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Otra "historia" de fresas. Alimentos transgénicos, ecologismo y concepto del hombre.
De las primeras intervenciones del hombre sobre la naturaleza a los alimentos transgénicos, las nuevas tecnologías provocan debate, aunque secundan una actitud natural: la mejora de la vida
A todos nos gustan las fresas y a los
niños en especial. Sobre todo las fresas del bosque, tomadas
maduras y todavía calientes por el sol, con su perfume y sabor.
A todos nos gusta recoger algunas de ellas cuando paseamos por el
bosque. No es difícil imaginar lo que experimentaría el hombre
primitivo que las probó por primera vez: pasado probablemente el
miedo de que fuesen venenosas (como sabía que lo eran muchos
frutos), se alegraría de haber encontrado otra fuente de
alimento bueno y sabroso. ¡Es una lástima que costara tanto
recoger unas pocas! Además la estación de las fresas era corta
y en aquellos tiempos la comida escaseaba siempre. En cualquier
caso, a pesar de todos los problemas, la conclusión
(parafraseando el Génesis, que no se había escrito todavía)
era una sola: «.. y vio que era bueno». Su hijo, después de
haber experimentado también él su bondad, comenzó a pensar
cómo llevar algunas plantas cerca de su caverna, de forma que no
tuviera que hacer cada vez una larga caminata para tomarlas, y
así lo hizo. Después se dio cuenta de que si hacia mucho calor
podía obtener fresas abundantes regando la planta de vez en
cuando, o bien que hacía falta quitar los hierbajos para evitar
que sofocasen a las plantas de las fresas. Sucesivamente vio que
era bueno abonar el terreno para mantener la producción, elegir
el terreno adecuado para protegerlas del frío, construir un
recinto para defender plantas y frutos de los animales que
apreciaban al igual que él las fresas... en definitiva, había
nacido la agricultura. Lo hizo todo sobre una sólida base
experimental, avanzando a fuerza de intentos y errores: podía
ver año tras años si las mejoras eran sensatas o no. Es cierto
que nada era perfecto y que bastaba una enfermedad o una plaga de
langostas para arruinar la cosecha pero, pensándolo bien, la
vida estaba suspendida al filo del misterio que envolvía todo.
El hombre no hizo sino obedecer a este instinto de supervivencia,
y lo hizo usando la inteligencia. No fue algo automático. Debía
transmitir los conocimientos adquiridos a sus hijos, pues de otra
forma se perderían. Estos conocimientos no estaban escritos en
el ADN.
Acto segundo.
La continuación de esta historia coincidió con un salto
cualitativo, tanto conceptual como alimentario. El hombre se dio
cuenta enseguida de que, escogiendo cada vez las semillas o los
frutos más grandes, podía lentamente (con el pasar de las
generaciones) obtener plantas que producían realmente semillas o
frutos más grandes, y esto comportaba dos consecuencias: en
primer lugar, se dio cuenta de que ciertos caracteres eran
transmisibles a la progenie y, en segundo lugar, que una cierta
variabilidad en la naturaleza estaba a disposición de su
inteligencia para mejorar las características del alimento.
Mejorar en este caso significa seguramente algo
"innatural" - si admitimos que el hombre no forma parte
de la naturaleza, como tanta cultura ecologista sostiene -, visto
que tal mejora tiene como fin el hombre y sus necesidades,
mientras que la naturaleza (siempre considerada como entidad
totalmente distinta del hombre) no tiene necesidades y no va
"naturalmente" en la dirección en la que el hombre a
menudo desea, como experimenta cualquier campesino u horticultor.
De cualquier forma que se juzgue, este salto cualitativo comporta
una complicación del proceso y por tanto una exigencia de mayor
atención e inteligencia por parte del hombre. La selección, por
ejemplo, de variedades que produzcan frutos de mayores
dimensiones o bien con sabores más apetecibles, implica casi
inexorablemente una mayor sensibilidad a parásitos y un menor
vigor con respecto a las plantas silvestres. Esto significa que
el hombre ha tenido que aprender a defender y cuidar los
cultivos, por ejemplo, preparando antes bien la tierra o
eliminando los insectos que de ellos se alimentaban. Era una
inversión de fuerzas y tiempo que, sin embargo, como cualquier
inversión, se hace cuando se obtiene algo a cambio, es decir, un
alimento de mejor calidad, más abundante o bien un
abastecimiento más constante.
Un paso más.
Con los descubrimientos de Mendel y, algo más tarde, la llegada
de la genética formal, el proceso sufrió una aceleración. Los
investigadores podían disponer de un potente marco para
interpretar los datos, formular nuevas hipótesis y proponer
experimentos. Comenzaron así las primeras aplicaciones a las
especies agrarias: variantes naturales que surgían
espontáneamente eran estudiadas y aprovechadas. Surgió la
figura del breeder (obtentor), es decir, de aquel que
"creaba" variedades que presentasen características
nuevas o bien combinaciones de características ya conocidas pero
no presentes a la vez en la misma planta. Clásico producto de
esta actitud son los híbridos que a menudo presentan un vigor y
una productividad mucho mayor que las parentales: el maíz
híbrido llega a producir fácilmente 120-150 quintales por
hectárea frente a los 20 de los tipos utilizados por nuestros
abuelos.
Surgió así de forma espontánea el preguntarse si había que
esperar siempre a que la naturaleza produjese una mutación útil
(resistencia a un parásito, reducción del contenido de
compuestos tóxicos, mejora de la calidad...) sobre la que
trabajar. Se experimentaron distintas formas de obtener
mutaciones y crear de ese modo una variabilidad para poner a
disposición del breeder. Se emplearon para esta finalidad rayos
x, rayos gamma, neutrones lentos y mutágenos químicos (ver
glosario) que, junto a otras técnicas (totalmente
"innaturales"), permitieron el desarrollo de nuevas
variedades. A los breeder y a estas técnicas (además de a la
mecanización y al uso de pesticidas y abonos) se debe buena
parte de la llamada "revolución verde". En la
práctica esto conlleva un aumento de la producción agrícola,
incluso con una reducción sensible de la superficie cultivada,
de forma que muchas naciones, antes importadoras por ejemplo de
cereales, se han convertido en autosuficientes (como Méjico e
India) y esto a pesar del aumento de su población.
En este punto era y es todavía evidente que los cultivos
dependen en gran medida de la intervención humana y del uso de
múltiples productos (abonos, herbicidas, insecticidas...) en las
distintas fases del crecimiento, producción y distribución.
¿Cómo invertir esta tendencia? ¿Cómo hacer de manera que la
planta se defienda por si misma sin requerir siempre la
intervención humana?
Nuevos
instrumentos.
La obra de los breeder representa una nueva
"creación", ya que las variedades producidas por ellos
no existían con anterioridad en la naturaleza. La ingeniería
genética representa, en el contexto de esa obra creadora, un
instrumento veloz, eficaz y preciso si se compara con las
técnicas tradicionales, en las que los métodos son toscos y los
tiempos largos. Representa, en definitiva, un ulterior salto
cualitativo desde el punto de vista de la técnica, siempre en el
surco de la tradición. Con las técnicas tradicionales, cuando
una planta cultivada que muestra una buena productividad en un
determinado ambiente (como un cereal en la llanura padana) parece
sucumbir ante una nueva forma más virulenta de un parásito (un
hongo), se buscan en las variedades similares o en las especies
afines factores de resistencia. Después comienza un largo
proceso de cruzamiento y selección, repetido quizá muchas
veces, para obtener una variedad resistente, que sea también
valida desde el punto de vista agrícola, al menos lo mismo que
la variedad original. Mezclando decenas de miles de genes a
través del cruzamiento de dos especies, no siempre es posible
obtener una "combinación" adecuada que presente todos
los genes que concurren para determinar una buena productividad y
la resistencia al parásito.
La ingeniería genética permite, en cambio, individuar el gen
para la resistencia a un cierto parásito y después sacarlo de
otro organismo (a menudo de otras plantas, pero también de
organismos muy distintos, como las bacterias) para introducirlo
de forma controlada en la variedad sensible a ese parásito. De
esta forma no sólo la planta será resistente, sino también su
progenie y así el problema de combatir el parásito se ha
transferido del hombre a la planta. Un ejemplo típico es el
algodón que, en la práctica usual, requiere una decena de
tratamientos con pesticidas, mientras que con la utilización de
plantas transgénicas requiere sólo uno o dos. Muchos otros
tipos de plantas transgénicas son posibles y están hoy
disponibles (en Europa se permite su uso en la industria
alimentaria, pero no el cultivo), plantas que presentan
características como resistencia a insectos o a herbicidas, como
el maíz o la soja, respectivamente; en el futuro próximo
estarán disponibles plantas capaces de producir vacunas o
caracterizadas por un mayor valor nutricional.
Las especies vegetales transgénicas no son más peligrosas para
el hombre y para el medio ambiente que las demás especies
creadas con técnicas tradicionales o incluso que las plantas
silvestres. A pesar de esto, existe una oposición ideológica
fortísima que considera cualquier actitud humana tendente a
modificar genéticamente las especies existentes como
intrínsecamente perversa, incapaz de producir cosas buenas para
el hombre y dañina para la "naturaleza". Esta
oposición atribuye a las variedades "naturales" y a
los productos de ellas derivados un carácter de bondad y de
plena compatibilidad con los hombres y con la naturaleza: en la
práctica sería esencial, según tal ideología, sustraerse
ellos mismos (y el medio ambiente) a cualquier influencia
química o genética que el hombre "innaturalmente"
introduce en el ambiente y en la alimentación.
Una actitud humana
(y una que no lo es).
Sin embargo, la actitud de combatir las adversidades y mejorar
los vegetales para no desperdiciar trabajo, tiempo e inversiones
y para asegurar la supervivencia es plenamente humana y encuentra
sus raíces, aunque lejanas, en aquel hombre primitivo que
abonaba las fresas, las regaba en tiempo de sequía, eliminaba
las hierbas y mataba a los parásitos. Volver a proponer esta
actitud como principio sacrosanto significa afirmar la
supremacía del hombre sobre el resto de lo creado, aún
reconociendo que en todo progreso los errores son posibles,
precisamente porque avanzamos por lo desconocido y nos topamos
con lo imprevisto. Negarlo en favor de un principio de
supremacía de procesos considerados "naturales"
equivale a negar toda la tradición de
"transformación" de la naturaleza que ha acompañado
el desarrollo de la civilización, es decir, del hombre como ser
consciente.
¿Por qué, entonces, tanta gente se opone a esta nueva
tecnología en cuanto tal? La respuesta simple es que muchos de
los opositores son ignorantes en la materia (es decir, en
técnicas de mejora vegetal y en genética molecular) y por eso
tienen miedo a algo que desconocen. La respuesta política, pero
políticamente no correcta, es que muchos movimientos ecologistas
buscan argumentos sobre los que catalizar el consenso (que han
perdido desde hace tiempo) sin siquiera verificar si las razones
de su oposición están fundadas. Argumentos como las
biotecnologías, que resultan de no fácil comprensión para el
gran público y que aparentemente afectan a cuestiones como la
donación humana, aunque en realidad no tengan nada que ver, se
prestan estupendamente a esta finalidad. Si después su
oposición a tal tecnología comporta un daño para el medio
ambiente con relación a las técnicas actuales, o si su actitud
equivale a una nueva forma de colonialismo (impidiendo el
desarrollo y la exportación a los países en vías de desarrollo
de estas nuevas tecnologías), esto no hace vacilar su certeza
granítica de combatir una batalla justa para salvar la Tierra..
Ante sus objeciones se podría responder con sólidas
exposiciones, pero haría falta otro artículo. Basten dos
simples hechos para convencer de la mayor sensatez de la nueva
tecnología: hoy se cultivan en el mundo (en concreto en EEUU,
Canadá, Argentina y China), excluyendo el año en curso, cerca
de 80 millones de hectáreas con plantas transgénicas como
algodón, maíz, soja, tabaco (para entendernos, es el
equivalente a un cuadrado de 900 kms. de lado) sin que se hayan
registrado intoxicaciones alimentarias, reacciones alérgicas o
bien problemas relacionados con la "contaminación
genética" de plantas silvestres. Hay que tener en cuenta,
además, que los métodos "tradicionales" de cultivo no
están exentos de problemas: cada año cerca de 100.000
trabajadores agrícolas sufren intoxicaciones al manejar grandes
cantidades de pesticidas, necesarias para proteger los cultivos.
Tampoco está exenta de problemas la vuelta a técnicas
"naturales" de cultivo y producción de alimentos,
pudiendo causar intoxicaciones alimentarias graves a causa de
microorganismos que pueden desarrollarse en los productos
vegetales ante la falta de productos antiparasitarios adecuados o
por la utilización de fertilizantes naturales contaminados (como
el estiércol).
También habría mucho que decir acerca de los motivos que
empujan a los movimientos ecologistas a la utilización
ideológica de esta campaña en contra de los alimentos obtenidos
de plantas transgénicas, pero, de nuevo, un solo ejemplo puede
transmitir el sentido del discurso: una cultura que admite o
auspicia una experimentación en el hombre, como en el caso de
las biotecnologías médicas, que sostiene el aborto como forma
de control de la natalidad o que promueve movimientos en favor de
la eutanasia, mientras defiende los árboles centenarios y los
animales salvajes y pide una moratoria para la experimentación
en plantas transgénicas (o también el cese de cualquier
actividad de mejora genética), ¿no hace pensar en una especie
de neo-paganismo con la Naturaleza en el centro y el hombre
reducido a "incidente" que turbaría sus ritmos
inmaculados?
Daniele Bassi Y Piero Morandini
(Profesores del Curso de Licenciatura "Biotecnologías
Agrarias", Universidad Estatal de Milán).
Glosario.
Breeder: obtentor genético, es decir aquel que
aprovecha la viabilidad (natural o inducida por el hombre mismo)
para obtener, a través de cruce y selección, nuevas variedades
con características mejores (productividad, resistencia a
parásitos o adversidades, gusto, color, forma...).
Mutágeno químico: compuesto químico capaz de
reaccionar con el ADN, alterando su secuencia e introduciendo
así mutaciones.
Híbrido: en general se llama así al producto
del cruce entre dos individuos pertenecientes a especies
diferentes (por ejemplo, la mula). Este término se utiliza
también con un significado especial en el campo vegetal, en
donde a menudo es posible cruzar una planta consigo misma,
obteniendo así una progenie genéticamente pura; cuando
individuos derivados de líneas puras son cruzados, se obtiene
una semilla híbrida que dará lugar a una planta híbrida, que
presenta a menudo mayor vigor y productividad con respecto a las
plantas de origen (por ejemplo en el maíz); las semillas
obtenidas de la planta híbrida no poseen sin embargo tales
características positivas, por lo que es necesario regenerar
cada año la semilla híbrida a partir de las líneas puras si se
quieren mantener las prestaciones.
Antiparasitario o pesticida: compuesto químicos
utilizado para combatir los parásitos (del inglés pest:
cualquier organismo animal que se comporta corno parásito).
Transgénico: se dice del organismo en el que
han sido introducidos genes con las técnicas de ingeniería
genética (impropiamente llamado también Gm, es decir,
genéticamente modificado).
Neutronones lentos: partículas constitutivas
del núcleo atómico, dotadas de escasa energía cinética y de
carga eléctrica nula. Pueden reaccionar con la materia (también
biológica) insertándose en los núcleos atómicos, provocando
estados de excitación energética y de radiación inducida
(normalmente rayos gamma.).
Rayos gamma: radiaciones electromagnéticas de
alta energía que pueden interactuar con la materia provocando
fenómenos de ionización y excitación de los átomos. En los
sistemas biológicos estos fenómenos de ionización traen corno
consecuencia la posibilidad de mutaciones.
Rayos X: electrones acelerados de alta energía
que inducen fenómenos de ionización (pérdida/adquisición de
electrones) en la materia (también biológica). Son utilizados
normalmente por las radiografías y en los tubos catódicos de
los aparatos de televisión para inducir la fluorescencia de los
fósforos de la pantalla.
Algunos sitios para
obtener más información:
. http://www.ogm.org/
. http://books.nap.edu/html/transgenic/
. http://www.fourhcouncil.edu/ycc/ffg/FSCI.html
. http://www.agbioworld.org
. http://www.nbiap.vt.edu/index.html
. http://www.nal.usda.gov./bic/www.html
. http://www.csa.com/hottpics/gmfood/overview.html
. http://134.225.167.114/NCBE/GMFOOD/menu.html
. http://www.icfs.org (International Consumers for Civil Society)
Este artículo ha sido publicado en el número 11 del año 2000
(páginas 45, 46 y 47), edición en castellano, de la revista
oficial del movimiento católico Comunión y Liberación:
"Huellas - Litterae communionis",
(www.comunioneliberaziones.org/tracce).
Foro ARBIL agradece la autorización otorgada por su Dirección
para la reproducción del citado artículo en nuestra
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"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
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