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La voz de un profundo enamorado: La lirica amorosa de Quevedo.
"Alma,
a quien todo un Dios prisión ha sido,
venas, que humor a tanto fuego han dado,
medulas, que han gloriosamente ardido.
Su cuerpo dejará, no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado."
Francisco de Quevedo
Quevedo es uno de los grandes poetas de
nuestra literatura y superior a todos en no pocos aspectos. La
poesía de Quevedo se extiende a lo largo de toda su vida de
escritor; Quevedo grave, doctrinal, poeta religioso,
apocalíptico moralista, censor sañudo, incluso -lo que parece
ya más extraño- profundo enamorado, junto al desgarro más
popular, la chocarrería desvergonzada, el procaz insulto, la
sátira despiadada, el chiste escatológico.
Aunque el concepto más arraigado sobre Quevedo -y en modo alguno
injusto- puede sentir asombro ante ese hecho, la poesía amorosa
representa entre las suyas la porción más nutrida; Quevedo con
su insistente antifeminismo, con sus burlas crueles vertidas en
todos los tonos contra la mujer, es uno de nuestros máximos
poetas amorosos; el mayor lo proclama Dámaso Alonso: "El
más alto poeta de amor de la literatura española. Digo el más
alto y no el más fértil, o el más vario o el más
brillantemente vital. Sí, ya sé que esto no se suele decir.
Para mí, es evidente. Bastaría el famosísimo soneto del
estremecedor final polvo serán, mas polvo enamorado, para
probarlo".
En las composiciones primerizas, escritas ya a partir de sus
años más mozos, hay, inevitablemente, en Quevedo un poeta
amoroso, caminante por los más trillados senderos de la
tradición petrarquista. El poeta increpa al río Henares, a cuya
orilla está vertiendo lágrimas por su amada: "No cantes
más, pues ve que nunca aflojo / la rienda al llanto en míseras
porfías, / sin menguárseme parte del enojo. / Que mal parece,
si tus aguas frías / son lágrimas las más, que triste arrojo,
/ que canten, cuando lloro, siendo mías".
O se dirige a Aminta, con ocasión de haberse mordido un labio al
querer morder un clavel que tenía en la boca: "Sangre
vertió tu boca soberana, / porque roja victoria amaneciese /
llanto al clavel, y risa a la mañana".
Este petrarquismo nunca abandonó la lírica amorosa de Quevedo,
ni cabe imaginar que en poeta alguno de su tiempo pudiera esto
suceder. Pero lo característico de su poesía amorosa es la
temprana aparición de vetas de sombría y ardiente expresión
afectiva, que va intensificándose con los años hasta llegar a
traspasar su poesía por entero. Cantó Quevedo a diversas
amadas, supuestas o reales, bajo distintos nombres -Amarilis,
Aminta, Doris, Filis, Flora, Jacinta- que, por lo convencionales,
pueden hacernos sospechar que se trata de meros juegos poéticos.
Pero dedicó a Lisi -llamada también Lisis o Lísida- una serie
de sesenta y cinco sonetos, acompañados de un
"madrigal" y cuatro "idilios", compuestos a
lo largo de veintiún años, que forman como un completo
"cancionero de amor"; al decir de los comentaristas, se
trataba de una dama real, doña Luisa de la Cerda, de la casa de
Medinaceli, por quien en vano suspiró Quevedo, en ideal pasión,
durante más de cuatro lustros. En este "cancionero" se
concentra y caldea de humanidad la poesía amorosa de Quevedo y
para él escribió sus mejores y más entrañables sonetos. A
veces el amante ni siquiera necesita hablar: "Voz tiene en
el silencio el sentimiento: / mucho dice las lágrimas que
vierte. / Bien entiende la llama quien la enciende; / y quien los
causa, entiende los enojos: / y quien manda silencio los
entiende".
El poeta conoce la insignificancia de su valor para pretender a
su amada, pero le hace, en bellísimo verso final, la más
delicada petición: "Perdona lo que soy por lo que amo: / y
cuando desdeñosa te desvíes, / llévate allá la voz con que te
llamo".
Pero ningún soneto tan hermoso, como aquel en que promete a Lisi
su amor, más allá de la muerte; soneto que Dámaso Alonso
califica de "el mejor de Quevedo, probablemente el mejor de
la literatura española": "Cerrar podrá mis ojos la
postrera / sombra que me llevare el blanco día, / y podrá
desatar esta alma mía / hora; a su afán ansioso
lisonjera..."
Francisco Arias Solis.
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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