prepara para declararlo libre totalmente. Su
Tribunal Constitucional dictamina que al feto no se le puede
aplicar el derecho a la vida que proclama la Constitución. Su
clase científica se declara decidida a emplear los embriones
almacenados para la clonación de tejidos humanos, cuando en
otros países europeos se discute sobre la licitud ética de esta
utilización. Un profesor de ética y filósofo de cierto
renombre manifiesta que no ve ningún obstáculo moral para la
clonación de seres humanos, y nadie le contradice. Se ensalza al
homosexual, y un político que tímidamente señala las ventajas
del matrimonio sobre las parejas de hecho, causa un escándalo.
Los eclesiásticos se distinguen por su silencio tanto respecto
del dogma católico como de su moral. Se podría seguir
largamente...
Alguno dirá que esto pertenece a la religión, la ética y las
costumbres, y que éstas han evolucionado. Pero no es que hayan
evolucionado, sino que se han ido disolviendo. Y sin religión,
ética y costumbres adecuadas, sin ese cemento, las
civilizaciones se hunden y desaparecen. Y esto, que es la
consecuencia última de la Revolución, es aceptado de buena
gana, y como progreso, por la nación que más se ha opuesto
históricamente a la Revolución en sus diversos aspectos.
Sigue existiendo entre los españoles como un anhelo de que se
nos admita con plenitud de derechos en no se qué nirvana de
civilización superior y se olvide de una vez por todas el
significado que tuvimos en el pasado. Tanto es así que ni
siquiera es bien visto nombrar a España, y lo normal no es
proclamarse español, sino oriundo de alguna de sus regiones. Y
se pretende borrar u olvidar la historia de España.
Decididamente, no se puede hablar de un pueblo con carácter. Eso
pertenece al pasado. Porque sólo los países sin personalidad,
postrados, aceptan acríticamente los modelos foráneos y
reniegan de su Historia. El genio de un pueblo no puede consistir
en su apertura o disponibilidad, que son características
precisamente de la falta de genio, de la falta de sustancia
propia. El pueblo con personalidad no se cerrará definitivamente
a cualquier cambio, pero sí lo adecuará a las líneas maestras
de su cosmovisión. Y otras novedades, las rechazará ¿por qué
no?
España ha aceptado ávidamente todos los errores del mundo
occidental. El precio consiste en una grave desorientación,
mayor si cabe que la del resto de las naciones europeas. Como
dice Marías con precisión, muchas personas "sienten que se
han evaporado muchas cosas que eran habituales y se daban por
buenas..." "...sienten malestar, a veces muy agudo,
ante la configuración que han adquirido muchas dimensiones de la
vida".
Pero ese "estado de error" podría haber sido
neutralizado si España no hubiese adoptado, desechando sus
valores tradicionales que constituían su médula, esa posición
de pasiva disponibilidad hacia todo lo moderno y europeo,
simplemente por ser moderno y europeo. Con falta de carácter, y
falta de fe en su destino, ha abierto sus puertas a vientos
indeseables. Y no es acertado llamar virtud a tal ausencia de
criterio propio.
Ignacio San Miguel
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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