Santiago Matamoros (Escuela Cuzqueña)
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La metafísica y los creyentes .
Un pensamiento filosófico que rechazase cualquier apertura metafísica sería radicalmente inadecuado para desempeñar un papel de mediación en la comprensión de la Revelación
La metafísica general clásica
familiariza con conceptos, tesis y argumentos que conforman el
esqueleto del saber más elevado que el hombre puede alcanzar con
la observación de la realidad.
Parece que para la mayoría de las personas, en su actividad
diaria, no se necesita un conocimiento muy profundo de la
metafísica, y sí quizá otros saberes que se alejan más o
menos de ella. Parece, en apariencia al menos, que no hay nada
que hacer con la diferencia entre los conceptos y las propiedades
trascendentales o con las relaciones entre ser y ente...
Circulan muchos tópicos relativos a la inanidad del saber.
Sin embargo, no es tan fácil deshacerse de la reina del saber.
Por perdidos que un hombre se haye en un rincón olvidado e
inculto del Globo, la metafísica seguirá siendo una necesidad.
No quizá con una necesidad tal que requiera una dedicación
exclusiva y permanente, pero sí con una verdadera y cabal
necesidad, También para los hombres con Fe .
Se señalan cuatro razones de ello.
- En primer lugar, y como ha subrayado el mismo Kant, la
metafísica constituye una inclinación natural del espíritu
humano. Que sea inclinación natural implica que es algo positivo
e ineludible. El hombre tiende a la metafísica como la piedra
tiende al centro de la Tierra. Todo hombre, por su propia
naturaleza y constitución, desea saber, y saber no cualquier
cosa y ya está, sino saber sin límites y, por tanto, saber lo
último que se puede saber, lo último de la realidad.
La satisfacción posible de esa tendencia es la metafísica. La
fe no apaga esa sed ni la sacia, porque la fe es otra cosa. La fe
no ofrece un conocimiento de las ultimidades del ser, sino de la
intimidad de Dios y de su acción salvadora.
Más bien, por el contrario, la fe excita ese deseo. En cualquier
hombre medianamente concienciado y con sentido de transcendencia,
difícilmente puede evitar el brotar de las inquietudes
metafísicas. Las inquietudes metafísicas florecen fácilmente
al abrigo del sincero fervor religioso. Diría que se lleva
reduplicativamente clavado el aguijón metafísico: porque se es
hombre y porque se es creyente.
- En segundo lugar, la necesidad para los hombres de Fe de la
metafísica deriva también de la posibilidad de que en su tareas
van a tratrar con intelectuales, católicos o no. Las
posibilidades de diálogo con ellos, y de influencia en ellos,
pasa por que se comprenda lo que son.
El intelectual (el verdadero intelectual, no los
"intelectuales oficiales" de los media), y de manera
más plena si es metafísico, es quien ha tenido la oportunidad
de desarrollar aquella inclinación natural al saber y que, como
he dicho, se da en todo hombre. Comprender al intelectual exige
comprender la raíz que en la naturaleza humana tiene el ansia
por alcanzar la verdad acerca de los fundamentos. Comprender esa
raíz, y aprobar esa tendencia como don que es del Creador.
Respetar la peculiaridad del intelectual requiere valorar como
querida por Dios el hambre de sabiduría. Por eso, evangelizar y
llevar a Dios al intelectual requiere, por parte de los pastores
de la Iglesia, un sincero amor a la Verdad que se manifieste
inmediata y rendidamente en un amor por las verdades que el
hombre puede alcanzar por la ciencia.
- En tercer lugar, la metafísica será necesaria, si se puede
hablar así, del mismo modo que es necesario el perfeccionamiento
del mundo, la excelencia histórica del conjunto de la humanidad.
No todos deben dedicarse a la metafísica, pero sí todos
deberíamos desear que haya metafísica en el mundo.
La salud de la sociedad redunda en beneficio de todos sus
miembros. La existencia de la metafísica en una sociedad es
signo claro de su salud. La metafísica es como la cima, como la
guinda del pastel. Es la última obra, la más elevada, que la
humanidad puede realizar. Por ello, señal definitiva de la
auténtica riqueza humana de una sociedad, medida cabal de la
verdadera altura de los tiempos.
Lo dice Hegel, en una página admirable de su obra, cuando
compara la existencia de un pueblo culto sin metafísica con
"un templo con múltiples ornamentaciones pero sin
sanctasanctórum"(1). No puede haber cultura (es decir,
desarrollo pleno de lo humano) sin metafísica.
Es lógico. Si admitimos la inclinación natural del hombre al
saber, y si admitimos que esa inclinación es la más propiamente
humana, por ser la que, entre todas las inclinaciones naturales
del hombre, más directamente dependen de su índole específica;
si se admiten ambas cosas, la efectiva existencia de la
metafísica, por ser cumplimiento de esa inclinación esencial,
significa que el hombre se ha realizado en sus más profundos
anhelos, significa que el hombre ha alcanzado su plenitud
mundana. Un mundo con metafísica es un mundo en el que el hombre
ha alcanzado su máximo desarrollo histórico.
- En cuarto lugar, la metafísica es necesaria como instrumento
de la Iglesia para elaborar la teología. Lo dice con rotunda
claridad Francisco Suárez: "La teología sobrenatural y
divina se apoya, es cierto, en las luces de Dios y en los
principios revelados; pero, como se completa con el discurso y el
raciocinio humano, también se ayuda de las verdades que
conocemos con la luz de la razón, y se sirve de ellas como de
auxiliares e instrumentos para perfeccionar sus discursos y
aclarar las verdades divinas.
"Y entre todas las ciencias de orden natural hay una, la
principal de todas -se llama filosofía primera-, que presta los
más importantes servicios a la sagrada teología, no sólo por
ser la que más se acerca al conocimiento de lo divino, sino
porque explica y confirma aquellos principios naturales, que a
todas cosas se aplican, y en cierto modo aseguran y sostienen
toda ciencia" (2).
Lo dice la Iglesia de todos los tiempos, como el propio Juan
Pablo II en la reciente encíclica Fides et ratio: "un
pensamiento filosófico que rechazase cualquier apertura
metafísica sería radicalmente inadecuado para desempeñar un
papel de mediación en la comprensión de la Revelación".
"La palabra de Dios se refiere continuamente a lo que supera
la experiencia e incluso el pensamiento del hombre; pero este
«misterio» no podría ser revelado, ni la teología podría
hacerlo inteligible de modo alguno, si el conocimiento humano
estuviera rigurosamente limitado al mundo de la experiencia
sensible. Por lo cual, la metafísica es una mediación
privilegiada en la búsqueda teológica. Una teología sin un
horizonte metafísico no conseguiría ir más allá del análisis
de la experiencia religiosa y no permitiría al intellectus fidei
expresar con coherencia el valor universal y trascendente de la
verdad revelada"(3).
Tan es así que lo contrario, es decir, una teología sin
metafísica, es una teología en el aire y un puro imposible,
como un círculo cuadrado o un hierro de madera. Porque el
desarrollo de la fe, en forma de teología, no es posible sino en
continuidad con las exigencias naturales de nuestra razón. La fe
sólo puede crecer si se reconoce como prolongación o
ampliación de la razón natural. La fe no crece contra la
razón, del mismo modo que la gracia no prospera en oposición a
la naturaleza del hombre, por herida que ésta se encuentre por
el pecado. La gracia sana y eleva nuestra naturaleza; no la
sustituye ni la destruye. Igualmente, la fe complementa a la
razón, la hace capaz de mayores profundidades, y se apoya en
ella.
Por consiguiente, ha de afirmarse con toda rotundidad que la
Iglesia no crecerá al margen del saber, no puede crecer de
espaldas a la verdad. Todo lo humano es nuestro, porque todo lo
creado es propiedad de Cristo, nuestro hermano mayor. Así que el
grito de homenaje al saber, a la ciencia, a la luz, es patrimonio
cristiano. Las tinieblas y el oscurantismo son la propiedad de
los racionalistas, de quienes niegan la posibilidad de la fe.
Por eso mismo, la profanación de la Catedral de París por los
revolucionarios en noviembre de 1793 ha de considerarse como un
paso atrás, como un homenaje a lo inhumano y a lo irracional. Si
nuestro Dios Vivo es padre de toda verdad, si nuestro Dios nos
da, con la fe, el ansia de saber más, cuando los revolucionarios
lo expulsaron de Notre-Dame expulsaron con Él a la Razón misma.
Entronizaron a las tinieblas. Hoy, cuando la Catedral de París
ha vuelto a ser la casa de Dios, ha llegado a ser realmente el
trono de la Razón. Los cultos que en ella se ofrecen a Dios son
alabanza a la Razón. Somos los cristianos quienes hoy y siempre
podemos decir, por encima de cualquier otro creyente, que amamos
a la razón y al saber por encima de todo. Podemos gritar que
amamos apasionadamente a la razón.
Juan Pablo II, en la encíclica Fides et ratio, reconoce que
algunas elaboraciones teológicas modernas adolecen de falta de
fundamento metafísico. Por mi parte, entiendo que no pocas de
esas defectuosas teologías lo son porque han pretendido tomar
como instrumentos filosóficos doctrinas cuyo principal mérito,
si no único, es el de ser modernas. Es el caso de las teologías
fundadas en el historicismo o en la pura hermenéutica, por no
hablar de las teologías que pretendieron armarse
filosóficamente con Marx o con Nietzsche.
El prurito de ser modernos por encima de todo, de "estar a
la altura de los timpos", ha desembocado en un amplio
desconcierto de la filosofía cristiana y, consecuentemente, de
la propia teología. Un ejemplo de ello puede verse en lo que en
su tiempo pretendió el Card. Mercier en Lovaina, que consistió
en la elaboración de una filosofía en la que se conciliaran las
tesis de Santo Tomás de Aquino y de Kant. Algunos dijeron que
esa hibridación era un imposible (como la del oso y la hormiga
en un oso hormiguero); otros, por no querer ser tomistas y por
querer ser modernos, aplaudieron el plan. La consecuencia ha sido
ruinosa; en efecto, si se consideran en sus fundamentos, las
filosofías de Kant y de Santo Tomás son inconciliables.
Como son inconciliables, por otra parte, las filosofías de
Tomás de Aquino y de Heidegger, a pesar de lo que ha pretendido
K. Rahner (con el más que justificado disgusto de tomistas como
C. Fabro, mucho mejor documentado y algo más coherente).
En estos tiempos revueltos nos encontramos en medio de una lucha
cultural. Lo que la fe pide es amor a la verdad y, por lo tanto,
el bando del cristiano es el del saber y la ciencia. La
ignorancia es enemiga de la fe.
Por eso, tengamos la audacia de alzarnos a lo alto de la
especulación, a lo más elevado del saber, a las cumbres en las
que habita la metafísica.
José J. Escandell
(1) G. W. F. Hegel, Ciencia de
la lógica, Prefacio a la 1ª edición, trad. A. y R. Mondolfo,
Solar-Hachette, Buenos Aires, 1968, pág. 27.
(2) F. Suárez, Disputaciones metafísicas, 1ª disp., en la
versión de J. Adúriz titulada Introducción a la metafísica,
2ª ed., Espasa-Calpe, Madrid, 1946, pág. 19.
(3) Juan Pablo II, Carta Encíclica Fides et ratio (14 septiembre
1998), n. 83.
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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