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Santo Tomás Moro, el hombre y el político Indice de Revistas ¿Hispanidad versus Europa?

ARBIL, anotaciones de pensamiento y critica

El mal menor y el voto util.

Este artículo pretende en primer lugar distinguir entre la lícita doctrina moral del mal menor y la más discutible táctica política del mal menor. Seguidamente comentar‚ las circunstancias históricas que han rodeado el nacimiento y evolución de dicha táctica en el ámbito católico, sus fases, y algunas razones que expliquen su ineficacia demostrada allí donde se ha desarrollado. Por último tratar‚ de aportar algunos puntos de reflexión sobre la idea, moralidad o eficacia de lo que llamamos voto útil.

1. La doctrina moral del mal menor

Como es bien sabido, en sana filosofía, el mal no tiene entidad propia porque sólo es ausencia de bien. El mal menor, pues, no es más que carencia de bien. Y en este sentido mal menor es exactamente lo mismo que bien mayor.

Ocurre como con la conocida imagen de la botella "medio llena" o "medio vacía". Sabemos que el nivel de una botella a medias puede cambiar a mas o a menos. Sabemos que diversas limitaciones internas o externas nos pueden alejar de la perfección individual y social. Por eso la doctrina del mal menor, que exige procurar siempre el mayor bien posible y evitar el mal en lo posible, es válida siempre.

Ante una elección, suponiendo que nuestra única responsabilidad sea elegir, no existe otra posibilidad de rectitud ética que elegir lo mejor. Y si todo es malo hay que elegir el mal menor. Y no estar de mas convenir que en ciertos casos el negarse a elegir, es decir, la abstención, aún siendo un mal, puede ser el verdadero mal menor que estamos buscando. Todo ello suponiendo -insistimos- que nuestra única responsabilidad sea elegir. La cosa cambia, como veremos, si nuestra responsabilidad no es elegir, sino hacer, o proponer.

El contenido del bien común (o del mal común)

En boca de un cristiano los conceptos de bien común, mal común, mal menor y bien mayor no son realidades nebulosas o cambiantes sino principios concretísimos e inamovibles. El bien común es definido por el Catecismo como "el conjunto de condiciones de la vida social que permiten a los grupos y a las personas conseguir más plena y fácilmente su propia perfección". ¨Y en qué‚ puede consistir la perfección personal y social según la Iglesia Católica?"

Para quien no cree en principios inmutables o ajenos a la voluntad humana el bien común o no existe o es un límite puramente convencional que podrá ser definido en cada circunstancia por la mayoría, o por los más hábiles, o los más fuertes. Esta es precisamente la mayor incompatibilidad que existe entre la doctrina católica y las teorías liberales o de la democracia moderna: la soberanía nacional que se contrapone a la soberanía de Dios.

Para los laicos católicos, sin embargo, no hay duda sobre el rango moral de las acciones humanas. Entre la apostasía o rechazo consciente de Dios, y el martirio o expresión máxima de fe y entrega al Creador, existe una escala que, en cada momento, nos permite distinguir perfectamente entre el bien y el mal; entre el mal mayor y el mal menor.

En política, el bien que nos interesa distinguir es el bien común porque es precisamente ese bien lo que limita y justifica la tarea política. Y es tan necesaria una idea de bien común que cualquier sociedad muere por descomposición interna si falta ese espíritu común. Por eso toda sociedad, aunque no se atreva a llamarse así, es confesional. Porque la confesionalidad de una comunidad humana no es mas que eso: una definición pública de bien común.

El bien común en una sociedad plural y según el pluralismo

¿Pero qué‚ ocurre cuando no hay consenso posible a la hora de definir el bien común? Una sociedad plural puede admitir discrepancias internas en multitud de asuntos pero ¿puede soportar visiones contradictorias sobre los principios básicos que justifican su unidad y la misma política? La respuesta afirmativa está en la historia, que nos muestra acuerdos posibles para preservar lo más básico como puede ser la convivencia pacífica. La mítica Toledo "de las tres culturas" -por ejemplo- no fue esa comunidad "pluralista" que algunos sueñan, sino una ciudad con una confesionalidad cristiana "oficial" (el Rey gobernaba y las leyes se dictaban según el dogma católico) en la que eran toleradas y convivían minorías también confesionales (hebreos y musulmanes) con unas libertades limitadas por el "estado" para hacer posible la convivencia en una sociedad "plural".

J.Maritain en su obra "Humanismo integral" expresa con bastante exactitud este mismo concepto de tolerancia que no presupone la renuncia a la confesión de las propias creencias: "...para evitar mayores males (que atraerían la ruina de la paz de la comunidad y el endurecimiento o la relajación de las conciencias), la ciudad puede y debe tolerar en su ámbito (y tolerar no es aprobar) maneras de adorar que se aparten más o menos profundamente de lo verdadero (...) maneras de adorar y también maneras de concebir el sentido de la vida y maneras de comportarse". Así pues la tolerancia cristiana, cuya base es el respeto a la persona, es inseparable del establecimiento de un límite que marque la diferencia entre lo tolerable y lo intolerable. Porque "el espíritu del Evangelio es incompatible con el odio al enemigo en cuanto persona, pero no con el odio al mal que hace en cuanto enemigo". (Cat. 1933)

Cosa muy distinta es el pluralismo. Esta teoría pretende la convivencia de varios sistemas de legitimación de valores en la misma sociedad diluyéndolos y relegándolos a la conciencia individual, pero sin proclamar la supremacía de ninguno de ellos.

Lo que ha venido a sustituir la vieja "confesionalidad" que definía un bien común concreto es una construcción ideológica, política y dogmática que ahora, supuestamente, ya puede ser aceptada por cualquier persona independientemente de sus creencias o principios éticos.

Para la ideología pluralista el bien común ya no es aquel conjunto de principios éticos que limitan y justifican la política, sino la resultante final de los conflictos éticos que se resuelven por consenso, casuísticamente, empíricamente, sin criterios generales. No hay pues valores institucionalizados porque lo que se institucionaliza no son principios o fines, sino medios. La libertad, o el diálogo, por ejemplo, que son medios para el desarrollo digno del ser humano son ahora ensalzados como fines salvíficos en sí mismos.

La antigua confesionalidad repugna a la mentalidad pluralista. Pero del mismo modo que repugna la confesionalidad única y excluyente, repugna la pluriconfesionalidad o multiconfesionalidad. Se afirma la pluralidad de la sociedad, pero se renuncia también a definir la confesionalidad de cada parte de esa sociedad como no sea la del puro individuo.

El resultado es una nueva forma de "confesionalidad aconfesional", la preeminencia de una "religión política", intransigente y dogmática a su modo, en la que está permitido dudar de todo, pero que no permite manifestar creencias o convicciones, y menos de forma colectiva. El pluralismo es el brazo político del relativismo. Y si el relativismo ignora la verdadera relatividad de las cosas, el pluralismo anula la verdadera pluralidad.

Pues bien, en este ambiente confuso y engañoso de las sociedades modernas, que se niegan a definir principios de bien común, es en el que la Iglesia nos pide a los laicos que demos testimonio -también en el ámbito político- de nuestra fe, y culto a la verdad. Y nos pide que colaboremos con los no-católicos pero que "en tales colaboraciones procuren los católicos ante todo ser siempre consecuentes consigo mismos y no aceptar jamás compromisos que puedan dañar la integridad de la religión o de la moral". (Juan XXIII, Mater et magistra, 239 y Pacem in terris, 157)

Hay pues un deber de participar. ¿Se satisfará ese deber con la mera elección pasiva del mal menor? Si el llamamiento es a participar, a hacer, a construir, habrá que hacer el bien.

2. La táctica política del mal menor

La táctica política del mal menor es una cosa distinta, como ya se ha dicho, de la doctrina moral del mismo nombre.

Anteriormente hemos afirmado que la doctrina moral del mal menor es lícita siempre que nuestra responsabilidad sea sólo la elección entre opciones malas. Pero ¿qué‚ ocurre cuando tenemos la responsabilidad de hacer propuestas? ¿Es lícito proponer un mal, aunque sea menor? La respuesta, desde el punto de vista ético, es negativa, categórica y perogrullesca: el mal menor, antes que menor, es mal. Y si la táctica del mal menor consiste en proponer males menores para evitar que triunfen males mayores la conclusión es que no es moralmente lícito recurrir a ella.

He aquí algunos argumentos contra el malminorismo:

- Porque la doctrina católica es clara al respecto cuando afirma que la conciencia ordena "practicar el bien y evitar el mal" (Cat. 1706 y 1777), que no se puede "hacer el mal" si se busca la salvación (Cat. 998) y que "nunca está permitido hacer el mal para obtener un bien". (Cat.1789)

- Porque la responsabilidad de los laicos católicos no puede limitarse a elegir pasivamente entre los males que los enemigos de la Iglesia quieran ofrecer, sino que debe ser una participación activa y directa, "abriendo las puertas a Cristo".

- Porque el mal menor pretende asignar a los católicos un papel mediocre y pasivo dentro del nuevo sistema "confesionalmente aconfesional".

- Porque el mal menor convierte en cotidiana una situación excepcional.

- Porque una situación de mal menor prolongado hace que el mal menor cada vez sea mayor mal. Los males "menores" de nuestros días pesan demasiado como para no evidenciar un enfrentamiento radical con el Evangelio: el individualismo, la relativización de la autoridad, el primado de la opinión, la visión científico-racionalista del mundo... principios que se manifiestan en la pérdida de fe, la crisis de la familia, la corrupción, la injusticia y los desequilibrios a escala mundial, etc.

- Porque la táctica del mal menor se ha demostrado ineficaz en el tiempo para alcanzar el poder o reducir los males.

- Porque es preciso exponer en su integridad el mensaje del Evangelio ya que "donde el pecado pervierte la vida social es preciso apelar a la conversión de los corazones y a la gracia de Dios" (...) y "no hay solución a la cuestión social fuera del Evangelio" (Cat. 1896)

- Porque la propuesta de un mal por parte de quien debiera proponer un bien da lugar al pecado gravísimo de escándalo que es la "actitud o comportamiento que induce a otro a hacer el mal" (Cat. 2284). A este respecto es muy clara la enseñanza de Pío XII: "Se hacen culpables de escándalo quienes instituyen leyes o estructuras sociales que llevan a la degradación de las costumbres y a la corrupción de la vida religiosa, o a condiciones sociales que, voluntaria o involuntariamente hacen ardua y prácticamente imposible una conducta cristiana conforme a los mandamientos (...) Lo mismo ha de decirse (...) de los que, manipulando la opinión pública la desvían de los valores morales". (Discurso de 1/6/1941. Recogido en: Cat. 2286).

- Porque un mal siempre es un mal y "es erróneo juzgar la moralidad de los actos considerando sólo la intención o las circunstancias" (Cat. 1756).

3. Como nace el mal menor

No entraremos ahora a describir otras actitudes de los católicos mantenidas con mayor o menor éxito en los últimos doscientos años contra la revolución liberal. Conste simplemente que creemos, también para la situación actual, en la posibilidad de descubrir y practicar otras formas de participación de los católicos en la política que no sean las del mal menor. Lo que nos interesa ahora es tratar de entender cómo y por qué nació la táctica política del mal menor.

Históricamente, la táctica política del mal menor nace en la Europa cristiana y postrevolucionaria de la mano de dos movimientos políticos católicos: el catolicismo liberal y la democracia cristiana. Son muy complicados los motivos que llevan a sus promotores a adoptarla en la teoría. Y son contradictorios los hechos y las decisiones adoptadas en la práctica. Lo que en ningún momento entramos a juzgar es la intención. Nos consta que en muchas ocasiones los malminoristas son hombres de iglesia, católicos inquietos por los avances de la revolución y deseosos de hacer algo en un contexto de debilidad de la respuesta católica a la revolución liberal.

Se puede llegar al malminorismo por diversos motivos que se superponen y entremezclan:

- Por "contaminación" del pensamiento revolucionario y el deslumbramiento ante la aparente perfección de las nuevas ideologías. Buscando, por ejemplo, el compromiso de la Iglesia con una forma política concreta (nacionalismo, parlamentarismo, democracia, etc.)

- Por exageración de los males del Antiguo Régimen y su identificación con la misma Doctrina Católica.

- Por cansancio en la lucha contrarrevolucionaria, por el acomodo conservador de quienes están llamados a la valentía.

- Por una derrota bélica de las políticas católicas, o tras un período intenso de persecución religiosa.

- Por una aparente urgencia de transacción con los enemigos de la Iglesia a fin de que, al menos, sea tolerada por unas autoridades hostiles una mínima labor apostólica.

- Por maniobras de partidos revolucionarios que intencionadamente procuran sembrar dudas y división entre los católicos.

- Por la carencia de verdaderos políticos católicos lo cual anima la intromisión del clero en la política concreta.

- Por la misma intromisión clerical en el juego político lo que a su vez retrae de la participación a unos y desautoriza la labor independiente -y tal vez discrepante en lo contingente- de otros laicos.

- Por ingenuidad de los católicos que confían sin garantías en las reglas del juego establecidas por los enemigos de la fe.

- Por una sobrevaloración del éxito político inmediato olvidando que, como dice el catecismo: "el Reino no se realizará (...) mediante un triunfo histórico de la Iglesia en forma de un progreso creciente, sino por una victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal". (Cat. 677)

- Por una creciente desorientación y falta de formación del pueblo católico que genera pesimismo o falta de fe en la eficacia salvadora de los principios del Derecho Público Cristiano.

- Por un enfriamiento en la fe y la religiosidad. Porque sin ayuda de la gracia es muy difícil "acertar con el sendero a veces estrecho entre la mezquindad que cede al mal y la violencia que, creyendo ilusoriamente combatirlo, lo agrava". (Centesimus Annus, 25. En Cat. 1889)

4. Como ha evolucionado la táctica del mal menor

La táctica del mal menor no se ha introducido de golpe en ningún momento. Lo ha hecho de forma progresiva a lo largo de los dos últimos siglos. Hay sin embargo dos momentos álgidos que corresponden con la extensión del catolicismo liberal primero y de la democracia cristiana después. Lo que es innegable y constante es la tendencia que, como en un plano inclinado, empeora cada vez más el mal menor.

En la historia política de los países europeos se podrían identificar las siguientes situaciones:

- En un primer momento, tras el choque violento de la revolución, y argumentando el accidentalismo de la Iglesia (que corresponde a la institución pero no a los laicos), los malminoristas toleran, consienten y hasta promueven la disolución de estructuras políticas y sociales tradicionales (monarquía, gremios, instituciones religiosas, bienes comunales, etc.) que eran de hecho un freno a la revolución.

- Paralelamente a la secularización de la política y por un cierto maquiavelismo, empiezan a omitir los argumentos religiosos a la hora de hacer propuestas con la ilusión de captar así el apoyo de los no católicos. Algunos llegan a afirmar como justificación para no hablar de la Redención que "la doctrina cristiana es más importante que Cristo" lo cual es puro pelagianismo.

- El paso siguiente en la táctica malminorista es el intento de unión de los católicos en torno a un programa mínimo pero no para presentar una alternativa al nuevo régimen sino para integrarse mejor en él con la idea de "cambiarlo desde dentro". Para ello se procura el desprestigio de otros políticos y tácticas católicas marginales.

- Un recurso frecuente en los malminoristas es tratar de ganar la simpatía de la jerarquía mediante promesas de "paz y reconciliación" que permitan la reconstrucción material de las Iglesias y el mantenimiento regular del culto. Se trata de un intento desesperado de salvar "lo que se pueda", de tentar a la jerarquía de la Iglesia con una dirección política que no le es propia. Que podría ser algo excepcional, pero no la tónica habitual de participación política católica.

- En ocasiones son los propios obispos o miembros del clero quienes promueven grupos políticos en esa línea con una mentalidad puramente defensiva de la Iglesia. Esta intromisión empobrece la acción política de los católicos, la hace "ir a remolque" de las propuestas revolucionarias, y compromete a la Iglesia con soluciones políticas legítimas pero opinables. Cuando alguien propone hacer acción social, como lo hizo en España un influyente obispo, "para que no se nos vayan los obreros de la Iglesia" está falseando la finalidad de la verdadera acción social, que no puede ser un mero instrumento de catequesis, sino un deber de justicia y responsabilidad de los laicos.

- El caso del Ralliement propuesto por León XIII, que envalentonó aún más a los enemigos de la Iglesia en Francia, o la verdadera traición de ciertos obispos mexicanos a los católicos cristeros, milagrosamente perdonada por el pueblo fiel, son dos ejemplos de las nefastas consecuencias a las que puede llevar el malminorismo. En este sentido la claridad del Concilio Vaticano II al exigir la abstención del clero de toda actividad política representa una rectificación importante. Es preciso reconocer que el empeño cobarde de algunos cristianos por buscar la mera supervivencia material de la Iglesia, la "añadidura", ha sido un anti-testimonio escandaloso. Es un escándalo que quienes dicen con el Evangelio "Buscad el Reino de Dios y su justicia..." olviden que el mal moral es "infinitamente más grave" que el mal físico. (Cat. 311)

- Más recientemente y coincidiendo con la euforia previa al Concilio Vaticano II se procuró la disgregación de partidos, asociaciones, instituciones y estados católicos con la idea de potenciar una especie de "guerra de guerrillas" que pudiera conquistar así la opinión pública y llegar a todos los rincones del entramado social. Los resultados est n a la vista: no sólo se han debilitado o extinguido las antiguas herramientas sino que además no ha surgido esa nueva "guerrilla" y no se ha conquistado nada nuevo que no fuera ya católico.

- El último paso del malminorismo y la demostración palpable de su maquiavelismo es la justificación del voto útil lo que, paradójicamente, contradice el mal menor porque pide que se vote no ya al menos malo, sino a una opción que tenga posibilidades de triunfo, aunque sea peor que otras opciones con menos posibilidades.

5. La ineficacia del mal menor

Al analizar la génesis y desarrollo de las tácticas malminoristas, en ningún caso condenamos aquí la intención de quienes las han apoyado o apoyan. Simplemente queremos constatar algunas razones que expliquen por qué‚ el malminorismo nunca consigue lo que se propone. No consigue reducir el mal:

- Porque las energías que debían gastarse en proponer bienes plenos se gastan en proponer males menores.

- Porque es una opción de retirada, pesimista, en la que el político católico esconde sus talentos por temor, o por falsa precaución.

- Porque la táctica del mal menor predica la resignación; y no precisamente la resignación cristiana, sino la sumisión y la tolerancia al tirano, a la injusticia y al atropello. Con tácticas malminoristas no habrían existido el alzamiento español de 1936, ni las guerras carlistas, ni habría caído el muro de Berlín. No habría habido Guerra de la Independencia Española, ni insurgencia católica en la Vendée, ni Cristeros en México. Y tal vez ninguna oposición habría encontrado el avance isl mico por Europa. No habrían existido ni Lepanto, ni Cruzadas, ni Reconquista.

- Porque el mal menor se presenta como una forma inteligente de favorecer económica y físicamente a la Iglesia olvidando que la mayor riqueza de la Iglesia -su única riqueza- es el testimonio de la Verdad, testimonio que si sigue hoy vivo es gracias a la sangre de los m rtires.

- Porque hay ejemplos sobrados en los que el triunfo del malminorismo ha dado el poder a partidos que reclamando el voto católico han consentido, como es el caso de la Democracia Cristiana en Italia, una legislación anticristiana (divorcio, aborto, etc.).

En definitiva, el malminorismo no ha sido derrotado nunca porque en sí mismo es una derrota anticipada, una especie de cómodo suicidio colectivo. Es el retroceso, la postura vergonzante y defensiva, el complejo de inferioridad. Defendiendo una táctica de mal menor, los cristianos renuncian al protagonismo de la historia, como si Cristo no fuese Señor de la historia. Se creen maquiavelos y sólo son una sombra en retirada. Niegan en la práctica la posibilidad de una doctrina social cristiana, y niegan la evidencia de una sociedad que, con todos sus imperfecciones, ha sido cristiana. El malminorismo, contrapeso necesario de una revolución que en el fondo es anticristiana, ha fracasado siempre, desde su mismo nacimiento.

En cambio, la historia de la Iglesia y de los pueblos cristianos est llena de hermosos ejemplos en los que el optimismo -o mejor, la esperanza cristiana-, nos enseña que es posible, con la ayuda de Dios, construir verdaderas sociedades cristianas. La política cristiana no ha fracasado en la medida en que todavía hoy seguimos viviendo de las rentas de la vieja cristiandad occidental.

6. El voto util

La teoría del voto útil contradice aparentemente la del mal menor -o la corrige- cuando propone votar o hacer no ya lo menos malo, sino aquello que, aunque no sea lo menos malo, tenga posibilidades de triunfo.

El intento de justificar el voto útil ("que no triunfe un mal mayor") es el colmo del maquiavelismo político y ni siquiera el respaldo de una "buena intención" es capaz de eliminar su perversidad moral. El milagro de sacar bienes de los males est reservado a Dios y además "no por eso el mal se convierte en bien". (Cat. 312)

El voto útil se adopta entre los cansados, o los que quieren ganar a toda costa, o los que ansían el éxito social inmediato. Merece la pena, ante la tentación de ese éxito inmediato, aprender de los testimonios de los santos de la Iglesia, que para eso precisamente están. ¿Cuál de ellos empleó en su tiempo este concepto miope y egoísta de utilidad?

El voto útil es una trampa por razones evidentes:

- Porque ante cualquier elección en la que están en juego los principios, un católico tiene la obligación moral de dar preferencia a las opciones objetivamente católicas. Y si no existen debe escoger el mal menor (que bien podría ser la abstención).

- Porque hace del concepto de "utilidad" el centro de la política y lo identifica con la conquista del poder, sea como sea.

- Porque la idea de utilidad inmediata, que construye sobre arena, es generalmente estéril. No evita la ruina porque no remedia las causas del daño. La verdadera utilidad -también en política- es la que mira más allá. La que siembra sin pensar en la cosecha.

- Porque impide salir del círculo vicioso de un mal menor cada vez peor.

- Porque olvida que hay otras "utilidades" a las que puede encaminarse la acción política como son: romper la unanimidad negativa, ayudar a promover cambios positivos, dar ejemplo de fidelidad a unos principios, dar testimonio de coherencia y de honradez, etc.

- Porque anula la influencia pedagógica o formativa que tienen los políticos ante el pueblo sencillo y los convierte en personajes engañosos, maestros en la mentira.

- Porque falsea el sistema representativo que dice defender, cuando el voto pierde su justificación originaria que es otorgar la representación de un interés legítimo o de un principio.

- Porque impide que se consoliden progresivamente opciones católicas fuertes.

- Porque se adhiere a la tendencia que ridiculiza y desprecia lo testimonial, es decir, lo "martirial".

7. Conclusiones

Cuanto en reflexiones teóricas como la que es el objeto de esta comunicación se denuncian errores filosóficos o teológicos, es importante descubrir que, gracias a Dios, esos errores, cuando se concretan en movimientos y personas, siguen adelante en medio de felices incongruencias, acuciados por la realidad de las cosas. Raras veces llegan a desarrollar las últimas consecuencias de sus principios. Por eso el resultado de una acción política, aunque parta de unos principios erróneos, es incierto y sorprendente. "Dios creó un mundo imperfecto, en estado de vía". (Cat. 310) y ni siquiera el acceso al gobierno político de personas santas podría eliminar todas las imperfecciones de este mundo.

Una vez reconocida esta tremenda limitación de la realidad política, nuestra responsabilidad de laicos católicos no puede ser la resignación ante un mundo imperfecto, sino la lucha y la aventura por procurar el acercamiento al ideal de perfección que propone también a un nivel social el Evangelio. Aquí radica el verdadero y sano pluralismo que debe existir entre los católicos, porque sin reconocer cierto "derecho a la equivocación" ser imposible rectificar y mejorar.

Desde mi punto de vista, entiendo que la Doctrina de la Iglesia pide a los laicos católicos una participación activa en la vida política. Entiendo que todo llamamiento a la unidad entre los católicos no puede exigir mas que una unión en los principios pre-políticos, es decir, en torno a una misma idea de bien común. Y entiendo que esa acción política católica es responsabilidad exclusiva de los laicos, no de la Institución jerárquica.

Después, a la hora de concretar la acción, entiendo que los católicos pueden legítimamente agruparse en asociaciones católicas. De hecho el Concilio considera "asociaciones de apostolado las específicas de evangelización y santificación, las que se dedican a las obras de misericordia, y las que persiguen la inspiración cristiana del orden social" (Lumen Gentium, 37).

En cuanto a los conceptos de mal menor y voto útil, estas son mis conclusiones:

- El mal menor como doctrina moral es siempre válido si nuestra responsabilidad es exclusivamente la elección.

- El mal menor como táctica política nace en la Europa postrevolucionaria en un contexto de debilidad de las opciones políticas cristianas.

- La táctica del mal menor es pesimista e ineficaz.

- La táctica política del voto útil es puro maquiavelismo político y aunque aparentemente contradice la táctica del mal menor es en realidad una prolongación de una misma concepción que esteriliza la acción política de los laicos católicos.


F. Javier Garisoain Otero.



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