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El mal menor y el voto util.
Este artículo pretende en primer lugar distinguir entre la lícita doctrina moral del mal menor y la más discutible táctica política del mal menor. Seguidamente comentar las circunstancias históricas que han rodeado el nacimiento y evolución de dicha táctica en el ámbito católico, sus fases, y algunas razones que expliquen su ineficacia demostrada allí donde se ha desarrollado. Por último tratar de aportar algunos puntos de reflexión sobre la idea, moralidad o eficacia de lo que llamamos voto útil.
1. La doctrina moral del mal
menor
Como es bien sabido, en sana filosofía, el mal no tiene entidad
propia porque sólo es ausencia de bien. El mal menor, pues, no
es más que carencia de bien. Y en este sentido mal menor es
exactamente lo mismo que bien mayor.
Ocurre como con la conocida imagen de la botella "medio
llena" o "medio vacía". Sabemos que el nivel de
una botella a medias puede cambiar a mas o a menos. Sabemos que
diversas limitaciones internas o externas nos pueden alejar de la
perfección individual y social. Por eso la doctrina del mal
menor, que exige procurar siempre el mayor bien posible y evitar
el mal en lo posible, es válida siempre.
Ante una elección, suponiendo que nuestra única responsabilidad
sea elegir, no existe otra posibilidad de rectitud ética que
elegir lo mejor. Y si todo es malo hay que elegir el mal menor. Y
no estar de mas convenir que en ciertos casos el negarse a
elegir, es decir, la abstención, aún siendo un mal, puede ser
el verdadero mal menor que estamos buscando. Todo ello suponiendo
-insistimos- que nuestra única responsabilidad sea elegir. La
cosa cambia, como veremos, si nuestra responsabilidad no es
elegir, sino hacer, o proponer.
El contenido del bien común (o del mal común)
En boca de un cristiano los conceptos de bien común, mal común,
mal menor y bien mayor no son realidades nebulosas o cambiantes
sino principios concretísimos e inamovibles. El bien común es
definido por el Catecismo como "el conjunto de
condiciones de la vida social que permiten a los grupos y a las
personas conseguir más plena y fácilmente su propia
perfección". ¨Y en qué puede consistir la
perfección personal y social según la Iglesia Católica?"
Para quien no cree en principios inmutables o ajenos a la
voluntad humana el bien común o no existe o es un límite
puramente convencional que podrá ser definido en cada
circunstancia por la mayoría, o por los más hábiles, o los
más fuertes. Esta es precisamente la mayor incompatibilidad que
existe entre la doctrina católica y las teorías liberales o de
la democracia moderna: la soberanía nacional que se contrapone a
la soberanía de Dios.
Para los laicos católicos, sin embargo, no hay duda sobre el
rango moral de las acciones humanas. Entre la apostasía o
rechazo consciente de Dios, y el martirio o expresión máxima de
fe y entrega al Creador, existe una escala que, en cada momento,
nos permite distinguir perfectamente entre el bien y el mal;
entre el mal mayor y el mal menor.
En política, el bien que nos interesa distinguir es el bien
común porque es precisamente ese bien lo que limita y justifica
la tarea política. Y es tan necesaria una idea de bien común
que cualquier sociedad muere por descomposición interna si falta
ese espíritu común. Por eso toda sociedad, aunque no se atreva
a llamarse así, es confesional. Porque la confesionalidad de una
comunidad humana no es mas que eso: una definición pública de
bien común.
El bien común en una sociedad plural y según el
pluralismo
¿Pero qué ocurre cuando no hay consenso posible a la hora
de definir el bien común? Una sociedad plural puede admitir
discrepancias internas en multitud de asuntos pero ¿puede
soportar visiones contradictorias sobre los principios básicos
que justifican su unidad y la misma política? La respuesta
afirmativa está en la historia, que nos muestra acuerdos
posibles para preservar lo más básico como puede ser la
convivencia pacífica. La mítica Toledo "de las tres
culturas" -por ejemplo- no fue esa comunidad
"pluralista" que algunos sueñan, sino una ciudad con
una confesionalidad cristiana "oficial" (el Rey
gobernaba y las leyes se dictaban según el dogma católico) en
la que eran toleradas y convivían minorías también
confesionales (hebreos y musulmanes) con unas libertades
limitadas por el "estado" para hacer posible la
convivencia en una sociedad "plural".
J.Maritain en su obra "Humanismo integral" expresa con
bastante exactitud este mismo concepto de tolerancia que no
presupone la renuncia a la confesión de las propias creencias:
"...para evitar mayores males (que atraerían la
ruina de la paz de la comunidad y el endurecimiento o la
relajación de las conciencias), la ciudad puede y debe
tolerar en su ámbito (y tolerar no es aprobar) maneras
de adorar que se aparten más o menos profundamente de lo
verdadero (...) maneras de adorar y también maneras de
concebir el sentido de la vida y maneras de comportarse".
Así pues la tolerancia cristiana, cuya base es el respeto a la
persona, es inseparable del establecimiento de un límite que
marque la diferencia entre lo tolerable y lo intolerable. Porque
"el espíritu del Evangelio es incompatible con el odio
al enemigo en cuanto persona, pero no con el odio al mal que hace
en cuanto enemigo". (Cat. 1933)
Cosa muy distinta es el pluralismo. Esta teoría pretende la
convivencia de varios sistemas de legitimación de valores en la
misma sociedad diluyéndolos y relegándolos a la conciencia
individual, pero sin proclamar la supremacía de ninguno de
ellos.
Lo que ha venido a sustituir la vieja "confesionalidad"
que definía un bien común concreto es una construcción
ideológica, política y dogmática que ahora, supuestamente, ya
puede ser aceptada por cualquier persona independientemente de
sus creencias o principios éticos.
Para la ideología pluralista el bien común ya no es aquel
conjunto de principios éticos que limitan y justifican la
política, sino la resultante final de los conflictos éticos que
se resuelven por consenso, casuísticamente, empíricamente, sin
criterios generales. No hay pues valores institucionalizados
porque lo que se institucionaliza no son principios o fines, sino
medios. La libertad, o el diálogo, por ejemplo, que son medios
para el desarrollo digno del ser humano son ahora ensalzados como
fines salvíficos en sí mismos.
La antigua confesionalidad repugna a la mentalidad pluralista.
Pero del mismo modo que repugna la confesionalidad única y
excluyente, repugna la pluriconfesionalidad o
multiconfesionalidad. Se afirma la pluralidad de la sociedad,
pero se renuncia también a definir la confesionalidad de cada
parte de esa sociedad como no sea la del puro individuo.
El resultado es una nueva forma de "confesionalidad
aconfesional", la preeminencia de una "religión
política", intransigente y dogmática a su modo, en la que
está permitido dudar de todo, pero que no permite manifestar
creencias o convicciones, y menos de forma colectiva. El
pluralismo es el brazo político del relativismo. Y si el
relativismo ignora la verdadera relatividad de las cosas, el
pluralismo anula la verdadera pluralidad.
Pues bien, en este ambiente confuso y engañoso de las sociedades
modernas, que se niegan a definir principios de bien común, es
en el que la Iglesia nos pide a los laicos que demos testimonio
-también en el ámbito político- de nuestra fe, y culto a la
verdad. Y nos pide que colaboremos con los no-católicos pero que
"en tales colaboraciones procuren los católicos ante
todo ser siempre consecuentes consigo mismos y no aceptar jamás
compromisos que puedan dañar la integridad de la religión o de
la moral". (Juan XXIII, Mater et magistra, 239 y Pacem
in terris, 157)
Hay pues un deber de participar. ¿Se satisfará ese deber con la
mera elección pasiva del mal menor? Si el llamamiento es a
participar, a hacer, a construir, habrá que hacer el bien.
2. La táctica
política del mal menor
La táctica política del mal menor es una cosa distinta, como ya
se ha dicho, de la doctrina moral del mismo nombre.
Anteriormente hemos afirmado que la doctrina moral del mal menor
es lícita siempre que nuestra responsabilidad sea sólo la
elección entre opciones malas. Pero ¿qué ocurre cuando
tenemos la responsabilidad de hacer propuestas? ¿Es lícito
proponer un mal, aunque sea menor? La respuesta, desde el punto
de vista ético, es negativa, categórica y perogrullesca: el mal
menor, antes que menor, es mal. Y si la táctica del mal menor
consiste en proponer males menores para evitar que triunfen males
mayores la conclusión es que no es moralmente lícito recurrir a
ella.
He aquí algunos argumentos contra el malminorismo:
- Porque la doctrina católica es clara al respecto cuando afirma
que la conciencia ordena "practicar el bien y evitar el
mal" (Cat. 1706 y 1777), que no se puede "hacer
el mal" si se busca la salvación (Cat. 998) y que
"nunca está permitido hacer el mal para obtener un bien".
(Cat.1789)
- Porque la responsabilidad de los laicos católicos no puede
limitarse a elegir pasivamente entre los males que los enemigos
de la Iglesia quieran ofrecer, sino que debe ser una
participación activa y directa, "abriendo las puertas a
Cristo".
- Porque el mal menor pretende asignar a los católicos un papel
mediocre y pasivo dentro del nuevo sistema "confesionalmente
aconfesional".
- Porque el mal menor convierte en cotidiana una situación
excepcional.
- Porque una situación de mal menor prolongado hace que el mal
menor cada vez sea mayor mal. Los males "menores" de
nuestros días pesan demasiado como para no evidenciar un
enfrentamiento radical con el Evangelio: el individualismo, la
relativización de la autoridad, el primado de la opinión, la
visión científico-racionalista del mundo... principios que se
manifiestan en la pérdida de fe, la crisis de la familia, la
corrupción, la injusticia y los desequilibrios a escala mundial,
etc.
- Porque la táctica del mal menor se ha demostrado ineficaz en
el tiempo para alcanzar el poder o reducir los males.
- Porque es preciso exponer en su integridad el mensaje del
Evangelio ya que "donde el pecado pervierte la vida
social es preciso apelar a la conversión de los corazones y a la
gracia de Dios" (...) y "no hay solución a la
cuestión social fuera del Evangelio" (Cat. 1896)
- Porque la propuesta de un mal por parte de quien debiera
proponer un bien da lugar al pecado gravísimo de escándalo que
es la "actitud o comportamiento que induce a otro a
hacer el mal" (Cat. 2284). A este respecto es muy clara
la enseñanza de Pío XII: "Se hacen culpables de
escándalo quienes instituyen leyes o estructuras sociales que
llevan a la degradación de las costumbres y a la corrupción de
la vida religiosa, o a condiciones sociales que, voluntaria o
involuntariamente hacen ardua y prácticamente imposible una
conducta cristiana conforme a los mandamientos (...) Lo mismo ha
de decirse (...) de los que, manipulando la opinión pública la
desvían de los valores morales". (Discurso de
1/6/1941. Recogido en: Cat. 2286).
- Porque un mal siempre es un mal y "es erróneo juzgar
la moralidad de los actos considerando sólo la intención o las
circunstancias" (Cat. 1756).
3. Como nace el mal
menor
No entraremos ahora a describir otras actitudes de los católicos
mantenidas con mayor o menor éxito en los últimos doscientos
años contra la revolución liberal. Conste simplemente que
creemos, también para la situación actual, en la posibilidad de
descubrir y practicar otras formas de participación de los
católicos en la política que no sean las del mal menor. Lo que
nos interesa ahora es tratar de entender cómo y por qué nació
la táctica política del mal menor.
Históricamente, la táctica política del mal menor nace en la
Europa cristiana y postrevolucionaria de la mano de dos
movimientos políticos católicos: el catolicismo liberal y la
democracia cristiana. Son muy complicados los motivos que llevan
a sus promotores a adoptarla en la teoría. Y son contradictorios
los hechos y las decisiones adoptadas en la práctica. Lo que en
ningún momento entramos a juzgar es la intención. Nos consta
que en muchas ocasiones los malminoristas son hombres de iglesia,
católicos inquietos por los avances de la revolución y deseosos
de hacer algo en un contexto de debilidad de la respuesta
católica a la revolución liberal.
Se puede llegar al malminorismo por diversos motivos que se
superponen y entremezclan:
- Por "contaminación" del pensamiento revolucionario y
el deslumbramiento ante la aparente perfección de las nuevas
ideologías. Buscando, por ejemplo, el compromiso de la Iglesia
con una forma política concreta (nacionalismo, parlamentarismo,
democracia, etc.)
- Por exageración de los males del Antiguo Régimen y su
identificación con la misma Doctrina Católica.
- Por cansancio en la lucha contrarrevolucionaria, por el acomodo
conservador de quienes están llamados a la valentía.
- Por una derrota bélica de las políticas católicas, o tras un
período intenso de persecución religiosa.
- Por una aparente urgencia de transacción con los enemigos de
la Iglesia a fin de que, al menos, sea tolerada por unas
autoridades hostiles una mínima labor apostólica.
- Por maniobras de partidos revolucionarios que intencionadamente
procuran sembrar dudas y división entre los católicos.
- Por la carencia de verdaderos políticos católicos lo cual
anima la intromisión del clero en la política concreta.
- Por la misma intromisión clerical en el juego político lo que
a su vez retrae de la participación a unos y desautoriza la
labor independiente -y tal vez discrepante en lo contingente- de
otros laicos.
- Por ingenuidad de los católicos que confían sin garantías en
las reglas del juego establecidas por los enemigos de la fe.
- Por una sobrevaloración del éxito político inmediato
olvidando que, como dice el catecismo: "el Reino no se
realizará (...) mediante un triunfo histórico de la
Iglesia en forma de un progreso creciente, sino por una victoria
de Dios sobre el último desencadenamiento del mal".
(Cat. 677)
- Por una creciente desorientación y falta de formación del
pueblo católico que genera pesimismo o falta de fe en la
eficacia salvadora de los principios del Derecho Público
Cristiano.
- Por un enfriamiento en la fe y la religiosidad. Porque sin
ayuda de la gracia es muy difícil "acertar con el
sendero a veces estrecho entre la mezquindad que cede al mal y la
violencia que, creyendo ilusoriamente combatirlo, lo agrava".
(Centesimus Annus, 25. En Cat. 1889)
4. Como ha
evolucionado la táctica del mal menor
La táctica del mal menor no se ha introducido de golpe en
ningún momento. Lo ha hecho de forma progresiva a lo largo de
los dos últimos siglos. Hay sin embargo dos momentos álgidos
que corresponden con la extensión del catolicismo liberal
primero y de la democracia cristiana después. Lo que es
innegable y constante es la tendencia que, como en un plano
inclinado, empeora cada vez más el mal menor.
En la historia política de los países europeos se podrían
identificar las siguientes situaciones:
- En un primer momento, tras el choque violento de la
revolución, y argumentando el accidentalismo de la Iglesia (que
corresponde a la institución pero no a los laicos), los
malminoristas toleran, consienten y hasta promueven la
disolución de estructuras políticas y sociales tradicionales
(monarquía, gremios, instituciones religiosas, bienes comunales,
etc.) que eran de hecho un freno a la revolución.
- Paralelamente a la secularización de la política y por un
cierto maquiavelismo, empiezan a omitir los argumentos religiosos
a la hora de hacer propuestas con la ilusión de captar así el
apoyo de los no católicos. Algunos llegan a afirmar como
justificación para no hablar de la Redención que "la
doctrina cristiana es más importante que Cristo" lo
cual es puro pelagianismo.
- El paso siguiente en la táctica malminorista es el intento de
unión de los católicos en torno a un programa mínimo pero no
para presentar una alternativa al nuevo régimen sino para
integrarse mejor en él con la idea de "cambiarlo desde
dentro". Para ello se procura el desprestigio de otros
políticos y tácticas católicas marginales.
- Un recurso frecuente en los malminoristas es tratar de ganar la
simpatía de la jerarquía mediante promesas de "paz y
reconciliación" que permitan la reconstrucción
material de las Iglesias y el mantenimiento regular del culto. Se
trata de un intento desesperado de salvar "lo que se
pueda", de tentar a la jerarquía de la Iglesia con una
dirección política que no le es propia. Que podría ser algo
excepcional, pero no la tónica habitual de participación
política católica.
- En ocasiones son los propios obispos o miembros del clero
quienes promueven grupos políticos en esa línea con una
mentalidad puramente defensiva de la Iglesia. Esta intromisión
empobrece la acción política de los católicos, la hace
"ir a remolque" de las propuestas revolucionarias, y
compromete a la Iglesia con soluciones políticas legítimas pero
opinables. Cuando alguien propone hacer acción social, como lo
hizo en España un influyente obispo, "para que no se
nos vayan los obreros de la Iglesia" está falseando la
finalidad de la verdadera acción social, que no puede ser un
mero instrumento de catequesis, sino un deber de justicia y
responsabilidad de los laicos.
- El caso del Ralliement propuesto por León XIII, que
envalentonó aún más a los enemigos de la Iglesia en Francia, o
la verdadera traición de ciertos obispos mexicanos a los
católicos cristeros, milagrosamente perdonada por el pueblo
fiel, son dos ejemplos de las nefastas consecuencias a las que
puede llevar el malminorismo. En este sentido la claridad del
Concilio Vaticano II al exigir la abstención del clero de toda
actividad política representa una rectificación importante. Es
preciso reconocer que el empeño cobarde de algunos cristianos
por buscar la mera supervivencia material de la Iglesia, la
"añadidura", ha sido un anti-testimonio escandaloso.
Es un escándalo que quienes dicen con el Evangelio "Buscad
el Reino de Dios y su justicia..." olviden que el mal
moral es "infinitamente más grave" que el mal
físico. (Cat. 311)
- Más recientemente y coincidiendo con la euforia previa al
Concilio Vaticano II se procuró la disgregación de partidos,
asociaciones, instituciones y estados católicos con la idea de
potenciar una especie de "guerra de guerrillas" que
pudiera conquistar así la opinión pública y llegar a todos los
rincones del entramado social. Los resultados est n a la vista:
no sólo se han debilitado o extinguido las antiguas herramientas
sino que además no ha surgido esa nueva "guerrilla" y
no se ha conquistado nada nuevo que no fuera ya católico.
- El último paso del malminorismo y la demostración palpable de
su maquiavelismo es la justificación del voto útil lo que,
paradójicamente, contradice el mal menor porque pide que se vote
no ya al menos malo, sino a una opción que tenga posibilidades
de triunfo, aunque sea peor que otras opciones con menos
posibilidades.
5. La ineficacia
del mal menor
Al analizar la génesis y desarrollo de las tácticas
malminoristas, en ningún caso condenamos aquí la intención de
quienes las han apoyado o apoyan. Simplemente queremos constatar
algunas razones que expliquen por qué el malminorismo
nunca consigue lo que se propone. No consigue reducir el mal:
- Porque las energías que debían gastarse en proponer bienes
plenos se gastan en proponer males menores.
- Porque es una opción de retirada, pesimista, en la que el
político católico esconde sus talentos por temor, o por falsa
precaución.
- Porque la táctica del mal menor predica la resignación; y no
precisamente la resignación cristiana, sino la sumisión y la
tolerancia al tirano, a la injusticia y al atropello. Con
tácticas malminoristas no habrían existido el alzamiento
español de 1936, ni las guerras carlistas, ni habría caído el
muro de Berlín. No habría habido Guerra de la Independencia
Española, ni insurgencia católica en la Vendée, ni Cristeros
en México. Y tal vez ninguna oposición habría encontrado el
avance isl mico por Europa. No habrían existido ni Lepanto, ni
Cruzadas, ni Reconquista.
- Porque el mal menor se presenta como una forma inteligente de
favorecer económica y físicamente a la Iglesia olvidando que la
mayor riqueza de la Iglesia -su única riqueza- es el testimonio
de la Verdad, testimonio que si sigue hoy vivo es gracias a la
sangre de los m rtires.
- Porque hay ejemplos sobrados en los que el triunfo del
malminorismo ha dado el poder a partidos que reclamando el voto
católico han consentido, como es el caso de la Democracia
Cristiana en Italia, una legislación anticristiana (divorcio,
aborto, etc.).
En definitiva, el malminorismo no ha sido derrotado nunca porque
en sí mismo es una derrota anticipada, una especie de cómodo
suicidio colectivo. Es el retroceso, la postura vergonzante y
defensiva, el complejo de inferioridad. Defendiendo una táctica
de mal menor, los cristianos renuncian al protagonismo de la
historia, como si Cristo no fuese Señor de la historia. Se creen
maquiavelos y sólo son una sombra en retirada. Niegan en la
práctica la posibilidad de una doctrina social cristiana, y
niegan la evidencia de una sociedad que, con todos sus
imperfecciones, ha sido cristiana. El malminorismo, contrapeso
necesario de una revolución que en el fondo es anticristiana, ha
fracasado siempre, desde su mismo nacimiento.
En cambio, la historia de la Iglesia y de los pueblos cristianos
est llena de hermosos ejemplos en los que el optimismo -o mejor,
la esperanza cristiana-, nos enseña que es posible, con la ayuda
de Dios, construir verdaderas sociedades cristianas. La política
cristiana no ha fracasado en la medida en que todavía hoy
seguimos viviendo de las rentas de la vieja cristiandad
occidental.
6. El voto util
La teoría del voto útil contradice aparentemente la del mal
menor -o la corrige- cuando propone votar o hacer no ya lo menos
malo, sino aquello que, aunque no sea lo menos malo, tenga
posibilidades de triunfo.
El intento de justificar el voto útil ("que no triunfe
un mal mayor") es el colmo del maquiavelismo político
y ni siquiera el respaldo de una "buena intención" es
capaz de eliminar su perversidad moral. El milagro de sacar
bienes de los males est reservado a Dios y además "no
por eso el mal se convierte en bien". (Cat. 312)
El voto útil se adopta entre los cansados, o los que quieren
ganar a toda costa, o los que ansían el éxito social inmediato.
Merece la pena, ante la tentación de ese éxito inmediato,
aprender de los testimonios de los santos de la Iglesia, que para
eso precisamente están. ¿Cuál de ellos empleó en su tiempo
este concepto miope y egoísta de utilidad?
El voto útil es una trampa por razones evidentes:
- Porque ante cualquier elección en la que están en juego los
principios, un católico tiene la obligación moral de dar
preferencia a las opciones objetivamente católicas. Y si no
existen debe escoger el mal menor (que bien podría ser la
abstención).
- Porque hace del concepto de "utilidad" el centro de
la política y lo identifica con la conquista del poder, sea como
sea.
- Porque la idea de utilidad inmediata, que construye sobre
arena, es generalmente estéril. No evita la ruina porque no
remedia las causas del daño. La verdadera utilidad -también en
política- es la que mira más allá. La que siembra sin pensar
en la cosecha.
- Porque impide salir del círculo vicioso de un mal menor cada
vez peor.
- Porque olvida que hay otras "utilidades" a las que
puede encaminarse la acción política como son: romper la
unanimidad negativa, ayudar a promover cambios positivos, dar
ejemplo de fidelidad a unos principios, dar testimonio de
coherencia y de honradez, etc.
- Porque anula la influencia pedagógica o formativa que tienen
los políticos ante el pueblo sencillo y los convierte en
personajes engañosos, maestros en la mentira.
- Porque falsea el sistema representativo que dice defender,
cuando el voto pierde su justificación originaria que es otorgar
la representación de un interés legítimo o de un principio.
- Porque impide que se consoliden progresivamente opciones
católicas fuertes.
- Porque se adhiere a la tendencia que ridiculiza y desprecia lo
testimonial, es decir, lo "martirial".
7. Conclusiones
Cuanto en reflexiones teóricas como la que es el objeto de esta
comunicación se denuncian errores filosóficos o teológicos, es
importante descubrir que, gracias a Dios, esos errores, cuando se
concretan en movimientos y personas, siguen adelante en medio de
felices incongruencias, acuciados por la realidad de las cosas.
Raras veces llegan a desarrollar las últimas consecuencias de
sus principios. Por eso el resultado de una acción política,
aunque parta de unos principios erróneos, es incierto y
sorprendente. "Dios creó un mundo imperfecto, en estado
de vía". (Cat. 310) y ni siquiera el acceso al
gobierno político de personas santas podría eliminar todas las
imperfecciones de este mundo.
Una vez reconocida esta tremenda limitación de la realidad
política, nuestra responsabilidad de laicos católicos no puede
ser la resignación ante un mundo imperfecto, sino la lucha y la
aventura por procurar el acercamiento al ideal de perfección que
propone también a un nivel social el Evangelio. Aquí radica el
verdadero y sano pluralismo que debe existir entre los
católicos, porque sin reconocer cierto "derecho a la
equivocación" ser imposible rectificar y mejorar.
Desde mi punto de vista, entiendo que la Doctrina de la Iglesia
pide a los laicos católicos una participación activa en la vida
política. Entiendo que todo llamamiento a la unidad entre los
católicos no puede exigir mas que una unión en los principios
pre-políticos, es decir, en torno a una misma idea de bien
común. Y entiendo que esa acción política católica es
responsabilidad exclusiva de los laicos, no de la Institución
jerárquica.
Después, a la hora de concretar la acción, entiendo que los
católicos pueden legítimamente agruparse en asociaciones
católicas. De hecho el Concilio considera "asociaciones
de apostolado las específicas de evangelización y
santificación, las que se dedican a las obras de misericordia, y
las que persiguen la inspiración cristiana del orden social"
(Lumen Gentium, 37).
En cuanto a los conceptos de mal menor y voto útil, estas son
mis conclusiones:
- El mal menor como doctrina moral es siempre válido si nuestra
responsabilidad es exclusivamente la elección.
- El mal menor como táctica política nace en la Europa
postrevolucionaria en un contexto de debilidad de las opciones
políticas cristianas.
- La táctica del mal menor es pesimista e ineficaz.
- La táctica política del voto útil es puro maquiavelismo
político y aunque aparentemente contradice la táctica del mal
menor es en realidad una prolongación de una misma concepción
que esteriliza la acción política de los laicos católicos.
F. Javier Garisoain Otero.
"ARBIL,
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